Ni una

Hay una larga lista de pronósticos apocalípticos fallidos a lo largo de la historia nacional; los más recientes fueron grotescos, a pesar de que hayan podido pasar desapercibidos. Consecutivamente, en 2015 y 2016, consultoras muy reconocidas erraron en el signo de variación del PIB. Y, en 2017, vuelven a la carga sin autocríticas y con vaticinios que, otra vez, parecen poco ajustados a la realidad.
En los hechos, a fines de septiembre de 2014 un grupo de once influyentes consultoras preveía una baja del PBI, en promedio, del -0,9 por ciento para 2015 (www.lanacion.com.ar/1731002-preven-un-2015-con-recesion-alta-inflacion-y-reservas-en-baja). La única estimación buena fue la del Estudio Bein, que había previsto un crecimiento del 3 por ciento, muy próxima a la suba real (2,65 por ciento); curiosamente, su director, Miguel Bein, fue asesor del candidato oficialista a presidente.
En cambio, los titulares de los centros de estudios que después se integraron al gobierno de Cambiemos habían pronosticado una fuerte recesión para ese mismo año. Uno de ellos fue el de Elypsis, Eduardo Levy Yeyati, quien asumió en el directorio del banco BICE. Su consultora había anticipado una caída del PIB del 2,5 por ciento. También el director de Empiria Consultores y actual ministro de Economía de la provincia de Buenos Aires, Hernán Lacunza, había previsto esa baja. En un escalón inferior (-2 por ciento) se ubicó el titular de Analytica, Ricardo Delgado, economista del Frente Renovador que posteriormente fue designado subsecretario de Coordinación de la Obra Pública Federal, en la cartera que conduce Rogelio Frigerio.
No hubo cambios bruscos en el escenario internacional ni factores climáticos que permitieran justificar los gruesos desaciertos. Al contrario, los sucesos externos con más impacto en la economía local jugaron a su favor. La economía de Brasil inició su derrumbe en 2015, contrayéndose un 3,8 por ciento, cuando los analistas consultados por el Banco Central de ese país preveían, en septiembre de 2014, que iba a crecer un 1 por ciento. Es decir, si el PIB de Brasil hubiera aumentado como se anticipaba, el error de las consultoras locales hubiera sido más grosero todavía. Las inundaciones afectaron la cosecha esperada y, por lo tanto, también apaciguaron sus errores.
El pesimismo se interrumpió de forma abrupta ante la perspectiva de cambio de gobierno. Para 2016, las consultoras pronosticaron un período de ajuste muy corto y que volvería el crecimiento con vigor desde el célebre segundo semestre. Elypsis fue vanguardista. En su informe de febrero de 2015, titulado “2016: el año del rebote”, preveía un alza del PIB de 4 por ciento. Más eufórica resultó la proyección del economista Luis Secco que, en marzo de 2015, confirmó el vaticinio de recesión también previsto antes por sus colegas y auguró que, en la segunda mitad de 2016, el ritmo de crecimiento sería del “7/8 por ciento”. Cuando Macri asumió la presidencia, Secco fue nombrado jefe de Gabinete del Banco Nación. Analytica también se entusiasmó; en enero de 2016, con las principales políticas ya en funcionamiento, su nuevo Director, Rodrigo Alvarez, pronosticó un alza del 1 por ciento para ese año. Empiria Consultores presentó la previsión menos favorable; después de su fallida expectativa de recesión en 2015, calculó, en enero de 2016, un virtual estancamiento (-0,1 por ciento).
La meta del gobierno nacional (una suba de 0,5/1 por ciento) también quedó muy alejada de la pérdida de alrededor de 2,5 por ciento con la que cerraría 2016. Menos optimista pero también lejos del resultado final fue el cálculo de un gran grupo de consultoras y bancos encuestados por la agencia LatinFocus que, en noviembre de 2015, habían anticipado, en promedio, que el PIB tendría una baja de -0,3 por ciento.
En 2017 vuelve a reinar el optimismo entre los gurúes más conocidos; prevén un incremento del PIB de entre 3 y 5 por ciento. El más confiado nuevamente es Bein, que llegó a decir que la economía podría crecer por encima del 5 por ciento, aun más entusiasta que el gobierno (3,5/3,9 por ciento).
El FMI se mostró menos convencido sobre la fortaleza de la recuperación. En abril de 2016 pronosticaba un crecimiento de 2,8 por ciento, en octubre pasado lo bajó a 2,7 por ciento y hace pocos días lo redujo al 2,2 por ciento. Estos recortes en las previsiones de crecimiento, de otro modo, ya las está aplicando también Bein, que en sus más recientes informes advierte otro escenario de crecimiento (2,9 por ciento). Dijo que el 5 por ciento suponía que los salarios le iban a ganar ampliamente a la inflación en un año electoral. Cuanto menos, era una visión ingenua tratándose de un gobierno controlado por CEOs, preocupados sobre todo por bajar los costos laborales y combatir la inflación. Hasta el momento, en un contexto de deterioro anual del poder adquisitivo del 7 por ciento para el sector privado registrado y seguramente más alto para los no registrados, el gobierno solo tomó dos medidas a su favor: la extensión de las asignaciones familiares para monotributistas y la reducción del Impuesto a los Altos Ingresos (afecta a menos del 6 por ciento de los trabajadores totales).
El modelo de alimentar expectativas positivas para tratar de inducir un comportamiento expansivo de empresas y consumidores, sobreestimando el nivel de crecimiento y recortando las proyecciones a medida que se vislumbran que serán incumplibles, se ha aplicado ininterrumpidamente en Brasil desde 2012. En un escenario donde el gobierno viene empleando medidas de corte liberal similares a las de nuestro mayor socio comercial, deberíamos esperar que la misma estrategia de engañosa promoción del crecimiento se repita en Argentina, como ya empezó a suceder con los recortes en las proyecciones de crecimiento del FMI.
Desde ya, ese instrumento es insuficiente para dinamizar mercados, pero tampoco debe subestimarse. Las previsiones forman expectativas que repercuten en el resultado. Bajo el blindaje mediático instalado que preserva el prestigio de las consultoras, si los analistas coinciden en que habrá crecimiento, aumenta la probabilidad de que lo haya realmente y potencia el efecto de los factores objetivos que lo impulsan. Esto se debe a que los pronósticos inciden en el comportamiento presente de empresarios y consumidores. El consenso de crecimiento en 2017 superior al 3 por ciento es una pauta que buena parte de las empresas y de los consumidores aún considera válida y la tiene en cuenta a la hora de invertir, producir y consumir, al menos durante los primeros meses del año. Por el contrario, si hubiera un amplio consenso sobre una caída del PIB, como se decía para 2015, probablemente se tomarían decisiones más cautas. En cualquier caso, aunque las proyecciones sean acertadas o no, cumplen su función de afectar las decisiones.
Ahora bien, los factores objetivos actuales de estímulo de la economía no alcanzan para llegar a tasas de crecimiento del 3/5 por ciento. En primer lugar, el principal componente de la demanda es el consumo privado (equivale al 74 por ciento del PBI) y viene en brusco descenso. La CAME observó que cayó 7 por ciento en 2016. Ahí ya habrá un efecto arrastre negativo relevante en 2017.
Si bien se calcula que el gobierno resignará alrededor de 50.000 millones de pesos de recaudación a favor de los empleados de mayores ingresos por la menor presión del Impuesto a los Altos Ingresos, no todos esos recursos (representan casi el 0,5 por ciento del PIB) se volcarán a la demanda. Una parte alimentará la burbuja de especulación financiera y la fuga de capitales. Las partidas destinadas a la Reparación Histórica para los jubilados y pensionados (serían alrededor de 62.000 millones de pesos, 0,6 por ciento del PBI) también podrían ser un factor relevante que impulse el consumo.
Con el techo sobre las paritarias del 18 por ciento, será bastante difícil que puedan cerrar muy por encima del 20 por ciento. Y, como siempre, de forma escalonada y sin computar a los trabajadores no registrados que, en recesión, suelen perder más poder de compra frente a una inflación que, con incrementos programados de combustibles, tarifas y servicios básicos por encima del 30 por ciento, será muy difícil que sea inferior al 25 por ciento. Un ajuste previsional en marzo del 11 por ciento solo permitiría que los haberes le empaten a la inflación que se habrá acumulado en los seis meses previos. Por último, como en 2016, la masa de ingresos este año también está siendo afectada por un menor nivel de empleo que en 2015.
Respecto a la producción, las políticas aplicadas beneficiaron básicamente al sector agrícola, rubro dependiente del clima y, por lo tanto, de comportamiento volátil. Por las inundaciones y los incendios, será muy complicado superar el record de producción de 2016. Además, su peso en el PIB (7,8 por ciento) es mucho menos importante que otras actividades más afectadas por el modelo, como la industria que, a pesar de su brusca caída en 2016, aun representó más del doble de participación en relación al PBI (16,4 por ciento) y, mucho más importante aún, genera un empleo registrado cuatro veces mayor que el del campo. Ambos segmentos, pero especialmente la manufactura, han ido perdiendo a nivel global cuotas a manos de los servicios. Pero es muy importante notar que, en buena medida, eso se debe al proceso iniciado en los años noventa de deslocalización de tareas en los sectores de servicios que anteriormente se computaban en el PIB industrial. Por lo tanto, cuando decae la producción, las actividades vinculadas de servicios sufren el impacto más que antes.
Ante la impotencia del modelo para activar la inversión privada en un escenario de capacidad instalada ociosa en la industria superior al 30 por ciento y con abundantes sobrestocks, un gobierno compuesto por funcionarios poco proclives a alentar la participación pública en los mercados, paradójicamente, debe apostar fuerte a la obra pública, financiada con deuda. No obstante, todos los gastos de capital del gobierno nacional, incluidas las transferencias a las provincias, en el Presupuesto Nacional de 2017 solo representan un 2,2 por ciento del PIB e implican un aumento nominal de solo 32,1 por ciento respecto al presupuesto de 2016. Por más subejecución presupuestaria que haya habido el año pasado, el impulso a la actividad por este canal es limitado.
En un escenario internacional que seguirá muy difícil con Brasil estancado, los únicos dos factores restantes que podrían mejorar la performance de 2017 son los créditos públicos para la construcción y que una parte significativa de los recursos del blanqueo declarado en el país (7.275 millones de dólares) se vuelque al mercado de bienes durables e inmuebles.
Sin más motores de crecimiento y con tasas de interés reales positivas y mucho más elevadas que las internacionales, el negocio financiero será otra vez lo más destacado de la economía y la industria seguirá en descenso. Así, los pronósticos en manada volverán a exhibir un grueso margen de error y el PIB no recuperará ni siquiera un 2 por ciento, a pesar de la baja base de comparación de 2016.
* Economista EPPA. Profesor UBA y Undav.
@marianokestel
pronóstico
papelón
Eduardo Levy Yeyati dijo que 2016 sería “el año del rebote” y pronosticó un crecimiento del 4 por ciento.
Luis Secco auguró que en el segundo semestre el ritmo de expansión del PIB sería del 7 u 8 por ciento.
Rodrigo Alvarez fue más moderado, pero arriesgó que en 2016 el crecimiento sería al menos del 1 por ciento.
Hernán Lacunza y Ricardo Delgado, ahora funcionarios de la provincia de Buenos Aires y del gobierno nacional, eran pesimistas para 2015, cuando la economía creció, y aventuraban un 2016 promisorio.
Consultoras y bancos encuestados por LatinFocus decían que el año pasado la economía tendría una baja moderada del 0,3 por ciento, cuando se ubicó en torno a -2,5.

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