Qué dejó el ballotage en Brasil

El último domingo 31 de octubre los ciudadanos brasileños eligieron a la primera Presidenta de la historia de su país. Con el 56% de los votos, Dilma Rousseff se convirtió en la sucesora de Lula, obteniendo una amplia ventaja con respecto al 44% de José Serra, el candidato del PSDB.
En este artículo de Martín Granovsky se resumen muy claramente las principales claves para entender la victoria de Dilma. Mi idea es señalar, brevemente, algunas líneas sobre qué dejó el ballotage, no como un análisis prospectivo de la probable gestión del gobierno que se iniciará el 1° de enero de 2011, sino como algunas conclusiones o respuestas aproximadas a las preguntas que fueron surgiendo luego de la primera vuelta.

  • Un primer aspecto que sobresale es la relativa homogeneidad en la distribución de los votos que logró el PV el 3 de octubre. Efectivamente,  la falta de un apoyo explícito de Marina Silva hacia uno de los dos candidatos se reflejó en la opción de sus votantes, que no se volcaron en mayor medida por una de las dos opciones. Sin embargo, esto no implica que haya existido una homogeneidad territorial en aquella distribución. Por el contrario, las claras victorias de Serra en el sur y de Dilma en el Norte y Centro-Oeste muestran, en principio, que existió una transferencia mayoritaria hacia cada uno de los candidatos de acuerdo a la ubicación geográfica de los electores.
  • En relación con el punto anterior, toman más fuerza las hipótesis que respaldaban la transferencia de votos de Marina de acuerdo a la composición socioeconómica, religiosa e ideológica de su electorado. 1. Una gran parte de aquel 20% estaba compuesto por una clase media y media-alta, profundamente opositora ( y relativamente conservadora) pero descreída de las virtudes de la socialdemocracia, que se volcó hacia la opción que proponía Serra.   2. Otra porción considerable del voto del PV estaba compuesto por ciudadanos de clase media y media-baja, progresistas, pero disgustados con el PT. Muy críticos de los casos de corrupción en los que se vio envuelto el gobierno y de las alianzas que realizó para garantizar la gobernabilidad (fundamentalmente su firme acuerdo con el PMDB), fueron a votar a Dilma, como la opción ideológica más cercana  a sus preferencias. 3. Un tercer componenete es el voto evangelista, tan distanciado del ateísmo de la candidata oficialista como de convalidar el fuerte respaldo de la iglesia católica a la candidatura de Serra. El intento fallido del PSDB de instalar la discusión alrededor de la interrupción del embarazo no deseado como coyuntura crítica en la segunda ronda ( y algunos pronunciamientos innecesarios) tuvo su correlato en la rapidez de reflejos de Rousseff y en el voto de este segmento de la población que no se orientó  masivamente hacia uno de los dos aspirantes.
  • En Brasil funciona el voto electrónico, y el Tribunal Superior Electoral -un organismo independiente- es el encargado del escrutino. Sin embargo, nada de esto garantizó que se evite el flagrante sesgo en la contabilización de los sufragios. Habiéndose escrutado el 90% e incluso la totalidad de los votos en el sur del país, los Estados del norte y centro-oeste recién habían superado el 50%. Esto explicó que el 53% inicial haya ascendido al 56% final para la vencedora. Y advierte que la tecnología y la independencia de los organismos electorales no son variables determinantes que garanticen la eficiencia en la comunicación de los resultados.
  • En 2002, Lula vence en primera vuelta con el 46,4% frente al 23,2% de Serra. En el ballotage alcanzan el 61,3% y el 38,7%, respectivamente. En 2006 Lula logra su reelección con el 48,6% superando a Geraldo Alckmin, que obtuvo el 41,6% (60,8% frente al 39,2% en la segunda ronda). En 2010, Dilma vence a Serra con el 46,9% frente al 32,6% y en segunda ronda las cifras se elevan, como dijimos, al 56% y 44% en cada caso. Más allá de las particularidades de cada elección, queda claro que el PT conserva una estabilidad electoral y un anclaje en la sociedad que atraviesa todo el periodo.
  • Esto tiene un correlato desde el punto de vista institucional: el presidencialismo brasileño funciona bien, entre otras razones, porque el partido de gobierno tiene una fuerte disciplina interna (a diferencia de las gran mayoría de los partidos del país), porque ha fortalecido una gimnasia en materia de formación de acuerdos con partidos aliados y, fundamentalmente, por el nutrido bloque legislativo de la coalición de gobierno, que en esta elección se incrementó sustancialmente. En definitiva, Brasil pone a prueba ciertas afirmaciones que vinculan la combinación de presidencialismo y partidos múltiples e indisciplinados (con la excepción del PT) con la existencia de dificultades a la hora de gobernar.

Todo esto, sin considerar lo sustancial. La decisión de la ciudadanía de seguir avanzando por el camino de la transformación estrucutural de una Nación que comienza a consolidar su rol de potencia en el plano internacional, solidificando el crecimiento en todos los indicadores socioeconómicos en el marco de un proceso de resignificación política y cultural.

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