La tarde continuó apacible aún cuando el sicomoro, viejo testigo de secretos y confesiones entre Martín y la gringa y entre cien otras parejas que descansaron bajo su sombra, no los tuvo cerca para escuchar los últimos. La urgencia de la pasión los llevó de vuelta a la vieja casa de la calle Defensa, veterana ya de mil duelos en los que la risa de la gringa no era más que chispa y combustible para los besos de él, en los que las palabras tiernas de él no eran más que el comienzo de un camino seguro hacia la felicidad de ella. Sabían amarse y lo profesaban con alegría.
El sol caía, el árbol de la autopista recibía a sus habituales huéspedes del aire para pasar la noche y Martín y la gringa comenzaban a despertarse del agradable sueño que sucede al fuego.
El saltó de la cama y se dirigió enérgicamente a la cocina. La gringa pudo reconocer los ruidos que de allí emergían: venían unos mates. Y cantaba un viejo tango que lo acompañaba desde hacía años. Ella reconoció las señales, como siempre. Él estaba eufórico, feliz. Al rato apareció en la habitación con el termo y el mate. Ella lo observaba. Lo disfrutaba. El no lo sabía, quizás lo intuyera, pero en esos estados Martín era el empuje. Era el imprescindible viento en las velas en el camino hacia el próximo fin de semana. Recordar una cualquiera de sus ocurrencias el jueves cerca del mediodía, cuando todo parecía detenido y espeso, era como encontrar una racha perdida, ordenas las velas y aligerar la carga para el asalto final.
Mate de por medio, hablaron del papá de ella, de desencuentros, de quebrantos. Sentado en la cama, desnudo, él escuchaba con atención y leía angustia en su voz. Unos minutos después, cuando esta percepción ya era firme y no dejaba dudas, la voz de ella continuaba fluyendo. Él lo permitía y hasta dijo “sí” o “claro” cuando correspondía. Pero su mente buscaba un salvavidas para la angustia de ella que lentamente se convertía en angustia de ambos. Súbitamente le propuso – Podés seguir el mate? – ofreciéndole el termo. Se levantó mientras le aseguraba – seguí, seguí que yo te escucho – Bueno, eso, lo que te decía, que él sabequeestámalysabequesólonolopuederesolver… – La voz de ella se alejaba mientras él caminaba en dirección al comedor y de allí al baño. Hubo un par de ruidos. Puertas. Cajones. Pero él la mantuvo dentro del tema con preguntas atinadas y hasta con algún comentario.
Después un silencio y en un par de minutos irrumpía en la habitación con un aparatoso salto y fingía un aspaventoso tropiezo con el borde de la cama que lo hacía pasar por encima de ella y caer a su lado. La carcajada de la gringa fue estentórea y probablemente haya sorprendido a los chicos que jugaban en el patio del vecino de abajo. Mientras ella reía sin hacer pie, el actuaba una recomposición en la que se ordenaba el pelo, se reacomodaba e hincaba una rodilla en el piso, vestido con el disfraz de Capitán Choripán. Extendía un puño y dulcemente tocaba el mentón de ella, mientras con gesto ridículo por lo sobreactuadamente canchero le decía “No llores, nena, el Capitán Choripán ha venido a salvarte…” La carcajada de ella fue mudando a una profunda risa que parecía no tener final. Unos segundos después, cuando el vio que ella se recomponía, infló el pecho, continuando con la actuación. – Se fue el bobo que hace minutos estaba aquí a tu lado, nena? Te dejó sola, con esa angustia? – Ella siguió el juego. No podía disimular su alegría – No es un bobo, es mi novio Martín, Capitán, un poco más de respeto! – Si te ha dejado sola, desnuda y angustiada en la cama, diciéndole bobo le estoy perdonando la vida…además de bobo es un verdadero insensible, muñeca – A la gringa le encantó la impostura, graciosa por lo ridícula. Hubiera querido que nunca tuviera fin. – Mire, Capitán, mi novio no tendrá sus súper-poderes ni su súper-sex-appeal, pero es mi novio y yo-le-amo – reforzó en el final ella el tonito de las viejas traducciones mexicanas de las series – Pues entonces tendrías que elegir mejor a tus amantes, belleza, me han dicho que ese debilucho tiene problemas sexuales – Una nueva carcajada de la gringa inundó la habitación. Él se quedó esperando la réplica y cuando vio que se demoraba porque la gringa no podía emerger de esa risa, se le acercó al oído impostando una voz que pretendía ser sexy, algo centroamericana, y le dijo – Sabes por qué me llaman Capitán Choripán? – Ella no pudo contener una nueva carcajada. El estaba absolutamente consustanciado con el personaje y eso lo hacía más divertido. – Por que a mis cachorras les gusta con chimichurri, muñeca. – Ah, sí? – azuzó ella cuando pudo recomponerse. – Pues a mí me han dicho que si no fuera por el chimichurri, no tendría gusto a nada – Habladurías. Has estado escuchando a los villanos. Júrame que no te mueres por probar? – No podría. Es una propuesta difícil de rechazar, Capitán, pero mi novio debe estar por volver en cualquier momento. – Ese esmirriado. Olvídalo. Debe estar paseando en su des-ca-po-ta-ble – dijo Martín, haciendo burla de si mismo. – En ese caso, el chorizo me gusta jugoso – lo requirió ella mientras corría la sábana para que su nuevo amante entrara en la cama.
…
Súbitamente, sin prefacios, mientras la gringa estaba en el baño, Martín desde el comedor le dijo – Me gustaría hablar con Rodolfo. Ojalá se ponga en contacto pronto. – Tu amigo va más rápido que vos, Martincito – se escuchó desde el baño. – Por qué? Preguntó Martín con tono inocente – Me dejó un número. Evidentemente sabía que podías llegar a buscarlo. – Qué viejo!! exclamó Martín. – Pasame la cartera, está arriba de la mesa. En realidad también me lo dejo porque dijo que yo misma podía tener más preguntas. Que lo llamara en cualquier momento. Pero me dijo que si lo preguntabas, te lo ofreciera. Creo que es el celular de él. – Qué viejo zorro!! quedó repitiendo Martín, no sin un dejo de admiración.
La gringa le ofrecía una tarjeta desde el interior del baño. Él la agarró y luego tomó el teléfono. Inspiró hondo y pareció detenerse. Él. La habitación. La ciudad. El planeta. Luego descongeló el mundo y comenzó a discar… – Hola? Hola? Si. Hablo con Rodolfo? – Se hizo una pausa. Luego prosiguió, enérgico – Mire Rodolfo. Ni en pedo. Ni mamado que estuviera. Ni a punta de cañón. Ni cagado a patadas por una manada de burros me pongo ese traje. Sépaló. Y hable con la gente de vestimenta, de vestuario, qué se yo. No me pongo nada en cuyo diseño no participe.
El país volvía a tener un superhéroe.