La oposición, en el laberinto de su época

Si esta columna sobre los problemas de la oposición se hubiera titulado, con más sencillez, «La oposición en su laberinto», como lo pensó al principio el autor, habría tenido 26.000 entradas en Google. Pero no conviene entusiasmarse: esa resonancia no se debería a sus méritos, sino al hecho de que ese título fue ampliamente utilizado en los últimos años para describir las desventuras de la oposición en América latina. El análisis de contenido de una muestra de artículos de prensa digital y escrita permite caracterizar, a mano alzada, la crisis de los partidos opositores en la región. Al cabo de la lectura, se concluye que es un mal de este tiempo más que una enfermedad singular del país.
Si se analiza lo que dice el periodismo regional sobre las oposiciones, surgen al menos cuatro dificultades que son comunes a todas ellas: 1) las limitaciones para entender a la sociedad y ser representativa; 2) las divergencias internas que impiden la unidad; 3) la ausencia de liderazgos indiscutidos, y 4) la escasez de ideas y programas innovadores. Tal vez a esos déficits habría que agregarle otro que no aparece en estas reseñas: la falta de poder territorial, un elemento que aporta visibilidad y recursos, generalmente decisivos en una campaña. En la Argentina, Pro, el partido que encabeza la oposición, no logra extender su dominio territorial más allá de la ciudad capital y la UCR, uno de sus principales socios, gobierna una sola provincia (Corrientes) y hasta ahora apenas consiguió reconquistar otra (Mendoza).
La prensa de la región utiliza argumentos muy familiares a los argentinos para analizar los problemas de las oposiciones. En Chile, por ejemplo, el déficit de representatividad se describe en estos términos: «La oposición se contenta con ser una especie de réplica, de comentario al margen, sin una auténtica y completa vida propia». En Venezuela se señala que «los «otros» son también venezolanos que habitan el mismo país y a quienes la gran mayoría de los opositores han dejado de entender». Los personalismos que impiden la unidad y el afianzamiento de liderazgos opositores son un verdadero leitmotiv en la región: «Además de los egos y ambiciones personales, ninguno de ellos tiene un liderazgo reconocido de forma uniforme en todo el país», afirma un analista en Bolivia. La falta de programas completa el crudo diagnóstico: «La oposición no ha podido, hasta ahora, ofrecer un conjunto de ideas que resulte atractivo para sus potenciales seguidores. Nadie puede ofrecer nada mejor que su propia imagen y eso, como es evidente, resulta del todo insuficiente».
Las contrariedades de la oposición no surgen, sin embargo, del vacío. Ni pueden ser atribuidas sólo a errores de sus integrantes. Un primer factor deberá tenerse en cuenta para entender este proceso: el excepcional desempeño de las economías latinoamericanas en la última década. Ese récord, hoy en relativa remisión, permitió salir de la pobreza a millones de personas, erigir una nueva clase media económica y mejorar la infraestructura social en beneficio de los sectores más necesitados. Los electorados respondieron a esas políticas votando, en general, a los oficialismos, más allá de la consistencia o inconsistencia con que cada gobierno administró el excedente generado. Paralelamente, se asistió en esos años a un proceso de descomposición de los partidos políticos que favoreció la fragmentación, los personalismos y la creación y caída de numerosas fuerzas. En síntesis: se fortalecieron el Estado, una nueva clase media despolitizada y las capas sociales postergadas, mientras se debilitaron los partidos de oposición y los sectores sociales independientes y críticos que suelen acompañarla.
Este proceso no provocó, sin embargo, un dominio electoral absoluto de los oficialismos. En los últimos tres años, sólo en tres países (Bolivia, Ecuador y Uruguay) el gobierno retuvo el poder por más de 10 puntos, imponiéndose en Colombia por apenas 6. En otros tres casos (El Salvador, Brasil y Venezuela) ganó por una mínima diferencia. En el mismo período, la oposición venció en cuatro países: Chile, Paraguay, Costa Rica y Panamá. Como se observa, los oficialismos tendieron a conservar el poder, pero con alternativas y rendimientos diversos. En ese marco, se puede concluir que sólo en Bolivia y Ecuador los gobiernos construyeron una mayoría clara y contundente para prolongar su dominación.
El hecho de que miembros de la oposición deban enfrentarse en un ballottage local a pocos días de las primarias presidenciales, volvió a agitar los fantasmas de la oposición argentina. Se dijeron las mismas cosas que se repiten en la región. Volvió la imagen del laberinto, como un lugar confuso, con encrucijadas artificiales que hacen extraviar al transeúnte. En esa zona, las decisiones pueden interpretarse como arbitrariedades, los personalismos como falta de visión, el cumplimiento de la legislación como una formalidad.
Acaso convenga ver en este episodio un síntoma de época, más que un capricho de personas. No está claro aún quién será el próximo presidente de la Nación. Pero conviene reconocer un hecho: si fuera un opositor, el mérito sería doble, porque el actual tiempo histórico es adverso a los que desafían el poder de los gobiernos..

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