Ni una menos: pactos de reconocimiento contra pactos de crueldad

El mundo está viviendo una época reactiva: una embestida familista y patriarcal que funciona como la lengua de un capitalismo que, en lo que algunas autoras y autores consideran su “fase apocalíptica” , avanza arrasando con los pactos distributivos previos, las formas de trabajar y de regular el trabajo, los vínculos comunitarios, y las instituciones, sobre todo los partidos políticos. Esta embestida se verifica en el repliegue del discurso institucional de la post-guerra fría centrado en los Derechos Humanos y el reconocimiento de las minorías en clave de derechos. Este discurso, que vino de la mano con  la construcción de nuevas élites y circuitos para las y los representantes de estas minorías en el sistema internacional, se encuentra hoy en franca retirada. En cambio, el ascenso en poco tiempo de una serie de proyectos fuertemente restrictivos en distintos países de América, así como el retorno de los nacionalismos y las opciones antisistema a la política europea, muestran que esta fase de diversidad (contenida por el sistema internacional de Derechos Humanos) y promoción de los pluralismos está encontrando un límite.

 

1. Hegemonía de los herederos dentro de los proyectos reactivos.

La relativa homogeneidad de estos proyectos restrictivos es un rasgo históricamente particular si se tiene en cuenta quiénes son los que los hegemonizan y lideran: en general, se trata de varones blancos, empresarios y multimillonarios que llegan a posiciones de liderazgo a raíz de su condición de herederos, su formación de herederos y los espacios sociales de herederos en los que se socializan y que luego tienden a reproducir.

La palabra “herederos” designa aquí al tipo largamente trabajado por Pierre Bourdieu y que aparece definido de una manera muy sintética en “La sagrada familia”, un trabajo de 1982 de Bourdieu y Monique de Saint-Martin sobre el episcopado francés: “Los herederos son quienes deben a su origen familiar y a su formación correlativa el hecho de detentar un capital económico, cultural y social apropiado para asegurarles una cierta independencia respecto de la institución que integran”. El polo de los herederos se opone, de este modo, al de los oblatos, quienes “destinados y orientados hacia la Iglesia desde su primera infancia, invierten totalmente en una institución a la cual le deben todo; quienes están dispuestos a dar todo a una institución que les ha dado todo, sin la cual y fuera de la cual no serían nada”. Es decir, estos herederos son quienes llegan a sus posiciones con capitales heredados y que por lo tanto cuentan con suficiente autonomía como para modificar e incluso arrasar las instituciones en las adquieren tal o cual posición.

Este período reactivo de la política y de la sociedad retoma elementos del neoliberalismo ya conocido y los conjuga con elementos ciertamente novedosos. Entre los elementos conocidos está la fusión entre elementos neoconservadores en lo moral y liberalizadores y desreguladores en el plano económico. Tal como lo trabajó Wendy Brown, dado que el neoliberalismo implica una racionalidad expresamente amoral en términos de medios y fines, requiere de una lengua neoconservadora y moralizadora, capaz de restablecer un orden que continúe poniendo a las cosas y las personas en su lugar y de ese modo construir los consensos necesarios para que el neoliberalismo funcione. Entre los elementos más novedosos, se observa que esta fusión se da en un combo junto con expresiones renovadas de xenofobia, racismo, nacionalismo, homofobia y misoginia que, en boca de los principales representantes de esta hegemonía reactiva, aparecen como formas extremas de trazar cierres sociales nuevos. Estos cierres sociales redefinen “adentros” y “afueras” de manera novedosa y en muchos casos violenta, valiéndose de dispositivos estatales y paraestatales y de nuevas formas de guerra caracterizadas por la informalidad. La quema de una muñeca gigante con la forma de Judith Butler en Brasil, por ejemplo, dice mucho sobre reacción novedosa que implican estos proyectos restrictivos. ¿Qué hubo de conservador en esta manifestación tan particular? Cuando un grupo político levanta una consigna como #ForaButler ¿Qué es lo que este grupo apunta a conservar? La respuesta a ambas preguntas es, probablemente, “nada”. No son elementos conservadores los que se movilizan en estas manifestaciones, son elementos reactivos.

 

2. La fratría como lógica de producción política

Estas nuevas formas reactivas de desregulación y moralización social hegemonizadas por herederos se rigen por la lógica de la fratría. Rita Segato creó esta categoría para definir los entramados que producen cotidianamente, desde la década de 1990, los femicidios en Ciudad Juárez. En su trabajo, Segato desarrolla la hipótesis de que los femicidios en esta ciudad (frontera “entre la miseria-del-exceso y la miseria-de-la-falta) constituyen crímenes expresivos (por lo tanto, no instrumentales) que configuran una lengua que comunica las normas de pertenencia, inclusión, exclusión, jerarquía, soberanía y control de las fratrías sobre el territorio, sobre sus integrantes y sobre sus víctimas. Los cuerpos de las mujeres encontrados en Ciudad Juárez se constituyen, de esta forma, en desechos de un proceso de comunicación que se consumen en el propio mensaje. Este mensaje que se construye a través del femicidio se dirige a los demás varones “de la comarca”, a los responsables de la víctima (tanto domésticos como estatales) y a las demás fratrías. Por ello el poder soberano se expresa de esta manera (es decir, a través de los cuerpos de las mujeres asesinadas) cuando una fratría se consolida, cuando recibe nuevos miembros, cuando hay intervenciones o inspecciones “externas”, cuando otra fratría desafía su control sobre el territorio, etcétera. En suma, las fratrías se configuran a partir de pactos jerárquicos de crueldad: entre sus propios miembros, entre las fratrías, y entre éstas y las instituciones.

De esta manera, la fratría, a la vez que constituye una unidad, expresa una lógica: una forma de relación y de interlocución en la cual aquellos elementos humanos que tienen menor valor funcionan como desechos. Es en este sentido, que implica un salto desde la definición más literal que Segato construye de “fratría”, que se puede pensar a esta lógica como expresión de estos nuevos liderazgos y proyectos políticos. Por esta razón, la fusión entre política y dinero está alcanzando probablemente uno de sus puntos más altos en la modernidad (occidental). Jugar el juego de la fratría implica pertenecer y expresar dicha pertenencia a partir de una determinada capacidad de dominio. Y los procesos de los últimos tiempos muestran que los agentes hegemónicos en este proceso de reacción, imponen normas de pertenencia cada vez más estrictas, a tal punto que implican la exclusión y eventualmente el arrasamiento de los partidos políticos de masas como formas de construcción y organización de liderazgos y programas.

 

3. Los feminismos como actores antagonistas y protagonistas: cuatro cuestiones

Teniendo en cuenta este panorama, se observa que los feminismos en gran parte del planeta se visibilizan, se ponen y se proponen como movimientos antagónicos a esta reacción: se organizan como movimientos de masas con sus respectivas estrategias de visibilización, de reclutamiento, de movilización, de organización, y de coordinación; cuentan con sus repertorios de acción colectiva, sus símbolos, sus memorias y sus lenguas, siempre renovadas y puestas en cuestión por todo el mundo, empezando por el feminismo.

Es imposible responder a las preguntas acerca de por qué los feminismos se plantan como antagonistas protagónicos ante este poder reactivo, por qué ahora, por qué de este modo, por qué estos feminismos y no otros. Sin embargo, hay cuatro cuestiones presentes en la emergencia de los feminismos en este último tiempo que considero que son importantes para comprender este derrotero reciente.

a. Los discursos feministas tienen imaginación sociológica.

Wright Mills definió a la imaginación sociológica como una cualidad mental que nos ayuda a leer la información disponible y desarrollar un razonamiento que nos permita conseguir recapitulaciones lúcidas de lo que ocurre en el mundo y de lo que quizás está ocurriendo dentro de nosotras mismas. Esta cualidad permite captar la historia,  la biografía y la relación entre ambas dentro de la sociedad. Al hacerlo, colabora definitivamente a la posibilidad de asociar las inquietudes individuales con los problemas públicos y de ese modo, habilita la acción colectiva.

Desde su planteo fundante acerca de que lo personal es político, el feminismo viene a decirle a todo el mundo, en especial a las mujeres, que las experiencias de sufrimiento vivenciadas como íntimas, individuales, privadas, personales, se inscriben en un orden más amplio (el patriarcado) que les pone esas etiquetas (“sufrimiento personal”) para seguir reproduciéndose. De esta manera, los discursos feministas generan ese primer incentivo a asociarse, juntarse, unirse para organizar esas demandas individuales en clave de de problemas públicos. En suma, los discursos feministas plantean que existe un bien público (mayores niveles de igualdad, de justicia, de libertad) por el que vale la pena organizarse colectivamente.

La superación de este período reactivo probablemente tenga mucho que ver con la capacidad de hablar la lengua del feminismo.

 

b. La sororidad como forma feminista de construcción implica fundar pactos de reconocimiento que se oponen a los pactos jerárquicos de la fratría

Como lo marcó Celia Amorós, el pacto entre varones como interlocutores y sujetos políticos implicó, desde sus inicios, la exclusión violenta de las mujeres. Más aún: se puede considerar que esta exclusión no solo es necesaria sino que además es constitutiva de los pactos de masculinidad. Por este motivo, la sororidad es, antes que nada, un pacto de reconocimiento mutuo para generar sujetos políticos allí donde el patriarcado los niega. Para generar ámbitos de poder allí donde el patriarcado los escatima (o, directamente, no los ve).

Tal como lo aclara Marcela Lagarde, sororidad no es quererse ni caerse bien. Sororidad no es ser amigas. Sororidad no es compartir una fe ni una cosmovisión. La sororidad es un pacto político antes que ético (aunque como toda disputa por la hegemonía, contiene un componente moral) que se opone a los pactos de crueldad, exclusión y jerarquización de las fratrías.

Este pacto tiene que ver con acordar cosas con cada vez más mujeres, abriendo el juego y generando vínculos, acción colectiva y organización. Similar a la figura de la “clase para sí”, la construcción de pactos sóricos implica reconocerse en el reconocimiento: porque te escucho y sé que sos alguien que está diciendo algo, yo también soy alguien que habla. Porque sos mi interlocutora, yo soy tu interlocutora.

Son “pillos” los pactos sóricos: generan referencias, poderes, lenguas, y acciones donde el patriarcado dice que no hay nada. Y son, por lo tanto, multiplicadores de panes y peces: cuando el patriarcado dice “aquí solo hay lugar para una”, “no entran más”, la construcción sórica se ocupa de generar un nuevo espacio de poder, y otro, y otro.

c. Las disputas del feminismo atraviesan la división del trabajo reproductivo y el trabajo productivo y por ello cuestionan al capitalismo en todos los planos.

La emergencia del feminismo como proyecto antagónico a estos proyectos reactivos revivió una preocupación que hace tiempo no aparecía con tanta fuerza: la preocupación por la lucha de clases. Se puede decir, incluso, que la emergencia feminista de los últimos tiempos reactivó inclusive la expresión “lucha de clases”. Para decirlo más concretamente, cada vez que una mujer afirma en un ámbito militante o politizado que el feminismo está en un contexto de avance y cambio cambio cultural, siempre hay alguien, en general varón, que pregunta con cierto pánico “¿Y la lucha de clases?”, “¿Qué va a pasar con la lucha de clases?”, “¿Qué hicieron con la lucha de clases?”

Las demandas del feminismo constituyen una parte central de la lucha de clases. Esto se debe a que el trabajo reproductivo (las tareas que cubren lo que la teoría marxista clásica denomina “salario”) recae mayoritariamente sobre las mujeres de todo el planeta.  Las formas hiper-desreguladas de empleo y explotación que se extienden tanto en los centros como en las periferias se pueden alcanzar gracias a que, en el ámbito doméstico, las mujeres producen bienes no mercantilizados por los cuales no perciben remuneración alguna. Esta idea, tan resistida por algunas personas, está presente en el Manifiesto Comunista, uno de los textos más leídos (si no el más leído) de Marx y Engels:

“El burgués, que no ve en su mujer más que un simple instrumento de producción, al oírnos proclamar la necesidad de que los instrumentos de producción sean explotados colectivamente, no puede por menos de pensar que el régimen colectivo se hará extensivo igualmente a la mujer. No advierte que de lo que se trata es precisamente de acabar con la situación de la mujer como mero instrumento de producción”.

d. Los discursos feministas están logrando articular demandas democráticas de forma novedosa

“Ni una menos. Vivas nos queremos”. “Ni una menos. Vivas y libres nos queremos”. “Ni una menos. Vivas, libres y desendeudadas nos queremos”. Las consignas feministas son máquinas de articular demandas democráticas. Por su capacidad de politizar todo pero también por la “forma” en la que se constituyen los sujetos políticos en Argentina, por el estilo democrático (en el sentido de no jerárquico) en que se dan las relaciones sociales y por los múltiples relatos de movilidad social con los que se narra la argentinidad. Quienes plantean que el movimiento feminista es divisivo del campo popular; que la pelea por la legalización del aborto y la soberanía de las mujeres sobre sus cuerpos es “una cosa que sirve para distraer”; quienes ven en la emergencia del feminismo una moda, desconocen (por atolondramiento o por machismo típico) estas características centrales del hacer político de los sectores populares en Argentina, que por lo tanto están tan presentes en la política feminista también.

En Queer Argie, Carlos Figari destaca esta cuestión y marca cómo en este país, una demanda que en el resto del mundo se organizó como demanda “de minorías” se constituyó en un significante más amplio, atravesado por la igualdad. De este modo, no se votó una ley de “matrimonio para personas del mismo sexo”, ni de “matrimonio gay”; se votó una “ley de matrimonio igualitario”.  Este peso específico que la igualdad tiene en los discursos políticos en Argentina puede contribuir a que las articulaciones democráticas del feminismo superen la lógica de los movimientos de minorías otorgándole un rol protagónico en este período.

En suma, por la imaginación sociológica de su discurso; por la lógica sórica de su construcción; por sus cuestionamientos a los modos dominantes de producción; y por su capacidad de articulación de las demandas democráticas, el feminismo se propone como un actor protagónico en la superación de esta etapa reactiva.

 

4. Desafíos

Por supuesto que, tal como lo marcó Nancy Fraser, los discursos feministas (al igual que todos los discursos, debido a sus polivalencias tácticas) pueden ser absorbidos, masticado y devueltos por el capitalismo neoliberal. En los 90s, el neoliberalismo resignificó el antiestatismo del discurso feminista del período anterior, convirtiéndolo en un apoyo a la destrucción del Estado en general, sobre todo en lo referido a sus instituciones keynesianas.

En los centros, los discursos feministas colaboraron, en muchos casos, con el desmantelamiento de dispositivos importantes de los Estados de Bienestar. En las poscolonias, la crítica al Estado implicó un entusiasmo por diversas organizaciones que se dedicaron a cubrir, de manera subsidiaria, el vacío dejado por los Estados en retirada. El rol de la Iglesia católica en la educación en el marco de las políticas descentralizadoras de los 90s está relacionado con este proceso. La emergencia, incluso, de instituciones no gubernamentales católicas que organizan a las mujeres a partir de microcréditos, es otra muestra clara de este dilema.

Es justamente por este motivo que se vuelve necesario para el feminismo construir activamente y todo el tiempo símbolos, dispositivos y relaciones que se hagan cargo de este antecedente. Afortunadamente, el movimiento feminista en Argentina parece tener un largo camino recorrido en esta dirección. Volvió a pasar en la última movilización del Ni Una Menos. Vuelve a pasar cada vez que las mujeres ocupan ese lugar público del que siempre las quisieron expulsar: con masividad pero con una dirección clara, en un para siempre pero que se construye en cada momento, y en un entre todas pero que requiere y convoca a cada una, el feminismo reclama para sí la lengua de la época. El lunes circulaba en el boca en boca y aparecía en las redes una consigna nueva, como un virus que atacó a todas al mismo tiempo: “El patriarcado no se va a caer, lo vamos a tirar”.

Crédito de la foto: Prensa Obrera.

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