Algunas reflexiones sobre el gobierno como «gestión»

El escrito tiene algunos años – se notara sobre todo en la poca alusión al Delfin mediatico Sergio Massa – pero creo que sirve para aportar al debate sobre estos nuevos modos de entender el trabajo en y sobre la cosa publica, tan en boga en estos dias. Desde ya, agradezco el espacio.

Aunque lleva largos años en las primeras filas de la política, la figura de Mauricio Macri siempre parece resultar nueva. Las interpretaciones con respecto a este hecho suelen estar marcadas por el espíritu electoralista argentino, aun cuando no estemos en épocas de votación. Pero también hay rasgos que caracterizan su rol dentro del entramado de poder, compartidos con figuras como Scioli, Urtubey y Massa que, en su singularidad, buscan presentarse como un camino viable hacia el poskirchnerismo.

El actual Jefe de Gobierno tiene un enorme manejo de la presencia pública a través de los medios masivos de comunicación: en tiempos donde se cuestiona constantemente la veracidad de los relatos periodísticos, Macri no escatima tiempo y recursos para realizar apariciones. Y maneja con precisión sus momentos a través de declaraciones pensadas de manera minuciosa. El objetivo es producir un titular, aun cuando ello signifique contradecirse o ceñirse a la limitada espacialidad verbal del mismo.

Los discursos del macrismo son asimilables a sentencias del sentido común. De allí su constante apelación, impensable para dirigentes más tradicionales, a ese espacio tan codiciado que es la no–política. Presentarse como “lo nuevo” en clave PRO es situarse en ese no lugar inmaculado que hace las veces de “la voz de la gente”. De lo que se trata, en definitiva, es de usar la inefable herramienta mediática para construir un relato gambeteador de los conflictos, apelando a la victimización o simplemente al silencio, y agazaparse en espera del momento exacto para volver a producir esa palabra titularizada, que también asegura la notoriedad pública del discurso.

Ante el exceso de vocablos y al evitar las explicaciones engorrosas, la “generación macrista” apuesta a producir hechos periodísticos en clave de gestión; léxico nodal que para muchos rivales públicos parece más bien un neologismo posmoderno. La política, dentro de este imaginario, no es ya el terreno de luchas eternas entre el trabajo, el capital y el poder, sino un espacio de figuración, un modo de presentar hechos de servicio. El debate y sus implicancias ya no reviste importancia, pues su preocupación se fervoriza en querer ser “la voz del pueblo” y no en solucionar problemas focales que exceden los lugares comunes a los que apela. Por ello esa confianza noventista con el estudio de televisión, los actos políticos adornados y las excesivas frases simples, basadas en el impacto y posicionamiento del slogan.

Estos nuevos dirigentes no cuentan con un espacio de formación política fuerte, orientada a la producción de cuadros intelectuales que puedan fortalecer al movimiento. Se apuesta en cambio por militantes “del raso”, con gran capacidad de gestión y una imagen irresistible para cualquier ojo mediático, que busca de forma desesperada el perfil que más se identifique con los espectadores y su deseo.  Para el macrismo, la política siempre es, antes que nada, el arte de producir. Es esencial evitar declaraciones de principios altisonantes, pues la lógica del entretenimiento es en extremo volátil, por lo tanto, siempre se han de tener nuevos principios a presentar en caso de que los viejos ya no produzcan impacto. Lo cual explica por qué, para sorpresa de muchos, Macri tiene épocas de presentación como “Peronista”. Guste o no, en nuestro país el peronismo, por más que sea una apelación vaga y difusa, asegura la gobernabilidad. Y estos dirigentes lo saben, pues crecieron políticamente en ámbitos afines a aquel movimiento, obteniendo de si una de sus enseñanzas más nefastas: no importa el tipo de alianza que se teja si lo más importante es preservarlo.

Se trata de estar siempre acorde al “espíritu de época”, representado aquí por la voz de las encuestas. El cliente – ciudadano tiene la razón y lo que se busca, para el macrismo y sus subsidiarios, es satisfacer la demanda simbólica del consumidor – votante. En esta suerte de tiranía del marketing político, la postura ideológica que se adopte queda relegada a un lugar menor, pues siempre podrá cambiarse por otra en tanto y en cuanto la “opinión pública” así lo reclame.

El PRO ya se ofrece como oposición a la hegemonía kirchnerista. Su capacidad para ofrecer los hechos de gestión (a pesar de ser pocos a nivel del bien común) es la herramienta para obtener una mayor notoriedad. Podría pensarse una clara alianza entre el poder mediático y esta nueva dirigencia, pero lo cierto es que la concordancia entre ambos no se agota sólo en presuntos pactos y padrinazgos inconfesos, sino en los códigos que pueden manejar. A modo de reciprocidad semiótica, unos proveen palabras certeras de fácil divulgación, los otros satisfacen sus ansias de difundir simplificaciones de la realidad. El círculo se cierra más por analogía que por complicidad, aun cuando esta no se ausente del todo.

No existe en la actualidad ningún programa periodístico abocado a investigar al macrismo en profundidad, y este lo agradece. En el medio queda un vacío de sentido que quizás ya no sea necesario llenar, al menos por el tiempo que dure la irregular animosidad del electorado argentino, capaz de colocar en el mismo sobre a representantes de la más variada procedencia política.

 

Texto original en: http://revistacomunica.com.ar/2012/07/la-era-de-macri.html

Otros textos de mi autoria en: http://revistanarco.wordpress.com/author/alejandropalacios2006/

 

Saludos

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