¿De que miedo hablan?

Parecería que no sigo la agenda pública. Pero en realidad sí. Porque la agenda pública está determinada por quienes tienen la posibilidad de hacerla pública. Para hacerla pública, necesitan medios radiales, televisivos, gráficos. Y estos medios necesitan trabajadores, periodistas, fotógrafos, diseñadores.  Pero, en especial, periodistas. Y es el rol del periodismo, histórica vaca sagrada, el que está en debate subrepticio estos días. Los temas del día tienen que ver con el debate actual sobre le periodismo, sobre quién determina, en definitiva, de que se habla. Sigo entonces.

Primero, gracias al maestro Aliverti, por aprovechar las breves fisuras que nos dejan los grandes medios y recordar este tema al recibir su merecido premio.

El tema ronda en mi cabeza hace días. Será por deformación profesional. Como periodista, me siento interpelado. Pero, a diferencia de algunos -mas famosos y adinerados- más que miedo siento entusiasmado.

En nuestro país, durante años se violó la libertad de prensa.  En el siglo XX, tuvimos 35 años de gobiernos militares. Otros tantos civiles, en los que también hubo restricciones a la prensa.

El punto máximo fue, como en muchas temáticas, la sangrienta noche dictatorial iniciada el 24 de marzo de 1976. En los meses previos, ya se habían intervenido varios diarios. El día del golpe, se instauró la censura previa.

En su comunicado N° 19, los militares dictaban la pena de hasta 10 años de cárcel para el que difundiera noticias con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las fuerzas armadas, de seguridad o policiales.

El 22 de abril, los militares enviaron a los medios una lista de 16 indicaciones sin membrete ni firma. El título del comunicado era: “Principios y procedimientos a que deberán ceñirse los medios de comunicación masiva”.

El comunicado sostenía: “A partir de la fecha, 22/4/1976, queda prohibido informar, comentar o hacer referencia a temas relativos a hechos subversivos, aparición de cadáveres y muertes de elementos subversivos y/o de integrantes de las fuerzas armadas o de seguridad por estos hechos a menos que sea informado por fuente oficial responsable. Incluye secuestrados y desaparecidos”.

Además, se intervinieron las organizaciones gremiales de periodistas y se expulsó a corresponsales extranjeros.

Pero los militares no estaban solos.  Al igual que en la matriz golpista, en el caso de la prensa también contaron con aliados civiles: los dueños y directores de la gran mayoría de los diarios del país.  Clarín sostuvo: “Se abre ahora una nueva etapa con renacidas esperanzas”. La Nación transcribió directamente los comunicados militares.

Hubo, sí, honrosas excepciones. El caso de Robert Cox, director del Buenos Aires Herald, fue uno. Su implacable lucha por la aparición de cientos de secuestrados le costó su propio secuestro y tuvo que abandonar el país.

El saldo para los periodistas fue brutal. Más de 100 desaparecidos, decenas de exiliados, miles de silenciados. Rodolfo Walsh y su equipo de la Agencia Clandestina de Noticias (ANCLA) intentaron, con toda la precariedad de la clandestinidad, romper el cerco informativo militar. Walsh fue secuestrado y aún está desparecido.  Si había, entonces, miedo. Y miedo justificado por un terrorismo de Estado meticuloso y calculado.

Hoy algunos periodistas dicen tener miedo. Surgen, enseguida, varias preguntas. ¿Miedo a que o de quien? No hay hoy en la Argentina periodistas presos o que hayan tenido que abandonar el país por sus opiniones. Tampoco terrorismo de Estado. Es más, en el 2009 se terminó con uno de los vestigios de la persecución a la prensa en democracia, como era la penalidad de calumnias e injurias. ¿Miedo, entonces, a perder el trabajo? De eso, sí que no se puede culpar a nadie más que a sus empresas. Son las empresas periodísticas como Clarín las que precarizan a sus trabajadores e impiden su organización sindical (vale recordar las purgas sistemáticas en Clarín, la última de las cuales dejó a 100 periodistas en la calle)

¿No será, entonces, que estos periodistas -pocos – hablan en realidad del miedo que tienen sus empresas y no ellos? Creo que así nos acercamos un poco al fondo del discurso sobre el miedo.

Este planteo permite, entonces, ver que, en efecto, hay miedo. Pero un miedo muy distinto al que sentían Walsh, Paco Urondo, Luis Guagnini, Rafael Perrotta, Eduardo Suárez, Hector Demarchi, y tantos otros periodistas desaparecidos.

El miedo que expresan estos voceros -si, ya no periodistas, voceros- es el miedo de sus empresas a perder el monopolio de la palabra, de la agenda pública, de la espada correctora de conciencias. Miedo a que se los visibilice, y dejen de ejercer ese poder invisible pero efectivo, a través de lo que Feinmann llama la «colonización de las conciencias». Un poder que no es el de la espada pero que resulta mucho más efectivo.

Miedo tienen de perder ese poder sobre las futuras generaciones, si es que no lo están perdiendo ya con estas. Y, si acaso, los voceros-periodistas de esas empresas tendrán miedo a un desbarranco de su ego por dejar de ser los ejecutores de la monopolización del discurso. Por el posible -y esperanzador- destierro de su falsa e hipócrita objetividad, la suya y la de sus empresas.

¿Miedo a que? A perder el monopolio de la palabra, a que los argumentos de muchos, a veces como susurros, a veces como gritos desesperados, comiencen a escucharse más que los discursos de unos pocos.

4 comentarios en «¿De que miedo hablan?»

  1. Compararse con la dictadura más sangrienta de America Latina en un siglo, y decir que cmparado con aquella no hay de que asustarse es poner la vara muy baja, me parece.

  2. Muy certero el post. Es valorable lo de Aliverti porque, en efecto, la palabra «miedo» está mal usada. Lo que algunos periodistas no entienden (excluyo aquí a los meramente cínicos) es que no se trata solamente de «desde el oficialismo» se los critique y se los «ponga en evidencia» en cuanto a operaciones, etc. Es que algo cambió: los mismos lectores comienzan a hacer una lectura crítica, o bien, una lectura crítica está empezando a tomar lugar y a contraponerse a sus argumetos, bastante pobres en el caso de quienes estaban acostumbrados a que el lugar de su emisión actuara como garantía de verdad.

    Mariano T: creo que no leístre bien el post. En rigor, no dice lo que vos decís que dice.

    Saludos

  3. Es el juego de los contrastes al que se apela para la interpelación del título.
    Se elige contrastar con el peor de los miedos, con el más negro, con el terrorismo de estado. Por oposición a tanta negrura, cualquier tono de gris pasa a ser nada: blanco.
    Es el modo de anular a la crítica. Ya no importa debatir sobre la crítica. Se debate sobre el miedo, y qué mejor modo de anular la crítica sino convirtiendo en abstracto el miedo.

    Como si no fuera suficiente, se lo contrasta con los ejemplos de Rodolfo Walsh y otros compañeros desaparecidos.
    Y en esta simplificación caen Aliverti, Pablo D. y muchos otros, hasta llegar a Arango que nos dice: «Este planteo permite entonces, ver, que en efecto hay miedo. Pero un miedo muy distinto al que sentían Walsh, Paco Urondo, Luis Guagnini, Rafael Perrotta, Eduardo Suárez, Hector Demarchi, y tantos otros periodistas desaparecidos.» Esto sí, de teoría pasa a ser confusión.

    Esa simplificación desmerece sus vidas y sus luchas.

    En cambio, en el post de Pablo D. «Miedo a qué», Lectora en su comentario pone el acento en el hombre (M.Benedetti):
    «Dos cositas para señalar, no por (vieja) maestra ciruela sino para terminar con ciertas leyendas que algunos gustan repetir.
    Rodolfo Walsh no fue secuestrado por escribir la famosa carta a las juntas. Estaba clandestino en su casita de San Vicente, era un oficial montonero que tenía grandes diferencias con la conducción y las había manifestado internamente. Para decirlo rápidamente, decía que había que replegarse, descentralizar armas y dinero, y lanzar una campaña nacional e internacional que denunciara la masacre. Y abandonar el funcionamiento vertical que los hacía tan vulnerables frente a los milicos. La carta a las juntas formaba parte de esa estrategia (la agencia Ancla, etc.) Lo secuestraron, después de depositar la carta en varios buzones, cuando llegaba a una cita envenenada -como se decía en aquel momento.
    Magdalena empezó a hablar de la masacre a fines de los 70, antes que casi todos los periodistas con la honrosa excepción del Buenos Aires Herald, Nueva presencia y no sé si alguien más. En la radio era la única, por lo que me acuerdo. No sé si habló porque era amiga de Elena Holmberg y tampoco me parece relevante: Hebe de Bonafini, como la mayoría, salió a denunciar la masacre recién cuando la tocó. Y eso no la desmerece.»
    Agradezco a Lectora porque de esa pequeña síntesis sobre Walsh, podemos (y debemos) sacar grandes enseñanzas. Walsh no habló del miedo propio, sino de su fidelidad al compromiso de dar testimonio en momentos difíciles.
    Igualmente, Lectora, en los párrafos siguientes pone el acento (donde corresponde) en los actos de dos personalidades como Magdalena y Hebe que se pretenden mostrar como antagónicas. Al respecto, vale repasar la lectura de «vergüenza ajena» de E. Tenembaum.

    “Aquietar el presente, como si la atmósfera de intensidad política fuese exactamente a la de aquellos años (Los 70), es por el camino inverso, pero en ultima instancia, un modo análogo, un modo equivalente, de liquidar la distancia histórica, que es en definitiva lo que hay que considerar”, opina Martín Kohan.

    Mendieta en su «bloggerismo zen» dice de la necesidad de ser inteligentes y que, además, «El gobierno nacional tiene una responsabilidad aún mayor: condenar muy fuertemente todo tipo de manifestación agresiva que se haga en su defensa.»
    Sobre el escrache en la Feria del Libro: «Lo que importa es repudiar esas prácticas de modo tan tajante que ningún despistado ignore que, si hay alguien que se perjudica con eso, es, precisamente, el gobierno nacional.»
    Sobre los afiches contra «los periodistas independientes de clarín»: Los haya hecho quien los haya hecho flaco favor le hacen a la causa nacional y popular».
    Todo esto dicho con todas la letras.

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