Callejón cacerolero

Tenía pensado tomarme por lo menos un mes sin postear. Alf, el simpático extraterrestre venido de Melmac, contó en un episodio de la serie que lo popularizara en los años noventa que su abuela alguna vez le dijo “si no tienes nada interesante para decir, mejor no digas nada”. Y es que, en efecto, hace un tiempo, hasta antes del cacerolazo del jueves 13 de septiembre último, yo venía creyendo que no había nada destacable para decir. Hasta que pasó algo, finalmente. ¿Fatalmente?

Ahora bien, que haya habido esa forma de manifestación por parte de un sector que no suele participar públicamente, menos de esa manera, y que hasta vivió lo acontecido como algo que hubiese preferido no tener que hacer, como una carga, efectivamente parecería confirmar que no venía sucediendo nada en términos políticos. Entendido lo último en términos de disputa, que, a fin de cuentas, es lo que se expresó, recrudecidamente, en el cacerolazo.
Ya se dijo bastante, se recorrieron diversos tópicos, y esta vez creo que es más importante que ninguna de las anteriores subrayar que hay mucho de entre lo discutido que interesa más bien poco. A saber: la cantidad de asistentes, la validez o el sustrato ideológico de las consignas que los movilizó, la pertenencia social de los descontentos. El derecho a manifestarse está, se hizo uso de tal y santas pascuas. No hay más para abundar a dicho respecto, ni derecho a patalear.
Digresión. Eso sí: verificado que fuera el normal desarrollo de la protesta opositora, ello pone en crisis y gravemente la cuasi totalidad del plexo más –por así decirle– institucionalista del listado reivindicativo. Desde ya que no correspondería, en supuestos normales, anotar eso como mérito oficial, pero sí es pertinente hacer la aclaración cuando recurrentemente se viene poniendo en duda la veracidad de lo finalmente confirmado. No más sobre ello. Volvemos.
Artemio López se ocupó de destacar que, a su entender, esta protesta no modifica la arquitectura electoral dibujada en 2011. Lo viene reiterando seguido, frente a diversos y numerosos pero imprecisos estudios que, casi desde febrero último, insistentemente anuncian supuestas caídas en la imagen e intención de voto de la presidenta Cristina Fernández. El director de Equis ha ido contestando a cada una de ellas, destacando que las proporciones construidas en las últimas presidenciales responden a causas cuya solidez no erosionan diversos temas de impacto mediático en las zonas urbanas en los segmentos más informados, especialmente en el AMBA.
Esto último tampoco interesaría tanto, prima facie. Más allá de que es un dato a tener en cuenta en una era de la democracia en la que las identidades de pertenencia son mucho más volátiles, tampoco conviene sobreestimarlo: de última, siempre la imagen de Cristina, desde el salto que pegó a partir de 2010, fue mayor tanto a su intención de voto como a los resultados puros y duros.
Siempre hay que tener el termómetro a mano, pero la institucionalidad se define en los plazos acordados, no constantemente; entremedio, hay que definir respuestas, no respondedores. En ese sentido, quizás sea más interesante lo señalado por Julio Burdman, quien en el mismo sentido que Artemio López señaló que, más allá de las proporcionalidades, lo cierto es que se solidificaron y radicalizaron las parcialidades, a uno u otro lado.
Lo cierto es que el interrogante de cara al futuro planteado por el dato de una ciudadanía dispuesta a permanecer movilizada en las calles –ya hay nueva marcha convocada para el próximo 28 de septiembre– en rechazo al gobierno nacional pero sin un programa alternativo claro, es cómo se administrará la nueva coyuntura. Carlos Pagni y Beatriz Sarlo, que no se chupan el dedo y tienen cuestiones algo más interesantes –por profundas y complejas– para decir, más allá del “poder absoluto total” y pavadas por el estilo –como hace casi todo el resto de la tropa “analista” opositora, que más parecen comentaristas de cómics o superhéroes que de política–, ya advirtieron que el llamado de atención es también para la oposición –de la que se reconocen parte, en un saludable acto de sinceridad–. O para que haya alguna, mejor dicho.
Alejandro Horowicz dice algo bien interesante en su último libro, Historia de las dictaduras argentinas: en 2003,la UCR obtuvo en las elecciones generales menor cantidad de votos que en las internas que consagraron a Leopoldo Moreau por sobre Rodolfo Terragno; pero que, al mismo tiempo, López Murphy y Carrió debieron competir por afuera del partido porque les habría sido disputar al interior del mismo. Ello, dice, ejemplifica la autonomía respecto de la ciudadanía que afecta a los partidos políticos desde 1983 a la fecha.
Las representatividades están licuadas. Excepción hecha del kirchnerismo, más vale: guste o no el gobierno nacional, lo cierto es que representa, lleva una agenda que cuenta con adherentes en aptitud de sustentarla. Dicho sencillamente: existe el kirchnerismo, pero no el binnerismo, ni el macrismo o el radicalismo. Acá hemos dicho varias veces ya que la plana mayor de la conducción nacional de la UCR está plagada de tipos que no tienen votos ni gobiernan, aún cuando sí cuenta con dirigentes que conducen distritos, y varios.
Desde 2011, y aún antes, el panorama lo definió mejor que nadie Jorge Asís: Cristina, por un lado; y el resto es paisaje. El quiebre de 2001, la ruptura del pacto de representatividad, está ahí, fresca. Entonces, no hay, más allá de la ventanilla de Balcarce 50, adónde dirigir reclamos. Las rupturas sistémicas, y el caceroleo puede que escenifique eso al menos en parte, tienen que ver con la incapacidad del menu de opciones para enmarcar reclamaciones. Y lo cierto es que ello puede significar un problema importante, en tanto lo coloca, en muchos casos, en dilemas bastante complejos, en tanto lo puede colocar en contradicción con su propia base electoral.
Por decir algo: la Asignación Universal por Hijo genera malestar. Y mucho. Yo conozco el antikirchnerismo, y de muy cerca. En mi propia casa. A mucho más de la mitad de mis relaciones familiares y sociales el actual gobierno los envenena, literalmente. Más allá que eso ridiculiza la tesis de que los amigos se están dejando de invitar a los cumpleaños, no estoy hablando al divino botón.
Y está instalado y muy fuerte el convencimiento de que la seguridad social es un cáncer del país. Y de que hay “un 46% que trabaja para sostener al 54% que vota a Cristina”. Tienen derecho a hacerlo, que crean lo que quieran, no creo que ello constituya fascismo ni cosa por el estilo… a mí no me quitan el sueño esas discusiones: sí, en cambio, que se instale con fuerza la idea de que el gobierno nacional debe dar respuestas en ese sentido. Porque entonces no imagino cómo se hará para salir.
En ese entendimiento, son preocupantes tanto las primeras respuestas del oficialismo, en boca del desorientado del bien denominado por Sarlo secretario de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina; pero también las de cierta oposición que sale a pedir uniones democráticas, borrando, uno y otros, los matices, que es lo necesario resaltar en esta etapa, que requiere de musculatura política para canalizar el movimiento –que siempre es festejable– en términos normales, lo que por cierto es novedoso y no estaba en agenda; por tanto, tampoco están las herramientas para procesarlo.
El Gobierno está desmovilizado –lógico, en parte; luego del 54% vino el relajamiento– y se armó para otra cosa, la sintonía fina, y los que más suelas han gastado en afrontar descontentos sociales fueron relegados desde diciembre pasado. Nada tan grave que no pueda solucionarse si se hace política.
No es por caminos que puedan ir en abierta contradicción con la posibilidad y el deber de convocar mayorías –a lo que debería aspirar cualquiera que se dedique a esto, más un proyecto transformador como el actual– que se logra.

Acerca de Pablo D

Abogado laboralista. Apasionado por la historia y la economía, en especial, desde luego, la de la República Argentina.

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11 comentarios en «Callejón cacerolero»

      1. Preguntaba porque los diarios y medios del monopolio andan diciendo lo contrario, es decir, dicen que se hace en respuesta a los cacerolos, incluso dicen que una contramarcha seria mala, blah, blah, blah.

        Yo solo queria saber si se hacia y cuándo porque queria participar. Yo no pertenezco a ninguna organización así me entero del boca en boca. Me autoconvoco a la marcha.

      2. Lástima, no puedo ir, sigo los consejos de Eduardo Real, para combatir la inflación tengo que hacerme mi propio pan con mandioca y conseguir una cabra para ordeñarla en el balcón, así tengo leche y el quesillo a bajo costo. Me lleva mucho tiempo ayudar al gobierno en la economía.

      3. No. Te vamos a poner un microchip en la billetera, y cuando estés a punto de ser asaltado, Moreno manda un bip y te la bloquea. Porque algunos necesitan tutor para comprar.

  1. Creo que no es aconsejable realizar un acto masivo.No es nuestra representatividad la que está en duda.

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