La democracia emplazada

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Concluimos marzo con ribetes inéditos y probablemente algunos hechos históricos. El resumen será rápido: entre el 6 y el 24 de marzo, en la Capital Federal, sabrán disculpar la expresión pretérita, se realizaron seis manifestaciones políticas; primero la movilización docente, luego de la CGT, para cerrar esa tríada con la marcha por los derechos de las mujeres; salieron los grupos de la economía informal/social a la calle; nuevamente los maestros y para concluir el aniversario del golpe de Estado de 1976. Estos colectivos que salieron al espacio público, no pueden ser enmarcados en una única dinámica política, pero sí comparten un mismo tiempo político, sujetos a una coyuntura que como en todos los casos, depara sorpresas y algunos imponderables.

Por su parte el gobierno avanza ejerciendo el poder, aun cuando su accionar no parece reflejar materialmente su discurso de “revoluciones cotidianas”, hay un proyecto; pero en las calles se presentan opciones no enmarcadas en un destino ya articulado. Lo que nos indica que a la antigua creencia respecto de que “es fácil ser opositor”, no lo es en ningún sentido si se quiere que el Estado oriente en cierto sentido determinadas políticas públicas; sencillamente porque los recursos de poder en un presidencialismo, no estando sentado allí, son escasos. De allí que muchos manifiesten algún desconcierto, cierta incomprensión entre esta capacidad movilizadora, y la permanencia de las políticas en contrario a esas demandas movilizadas.

Pero antes de profundizar esa línea un dato relevante: en las seis manifestaciones mencionadas Cambiemos estuvo ausente. Era lógico que así sucediera en las protestas sindicales que reclaman cambios en las políticas salariales; no en las de los derechos de las mujeres y del aniversario del golpe. Si bien militantes radicales transitaron en ambas marchas, la coalición de gobierno Cambiemos, decidió ausentarse. Lo hizo de manera absoluta el 24 de marzo, no realizando ningún acto oficial, acrecentándolo con la partida del presidente a Holanda, para no dejar dudas, y dejando al Secretario de Derechos Humanos, lanzando frases al borde de la provocación por la radio. El macrismo decidió hace mucho no construir poder desde las plazas; opta por timbrazos que hacen más ruido en las redes que en las calles. Prefiere montar escenas de vinculación con los sectores populares, en un colectivo sin rumbo, en una fábrica con obreros actuados o entristecidos, que proponerse representar (representar: hacer presente lo que está ausente) políticamente los intereses de esos sectores. Su intensidad política e ideológica lo convence que la simulación de representaciones, puede ser tan eficaz como el fortalecimiento de las instituciones que canalizan demandas. Parecen estar seguros de que las mediaciones políticas pueden reducirse a canales de comunicación virtual o mediático, que el territorio hoy se ha transformado de tal manera que la política del barro, ya no es necesaria para crecer. Tal vez piensen que el impacto del un hashtag es el mismo que el de una plaza repleta, y que con un eficaz uso de las redes, se compensa la falta de militantes en las calles. Porque parece una sentencia que el macrismo no cree necesario expandir la alianza política que lo llevó al poder. Que no hay que sumar, y que las plazas se irán apagando, porque los recursos del poder que otorga la presidencia y la alianza de empresarial que los sostiene, alcanza.

Las calles hiperpobladas. Ningún gobierno desde el retorno a la democracia, tuvo tantas muestras de rechazo en tan pocos meses. Pero esa ocupación, repito, no es monolítica, y carece de una conducción política definida. Por lo tanto, no asegura un éxito al final de otro túnel. (Menem superó decenas de marchas en su contra en sus diez años de gobierno). El hecho algo inédito de un Secretario de la CGT, contestándoles a los manifestantes que la fecha ya del paro ya se iba a fijar, muestra parte de esos problemas de conducción no resueltos. Situación que contrasta con la de los gremios docentes, que, aun con notables diferencias entre los ellos, la unidad en la acción política, ha sido notable.

Todas estas circunstancias muestran, con todo, una sociedad civil movilizada y con una capacidad de reacción y utilización de los mecanismos participativos que la hace algo o del todo, indomable. Pero también nos indica algunos límites. El movimiento social ya dio (casi) todo lo que podía dar en pos de generar un cambio en la orientación de las actuales políticas del gobierno. En los próximos días habrá nuevas manifestaciones y paros generales convocados por la CTA y por la CGT; será un escalón más, pero acaso no engrose en demasía la capacidad política para condicionar al gobierno, muy particularmente cuando, como ya dije, la conducción esta desdibujada. Habrá también nuevas marchas y un clima general que vuelve a la sociedad “quejosa”, tal como le indicara la señora al Presidente. Pero esas acciones y luchas, poseen un límite de acumulación política. Saul Ubaldini fue el protagonista de la acción social y política durante el alfonsinismo, hasta que el peronismo resolvió su interna política y allí la renovación comenzó a ocupar el mayor espacio político, cuando finalmente fue una opción electoral exitosa. Así podría suceder en las próximas semanas cuando todos comiencen a definir los cierres de lista de cara a las PASO. El peronismo en particular tendrá meses muy difíciles si en sus ambiciones está la de lograr una victoria contundente en la provincia de Buenos Aires en particular y tener un desempeño razonable en la CABA; así al menos lo esperan buena parte de los que poblaron las plazas estos días. El enlace de la protesta con la construcción de poder electoral no es automático, y es un perogrullo siquiera citarlo, pero no puede olvidarse. Si montar escenas de representación donde no las hay parece una mala idea, no contener las protestas callejeras en la estrategia electoral (que incluye el armado de las listas, aunque no solo), tampoco parece serlo.

Para el peronismo superar la derrota de 2015 construyendo poder de cara a 2019 es, en este sentido, lo que dicen con diversas palabras sus militantes mientras recorren las calles y se juran volver. Si todo ello no forma parte de la discusión electoral ya en marcha, el riesgo de la resignación puede asomar de otro modo: manejar las artes de la movilización, pero no la construcción de una alternativa.

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