Historieta XII: Bíceps

Seis meses más tarde, Martín salía a la vereda de esa calle de Barracas solo. Un bolsito mediano colgado en ristre sobre la espalda, el brazo derecho sosteniéndolo, tensionado, contra el hombro. La lluvia y el frío vaciaban las calles, acelerando la marcha al hogar. Muchas ventanas cambiaban sus vivos colores alternativamente, del rojizo al azulado y de ahí al blanco, con la dinámica interminable de la tanda publicitaria. Podía adivinarse el calor subiendo desde los tiros balanceados, buscando ordenadamente al tiraje del piso superior. Se levantó el cierre del cuello hasta que su mano topó con su nariz y resopló profundamente, buscando que el calor inundara el cuello.

Empezó a caminar hacia Patricios, vigilando el paso de los autos allá lejos en la avenida al tiempo que, con rápidos golpes de vista iba, identificaba los charcos sobre el asfalto que no quería pisar. Camino algunos metros y se descubrió pensando en Ordóñez. Se aconsejó con cierta benevolencia y piedad a sí mismo: ya está, nene, el día terminó. Mañana empieza de nuevo. Descansá la cabeza. Unos metros más adelante estaba pensando nuevamente en Ordóñez. – Qué jetón! Detrás de esos trajes. De esas formas y gestos aprendidos en colegio inglés o de la nanny, quién sabe.- Cambió el bolso de mano y fue a buscar monedas al bolsillo derecho. – Y cuánta creación, cuánta construcción requiere su personaje. Me pregunto si su día a día será calmo, si el final de día será satisfactorio… A qué le tendrá más miedo? Al olvido? A la muerte? A perder todo y volver al llano? Conocerá la vida en el llano? Cuál será su historia de esfuerzo? La que le cuenta incansablemente a la secretaria, la que le amplía con nuevas anécdotas al chofer?

En la esquina apuró el paso: creyó ver que el 33 se acercaba y prefería ese, quería recorrer Pedro de Mendoza y ver el Riachuelo bajo la lluvia. No tenía tanto apuro. Arriba del colectivo pudo desprenderse de Ordóñez y se calzó los audífonos para escuchar un poco de radio.

Al final del resoplido que acompañaba la apertura de la puerta central, saltó hasta la vereda y se alejó un par de pasos, evitando que la irrupción de las ruedas traseras sobre el charco de la banquina, al arrancar, lo salpicara. Después cruzó con paso rápido la avenida y dio un salto al llegar al último cordón. A partir de ahí aminoró el ritmo, la subida de Alsina requería calma. Manoteó las llaves que colgaban de la cintura, abrió y subió.

La gringa estaba ahí, paradita, como si lo esperara en la misma posición desde horas. Había escuchado sus pasos en la escalera. Y había preparado pastel de papas, que el presentía ya al cerrar la puerta a la calle. Lo recibió con un beso dulce. – Cómo estás? le preguntó mientras le ayudaba a colgar el bolso en el perchero – Un poco cansado, dijo Martín. – Hoy Russo me tuvo colgado de una barra haciendo brazos como una hora…me duele todo. Ella lo miró con detallismo. Quería distraerlo – Sabías que estás, cómo explicarte, más lindo, más guapo? – se acercó nuevamente, ahora con ojos pícaros y ese inconfundible movimiento de caderas. Lo tomó por la cintura. El sonrió – si me robás más de dos besos sin que me duela algo, por ahí te sigo el tren – le propuso como desafío. Ella no estaba interesada. – Cuánto hace que arrancaste con el entrenamiento? Van como seis meses. Qué bien, Capitán! Me tenés orgullosa. – Y, si…deben estar por cumplirse seis meses – mientras levantaba los ojos al techo como haciendo la cuenta. – Estoy contento, confirmó. – Salvo cuando vienen las abdominales o cuando salimos a correr muy temprano. Ahí me acuerdo de la vieja de Russo, de la abuela, de vos, de tu vieja. Buenazo el gordo pero  me mata. – Epa! Más respeto – demandó ella, divertida. – Eso sí, llega el domingo y me siento completo, con ganas, fuerte. Es un placer.

– Andá a bañarte, placer, que te hice un pastel de papas. Esta noche no te me escapás – amenazó ella sonriendo. El caminó a la habitación mientras se iba sacando el buzo. Ella, entretanto, caminó hacia la cocina. En unos instantes el pasaba, en calzoncillos desde la habitación al baño. En voz alta, para que ella escuchara, le dijo: Sabés que lo de Ordóñez está por salir? Rodolfo me dijo que creen que se hace este mes… – No tuvo réplica. Una vez adentro del baño, inmediatamente después de que la lluvia de la ducha empezar a correr, se escuchó – Le pusiste pasa de uva al pastel?! – Mitad sí, mitad no!!…Sabés que no me gustan!! se escuchó desde la cocina.        

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