Magnetto: «El principal avance es que la democracia superó pruebas difíciles y sobrevivió»

El CEO del Grupo Clarín, quien cobró notoriedad cuando el kirchnerismo lo convirtió en su enemigo predilecto, se mostró optimista sobre el futuro de la Argentina. Planteó el desafío de superar el cortoplacismo y se pronunció a favor de un modelo de desarrollo económico con educación y equidad social
«El principal avance es que la democracia superó pruebas difíciles y sobrevivió»
¿Qué materias pendientes le quedan a la Argentina para ser un país desarrollado?
Creo que desde hace décadas a los argentinos nos falta un proyecto de país compartido, una visión estratégica que oriente nuestros esfuerzos en el largo plazo. Tenemos que superar el cortoplacismo y cierto espíritu refundacional que suele definirnos. Un modelo de desarrollo requiere inversión genuina inteligentemente orientada, macroeconomía estable, educación como prioridad, equidad social. En todos esos aspectos hay un gran camino por recorrer. Y creo que si algo aprendimos en los últimos años, es la importancia de la calidad institucional para el desarrollo económico.
¿Es este tiempo una etapa para ser optimistas o pesimistas?
Creo que es importante mirar el futuro con optimismo, pero sin perder la dosis de realismo que hace falta para no confundir deseos con posibilidades, y terminar desaprovechando oportunidades. Hoy se percibe, tanto en la dirigencia como en la sociedad, una actitud de madurez y búsqueda de equilibrio que puede ser alentadora. La sociedad decidió un cambio no por la urgencia de una crisis coyuntural sino porque percibió falencias más profundas, institucionales, económicas y sociales. Eso es bastante excepcional en nuestra historia.
¿Qué avances puede rescatar desde la restauración democrática ocurrida en 1983?
El principal avance es que la democracia superó pruebas difíciles y sobrevivió. Tanto profundas crisis económicas como desafíos institucionales, en los primeros años de origen militar y en los últimos provenientes de tendencias autoritarias que intentaron avanzar, por ejemplo, sobre la división de poderes o la libertad de expresión.
Creo que a lo largo de estas décadas los argentinos comprendimos definitivamente que los eventuales déficits de la democracia se corrigen con más democracia. Tal vez no nos demos cuenta hasta qué punto ha sido un avance que momentos dramáticos como los de fines de 2001 se superaran sin que se rompieran las reglas de juego.
¿Quién tiene la culpa de nuestros males: los países que conspiran contra la Argentina o nosotros mismos?
Creo que las tesis conspirativas no sólo son falsas en términos históricos sino que han sido muy dañinas. Esconden los problemas de fondo y le quitan responsabilidad a quienes toman las decisiones, tanto ciudadanos como gobernantes. La condición geopolítica de un país puede ser un condicionante, pero no el artífice de un destino. Además, en la Argentina las externalidades han sido en general ventajas competitivas.
Es evidente que el país ha desperdiciado oportunidades y no ha podido desplegar su potencial. Tenemos grandes recursos naturales, tenemos capital humano de calidad, pero nos falta ordenarlo y ponerlo al servicio de un modelo de desarrollo. Que trascienda los beneficios de corto plazo, los esquemas meramente extractivos o el asistencialismo sin transformaciones de fondo. Para esto hay que trabajar en serio, evitar los atajos, las frases grandilocuentes. Lleva tiempo, cabeza y esfuerzo.
¿Por qué cree que la Argentina no se desarrolló en los últimos 100 años, como lo hicieron por ejemplo Australia o Canadá?
Creo que influyen varias cosas. Pese a ciertas similitudes de origen, hubo derroteros políticos, institucionales y de inserción global diferentes. Pero me parece que una de las cuestiones clave fue un déficit de nuestras elites, y no me refiero sólo a la política, para desarrollar una síntesis virtuosa entre democratización política y desarrollo económico. Muchas veces la universalización de derechos políticos y sociales se vió como antagónica a la inversión y la generación de riqueza. Y viceversa, muchas veces el modelo agroexportador fue incapaz de generar una matriz que incluyera a las grandes mayorías. Ese péndulo entre conservadurismo y populismo creo que fue muy nocivo para el desarrollo de un proyecto nacional más moderno e inclusivo.
-¿Por qué la Argentina no tiene una burguesía empresaria como la de Brasil?
Bueno, hoy tanto la dirigencia política como la empresaria están siendo cuestionadas en Brasil por los escándalos de corrupción y por el estancamiento económico. El sector industrial brasileño ha tenido un rol en la afirmación de un consenso nacional sobre la necesidad de un sector privado fuerte y dinámico como vía de crecimiento. Ese modelo tiene debilidades y desafíos en términos de productividad y competitividad, pero ha buscado, con suerte diversa, diversificar su estructura articulando sectores más pesados con otros de mayor sofisticación tecnológica, además de servicios y materias primas.
Aquí, quizás las discontinuidades y las refundaciones permanentes han hecho que el empresariado muchas veces se focalizara en maximizar los beneficios de corto plazo. Por lo general esto lleva a una mirada más sectorial y utilitarista que a una aproximación sistémica. Paradójicamente, en momentos como los recientes, donde estaban en riesgo cuestiones básicas, como la seguridad jurídica o el derecho de propiedad, puedan enseñarnos lo importante que es tener reglas de juego claras.
¿Qué hicieron mal los empresarios en estos años?
Creo que no hay que simplificar ni generalizar. Hubo actitudes muy dignas y otras no tanto, como siempre en la vida. Hay que entender también que muchas veces estas situaciones de presión son delicadas para un empresario, porque pueden estar en juego fuentes laborales o inversiones. Creo que el límite de tolerancia lo conoce cada uno.
Sí me parece que en términos de sector, una falencia fue no haber tenido una voz pública más unificada y más fuerte, no haber logrado un diagnóstico común más temprano sobre los problemas que se estaban incubando. Creo que tiene que ver con la debilidad tradicional de las entidades y también con los intentos del kirchnerismo de dividirlas, como hizo con tantos sectores. En los últimos años esa voz comenzó a elevarse, quizás por la gravedad de iniciativas como las leyes de abastecimiento, de mercado de capitales o de reforma de la justicia.
La Argentina apostó siempre a ser un país industrial: ¿a qué tiene que apostar en la era de la innovación tecnológica?
Otra de las cosas que hemos aprendido es que las viejas contraposiciones entre industria y servicios, o industria y campo, están perimidas. La tecnificación de la producción agropecuaria es un buen ejemplo de las nuevas áreas de punta en que Argentina se destaca, y en las que servicios, industria y actividad primaria se confunden. Y así hay otras muchas áreas de innovación donde podemos hacer lo mismo. La biotecnología, el software, las energías convencionales y no convencionales, los servicios médicos, las industrias culturales, las telecomunicaciones. Tenemos posibilidades y hay que saber aprovecharlas.
¿Cómo evalúa la evolución de los medios de comunicación en comparación con la evolución de la Argentina en estos 200 años?
La Argentina nació junto con sus periódicos, nuestra historia como país está asociada al desarrollo de medios que alimentaron los grandes debates nacionales. Pocos países han tenido y tienen la diversidad mediática de la Argentina. Creo que en términos de talento, innovación y calidad, los medios argentinos están al nivel de los países desarrollados y son referencia en América Latina. Pero atravesamos dos grandes desafíos de fondo. El primero es lo cal: el mercado se achicó en las últimas décadas, como se achicó la economía argentina en relación a la región y al mundo. Y esto hace que la sustentabilidad sea un desafío cada vez mayor, debilidad que es aprovechada por gobiernos o corporaciones que quieren medios como protección. El segundo es que nuestra industria vive uno de sus momentos de mayor incertidumbre a nivel global. La multiplicidad de voces que permite Internet no dio lugar aún a un modelo claro de financiamiento de contenidos de calidad, tanto periodísticos como de entretenimiento. Es una cuestión a resolver en el mundo.
Clarín fue un diario cercano al desarrollismo en sus inicios. ¿Dónde se ubica el Grupo Clarín en este tiempo?
Creo que el enfoque desarrollista, no como expresión partidaria sino como aproximación a un modelo de país moderno, integrado externa e internamente y con mejores niveles de desarrollo institucional, económico y social, sigue siendo una visión inspiradora para nosotros. Creemos en la aproximación a los problemas sin anteojeras ideológicas. Creemos en una inserción al mundo inteligente y multipolar. Creemos en políticas activas para favorecer la inversión energética y productiva en sectores estratégicos. Creemos en la actividad privada como motor del desarrollo genuino, y reconocemos un rol clave del Estado en favorecerla y acompañarla. Y creemos que la inversión estatal en infraestructura, educación, seguridad y salud es clave para un progreso genuino y más igualitario.
¿Qué rescata y qué lamenta del enfrentamiento entre Clarín y el gobierno kirchnerista?
Rescato que hayamos podido sobrevivir sin resignar aquello en lo que creíamos ni abandonar la función periodística.
También rescato que los medios que se mantuvieron independientes hayan sido un espacio donde pudieron expresarse otras instituciones y personas que también resistieron. Rescato el trabajo de los periodistas y el acompañamiento de las audiencias, que entendieron lo que estaba en juego.
Lamento la intolerancia de este ciclo político al periodismo. Quizás sin esa obsesión podrían haber registrado errores y corregirlos. Y lamento que los medios argentinos hayamos tenido que enfocarnos tanto en defendernos en un tiempo de tantos desafíos para nuestra industria.
¿Existió una dinámica de con frontación por la que Clarín le respondió al gobierno kirchnerista con la misma vehemencia con la que era atacado desde el poder? ¿Y, en ese caso, fue un error?
No. Esa tesis fue alimentada por usinas cercanas al kirchnerismo, al que le convenía presentar como un ataque cualquier información o crítica que desnudara el relato oficial. De ese modo buscaba desacreditarla.
Los Kirchner nunca entendieron la función del periodismo, que por definición cuestiona y molesta. A nadie se le ocurriría decir que el New York Times o el Washington Post tienen una dinámica de confrontación con Donald Trump porque lo critican duramente, o que Le Monde la tuvo con Sarkozy, o que medios importantes la tienen con políticos en todo el mundo, sólo porque los cuestionan en ejercicio de su rol periodístico y de su posición editorial. Esa es la función de la prensa y ejercerla nunca es un error, es un deber. El tiempo ha demostrado con creces que los supuestos ataques de la prensa al kirchnerismo no eran otra cosa que la verdad que se quería ocultar.

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