Un Presidente que juega a todo o nada

Rodeado de funcionarios que le suplicaban serenidad, Mauricio Macri entró el lunes pasado en la reunión con los principales dirigentes gremiales del país. No bien se sentó, le hizo saber al metalúrgico Antonio Caló que éste estaba agigantando el problema de los despidos. Caló insistió. Macri estalló: «¡No les permito que vengan a la Casa de Gobierno a decir pelotudeces delante del Presidente!». Silencio. Calmo y componedor, el sindicalista José Luis Lingeri ensayó palabras de pacificación. Los dirigentes sindicales no están acostumbrados a ese trato, mucho menos de parte de un presidente no peronista.
Poco después, oposición y oficialismo se entretenían especulando sobre cuánta popularidad perdería el Presidente si tuviera que firmar el veto a la ley de doble indemnización. Macri no pensaba en eso, sino en todo lo contrario: imaginaba con cierto entusiasmo el día en que firmaría ese veto y el discurso que daría en la Casa de Gobierno para descalificar a los autores de esa ley y a los que la votaron. Se terminó. No negociará nada con nadie. Ningún obstáculo debe interferir en su política económica, que considera la única capaz de sacar al país del atraso y la pobreza.
Se trata de un Macri inesperado. Decidido a llevar el gobierno sin los complejos de un presidente débil. Dispuesto a todo o nada. Convencido de que la derrota de Cristina Kirchner no debe ser sólo judicial, sino también, y sobre todo, política. Es cierto que no siempre las decisiones de los jueces significan un traspié político. Los dirigentes políticos juzgados tienen el recurso de argumentar que son víctimas de conspiraciones indemostrables. Macri aspira a derrotar al populismo y a su principal líder, Cristina Kirchner, en elecciones libres. Es una estrategia riesgosa, pero no suicida. En los dos casos señalados, sindicatos y Cristina, el Presidente se enfrenta con sectores políticos rechazados por una clara mayoría social.
La Justicia no condena políticamente, pero sus decisiones forman parte del contexto. Cristina Kirchner recibió el primer procesamiento por un caso de corrupción implícita por un juez infaltable en el momento de juzgar a la ex presidenta: Claudio Bonadio. Fue por la venta de dólares futuro que, según el magistrado, significó pérdidas para el Estado de entre 5000 y 17.000 millones de dólares. Otras instancias decidirán luego si se trató -o no- de una decisión política no justiciable. Es, de todos modos, la causa menos comprometida entre las muchas que ya tiene Cristina Kirchner. El propio Bonadio investiga otra mucho más grave: la de lavado de dinero en la empresa Los Sauces, propiedad de la familia Kirchner. El fiscal Carlos Rívolo imputó ante Bonadio en esa causa a Cristina y a su hijo Máximo por cohecho, es decir, por el cobro de coimas.
Macri cree que Cristina estará en libertad el año próximo y que será candidata a senadora nacional por la provincia de Buenos Aires, tal vez empujada por la necesidad de fueros. ¿Y si ganara y se convirtiera en una referencia inevitable del peronismo? ¿Y si después de eso se dedicara a desestabilizar al gobierno de Macri y se postulara para las elecciones presidenciales de 2019? Ése es el temor del peronismo, pero no de Macri.
El Presidente confía en que la mitad del electorado bonaerense, que es antikirchnerista, le dará la primera minoría en las elecciones legislativas (esto es, el triunfo), sobre todo si la candidata es Cristina.
Las encuestas nacionales le dan la razón, por ahora al menos. La imagen negativa de Cristina creció siete puntos en el último mes. Está tocando el 60 por ciento de los encuestados. Es el resultado de la propia obra de Cristina y del macrismo que decidió enfrentarla. La imagen positiva de la ex presidenta bajó sólo un punto (de 29 a 28). Ella no pasa indiferente ante la sociedad: la aman o la odian.
La imagen de Macri se mantuvo en el mismo nivel del mes pasado. Venía de una caída en la penúltima medición, pero frenó la tendencia. La buena imagen de su gobierno está en el 60 por ciento y la buena imagen personal en el 55. Esas mediciones son especialmente relevantes en un mes en el que llegaron las facturas de todos los aumentos de tarifas y sucedieron las revelaciones de Panamá Papers.
Hay un dato curioso en las encuestas: la inmensa mayoría cree que la situación del país no está bien ahora, pero la misma mayoría cree que estará bien el año próximo. El liderazgo de Macri descansa en esa mayoría de optimistas que confían en él.
Ningún presidente desde 1983 accedió al poder tan convencido de sus verdades y de sus políticas. Incluso Menem, que introdujo políticas innovadoras para la historia del peronismo, sólo se convenció de la necesidad del cambio un año y medio después. Macri repite una y otra vez que nunca el mundo estuvo tan mal (de Europa a Estados Unidos, pasando por Brasil), con excepción de la Argentina. Es lo que escucha de sus interlocutores extranjeros. «Si recibiéramos sólo el 1 por ciento del capital internacional que no sabe dónde ir, el país estaría salvado por varias generaciones», suele decir. Se impuso la misión de crear las condiciones locales para esas inversiones. «Las inversiones ya empezaron. Todos los días hay una más. No habrá un día en que se inauguren las inversiones porque ese día ya empezó», asegura.
Decisiones, historias y enredos que rodean la pelea política por la ley sobre el empleo. Hay un aspecto en el que Macri no es una excepción: todos los presidentes no peronistas chocaron con una ley laboral.
Raúl Alfonsín intentó sancionar una ley de reforma del sistema sindical y resultó derrotado en el Senado por muy pocos votos. Fernando de la Rúa logró sancionar una reforma laboral, pero el escándalo posterior por los supuestos sobornos la debilitó absolutamente. Macri no mandó nada al Congreso sobre cuestiones laborales, pero el peronismo le impuso en el Senado un proyecto que penaliza los despidos por 180 días.
¿Se equivocó el Gobierno cuando no advirtió que esa ley sería i- nevitable si el macrismo no hacía nada?
El bloque de senadores peronistas le advirtió en privado a Macri que el proyecto era una idea que crecía entre ellos. Los máximos dirigentes gremiales del país ya habían estado con Sergio Massa en la Cámara de Diputados y luego fueron al Senado. Empezaron planteando su preocupación por una «ola de despidos», que después se transformó en un «extendido temor al despido». Lo que era una realidad terminó siendo una sensación. El jefe del bloque de senadores peronistas, Miguel Pichetto, advirtió sobre lo mismo en un precoloquio de IDEA en Cardales, delante del ministro Francisco Cabrera: «El proyecto será sancionado si no hay hechos nuevos».
El Gobierno produjo un hecho nuevo, pero después de que el proyecto fuera sancionado por el Senado y en las vísperas de su tratamiento en Diputados. Fue la firma de un documento por parte de 200 empresarios que se comprometieron a no despedir trabajadores durante 90 días. ¿Por qué el Gobierno no recurrió antes a esa convocatoria? «No podemos estar detrás de cada síntoma político», fue la única respuesta que se encontró.
La lentitud del Gobierno fue compensada por la ansiedad del cristinismo. La derrota política de los seguidores de Cristina fue otra prueba de la decadencia: juntaron sólo 109 diputados (20 menos que los necesarios) y no pudieron imponer el debate. Hace sólo cinco meses controlaban el Congreso con un solo dedo índice.
El peronismo se enoja no por las desventuras judiciales de Cristina, sino porque Macri le presta atención a Cristina.
Macri no quiere perpetuarla a Cristina; aspira a derrotarla. Si Cristina o cualquier otro populista lo sucediera en la presidencia, dice, habría fracasado y ningún éxito económico repararía esa derrota.

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