Cambiar, cambiar

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La cuento cada tanto a la anécdota, me viene a la mente seguido. Busco en Internet la fecha: veo que termina febrero de 2001. Me mandan por entonces a cubrir una visita del presidente Fernando de la Rúa a Comodoro Rivadavia. La ciudad cumple cien años. Subo al Tango 01, camino por el pasillo, miro de reojo a la suite presidencial, me siento en la parte de atrás. La irracionalidad me hace pensar que si hay algún vuelo seguro, debe ser este. Afuera el país se tensa. Una semana más tarde renunciará José Luis Machinea al Ministerio de Economía.

El Presidente y su comitiva llegan a Comodoro, se hospedan en un hotel donde un grupo de sindicalistas logra dejar un petitorio al secretario privado del jefe de Estado. Recién al otro día De la Rúa participará de los actos. El mandatario encabeza uno y otro acto protocolar. Y luego otro más, en un lugar que recuerdo como un galpón que no está muy lleno de gente. No hay TV en vivo, no hay redes sociales y el país no parece darle mucha relevancia al Presidente. Aún así, en ese galpón la situación me pone un poco nervioso. Afuera hay un país complicado. Y este buen hombre se pasa más de 24 horas aquí en Comodoro Rivadavia ¿para qué? ¿Qué hace acá? ¿Qué hace en este galpón? Se da la casualidad de que uno de los jefes de prensa del mandatario queda cerca mío y entonces tengo la posibilidad de compartir la duda:

– Escuchame una cosa ¿no se quedó demasiado tiempo acá con el despiole que hay? ¿A qué viene a este acto, si acá no pasa nada?

El funcionario me mira, deja pasar unos segundos y me ofrece una respuesta que, con el tiempo, entiendo que ya habría dado varias veces:

– Mirá, el tipo hace esto hace 30 años. Haciendo esto llegó hasta acá. No va a cambiar ahora.

La respuesta me queda rebotando en la cabeza. Me queda rebotando cuando volvemos en el Tango 01, cuando antes de bajar del avión en el sector militar de Aeroparque dudo si saludar o no con un beso a la Primera Dama, que aguarda algo ofuscada al lado de De la Rúa a que baje la prensa. Finalmente se lo doy, le digo algo así como “señora, muchas gracias”. Le estrecho la mano al Presidente y bajo por la escalerita. Los hechos posteriores de aquel 2001 hicieron que nunca me pudiera olvidar de la respuesta del jefe de prensa.

Aquella fue mi forma de descubrir algo que se me fue haciendo más claro con los años. Como personas, nos es muy difícil cambiar. A los dirigentes políticos les es, también, muy difícil. A los presidentes, dificilísimo. Sólo unos pocos, poquísimos, lo logran. Y no todo el tiempo.

“Descubrir” algo que alguien ya ha descubierto hace 500 años no parece un gran logro. Lo sabrán los más despiertos a esta altura: esta idea de que la clave de toda actividad política y lo que la hace tan complicada es la dificultad de cambiar cuando las circunstancias cambian, de modificar la propia estrategia cuando los impredecibles vientos de la Fortuna así lo indican fue quizás el más grande aporte de Nicolás Maquiavelo.

En su Machiavelli. A Very Short Introduction, Quentin Skinner destaca que en El Príncipe, el florentino produce una verdadera revolución que comienza por destacar la tarea principal a la que debe dedicarse un “príncipe nuevo”, es decir uno que se ha puesto recientemente al frente de un Estado que hasta hace poco se gobernaba de manera diferente. “Mantenere lo stato” es lo primero, si es que se quiere avanzar en lo que todos los hombres buscan: “gloria y riquezas”, los grandes dones que tiene preparada la impredecible Fortuna.  

A todos -nos dice Maquiavelo, nos lee Skinner- les gusta seguir su estilo particular: un hombre procede cautamente, otro impetuosamente, otro con fuerza, otro con astucia. Pero mientras tanto, “los tiempos y las circunstancias cambian”. Por lo tanto, el gobernante que no cambia sus métodos, eventualmente fracasará. De todos modos, la fortuna no cambia si es que uno aprende a “cambiar su propio carácter para acomodarlo a los tiempos y las circunstancias”. El príncipe exitoso será entonces aquel que se mueva de acuerdo a los tiempos.  La revolución del florentino se completa con la idea de que, en un mundo en el que los hombres son en general “ingratos, volubles, simuladores, cobardes ante el peligro y ávidos de lucro” más bien conviene, cuando las circunstancias así lo indiquen, no atarse siempre a las virtudes clásicas. Si el momento pide alguna acción que dista de lo que en abstracto se considera virtuoso, pues que sea.

Queda lindo en italiano antiguo.

Credo anchora che sia felice quello che riscontra el modo del procedere suo con le qualità de’ tempi, e similmente sia infelice quello che con il procedere suo si discordano e’ tempi”.

(…)

Da questo ancora depende la variazione del bene; perché, se uno che si governa con respetti e pazienzia, e’ tempi e le cose girono in modo, che il governo suo sia buono e’ viene felicitando; ma se li tempi e le cose si mutano, e’ rovina, perché non muta modo di procedere”.

Lo difícil, lo casi sobrenatural que es la empresa que se necesita emprender está en la próxima frase, que mejor sacarla de una de las versiones en español:

“Pero no existe hombre suficientemente dúctil como para adaptarse a todas las circunstancias, ya porque no puede desviarse de aquello a lo que la naturaleza lo inclina, ya porque no puede resignarse a abandonar un camino que siempre le ha sido próspero”.

Volvemos al expresivo original:

Concludo, adunque, che, variando la fortuna, es tando gli uomini ne’ loro modi ostinati, sono felici, mentre concordano insieme, e, come discordano, infelici”.

Hojeando “The Machiavellian Moment: Florentine Political Thought and the Atlantic Republican Tradition”, de J.A.G. Pocock (de quien Skinner es discípulo, aprendemos de Rinesi), uno se encuentra con una carta del viejo Niccolò al exiliado Piero Soderini, en la que ya ensaya la idea de que lograr capear los vientos cambiantes no es nada fácil para los mortales. Lo que suele ocurrir es que como nuestra naturaleza es tan difícil de cambiar, la Fortuna termina teniendo poder sobre nosotros.

«Credo che come la natura ha fatto all’uomo diverso volto, cosí gli abbia fatto diverso ingegno et diversa fantasia. Da questo nasce che ciascuno secondo l’ingegno et fantasia sua si governa. . . . Ma perché i tempi et le cose universalmente et particolarmente si mutano spesso, e gli uomini non mutano le loro fantasie né i loro modi di procedere, accade che uno ha un tempo buona fortuna, ed un tempo trista . . . havendo gli uomini prima la vista corta, et non potendo poi comandare alla natura loro, ne segue che la fortuna  varia et comanda agli uomini, e tiengli sotto il giogo suo«.

Maravilloso, bello.

Ahí está entonces el jefe de prensa de De la Rúa en un galpón de la Patagonia vaticinando sin saberlo aún cuál será la suerte de su jefe. Y aquel recuerdo en el que un joven “descubre” lo ya descubierto hace siglos.

Compartir estas reflexiones cuando vemos a un presidente que ha sido un gran candidato encontrarse con la empinada tarea de gobernar, quizás ayude a entender un poco más la realidad que nos rodea. Quizás también sirva para analizar los momentos altos y aquellos que no lo fueron tanto de la última década de política argentina. O los últimos 30, 60 o 100 años del país.

Para ir, sobre todo, a lo que nos concentra en estos últimos meses. ¿Podrá el presidente Mauricio Macri cambiar sus cursos de acción si los hitos que marcaba su hoja de ruta no aparecen tal como los había previsto? ¿Podrá el jefe de Estado modificar aspectos que están en la forma en la que siempre ha encarado los problemas y los obstáculos, en cómo siempre ha concebido el mundo que lo rodea si es que -como pasa con todos los presidentes -la impredecible fortuna se cruza alguna vez en su camino y se empeña en arrasar con sus soldaditos de juguete? Más temprano que tarde lo sabremos.

Foto.

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

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