Los síntomas trágicos de la nueva y larga década infame

Despejando los personajes que están en danza en el caso, lo que queda, lo que la muerte de Nisman deja radicalmente al desnudo, es un Estado acostumbrado al fracaso. El Estado aparece de un modo tan crudo y contundente en su degradación que no deja dudas: da miedo.
El funcionamiento del aparato estatal nos pone ante el extremo de una larga serie de escalones de demolición de la cultura estatal de servicio público, de garantía de seguridad y de respeto a la legalidad. Muchos logros y reivindicaciones de la cultura democrática han quedado bastardeados, usados como medios para fines inescrupulosos. Los Kirchner han logrado derribar al Estado como actor autónomo y profesional para convertirlo en un instrumento faccioso de sus intereses. No es nuevo: lo habían hecho en Santa Cruz. Ahora es para todos y todas.
La manipulación del Indec y la colonización de los medios, el vaciamiento de los derechos humanos, la AFIP usada como organismo de persecución y la Inspección General de Justicia como organismo de ocultamiento. Y así todo. El Estado es de ellos y entonces todos desconfiamos.
Lo que queda del Estado huele mal. Es ineficiente. Es corrupto. Es arbitrario. Manejado con criterios feudales, rifando las responsabilidades más importantes a inexpertos, cómplices y fabricantes de relatos, ha terminado en manos de personajes de baja estofa: es el Estado penetrado y embrutecido por facciones mafiosas.
Podrán pertenecer a la nueva SIDE de La Cámpora, a la SIDE paralela de Milani o a la SIDE residual de Jaime Stiusso. Pero no podrán cambiar el veredicto que la muerte de Nisman sella: lo que se quiso hacer pasar como década ganada ha sido una nueva, más larga y aguda década infame.
Y nos confronta con un Estado exhausto por el manejo irresponsable y por las cajas negras. Lo que ha hecho este Gobierno agobia a toda la sociedad: vació de contenido al Estado, dejó secar sus saberes, empobreció sus recursos y, peor aún, dejó que las mafias y las internas de los servicios de inteligencia ganaran terreno como nunca.
El país entró en un cortocircuito gigante que desnuda una instalación de cables peleados y entrecruzados. El caso Nisman ha hecho todo esto indisimulable. El mundo lo observa con preocupación. El Gobierno, mientras tanto, sigue ciego, encerrado en su discurso, victimizándose. La incógnita, aún, es si la dirigencia opositora se pondrá a la altura de su responsabilidad.
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