Desde hace algunos año venimos registrando la avanzada de los gobiernos derecha en toda la región.
Presidentes, ministros y funcionarios que repiten su actuación después de enormes fracasos. Que vuelven a escena con la tranquilidad de quien sabe que, en ocasiones, el poder es sinónimo de impunidad.
Nos pasamos estos días anhelando algún pasado más o menos cercano, o debatiendo nuevos modos de construir política. Siempre que emerge una ola de ajuste feroz en materia económica y de derechos, a quienes militamos cualquier causa colectiva nos invade la necesidad de repensar como disputar el poder, de buscar alternativas, de juntarnos, de auto convocarnos.
Sin embargo, muchas veces, lo que sucede en las bases no se refleja en la dirigencia política. Y, por momentos, pareciera que la salida a este presente se vuelve muy cuesta arriba.
Más allá de que la militancia política es una forma de concebir la vida cotidiana, y que probablemente no haya frustración que supere el espíritu militante, sea cual sea el panorama, es verdad que hay ciertos días en los que gana el pesimismo.
Desde una perspectiva histórica, podemos decir que la estructura política de nuestro país es cíclica. Al parecer son siempre los mismos actores que van modificando su posición en un esquema que dista de encontrar una disrupción que haga que se pueda pensar en la ausencia de gobiernos anti pueblo y en la duración, a largo plazo, de gobiernos que tienden a equilibrar la balanza de la desigualdad y a ampliar los derechos del campo popular.
Sin perjuicio de esto, hay algo que me hace pensar que debemos sabernos privilegiadxs. De alguna manera, estamos siendo contemporanexs de un movimiento político que, en medio de esta repetición cíclica en la que parece que difícilmente se puedan modificar las estructuras más arcaicas, está transformando de manera concreta a la sociedad, a los poderes del Estado, a todas las instituciones. Pero también nos está obligando a repensarnos en cada individualidad.
Existe actualmente un actor político que está llevando adelante las luchas de todos los colectivos históricamente relegados, discriminados, y disidentes respecto de la heteronormatividad que tiene como sujeto al varón blanco, heterosexual y de clase media.
Un movimiento con la fuerza suficiente para comenzar a colarse por cualquier rincón y ante el cual ya es casi imposible no interpelarse. Una verdadera revolución.
“El feminismo nos salva”. Eso solemos pensar quienes aprendimos que la sororidad es nuestra principal potencia: esos pactos que supimos tejer, y que replicamos a cada paso, en cada situación cotidiana.
Hoy, aquella afirmación también tiene otro significado. El feminismo también nos está salvando de los días pesimistas en los que dudamos si, en determinado contexto, ciertos caracteres de la política tradicional quedan obsoletos y no alcanzan para responder a las demandas del pueblo.
Hoy, el feminismo está dando una batalla cultural pocas veces vista en nuestro país. Pero una batalla que no se queda estancada detrás de alguna consigna y que viene a cuestionar desde las conductas entre amigos hasta la estructura judicial. Desde los modos de decir hasta la capacitación de los jueces que, en ocasiones, parecen seguir fallando (también en la otra acepción de la palabra) con las leyes de la inquisición.
Con una organización bien conformada y con una importante cantidad de demandas concretas que se materializaron en estos años año imponiéndose en la agenda política, los movimientos feministas plantaron bandera para quedarse. Para garantizar la autonomía de la voluntad en todas sus facetas. Para hablar de feminizacion de la pobreza. Para que el aborto sea ley. Y,sobre todo,para demostrar que hay otras maneras de pensar la política y la acción del Estado.
El cierre de listas para las candidaturas electorales definió un nuevo panorama en el que los partidos políticos del arco opositor se diferencian del armado oficialista en un punto crucial que consiste en la receptividad que los primeros supieron hacer respecto de algo que es necesario e imprescindible: incorporar integrantes feministas entre sus referentes. Esto delimita un escenario novedoso que tiene que ver con las nuevas formas de organización de la política que proponen los movimientos feministas nacionales y regionales.
Los feminismos parecen haber encontrado algunas o muchas respuestas a distintos interrogantes.
A través de una organización sólida, con bases teoricas que supieron convertir en acciones pragmáticas,concretas, fueron disputando poder entre sectores y actores de la sociedad y de la política que han demorado bastante más para lograrlo. No olvidemos que el movimiento de mujeres,lesbianas, travestis y trans concretó los primeros paros al gobierno macrista mucho antes de que el sindicalismo pudiera lograr un acuerdo lo suficientemente homogéneo para constituir sus reclamos en esos términos.
En esa línea, el poder inmenso de movilización se conjuga con la determinación concreta a la hora de dar batalla en todos los lugares que aún funcionan bajo las lógicas patriarcales.
Esa lectura que realiza la oposición como resultados de las demandas sociales, implica también entender que no es suficiente con sumar mujeres en las listas, sino que las personas que las conforman sean potenciales funcionarios y funcionarias con una clara perspectiva de género y teniendo en cuenta la noción de desigualdad.
En este sistema, históricamente se conformaron los espacios de poder pensando en la masculinidad como sinónimo de fuerza superior. ¿Qué pasaría si esos espacios son ocupados por personas que, indistintamente de su identidad de género, piensen a la política y al Estado desde una perspectiva feminista?
En este armado político circuló en redes un llamamiento hacia los distintos partidos para que incorporen mujeres,lesbianas,travestis y trans entre sus integrantes bajo el hashtag #FeministasEnLasListas.
Y una verdadera diferenciación quedo clara con los resultados que conocemos hoy.
El oficialismo continua aplicando las lógicas del sector más conservador de la política tradicional.
En cambio, los espacios opositores -de manera casi antagónica- han demostrado que se puede elegir un camino de apertura que permita amplitud y transversalidad: dos características propias del movimiento feminista.
En efecto, podemos notar que el «cambio» cómo slogan sin correlato en la realidad termina develando su verdadero propósito: mantener todo siempre igual. A su vez, podemos concluir que se desvanece el discurso que tilda de fascistas a espacios que finalmente han demostrado que son capaces de democratizarse en función de las demandas de la ciudadanía, dando paso a lxs integrantes del actor político y social más consolidado e importante de los últimos años.
Sin dudarlo, la memoria, el presente y el futuro son necesariamente feministas y los gobiernos ,definitivamente, también pueden serlo si es que quieren promover la igualdad real de oportunidades.
En definitiva, los mejores serán quienes logren abrazar a todos los sectores que integran la sociedad. No con una actitud paternalista sino mediante una incorporación concreta dentro del arco politico que permita una participación activa en la toma de decisiones.
Ojalá pronto podamos decir que el sistema político estuvo a la altura.