La querella de los Martínez
A propósito del cambio de nombre de una sala de la biblioteca nacional
El primero de mayo ingresé este texto a Arepolítica, pero olvide poner el título y se perdió en el mar de inernet. Veo ahora que oros ambien se ocupan del tema y por eso lo reitero.
En una nota titulada Política de nombres el director de la Biblioteca Nacional, el sociólogo Horacio González, anuncia que esta semana la Hemeroteca dejará de llamarse Gustavo Martínez Zuviría y se le impondrá el nombre de Ezequiel Martínez Estrada. La medida, sostiene, cumple con un antiguo reclamo de voces plurales. Es una decisión tomada como resultado de madura reflexión y profundo análisis , usando el lenguaje de los papas, que se funda en razones de peso y que seguramente goza de un consenso mayoritario, en el que me incluyo.
Me asalta la duda, en cambio, acerca de que ocurra lo mismo con el nombre sustituto, el de Martínez Estrada. Las razones para esta designación no parecen tan sólidas ni la columna de los que la aprueban tan numerosa. Horacio afirma que Martínez Estrada es un “escritor universalista de la condición argentina” y “autor de estudios decisivos sobre el Marín Fierro, el campo y la ciudad…”. Sospecho que tales afirmaciones no concitan un consenso muy amplio. La de Marínez Estrada es una figura discutida y por motivos genuinos, como lo muestra la bibliografía sobre su obra.
Sería muy extenso desarrollar todas las objeciones contrarias a Martínez Estrada. Señalaré unas pocas.
En La cabeza de Goliat Martínez Estrada comienza advirtiendo de modo desafiante que vive en esta ciudad en la que no nació y en la que no desea morir. Como si fuera un timbre de honor. Por más que se niegue, odiaba a esta ciudad que sin embargo lo trató muy bien, al punto de otorgarle premios literarios, entre ellos uno de poesía, a él, un poeta apenas mediocre. En el mismo libro emprende una descalificación grosera de Carlos Guido Spano, tomado como ejemplo de que Buenos Aires no genera poetas, no puede generarlos. A lo sumo puede constituir el ámbito en el que florezca el talento de algún joven de provincias (como él). Esto lo dice en la ciudad de Borges, Maréchal, Oliverio, Juan Gelman, Juana Bignozzi, Homero Manzi, Discepolo. Y en el país de José Hernández, Olga Orozco, Alejandra, Roberto Juarroz, Paco Urondo, Homero Espósito. Varios de ellos ya habían publicado cuando Martínez Estrada daba rienda suelta a estas amarguras tan poco espléndidas.
En el mismo libro ofrece descripciones de la vida en la ciudad. Una de ellas, por ejemplo, se refiere a la vuelta en tren los fines de semana de quienes han pasado el día afuera.: “Son masas informes…”dice nuestro buen autor.” Vuelven del pic-nic y se derraman por los andenes como manchas andantes, como grumos y bolos fecales que expelen los coches” “…proclaman su bajeza, se empeñan en demostrar que son efectivamente seres inferiores…” “Mujeres y hombres, niños y también ancianos, vienen de la saturnal al sol y al aire, insatisfechos, con algo que eyacular todavía “
Finalmente en un libro publicado a la caída del peronismo,en 1956, Qué es esto?, asume enteramente el mito sacrificial tan caro a las clases dominantes y a los ilustrados que las legitiman: “El destino de todos los pueblos es el de ser sacrificado para ser redimido. Sin sacrificio no hay beneficios…” El pueblo argentino debe recibir castigo y compasión y debe determinarse su grado de culpabilidad en el crimen de “lesa patria al que ha prestado sus manos de cómplice ejecutor, tampoco es noble ni justo absolverlo con frases tan incoloras e inodoras como ‘ni vencedores ni vencidos’”
Con toda modestia opino que esta designación me parece un coqueteo ideológico con un autor cuyo intento, por suerte vano, fue el de fundamentar ontológicamente el gorilismo.
Vaya a saber por qué carajo no aparece un mensaje que mandé hace media hora. Sólo quiero agregar que el sitio cada vez está mejor: en los últimos dos días a partir de un texto tendencioso y confuso a Roberto Noble le endilgaron nazifascismo, el peronismo puro y duro ahora le imputa a González coqueteo ideológico con el gorilismo, Daio en un tema paralelo por su parte ataca a la «progresía» por el nuevo nombre de la sala. El análisis en AP cada vez e´ mecore mecore.
Emilio: no creo que se pueda imputar a Horacio coqueteo ideológico con el gorilismo. Sí con Martínez Estrada, por el que tiene debilidad pese a su gorilismo.
Emilio: Yo no me hago responsable mas que por lo que escribo. No hay porque achacarle a Artepolítica una cateogría determinada de análisis, siendo un sitio plural.
El autor de la nota que antecede fundamente lo que dice. Yo, en la mía, también lo hago. Podés sin duda no estar de acuerdo, pero sería interesante que lo fundamentes.
Quisiera aclarar, por si no fue lo suficientemente explícito, que ese texto no está dirigido a cuestionar a Horacio en bloque,ni a desconocer su trayectoria militante y universitaria. Lo que se cuestiona, yo cuestiono,con todo derecho es una medida tomada por él en su carácter de funcionario. Tal vez podría decirse que este no es momento para distraerse en polémicas de este tipo.A eso yo contesto que no es momento de reivindicar una figura como la de Mz. Estrada,anacrónica y detestable para muchos (para mi sin dudas). Y como trato de traslucir en el texto, no porque sea gorila en estrictos términos políticos,Mz.Estrada es un gorila avant la lettre, previo al peronismo, inscripo en la nefasta tradición argentina que desprecia a su pueblo y pide sacrificios de sangre. Un tipo muy rebelde pero que termina empuñando el mito del pecado original y el mito sacrificial que debe recaer siempre sobre el pueblo.
Juan:
Me parece interesante incorporar el texto mediante el cual Horacio González explica los motivos de su decisión de cambiar el nombre de la sala.-
No conozco mayores repercusiones de la medida, salvo las aparecidas en AP.-
saludos.-
POLÍTICA DE NOMBRES
«Durante muchos años, se les ha pedido a sucesivos directores de la Biblioteca Nacional, que procedan a cambiar el nombre de la Hemeroteca, denominada Gustavo Martínez Zuviría.
En mi caso personal, recibí durante cinco años este reclamo por parte de numerosas organizaciones y personas. Se trataba de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados –en dos oportunidades-, de importantes intelectuales de nuestro país y del exterior, y de instituciones vinculadas a la memoria del Holocausto. En todos los casos, hemos respondido con prudencia y llamando a una profunda reflexión sobre este caso.
El prolífico escritor Martínez Zuviría fue durante un cuarto de siglo Director de la Biblioteca Nacional, y durante todo ese período –desde su despacho en el primer piso de la calle México 564-, impartió vehementes opiniones militantes de carácter discriminatorio. Su antisemitismo de combate fue notorio y no se limitó a sus novelas. El investigador Boleslao Lewin fue impedido de entrar a la Sala del Tesoro para realizar sus investigaciones por su condición de judío, y en forma humillante se lo limitaba a la sala general. Un modesto progrom se realizaba así en las instalaciones bibliotecarias. Lewin fue autor de decisivos trabajos sobre Tupac Amaru y la independencia sudamericana, revisando los archivos de la Inquisición en el Perú. Este investigador polaco exilado en la Argentina, dedicó su vida a estudiar la emancipación de nuestros países desentrañando la veta inquisitorial que subyace en la profundidad de nuestras sociedades históricas y que nunca deja de llegar largamente hasta nosotros.
Martínez Zuviría, que escribía bajo el conocido pseudónimo de Hugo Wast, publicó novelas antisemitas, como Kahal y Oro, en las que cuenta una conspiración judía para apoderarse de Buenos Aires en 1950 con técnicas alquimísticas para fabricar oro y arruinar las finanzas capitalistas. Estos folletines, que en su momento contaron con numerosos lectores, tenían un ameno desarrollo basado enteramente en la superchería de los Protocolos de los Sabios de Sión, modelo esencial del relato conspirativo universal. A punto de ser traducida masivamente en la Alemania de los años 40, la novela es finalmente vetada por las editoriales nazis de la época pues tiene un final “medieval”. Una joven judía era redimida de sus pecados por el héroe cristiano. El nazismo, en su demasía absoluta, no coronaba sus propias pesadillas con este tipo de redenciones. Más comedido en sus afanes, podríamos decir que Hugo Wast pensaba en lo que Borges, con frase que tomamos de La muerte y la brújula, denominaba irónicamente un “progrom frugal”.
Martínez Zuviría-Wast pertenecía a los sectores más reaccionarios de la Iglesia argentina y había negado la participación eminente y esencial de Mariano Moreno en la fundación de la Biblioteca Nacional hace exactamente 200 años, entonces llamada Biblioteca Pública de Buenos Ayres. Ya en la época de su presencia en la Biblioteca, abundaron las polémicas sobre sus opiniones y decisiones. El poeta César Tiempo, secretario de la Sociedad de Escritores de aquel momento, escribió un gran folleto sobre el tema, sin duda patrocinado por Leopoldo Lugones, presidente y fundador de la Sade. Esta institución era lindera a la Biblioteca y Lugones conocía bien a Wast. El autor de Lunario sentimental podrá ser cuestionado por muchas de sus opiniones políticas, pero supo en su momento repudiar dignamente la folletería antisemita surgida de espíritus curialescos y atrabiliarios.
Otro gran escritor de la época –y de todas las épocas- Ezequiel Martínez Estrada, al observar el oscurantismo moral e intelectual al que estaba sometida la Biblioteca, en su magnífica obra La cabeza de Goliat (1940), escribió que todo parecía indicar que el busto de mármol de Mariano Moreno situado en la sala principal de lectura, estaba cabeza para abajo.
Llegó el momento de poner a Mariano Moreno sobre sus pies. Estamos en fecha propicia. El actual nombre de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional será cambiado esta semana por el de Ezequiel Martínez Estrada, escritor universalista de la condición argentina, inventor de formas narrativas y ensayísticas emancipadas, autor de estudios decisivos sobre el Martín Fierro, la pampa y la ciudad, Kafka y Montaigne y la turbada historia nacional, también partidario de una teoría de la lectura –la lectura conmocionante y curadora- que se entrelaza con las más modernas perspectivas de la crítica literaria actual.
No tomamos exultantes esta decisión. Actuamos según la enseñanza spinoziana: No reír, no lamentar, no detestar, sino comprender. Así encaramos esta decisión necesaria y pendiente, reclamada por el parlamento y sectores plurales de la sociedad. Nosotros mismos la habíamos demorado por diversas consideraciones. No íbamos a responder al negacionismo con una ocultación de nombres y un desconocimiento de la ruda facticidad de lo histórico. Martínez Zuviría es parte de la historia de la Biblioteca Nacional –así lo atestiguan numerosos y no suprimibles indicios-, pero concluimos que no debe ser el nombre de una de sus salas principales.
En efecto, como bibliotecario, Martínez Zuviría fue un tipo de erudito que tiene notorios representantes en la historia de la cultura, que unió archivismo y conspiración, bibliofilia e inquisición. Reconocidamente, se le debe la publicación de documentos capitales de la historia colonial argentina –que ya habían sido recopilados por el empeñoso sacerdote Saturnino Segurola y el polígrafo Pedro de Ángelis-, y la compra de la colección Foulché-Delbosc, uno de los patrimonios más valiosos de la Biblioteca Nacional. Nada de esto será desconocido, ni ignorado, ni olvidado. Al contrario, todo está a la vista, apto para la meditación y el estudio.
Pero fuera del signo vital de las conmemoraciones, que son lo que una comunidad crea y recrea en lo más profundo del espíritu colectivo. El máximo tótem del antisemitismo argentino, expuesto como señal conmemorativa, ofende finalmente a quienes buscan de todas las formas posibles los nuevos cimientos para reconstruir una democracia avanzada, igualitaria y no discriminativa en la Argentina. No la habrá sino recogemos los signos dispersos del pasado para una nueva meditación convocante, para un nuevo juicio que piense serenamente desde tantas y múltiples heridas.
Mucho deliberamos antes de tomar esta medida de justicia frente a la esquiva y difícil memoria nacional. Acudió repentinamente a nosotros la frase de Nietzsche en Zarathustra, dirigida a los comuneros de París en 1871: “no tiréis columnas, que volverán más seductoras a su lugar”. Pesaba también el hecho de ser justos con los nombres que invitan a reflexiones profundas sobre la existencia y la reparación de las vidas conculcadas, sin ser injustos con una complejísima institución nacional. Pero repentinamente, y al calor de estas épocas que invitan a construir nuevas columnas morales e intelectuales –con reconocibles dificultades a la vista-, como si resurgiera el espectro de Tupac Amaru desde las páginas de Boleslao Lewin, una voz de la historia susurró que había que reponer un hilo que uniera las partes rotas del memorial argentino y que sirviera también como un llamado reflexivo hacia nuestra vida cultural, hacia los lectores e investigadores y hacia los propios trabajadores de la Biblioteca Nacional.»