El café está servido. La charla entre los dos hombres trajeados está centrada en la licitación que decidirá quién digitalizara los documentos de identidad en Argentina. Uno es un importante gerente de la alemana Siemens, el otro es el secretario del funcionario que elegirá la empresa ganadora. De pronto todo se aclara, 27 millones de dólares en una cuenta en Suiza es el precio para mover la balanza a favor de la multinacional.
El número que pidió el funcionario, revelado por el semanario Der Spiegel durante el año pasado, habría sido el precio pedido para reflotar en la presidencia de Eduardo Duhalde un contrato que primero había sido adjudicado a Siemens, también de una manera parecida, en el Gobierno de Carlos Menem y luego revocado en el breve periodo de Fernando De La Rua.
Suiza, uno de los países donde funciona el secreto bancario, permite que estos tipos movimientos irregulares sean tan pero tan comunes y eficaces que los políticos corruptos hacen y deshacen negocios con los recursos del Estado a gusto. Salvo que un juez ordene a los bancos helvéticos informar los datos contables del inescrupuloso, nunca nadie se enterará de la operación.
Aunque, tal como asegura Richard Murphy, experto en justicia fiscal y asesor del Reino Unido, en el blog de Ignacio Escolar, el 3% del dinero de los paraísos fiscales salga de la corrupción, las cifras que mueven las empresas para ganar contratos que los beneficien y perjudiquen al Estado de turno que sea víctima no son menores.
En el libro Patas Arriba del escritor Eduardo Galeano, se pone números a algunos casos: Ferdinand Marcos, ex presidente de Filipinas entre 1965 y 1986, tenía entre mil y mil quinientos millones de dólares escondidos en un banco suizo, cantidad parecida a la del dictador de Malí de los 70, Moussa Traore. Mobutu Sese Seko, ex primer mandatario del Congo durante tres décadas, por su parte, usó el secreto bancario para poner entre cuatro y cinco mil millones a resguardo de quién sabe quién.
Galeano, también brinda los nombres de otros personajes que presuntamente también se beneficiaron de las bondades helvéticas. Carlos Salinas de México , los opresores argentinos de fines de los 70, la dinastía Duvalier que vació Haití, y Anastacio Somoza de Nicaragua son algunos apellidos que ilustran la nómina del uruguayo.
Más acá en el tiempo, en Brasil se investiga presuntos pagos indebidos a funcionarios de parte de Camargo Correa, una de las empresas más grandes del país, que habrían sido depositados en el hermano menor de Suiza, las Islas Caimán. La justicia argentina continúa investigando si Menem escondió dinero en una cuenta secreta, al igual que lo hicieron funcionarios de su homónimo en Perú durante los 90, Alberto Fujimori.
Y Es que señor,señora. En el mundo del revés cualquier cosa para mantener a resguardo los pequeños ahorros de los políticos a salvo de la mirada pública es valida. Estos son y aquí están. Son algunos de los otros, que además de los narcotraficantes y evasores, se beneficiaron con los paraísos fiscales y, quizás, desde ayer respiren con un poquito menos de tranquilidad luego de la reunión del G-20.
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