En qué piensa y qué siente Macri cuando las cosas se complican y cuál es su cable a tierra

Mauricio Macri pasó su peor semana desde que el jueves 3 de mayo comenzaron los grandes sacudones cambiarios. Sin embargo, mantuvo inalterable su rutina. Cuando este último jueves, los diputados aprobaban la despenalización del aborto y el dólar empezaba a despedir con grandes brincos a Federico Sturzenegger de la dirección del Banco Central , el Presidente estaba a bordo de una pequeña embarcación en los Esteros del Iberá mirando cómo un cocodrilo se escabullía en la orilla dentro de un espeso follaje. A la tarde, cuando volvió, dio por terminado el ciclo de ese funcionario, algo que venía rumiando. Y anteayer, cuando ya Luis Caputo mandaba en el BCRA, pero la divisa norteamericana no se daba por enterada, recibía en la residencia de Olivos al triatleta no vidente e hipoacúsico Martín Kremenchuzky. Esa agenda paralela, aun en los peores momentos, fortalece y oxigena el estado de ánimo de Macri. No quiere vivir atrapado entre despachos. Nada, por eso, le impidió al mismo tiempo adentrarse en este fin de semana con medidas trascendentales como los reemplazos en el gabinete.
Nada hay que al Presidente le guste más que desconcertar con algo inesperado. Y siempre se guarda algún as en la manga.
No hay cambios perceptibles entre el primer mandatario anterior a los sustos cambiarios y el que ahora debe tomar decisiones cruciales para controlar una crisis económica que tiende a profundizarse. La resiliencia -característica primordial de Macri- funciona como una suerte de estabilizador emocional que tanto le impide deprimirse en las malas como mostrarse eufórico en las buenas. Apenas, un leve rictus marca la diferencia entre ambos extremos: una sonrisa leve, pero tensa y más fatigada, en el primer caso; otra sonrisa también leve, pero más distendida y con tendencia a la broma fácil, en el segundo. Sus rezongos son siempre más para el círculo rojo que para los kirchneristas, de quienes no espera nada. Sigue más entusiasmado con la nueva generación de empresarios que con la anterior, demasiado dependiente de los negocios con el Estado, como ocurrió en su momento con su propia familia. Ahora está convencido de que «siete de cada diez empleos en los próximos veinte años estarán generados por pequeños emprendimientos». Es el mundo inestable en el que le toca gobernar.
Igual, en tiempos de temblores bajo los pies no hay resiliencia que alcance. En terapia «trabaja» entender que no puede resolver todo de un día para el otro. En contraste con su antecesora, Cristina Kirchner , que alardeaba por la negativa de los supuestos méritos de su gestión -«No fue magia»-, Macri se ataja recurrentemente con un «No soy mago», que repite ante las últimas desdichas económicas. Y trata de estar tranquilo, mantener la calma y manejar la ansiedad.
«Estar en eje para poder pensar y decidir requiere mucha disciplina», se dice a sí mismo y a sus colaboradores. ¿Y con el dólar qué va a hacer?: considera indispensable buscar su equilibrio y bajar la inflación. Le preocupa cómo los cimbronazos macroeconómicos pueden afectar a los que menos tienen. Por lo demás, lo que siempre reitera: que el mundo entero señala que la Argentina está en el camino correcto y que «haciendo los deberes», el Fondo Monetario Internacional garantiza financiamiento por tres años.
Impresiona cómo su cara, al borde de los 60 años, que cumplirá en febrero próximo, y tras dos años y medio de presidente, se va transformando cada vez más en la de su padre, su alter ego fraterno pero conflictivo y, tal vez, el principal forjador de su temple desde que era un niño y lo sometía a aburrirse en kilométricas reuniones gerenciales hasta la competencia tóxica dentro del grupo familiar que hicieron que «el delfín» buscara mayores desafíos fuera de esa no tan cómoda fortaleza. Ese hombre, con el que libró tantas batallas psicológicas y de egos, ahora postrado, y rodeado de enfermeras, en sus breves momentos de lucidez, le pide que lo saque de ese estado y que lo mate.
El hijo con quien más discutió, y que ahora es el dirigente más poderoso del país, mira a su progenitor tan indefenso y doliente, y calcula cuántos años más de vida activa y lúcida le quedan por delante a él mismo. «¿Veinte?», se pregunta en voz alta. ¿Y cómo los dividiría? ¿No le dan ganas de pasar la posta el año que viene a otro/a en vez de pelear por la reelección? Cuatro años más «suena largo», pero si la gente continúa pensando que es la mejor opción para seguir llevando adelante el cambio que se propuso honrará ese «compromiso del corazón».
¿Y después? Tal vez enseñar algo en una facultad de afuera y volver al anonimato, como si eso fuera factible. Pero si Cambiemos continúa ganando, ¿es posible pensar que perderá influencia? «Una vez que terminás, terminaste», cree que hay que dar paso a otros sin interponerse ni molestar.
En cuanto a la salud, no reviste peligro el quiste que le encontraron en el páncreas y está feliz por las células madre que le inyectaron, la gran solución para dejar atrás el problema en los meniscos. En cambio el tenis le está pasando facturas en las articulaciones del brazo derecho.
Futbolero como es, aunque había desistido de ir a Rusia, igual viajaría a Moscú si el seleccionado llega a la final del Mundial . El futuro es una incógnita, no solo para Messi, sino también para el resto de los argentinos.

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