Regazzoni le juega al sistema parándose en la frontera, solo “sale a chorear” y luego se repliega, así se hace fuerte. Le duele no pertenecer pero acepta su individualidad que a su vez lo debe marginar entre los suyos, confiesa que sus parientes de “segunda línea” lo mandan a laburar al puerto.
Gracias a la fronteridad Regazzoni nos eteramos que existe el mundo de la chatarra, de la “pizza culera”, espiamos la obsenidad de un mundo que se nos oculta. Es un arte de denuncia y a su vez es un arte de condena, ya que se confiesa solo y solitario.
Nos gusta Regazzoni, nos gusta la actitud de Regazzoni, los que estamos en política querríamos ser Regazzoni, el costo es muy alto, el costo es la marginalidad. Regazzoni logra mantenerse en ese fino hilo de la frontera.
Una muy linda visión de la política. El arte se hace posible gracias a los stalkers, los que andan curioseando por ahí.
Muy bueno
Eso, muy bueno.