Cuando a fines de 2008 varios economistas empezaban a pronosticar cuál sería el comportamiento de las principales variables durante el 2009 (el año que incorporaba la novedad de la crisis internacional) señalábamos humildemente nuestras diferencias respecto de aquellos que auguraban carencia de dólares en Argentina, amparados en la supuesta evaporación del superávit comercial que se produciría por reducción de exportaciones.
Resulta que también cayeron las importaciones, por precio y cantidades. Lo cual definió que el año en que supuestamente se evaporaría el superávit comercial, éste alcanzó, contrariando los pronósticos, valores record.
También concurrió otro elemento: por menores remesas de utilidades de los principales exportadores (que exportaban menos con motivo de la crisis) sumado al crecimiento del superávit comercial, la cuenta corriente se mantuvo fuertemente superavitaria. A la Argentina, lejos de faltarle dólares, le sobraron. Por lo cual, no sólo pudo cumplir sin endeudarse con sus compromisos externos públicos y privados, sino que financió la fuga de capitales propiciada por ahorristas desorientados que corrían a comprar dólares para sacarlos del sistema, sin que el Banco Central perdiera reservas como consecuencia (aunque dejó de incrementarlas, que era lo que venía ocurriendo hasta entonces).
El que sí sufrió fue el superávit fiscal. El primario pudo mantenerse a duras penas, monetizando fondos recibidos por el BCRA, difiriendo pagos y aumentando la deuda flotante.
Subidos a la ola, este año, varios economistas y periodistas especializados pusieron el énfasis en la evaporación del superávit fiscal primario. Porque la supuesta suba del gasto no iba a tener correlato en un crecimiento de los ingresos. También manifestamos con humildad que esta visión era equivocada, y que los susodichos estaban fallando el enfoque, porque el sueprávit que estaba en riesgo era otro. Y los hechos parecen confirmarlo, con subas record de la recaudación fiscal, a esta altura por encima del incremento del gasto.
Hoy nos desayunamos con la noticia de que la cuenta corriente del primer trimestre de 2010 fue deficitaria, hecho inédito desde el fin de la convertibilidad. Este dato, que no implica tragedia ni crisis alguna, es sí un llamado de atención. Países como Brasil viven desde hace años con situaciones de este tipo. El tema es que la persistencia en el tiempo de este esquema, con déficit de cuenta corriente y superávit de cuenta financiera (por mayor ingreso de divisas para inversión en títulos, acciones, etc.) implica un fortalecimiento del sector terciario, en detrimento de las posibilidades del sector secundario, el sector productivo más tradicional.
El elemento que define la situación es el tipo de cambio. Y a su vez este resultado puede servir para determinar si el tipo de cambio está sobre o subvaluado. «Tipo de cambio bajo», sería la sentencia, que le daría la razón a quienes quieren devaluar para apuntalar la producción nacional.
Pero hay otro pronóstico fácil para hacer, si el esquema se mantiene en el tiempo, y no se devalúa la moneda. Tan fácil, que es extraño que nadie lo haga. Es la brusca desaceleración de la inflación que, si la situación se mantiene, se podría empezar a hacer sentir con fuerza dentro de unos meses. En ese caso, el problema a atacar sería la simultanea caída en la generación de empleo, y las dificultades para mantener los niveles de empleo actuales. Como siempre, la economía obliga a elegir.