Pequeñas anécdotas sobre el kichnerismo(?) porteño

Rafael Bielsa leyendo su discurso de lanzamiento en Parque Norte en una alocución literaria y gestual indigna de su prosapia intelectual (por lo menos de la que él presume). Una voluntariosa perseguidora de flashes entrando a los codazos en el palco de un acto menor en Argentino Jrs. Aún recuerdo como un patovica de ocasión le impidió el paso un largo rato. Cappa (no angel, en ningún sentido) como una suerte de figurita copada de rock, en un tiempo de raros rocanroles. Alguien festejando (anticipadamente), «no sabés la que le vamos a tirar a Olivera!». Estas y otras pequeñeces son el patrimonio de recuerdos que llevo de mis años de merodeador de la política porteña desde las orillas de algo que se decía kichnerismo y que quizás nunca haya sido ni será mas que un puñado de buenas intenciones, un puñadito de gente valiosa y la omnipresente mayoría de gurkas de ocasión, muchos de ellos con el sofisticado toque citadino que los hace tan adorables. En todos esos recuerdos no recuerdo la política, o, mejor dicho, no recuerdo la política como recuerdo (o creo) que era. De hecho, me descubro en la trampa de estar escribiendo estas líneas y estar pensando sólo en ese entrañable concepto de «política superestructural», porque, es justo decirlo, tengo una colección de compañeros que desde sus esquinas siempre creyeron (o intentaron creer) que esta vez sí, esta vez volvía la política. Alguna historia los -nos-rescatará. Pero está claro que no es de ellos el dominio de estos tiempos que parecen agotarse.

Ahora que la profecía autocumplida enunciada y proclamada desde el palacio de la risa de la calle perú empieza a cristalizarse y aquellos que se peleaban por la portación de la K (mayoritariamente vía AF) se atomizan pensando en fugas indecentes y transmutaciones poco creíbles, el dolor de ya no ser no puede confundirnos con lo que nunca fuimos. Básicamente, nunca fuimos un nosotros. Ni aquellos que llegaron bajo el dedazo de ocasión, ni los que militaron con convicción, ni los que tuvieron resto para comprar el boleto de ida pretendieron alguna vez conformar un lugar común, todos fueron pasajeros en trance; desde y hacía dónde  es un lugar reservado al realismo mágico.

Los trapitos que ahora salen al sol nos revelan dos cosas, primero, a aquellos que siguen en las sombras, con lo cual sus miserias son tan grandes que ni siquiera ahora están dispuestos a fijar posición (no sea cosa que…). La segunda, una variación de la regla de Baglini, aquellos que mas traten de despegarse de la K -sea la variable de juntémonos todos porque así somos mas o sea la que sostiene que ahora no son lo que eran cuando yo cobré con ellos- son los que están mas cerca de reciclar una política que ha recorporizado al viejo concejo deliberante. Con un agravante. (lo que sigue es una reflexión que se le adjudica a un brillante analista político que entregó el último gran proyecto de participación política de la centro izquierda): antes, los concejales tenían que dar cuenta de sus cuitas en dos lugares: su barrio y su partido. Ahora los actuales diputados de la ciudad…

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