Se abre una grieta en el Gobierno entre el ala política y la económica

En sus intensos 50 días de gobierno, el macrismo terminó con el cepo al dólar, anuló la ley de medios, bajó las retenciones agrícolas, devaluó, echó a 20 mil estatales por “ñoquis”, cambió su mapa de afinidades internacionales y aumentó las tarifas de los servicios públicos. Pero la primera gran interna de su gabinete salió a la luz a partir de un par de errores no forzados, o al menos de las únicas medidas que implicaron corregirse y dar marcha atrás: el decreto que duplicó los fondos de la coparticipación para la Capital, y el que puso a dos jueces de la Corte Suprema salteándose la consulta previa al Senado.
Ante esos dos decretos, los gobernadores y senadores peronistas se sintieron discriminados en lo económico y ninguneados en lo político. En reacción, se abroquelaron y protestaron como no lo habían hecho antes frente a los despidos masivos o la detención de la jefa de la Tupac Amaru, Milagro Sala. Así, el peronismo (cristinistas y ortodoxos) se agrupó y puso ligeramente en crisis la estrategia de Macri de levantar la figura de Sergio Massa para fracturar al PJ.
Tras el aumento de fondos en un 167% para la Capital, la designación de dos jueces de la Corte por decreto y el reciente anuncio de tarifazos para los servicios sobrevino un pase de facturas cruzadas en el interior del gabinete y el blanqueo de que en el PRO, como en casi todos los gobiernos, conviven tensamente dos alas bajo el liderazgo presidencial. En el caso del macrismo, hay un sector más político (orgulloso de su mote negociador, además) y otro que hace un culto de la comunicación y el manejo de la economía.
En nombres propios, en un rincón se planta el dúo integrado por el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, y el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó; y en el otro aparece el jefe de Gabinete, Marcos Peña, en una sociedad a su vez friccionada con el ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay. Porque si bien la tribu política mira de reojo y como si se tratara de una misma criatura tanto a Marcos Peña como a Prat-Gay, entre estos dos pesos pesados del macrismo también existen pulseadas, sobre todo a partir de la autonomía y el perfil alto que fue adquiriendo el economista.
“Reconocemos nuestros errores”, afirmó Frigerio ante las cámaras de TN y, horas antes, ante los 13 gobernadores peronistas a los que recibió en el Salón de los Escudos de Casa Rosada. Admitió así que la cesión de recursos a la Capital excedía los fondos que la Policía Federal necesita para funcionar y confirmó que el decreto macrista se corregirá a la brevedad.
La ofrenda de Frigerio le funcionó como una carambola: mostró un costado autocrítico siempre alentado desde el PRO, y de paso le endilgó el “error” a Prat-Gay y a Marcos Peña.
Manejo de los tiempos. Cerca de Frigerio le achacan “falta de timing” a Prat-Gay, pero también al ministro de Energía, Juan José Aranguren, quien anticipó inminentes subas en la luz y el gas a poco más de un mes para que empiecen las paritarias.
Para Emilio Monzó, titular de la Cámara de Diputados y el otro soldado político del Gobierno, el mayor problema del funcionamiento interno es la obsesión por la presentación mediática de las medidas antes que por conseguir los consensos necesarios para aplicarlas. En concreto, según un lobista del palo político: “Venimos rosqueando hace 30 días con gobernadores y senadores, que se enteran de la coparticipación por los diarios. Ahí retrocedemos 10 casilleros”. El dardo monzista apunta derecho hacia Marcos Peña.
A raíz de la designación por decreto de los jueces de la Corte, también el presidente provisional del Senado, Federico Pinedo, pidió en la primera reunión de gabinete que se calibrara mejor el impacto político de algunas decisiones.
En el equipo económico y comunicacional plantean que las decisiones son impulsadas por Macri, en un intento por desactivar el internismo.
Ante los ojos pragmáticos de los gobernadores, las diferencias se reducen al viejo esquema del policía bueno y el policía malo. Y puestos a elegir, optan por sentarse a negociar con los oficiales que les prometieron 10 mil millones de pesos para obras y planes frenados. Es decir, la dupla Frigerio-Monzó.
Así, Macri avanza a prueba y error, un poco tironeado por los distintos lenguajes que hablan sus ministros. Hacia ese cuerpo extraño que le resulta el peronismo, el objetivo del Gobierno es dividirlo vía Massa y domesticarlo a partir de la billetera estatal.
La pata peronista de Frigerio
Con el radicalismo convertido en un aliado minoritario del Gobierno, Rogelio Frigerio arma su ministerio con retazos sueltos de peronismo.
En la reunión con los 13 gobernadores del justicialismo, además del titular de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó (ex ministro bonaerense de Daniel Scioli), el ministro Rogelio Frigerio estuvo acompañado por dos de sus secretarios: su mano derecha, Alejandro Caldarelli, a cargo de la relación con las provincias, y el monzoísta Sebastián García De Luca, enlace con gobernadores.
Pero en plan de engordar su tropa con agenda propia en el universo peronista, Frigerio incorporó como secretario de Vivienda y Hábitat al ex intendente de Tucumán, Domingo Luis Amaya, un dirigente justicialista que incluso tenía buena relación con La Cámpora.
La actual lealtad PRO de Amaya no le impide mantener un diálogo fluido con otro peronista que se ubica como pivote con el macrismo: el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey. En 2015, el acercamiento de Amaya al macrismo se debió en gran medida al enfrentamiento en la interna del justicialismo provincial con el actual gobernador de Tucumán, Juan Manzur. Ahora uno mira la política desde la provincia y otro desde la Casa Rosada.

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