Y el yanqui se went home. Obama ascendió los escalones y, en la puerta del Air Force One, le dedicó un último fuck you a Latinoamérica. A su espalda cerraron, clausurando la gira poco mágica y nada misteriosa, y el avión alzó vuelo rumbo a la Norteamérica que soñaron los Founding Fathers.
La gira de cinco días del mandatario café con leche -de tan poco café ya parece una lágrima- finalizó en El Salvador. En Brasil, en Chile y en el país centroamericano fue recibido con todos los honores. En ninguno de ellos cumplió las expectativas de sus anfitriones. Esta gira, la primera del norteamericano por esta geografía, fue planeada como una reafirmación del liderazgo estadounidense y promocionada como un reconocimiento hacia una región que tiene algo olvidada. La esperanza (Hope) era que el Change que Obama prometió -y que no se observa en su política doméstica ni hacia Medio Oriente- se materializara en lo que otrora fuera el patio trasero del Gran País del Norte y hoy se encuentra construyendo un horizonte de mayor autonomía.
Brasil esperaba un guiño hacia un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Dilma Rousseff intentó ser más diplomática que su antecesor, Lula. De nada le valió: no sólo Brasil no recibió respaldo a su pedido sino que desde Brasilia Obama mandó a bombardear Libia.
En Chile (las que finalmente se revelaron) ilusiones se centraban en el Discurso para las Américas y en la cooperación en materia nuclear. El discurso no quedará en la History: fue uno más de los tantos que apelan a lugares comunes: democracia y progreso (les recomiendo esta interesante mirada), Cuba, inmigración y tratados de libre comercio. La Casa Blanca sostuvo el tradicional papel de fiscal y juez que los EE.UU. se reservan para el subcontinente. Consultado respecto al papel que desempeñó su país en el golpe del ’73, Obama dijo: «no puedo hablar por las políticas del pasado, pero sí por las del presente», «es importante, sin embargo, incluso al comprender nuestra historia y lograr mayor claridad sobre la misma, que no nos quedemos atrapados por la historia» (imaginen a toda la oposición, acá, saltando de alegría). Respecto a cooperación nuclear, las palabras de Piñera -loco de contento aplaudió la ofensiva occidental contra Libia- son el perfecto resumen: «Durante nuestro gobierno no se va a construir ni se va a planificar construir ninguna planta de energía nuclear».
La inclusión de El Salvador como destino puede ser leído dentro de las precauciones que la injerencia de Hugo Chávez genera en el Departamento de Estado norteamericano. El control del narcotráfico, del crimen organizado y la violencia de las pandillas constituyeron el foco de la agenda.
Era una utopía pensar que la gira podría significar un cambio en las relaciones de EE.UU. con Latinoamérica. Obama se encuentra cercado por los republicanos en el Congreso y a merced de Wall Street en economía doméstica. La doctrina de Seguridad Nacional y el complejo industrial-militar siguen rigiendo la política exterior, aunque ésta se maquille ya no como unilateral y sí como defensa de la democracia y los pueblos masacrados por sus tiranos dictadores. Como nos mostraba esta entrada, la cada vez más importante presencia comercial de China en la región es otra de las preocupaciones de EE.UU. y un importante escollo para la recuperación de su todavía angustiada economía. Obama was here pero nada cambió mucho. Es alentador.
En el último vínculo, la respuesta de L.A. Moniz Bandeira no contribuye a resaltar el sentimiento antinorteamericano: «Las relaciones entre los dos países no siempre fueron tan suaves, como generalmente se supone. En el siglo 19 el gobierno brasileño suspendió tres veces (1827, 1847 y 1869) sus relaciones diplomáticas con los EE.UU.»
Está bien. No creo que sea tan importante como antes el antinorteamericanismo.
En el pasado era mayor, me parece, la injerencia en el «patio trasero». «Yankis go home» y todo eso.
Disculpá por la demora en la respuesta.
Saludos.