Mañana, en la Argentina, se celebrará el DÍA DEL BOXEADOR, en conmemoración de la primera pelea de un compatriota por un título mundial profesional. Luis Angel Firpo, de él se trata, combatió en aquella ocasión con el campeón pesado estadounidense Jack Dempsey en el Polo Grounds de Nueva York. Tiró del ring a su rival en el primer asalto y luego perdió por nocaut en el segundo, de un choque que hubiese tenido otro rumbo con las reglas que rigen el pugilismo actualmente. Dempsey fue ayudado a volver al cuadrado y, lejos de ir hacia un rincón neutral -como se obliga ahora- impidió que Firpo se recuperase luego de cada una de sus siete caídas, golpeándolo antes de recobrar la vertical. Es historia. Fue el 14 de septiembre de 1923. Lo bueno es que allí comenzó ‘otra’ historia, la del boxeo nacional, que entre otros logros le dió al país 25 medallas olímpicas, 7 de oro (mucho más que el resto de los deportes) y que más tarde inscribió una treintena de apellidos como campeones profesionales, a cual más distinguido. Hoy, de todos modos, es importante decir que subsisten algunos mitos con respecto a esta actividad, que merecen ser derribados con un puñado de frases, como éstas:
«Para triunfar en el boxeo se necesitan tres cosas. Primero hambre, segundo hambre y tercero hambre». (Jack Dempsey).
«El boxeador es el muchacho que reparte barras de hielo subiendo cinco pisos por escalera. El trabajo del manager es cuidarle el carrito en la puerta de calle». (Joe Louis, campeón mundial pesado, como Dempsey).
«De hecho, me enamoré de los movimientos audaces de los boxeadores; del aroma salvaje del peligro; de los guantes coloridos, símbolos del poder. Me enamoré del boxeo». (Marvin Hagler, campeón mundial mediano).
«El boxeo es una primitiva forma de arte, tan primitiva como el nacimiento, la muerte o el amor erótico. Las experiencias más profundas de nuestra vida son acontecimientos físicos, aunque nos consideramos, y seguramente somos, seres esencialmente espirituales». (Joyce Carol Oates, escritora estadounidense).
Y cerramos con otra frase para derribar mitos:
«Para triunfar en el boxeo se necesitan tres cosas. Primero hambre, segundo hambre y tercero hambre». (Jack Dempsey).
«El boxeador es el muchacho que reparte barras de hielo subiendo cinco pisos por escalera. El trabajo del manager es cuidarle el carrito en la puerta de calle». (Joe Louis, campeón mundial pesado, como Dempsey).
«De hecho, me enamoré de los movimientos audaces de los boxeadores; del aroma salvaje del peligro; de los guantes coloridos, símbolos del poder. Me enamoré del boxeo». (Marvin Hagler, campeón mundial mediano).
«El boxeo es una primitiva forma de arte, tan primitiva como el nacimiento, la muerte o el amor erótico. Las experiencias más profundas de nuestra vida son acontecimientos físicos, aunque nos consideramos, y seguramente somos, seres esencialmente espirituales». (Joyce Carol Oates, escritora estadounidense).
Y cerramos con otra frase para derribar mitos:
TODOS LOS BOXEADORES NACEN POBRES. (Algunos continúan y terminan pobres. Otros llegan a ricos y terminan pobres. Pero hay muchos que después del ring viven dignamente y mueren de ese modo).
El lugar común que deposita a los pugilistas en el fondo del tarro social es otro insoportable prejuicio de la clase media, siempre atenta para lamer botas de poderosos, parada en los hombros de los más débiles. Fue, es y será así. También en la Argentina, donde mañana volverá a festejarse el Día de un modesto trabajador, deportista o no. Esta disyuntiva es un mero entretenimiento para personas que jamás polemizarían acerca de la esencia del oficio de albañil, minero, aviador o policía, y mucho menos reclamarían la abolición de esos oficios, dado que necesitan de ellos para vivir sin sobresaltos. Es decir, todo lo contrario de lo que significa calzarse los guantes para pelear por una vida que valga la pena.
El lugar común que deposita a los pugilistas en el fondo del tarro social es otro insoportable prejuicio de la clase media, siempre atenta para lamer botas de poderosos, parada en los hombros de los más débiles. Fue, es y será así. También en la Argentina, donde mañana volverá a festejarse el Día de un modesto trabajador, deportista o no. Esta disyuntiva es un mero entretenimiento para personas que jamás polemizarían acerca de la esencia del oficio de albañil, minero, aviador o policía, y mucho menos reclamarían la abolición de esos oficios, dado que necesitan de ellos para vivir sin sobresaltos. Es decir, todo lo contrario de lo que significa calzarse los guantes para pelear por una vida que valga la pena.
Gatica:
Ante que nada: reinteresante cuando se meten temas que no son de la agenda periodística.
Segundo: Comprendo lo que decis… Tenía esos prejuicios y la realidad me cagó a trompadas.
Una vez, conocí el club de boxeo que está en los subsuelos de Plaza Constitución. Y la verdad que encontré lo opuesto a lo que esperaba encontrar: les enseñaban a controlar la violencia, el trabajo físico los ayudaba a largar los «vicios», incluso, muchos pibes iban a zafar del infierno del piso de arriba. Allí había coodigos de solidaridad y sacrificio. Hasta había un ruso exiliado, entrenador olímpico de su país, que daba clases a unos ucranianos, rusos, que se integraban lo más bien con pibes del gran Buenos Aires. Los dos o tres boxeadores viejos mantenían ese gimnasio hacían un laburo social muy grosso.