Terminar con la dolarización de facto de la economía: la batalla cambiaria

La intervención del presidente Maduro en la Asamblea Nacional resultó en un triunfo doble, tanto por lo que hizo como por lo que no.
Cuanto mayor son las urgencias planteadas por una inmediata actualidad, más necesario resulta proceder con cautela
La intervención del presidente Maduro en la Asamblea Nacional resultó en un triunfo doble, tanto por lo que hizo como por lo que no.
En cuanto a lo segundo, al no haberse doblegado a las pretensiones de la derecha, los «pragmáticos» y demás expertos «preñados de buenas intenciones» de aplicar un conjunto de medidas neoliberales que, bajo la excusa de «sacarnos de la crisis», hubiesen significado el desmontaje de todo lo avanzado social, política y económicamente durante los últimos quince años, y por esa vía, preparar las condiciones para la restauración neoliberal.
En dos platos: lo que quería –y aún quiere– la derecha económica es que el chavismo aplique el ajuste neoliberal que ellos desean y asuma los costos del mismo, para capitalizar luego el descontento y volver al poder.
En cuanto a lo primero, pienso que lo fundamental fue que regresó la política cambiaria en particular y la política económica en general a sus santos lugares: y es que ambas no pueden ser fines en sí mismas, sino instrumentos de un proyecto mucho más amplio. Es decir, no puede ser la política cambiaria la que determine la política económica, ni puede ser ésta la que determine la política en términos amplios, tal y como pretenden la derecha, los «pragmáticos» y los «preñados de buenas intenciones».
Es justo al revés: la política cambiaria es un aspecto de la política económica, ciertamente importante pero no el determinante; mientras que la política económica –incluyendo la cambiaria– debe estar al servicio de la política en términos amplios, entendiendo por esto la protección de las grandes mayorías asalariadas –incluyendo a quienes adversan al gobierno–, de los socialmente vulnerables y el avanzar hacia una sociedad más democrática en lo social, lo político, lo cultural y también en lo económico, lo que significa romper con las roscas, las mafias, los monopolios, oligopolios y groseros privilegios de una minoría mercachifle que, antidemocráticamente, superpone sus intereses especulativos sobre el resto de la sociedad.
El clima observado en las calles –donde habita el mundo real– y en los medios y redes sociales –donde pulula la realitydad– los días siguientes de la intervención confirman lo anterior. Una mayor tranquilidad y seguridad de la mayoría y un encono de la minoría mercachifle –y la mercachiflizada–, entre otras cosas, porque no premiaron su especulación con una megadevaluación. La ¿marcha? oposicionista del sábado 24 de enero reconfirma lo dicho.
Ahora, haber ganado esa batalla no significa haber ganado la guerra. Todo lo más importante viene de aquí en adelante, y el gran reto del gobierno, del chavismo en términos amplios y de la mayoría trabajadora, es ganar la guerra económica lanzada por la derecha. Lo cual supone pelear al mismo tiempo en varios frentes pero sin descuidar ninguno, siendo entonces importante estar alerta para que en el cambiario no se cuelen en la definición de sus detalles «técnicos» las liebres tecnocráticas que el presidente Maduro tan bien supo espantar haciendo política de la grande.
El presidente Maduro, en su alocución, varias veces señaló a propósito de las recomendaciones que ha recibido sobre el tema cambiario, que cosas que en teoría pueden funcionar o ser ciertas, en la práctica no lo son. Y esto que es verdad en términos amplios lo es aún más en lo que a lo económico refiere y aún mucho más en nuestro país. El tema cambiario es un ejemplo como pocos de ello.
En tal sentido, en lo que sigue, revisemos la polémica que gira en torno a la fijación de los tipos de cambios, para luego dedicarle un espacio a los detalles «técnicos» definidos y por definir del nuevo esquema, y en especial, hacer alertas sobre todo aquello que a partir de ahora debemos evitar, para terminar llamando la atención sobre lo que considero debe ser la principal meta: terminar con la dolarización de hecho que los especuladores han venido haciendo de la economía venezolana, no sólo por las distorsiones y problemas que evidentemente causa a lo interno, sino también para despredernos de una vez y por todas de los lazos que nos atan a una moneda que a nivel mundial vale cada vez más entre poco y nada.
Las polémicas sobre el tipo de cambio «óptimo»: teorías vs. praxis
Como es de sobra conocido, técnicamente hablando, el tema cambiario gira en torno al problema del tipo de cambio ideal con respecto a las monedas extranjeras, y de un tiempo a esta parte, específicamente con respecto al dólar, a su vez principal divisa mundial y moneda de reserva. De allí en adelante, existen múltiples teorías sobre los modos de determinación de los tipos de cambios óptimos entre las cuales no existe consenso: desde la disponibilidad de oro hasta por tamaño de PIB, pasando por el volumen de reservas monetarias, la competitividad, déficit fiscal, etc. Y no existe consenso porque cada una parte de supuestos específicos a menudo irreconciliables.
Ahora bien, cuando pasamos de la teoría a la vida real, eso que es técnicamente cierto se complejiza, de modo que la determinación de los tipos de cambio se convierte en un problema fundamentalmente político o de economía política. De tal suerte, lo que la experiencia demuestra es que los tipos de cambio se fijan arbitrariamente y no dependiendo de lo que diga tal o cual teoría. A este respecto, lo que parece importar es si se tiene o no el poder para hacerlo, en el sentido de si un país lo puede fijar a conveniencia o le es impuesto y en razón de qué interés.
Lo que la evidencia empírica igualmente demuestra es que, según determinaciones que varían con el tiempo, quien ejerce hegemonía en el comercio internacional dicta las normas que rigen a los tipos de cambio que más le convienen. De tal suerte, no se consulta una teoría y luego se elige un tipo de cambio: es al contrario, se elige el tipo de cambio o una política cambiaria y luego se construye la teoría que mejor sirva para justificarla o explicarla.
El mejor ejemplo de ello es la política monetaria de los Estados Unidos. Cuando tras la Segunda Guerra Mundial se impuso lo dispuesto en la conferencia de Bretton Woods en cuanto al dólar como patrón de cambio y la paridad ajustada a la balanza de pagos, se hizo en función no de consideraciones teóricas, sino del papel de los Estados Unidos como potencia emergente. Y cuando se desmanteló dicho sistema en 1971, no se hizo tampoco consensuadamente –ni siquiera bajo la apariencia de consenso que fue Bretton Woods– ni siguiendo lo dispuesto en los manuales de economía, sino de forma unilateral por el Gobierno norteamericano y a conveniencia de los sagrados intereses que representa.
Así las cosas, en la actualidad, el Gobierno norteamericano altamente endeudado y con graves problemas presupuestarios, manipula junto a la Reserva Federal (la versión norteamericana del Banco Central) su moneda a conveniencia, hasta no hace mucho devaluándola para hacer competitivas sus exportaciones pero, especialmente, para exportar la crisis generada con el crack de 2008, recargando sobre sus socios europeos y en general todo el mundo los efectos de un desastre causado, entre otras razones, por su política monetaria.
Han sido los éxitos más que los errores de la política económica del chavismo los que han venido siendo manipulados y explotados para generar la sensación de una crisis inminente
A partir de 2013 pero fundamentalmente 2014, Estados Unidos cambió la política devaluacionista si bien mantiene los mismos intereses estratégicos. De tal suerte, emprendió un proceso de revaluación que, en colusión con la manipulación de los precios del petróleo, genera un efecto de transferencia de la riqueza del mundo hacia los Estados Unidos. No es la primera vez que lo hace. De hecho, en un escenario similar a éste a principio de la década de los 80 también lo hizo, transformándose por esa vía la economía norteamericana en una gran aspiradora mundial de riquezas contabilizadas en dólares necesarias para financiar su creciente déficit comercial y por cuenta corriente en su propia balanza de pagos.
Todo el mundo, pero especialmente el periférico, fue víctima de dicha política. La gran crisis de la deuda que llevó a países como México a la cesación de pagos fue reflejo de ello. Y en el caso nuestro venezolano, la fuga de capitales ocurrida trajo como consecuencia el Viernes Negro de 1983 y las dos décadas pérdidas de los 80 y 90.
En resumen, la política monetaria de los Estados Unidos en los últimos años procuró, primero, abaratar sus exportaciones encareciendo la de sus competidores, y a la vez, disminuir el tamaño de su deuda mejorando el saldo comercial porque la misma está tasada en dólares. Y más recientemente ha virado la estrategia, buscando atraer sobre sí la mayor cantidad posible de capitales, buena parte de los cuales sino la mayoría provienen de los países periféricos –como Venezuela, Argentina y Brasil– que gracias a las políticas de la última década lograron acumular grandes reservas.
El precio de «equilibrio» de mercado
Salvando las enormes distancias, todos los países, como decíamos, más o menos hacen las mismas manipulaciones, siempre partiendo del margen de maniobra que tenga, el grado de autonomía y los intereses que busquen garantizar. Esto incluso –y sobre todo– aplica cuando se dice que el tipo de cambio ideal es determinado por el «libre» mercado. En la vida real, lo que abundan son manipulaciones cambiarias que buscan mantener el precio no a un nebuloso «óptimo» o «precio de equilibrio», sino al precio que le convenga a quien tiene la suficiente fuerza para incidir, manipulaciones que según el contexto puede ser paulatinas y casi imperecederas o abruptas. En este último renglón el caso clásico es el del ataque de George Soros contra la libra esterlina en 1992.
Desde luego, nuestro país no escapa de esta condición. El tipo de cambio diga lo que se diga con respecto al nivel de reservas u otras variables macroeconómicas, ha sido fijado históricamente de modo arbitrario y a conveniencia de intereses específicos locales, foráneos o una mezcla de ambos. En 1934, se fijó a 3,90 bolívares por dólar y un par de años después a 3,19 bolívares, fecha desde la cual se instaura nuestra célebre «sobrevaluación». Un año antes, los Estados Unidos había devaluado su moneda en medio de la vorágine desatada por el crack del 29. Y nuestro país mantuvo la paridad con el dólar a través del Convenio Tinoco, redactado por Pedro Tinoco Smith, (entonces ministro del Interior de Gómez y a la vez abogado de las principales transnacionales petroleras y mineras así como representante de los Rockefeller) y Vicente Lecuna, presidente del Banco de Venezuela y hombre fuerte de la banca de la época.
La explicación «teórica» dada para la adopción de la política cambiaria fue sacar el mayor provecho a las transnacionales petroleras, obligándolas a pagar la mayor suma posible por los factores de producción, en este caso el petróleo a través de la renta. Ahora bien, en la práctica Lecuna y Tinoco salvaguardaron los intereses de la banca y el comercio importador interesados en el flujo de la mayor cantidad de dólares para ser destinados a la importación y el atesoramiento tanto dentro como fuera del país. Esto explica por qué el capital internacional, aparentemente perjudicado por la medida «soberana» al tener que pagar más, firmó alegre el convenio: se frustraba cualquier intento de desarrollar una industria nacional, y finalmente, los dólares así como entraban salían para la compra de toda clase de bienes importados desde los Estados Unidos, para lo cual se firmó poco después un convenio de «reciprocidad» comercial.
Durante todo el siglo XX hasta más o menos finales de los 70, este esquema se mantuvo con sus altas y bajas atendiéndose a los intereses de Fedecámaras, Venamcham, etc. Valga recordar que entre dichas altas y bajas, destacan varios ataques especulativos lanzados por estos mismos sectores, por ejemplo durante la junta de transición del 58 y más tarde cuando Leoni, como reacción contra su propuesta de reforma tributaria de manera de disminuir la presión del gasto público sobre la renta petrolera entonces de capa caída.
Años después, con el desinfle de la burbuja carlosandresista, el tipo de cambio y en general la política macroeconómica (como las tasas de interés) se manipularon para favorecer la fuga de capitales bajo la explicación de «enfriar» la economía «recalentada», hasta febrero de 1983 y el Viernes Negro. Acto seguido, la forma de la devaluación y el esquema montado se diseñaron pensando en salvaguardar los intereses de los bancos y los grandes tenedores de capital, como lo explica la excepción hecha con las deudas de los importadores (principales responsables de la fuga de capitales, pero cuyo tipo de cambio se mantuvo a 4,30 bolívares) y la paulatina absorción del Estado de dicha deuda que a la postre terminó liberándolos de la misma y cargándosela al país.
Durante toda la década de los 80, el tema cambiario sirvió para alimentar la corrupción, la fuga de capitales y su privatización en pocas manos, mientras se aplicaba un ajuste profundo contra la mayoría nacional. En la época de los 90, con el neoliberalismo ya definitivamente instalado en el mundo y acá, el tipo de cambio y toda la política económica se uso para favorecer la entrada de los capitales extranjeros mediante la política de privatizaciones, rematando a precio de gallina flaca la empresas públicas, abaratando los salarios y favoreciendo la concentración mediante la absorción de privadas chicas por otras más grandes.
Luego de superadas ese par de décadas siniestras, con la llegada de Hugo Chávez a la presidencia la política cambiaria comenzó a ser utilizada igual de modo arbitrario, solo que con una salvedad determinante: buscando favorecer a la grandes mayorías nacionales, y de hecho, ese ha sido su resultado. Indudablemente, esto último también supuso el usufructo de la riqueza generada por parte de especuladores y corruptos, especuladores y corruptos que se montaron sobre la añeja estructura rentista del capitalismo venezolano, las prácticas que la acompañan y una bestial campaña dirigida a convencer a propios y extraños de la existencia de «atrasos» y «desajuste» cambiario, de una «crónica escasez de divisas», del impacto inflacionario del salario, el despilfarro y el populismo de Estado, el acoso al sector privado y un largo etc., todo lo cual ha promovido las prácticas especulativas y una dolarización de hecho de una parte sustancial del excedente nacional.
Paradójicamente, han sido los éxitos más que los errores de la política económica del chavismo los que han venido siendo manipulados y explotados para generar la sensación de una crisis inminente, todo lo cual resulta claro en el posicionamiento de la idea del dólar «barato»: y es que en el debate sobre la disparidad más que observable de precios entre un zapato o teléfono aquí y otro en otra parte, no sólo se pasa olímpicamente por alto –además de la especulación, claro está– el empeoramiento del poder adquisitivo en el resto del mundo (que presiona los precios a la baja por efectos del subconsumo), sino que, por la vía de la satanización del poder adquisitivo del venezolano –que es a lo que en el fondo apuntan con la retahila del «exceso de liquidez»– se ignora que la posibilidad de viajar y tener dólares para comprar por internet se debe, precisamente, a la capacidad de ahorro creada por la política económica del chavismo.
Es decir, de no haberse reformado la política de hidrocarburos que trajo los dólares de vuelta a este país y no haberse invertido, entre otras cosas, para la recuperación y ampliación del poder adquisitivo precarizado luego de años de saqueo de la burguesía parasitaria, evidentemente nadie –o en todo caso solo la minoría de siempre– podría comprar dólares. Así las cosas, la política económica del chavismo no le ha negado a nadie su «sagrado derecho» a comprar dólares. Por el contrario: ahora cada vez más personas pueden comprar dólares gracias a la política económica del chavismo que les ha permitido generar excedentes suficientes para hacerlo.
Por último, aunque no menos importante, vale agregar que la dolarización del excedente y de los ahorros que se ha posicionado en el imaginario de buena parte de los venezolanos y venezolanas tiene explicaciones varias, dentro de las cuales destacan la memoria de las devaluaciones pasadas y la inexistencia de mecanismos de ahorro interno en moneda nacional.
De tal suerte, la dolarización de hecho que se ha emprendido contra de la economía venezolana tiene su correlato en el debilitamiento del bolívar, o más específicamente, de la desbolivarización del ahorro, pues al no existir mecanismos que propicien el ahorro –sobre todo a mediano y largo plazo– en moneda nacional, la gente tenderá a volcarse hacia bienes valores que se revalúen para proteger su patrimonio o hacia a prácticas especulativas entre las que claramente destaca la compra-venta de dólares. Pero todo esto será materia de una próxima nota.

Acerca de Napule

es Antonio Cicioni, politólogo y agnotólogo, hincha de Platense y adicto en recuperación a la pizza porteña.

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