Entrevista a Javier Auyero. Segunda parte.

Universidad de Texas, 2014.

Pensar la distancia. Los términos del intercambio.

Diego García.

Enero de 2014. Austin, Texas.

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¿Creés que hay rasgos comunes y distintivos en las miradas de la academia norteamericana hacia América Latina?

 

Por un lado, tengo que decir que me cuesta hablar de una mirada de la academia norteamericana hacia América Latina. Porque, en realidad, soy yo el que no tiene una mirada homogénea hacia América Latina. Por otra parte, sí hay un cuerpo de conocimientos construido a partir de cursos, y programas sobre el estudio de América Latina. Pero una posible unidad de todo eso ya es una construcción de segundo grado. Saber si hay una unidad conceptual y, también, práctica requeriría una sociología de las investigaciones sobre América Latina para saber si hay un campo establecido. Sobre esto, agreguemos que acá en Estados Unidos la sociología, a diferencia de la ciencia política y  la antropología, no está organizada por áreas geográficas sino por problemas.

Lo que sí hay es una mirada con rasgos comunes que se compone en el ejercicio de tratar de entender el fenómeno de estudio pero, a la vez, hacer dialogar esa investigación con las teorías y discusiones de acá. A partir de ahí, sí se generan algunos consensos acerca de cómo se mira y cómo se escribe sobre América Latina.

 

¿Y cómo son esa mirada y esa forma de escribir?

 

Acá se escribe ciencias sociales distinto que en América Latina. Y esas diferencias de estilo son muy significativas. Acá se escribe de una forma mucho más directa, menos elusiva, de frases mucho más cortas, todo mucho más simplificado. En Argentina y en América Latina la prosa da más vueltas. Y eso es también una forma de pensar. Son estilos y son formas de aproximarse y construir el objetos muy distintas. Entre otras cosas, por la disponibilidad de datos. Porque si yo estuviese estudiando violencia en una comunidad de Estados Unidos, con tres clics del mouse encuentro todas las tasas de homicidio que necesito. Ahora, tengo que hacer diez mil clics de mouse para no encontrar la tasa de homicidio en Lomas de Zamora.

 

¿Los otros investigadores con los que discutís sobre América Latina también son latinoamericanos?

 

No necesariamente. Porque yo te diría que muchos de los investigadores con los que dialogo son personas que están estudiando mi mismo tema pero en otras regiones. Entonces parte de mi diálogo es con antropólogos y sociólogos que estudian temas de violencia urbana en Estados Unidos, en Europa o en otro país de América Latina. Algunos son latinoamericanos, otros no.

 

 ¿Y qué frutos da ese diálogo?

 

A mí me ayuda a mirar mejor lo que pasa en Argentina. Yo aprendí a mirar mejor lo que pasa en Ingeniero Budge leyendo sobre lo que pasa en Filadelfia. Por ejemplo, con la economía de la droga, que aprendí a mirarla leyendo lo que pasaba acá.  Tengo que decir, eso sí, que estos diálogos no necesariamente son la práctica más usual. Porque muchas veces los estudios sobre América Latina terminan siendo muy parroquiales .Terminan compartiendo las problemáticas y no se salen de perspectivas muy locales.

 

¿Cómo son esas perspectivas locales?

 

Mirá, Bordieu hablaba de una doxa académica, de una manera estandarizada de estudiar un problema y las perspectivas muy localistas tienden a reproducir esa doxa: “Así se estudia América Latina”.Y a mí, al contrario, me interesa encontrar cosas que, creo, no se están viendo. Por ejemplo, cuando hice el trabajo sobre Villa Inflamable, en la Argentina no se veía el tema del sufrimiento ambiental y de la contaminación en la que viven los sectores populares. Porque la doxa dice que a los sectores populares no se los estudia desde perspectivas ambientales.

 

 ¿Y cómo se los estudia?

 

La nueva pobreza, la vieja pobreza, los pobres estructurales, se mide la pobreza por términos de ingresos, de educación, de necesidades básicas insatisfechas. Y se los mira desde ahí porque la doxa académica define un conjunto de problemáticas pertinentes y define cómo se mira y cómo no se mira.

 

¿Y decís que ese diálogo internacional ayuda a salir de la doxa?

 

A mí me ayudó. Porque antes de ir a Villa Inflamable estudié sobre comunidades contaminadas acá en Estados Unidos, algo que no está estudiado en nuestro país porque, de nuevo, “así no se miran los sectores populares”.

 

¿Te parece que este movimiento podría recibir la acusación de ser, de alguna forma, vector de un imperialismo académico?

 

Es complejo. Por un lado, yo creo que esas investigaciones, en este caso norteamericanas, te ayudan a mirar cosas que de otra manera no verías. Y eso no te compromete a sacar las mismas conclusiones que esas investigaciones. Porque uno no dice “Budge es como Filadelfia y Villa Jardín es como el Bronx”. Y, en esta mismas dirección, hoy hay  mucho más intercambio de lo que había hace 20 años. Hoy muchos estudiantes argentinos salen a estudiar afuera, y muchos investigadores formados en Estados Unidos van a estudiar a América Latina. Algunos vuelven a Estados Unidos, otros se quedan en Argentina. Pero, en todos los casos, creo que esos intercambios son muy enriquecedores.

Por otro lado, sin embargo, hay una legitimidad y una jerarquía anglófonas. Porque los sistemas de promoción docente de las universidades latinoamericanas y de las universidades europeas están cada vez más determinados por la publicación en revistas indexadas en un índex que está dominado por revistas americanas. Y si vos querés publicar un artículo en la revista más importante de sociología de Estados Unidos con la mitad de tus citas en español, te van a decir “esto no es sociología americana”. En las revistas norteamericanas se evita citar artículos en español. Del mismo modo que, en todos los idiomas, se citan menos, aún hoy, a las mujeres. Entonces, si querés ascender en tu universidad latinoamericana o europea es muy probable que tengas que publicar en revistas norteamericanas, escribiendo en su idioma, citando a determinados autores y compartiendo sus problemas.

Entonces, veo que, ciertamente, hay algunos efectos de un cierto imperialismo de la academia norteamericana. Pero también veo que hay mucha circulación y que esa circulación ha enriquecido y fortalecido los campos de producción locales en América Latina. No creo que haya una sola dirección en los beneficios. Y no querría quedarme en la idea confortable de pensar que todo está ordenado por el imperialismo de la academia norteamericana. Porque esa idea deja de lado un montón de otras dinámicas y producciones muy interesantes.

 

Y pensando en esta bidireccionalidad de la producción académica, ¿te parece que en la Argentina hay un uso interesante del circuito académico norteamericano?

 

Más allá de esta gente joven que está viniendo a estudiar acá, no lo veo tanto, al menos en mi campo. Habiendo sido editor de una revista aquí, creo que los investigadores europeos buscan publicar en las revistas norteamericanas,  logrando así más citas de sus artículos, y no sé si ese interés existe en Argentina. Para ser honesto, desconozco.

 

Hablamos de la mirada norteamericana sobre América Latina, ¿creés, por otro lado, que hay una manera latinoamericana de ver la academia norteamericana?

 

Me parece que, muchas veces, a partir de lo que se puede leer en las revistas académicas de los Estados Unidos, se generaliza que toda la sociología norteamericana es formalista, cuantitativa y más preocupada por modelar la realidad que por la realidad de los modelos que construye. Pero eso es sólo una parte, aun si fuese lo central. Yo creo que lo más cierto es que acá la sociología y la ciencia políticas son una gran carpa con muchas perspectivas. Además está eso de cómo alguien puede decir algo sobre América Latina, si está en Estados Unidos. Ese parroquialismo de que para decir algo de allá tenés que estar allá.

 

Hay una crítica de la distancia.

 

Sí. Pero para mí la distancia siempre sirvió para remover obstáculos epistemológicos, incluso en los momentos en que estaba más enraizado. Recuerdo que,  en la distancia, fue Charles Tilly quien me indicó que los campesinos escoceses del siglo XVII se vinculaban con un patrón como una vía para resolver problemas. Y esa idea de patronazgo para resolver problemas terminó siendo central en mi investigación sobre clientelismo. O cuando estaba entrevistando a las punteras peronistas, recién pude comprender algunas formas de autorepresentación que se repetían en las entrevistas con los aportes de los compañeros de acá que me recomendaban bibliografía que no circula en Argentina. O, también, cuando investigaba en Villa Inflamable, que aprendí lo que es la incertidumbre con textos de acá. Esos efectos de la distancia se repiten constantemente. La distancia me sirve para construir objetos de investigación más originales, porque tomo contacto con formas distintas de mirar las cosas.

 

¿Se puede hacer este trabajo en un país que no es el propio y en una lengua que no es materna?

 

Claro que se puede. Entre mis textos favoritos están Entre las cuerdas, la investigación de Loïc Wacquant, francés, sobre los gimnasios en los barrios negros de Chicago, y Mema’s House, el trabajo de Annick Prieur, antropóloga finlandesa, sobre los travestis en un barrio pobre mexicano. Yo, sin embargo, elijo territorios que conozco, quizás, esperando tener una comprensión total de aquello de lo que hablaban las entrevistas. Recién ahora, y apoyado por un grupo muy grande de estudiantes norteamericanos, estoy mirando temas de marginalidad social aquí en Austin.

 

¿Y qué efectos pensás que tiene la distancia en tu inscripción en el campo académico y en el debate intelectual argentinos?

 

Me resulta más fácil comprender mi posición en la academia norteamericana que en la Argentina, por las formas en las que está estructurado uno y otro campo. Aquí yo soy de los sociólogos que hacen etnografías, publico en tal y en cual revista y eso me da un posicionamiento determinado en un espacio que es relativamente minoritario entre las ciencias sociales: la etnografía. En la Argentina, no tengo tan claro qué lugar ocuparía porque no sé si el campo sociológico está tan estructurado.

 

¿Pero registrás repercusiones de tus investigaciones?

 

Sí, eso sí y de todo tipo. Hay gente que acuerda con mis perspectivas y hay gente que es muy crítica. En ese sentido, creo que hay un lugar para mis investigaciones.  Pero es un lugar, también, un tanto más incierto. Porque, por un lado, veo que mis investigaciones sobre clientelismo, violencia o sufrimiento ambiental son una referencia. Pero, por otro lado, son una referencia en un campo mucho más fragmentado que el norteamericano, y también con otras intersecciones. Por ejemplo, yo escribí dos artículos en la revista online Anfibia. Esas cosas no se dan acá. Acá la presión centrípeta del campo para que te definas disciplinariamente es muy fuerte: vos sos sociólogo y no escribís en revistas como Anfibia.

 

 ¿Dirías que buscás intervenir en el debate argentino?

 

Yo no escribo algo que no crea que sea una intervención en la política. Aun cuando eso sea una ilusión. En el debate puramente académico no me vibra nada. Necesito creer que lo que escribo es una intervención política. Esa creencia es la que me sostiene para venir a la oficina y ponerme a escribir.

 

¿Tenés comentarios de políticos? ¿Sabés si algunos te leen?

 

Por suerte, sí. Siempre me acuerdo de una reseña que escribió Antonio Cafiero en la que decía que después de leer La política de los pobres había entendido cómo funcionaba el clientelismo en la provincia de Buenos Aires. Me pareció una maravilla de su parte.

 

 ¿Te buscan los políticos?

 

Sí y les escapo.

 

 ¿Y para qué te buscan?

 

Cada tanto, y desde todo el espectro político, me llaman para ver si me puedo reunir con alguien. Debe ser que, para un político, un académico que está afuera es algo prestigioso en una foto.

 

¿Y para pensar política pública?

 

A veces me llaman para eso. Yo digo lo que opino. Pero siento que hablo chino mandarín, que, en realidad, no les importa la política pública y que sólo buscan el chichoneo.

 

 ¿Y la política como objeto de investigación?

 

Alguna vez jugué con la idea de hacer de la pasión política un objeto de estudio. Porque una pregunta que no me parece obvia es por qué alguien se dedica a la política. Porque claramente no es el dinero lo que atrae de la política –a pesar de lo que podrían decir las miradas más superficiales. Ni tampoco es la alfombra roja: hoy en la Argentina no es muy prestigioso hacer política. Entonces, por qué alguien hace política siempre me pareció una pregunta fascinante. También, obvio, por mi propia biografía, por la vida de mi padre. Por qué mi viejo se dedicó y murió por la política. Pero, justamente, por estar tan vinculada a mi propia biografía nunca lo pude hacer. Y creo que cómo operan los determinantes objetivos pero, también, qué seducción generan los factores propios de la actividad política, es algo que permanece enigmático para todos.

6 comentarios en «Entrevista a Javier Auyero. Segunda parte.»

  1. Sería interesante responder a la pregunta de por qué alguien decide meterse en política. Conozco casos de políticos que le dedican toda su vida a la profesión, sacrificando matrimonios, sometiéndose a la guerra de injurias, a que los hijos sean vistos como «hijos de un sospechado de chorro/corrupto», etc.
    No es una pregunta tan obvia como pudiera pensarse. Acuerdo con Auyero en que sería bueno estudiar ese fenómeno. Es una verdadera pasión. No ocurre lo mismo, para mí y visto medio desde la intuición, con los empresarios que quieren gestionar un país como si fuera una empresa. Ellos mismos se sienten un poco como «de afuera», como «más honestos», etc. Un poco como expresa acá Fernández Díaz, que cada tanto tiene arranques de lucidez: http://www.lanacion.com.ar/974124-la-hora-de-los-no-politicos

  2. Honesto y disciplinado para con su profesión y sus palabras, Auyero. Me parece espectacular – y por esto, quiero decir elogiable – la prudencia que muestra hacia los dogmatismos y las comparaciones. En fin, un comportamiento intelectual que no debería sorprender, pero lo hace. Algo así como el comportamiento de un policía honesto, si me permiten la simplificación.

    Con respecto a lo de escribir para, llamémosle ‘medios no tradicionales para la sociología’, se puede hacer; en mayor o menor medida, existen en todas partes. Qué se yo, el Huffington Post, por dar un ejemplo. Existen, dentro de los EEUU, publicaciones con niveles de apertura suficientes como para publicar artículos de trasfondo académico relevante. Eso sí, hay que superar el formalismo al que hace referencia, por supuesto. Lleva tiempo y suele ser engorroso.

    En fin. Una pena que no se convoque a figuras de ésta naturaleza para trabajar en políticas de Estado. Son indicadores de las falencias de nuestra casta política: oportunismo, el famoso propaganda-value como direccionador de la acción, cortoplacismo. Quizás, hasta desconfianza por las características que arriba mencioné. Desconfianza por la lealtad hacia una sólida honestidad intelectual.

    Saludos.

  3. desde hace mucho la escuela de microsociologia de G.Simmel se ocupa de estudiar campos reducidos y puntuales de la sociedad humana.No me parece que ese enfoque,adecuado para elaborar tesis y monografias academicas,sirvan para fundamentar politicas generales.Si estoy segura que EEUU posee un presupuesto que le permite conocer nuestras realidades especificas de toda indole mas que nosotros mismos y sostengo que una buena politica debe consultar a la sociologia para ser efectiva.AUYERO se reconoce actuando dentro del mundo academico norteamericano y elude la cuestion latinoamericana hablando de problrmas mas que de geografias.Apunta a un viejo defecto nuestro que es carecer de estadisticas y es conciente del localismo que implica el enfoque que paractica como de la importancia del intercambio academico que en realidad es una extraccion de cerebros que nos hacen.El ejemplo que menciona es tipico:estudiar la contaminacion en barrios pobres es tomado como el rabano por las hojas,pues entiendo que los pobres en ese caso son mas bien victimas y no causantes.Auyero tambien es conciente de que toda intervencion en el mundo humano significa un hacer politico,y critica a los politicos que se dedican mas al»chichoneo»que a las soluciones fundamentadas cientificamente.Es el punto que aparece destacado en los comens de Rodrigo y Burned,y que nos llevan a un estudio de la psicologia del politico,vocacion que implica preocuparse por los demas pero que tiende a su dominio,es decir al ejercicio de su gobierno,lo que acarrea el riesgo del autoritarismo.

  4. para explicar y comprender la conducta politica de individuos y grupos el conductismo es insuficiente a esta altura.Debe asociarse con la gestald,el psicoanalisis,la dinamica de grupos entre otros aportes-

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