Opinión
Lunes 09 de mayo de 2011 | Publicado en edición impresa
QUITO.- Hubo que suspender la fiesta. Continuarla hubiera sido prolongar el ridículo, y el bullicio con el que se había llenado la avenida Shyris de Quito terminó traduciéndose en un profundo silencio adornado con caras largas y sinsabores.
La verdad es que la fiesta fue demasiado prematura. Los datos de la encuesta de Santiago Pérez que el gobierno había contratado para hacerlos públicos en los canales incautados daban la idea de un triunfo holgado. Esa imagen permitía lanzar con energía el ya repetido discurso sobre una nueva batalla ganada a la oligarquía, a los medios de comunicación y a todos los no creen en la verdad suprema. La bravuconería de Rafael Correa antes de las 21 terminó convirtiéndose en una lamentable exposición al ridículo.
Los resultados del conteo rápido del Consejo Nacional Electoral llegaron justo cuando más prometía la fiesta de la avenida Shyris, cuando el gobierno sacaba las copas de champagne.
Las cifras oficiales daban cuenta de una victoria que, en honor la verdad, es una derrota. Derrota porque el margen entre el sí y el no no se acerca ni por lejos a lo prometido, y vergonzosa por lo desafiante que fue el arrogante discurso de los ganadores prematuros.
De no ser porque en la más reciente Constitución se establece que en una consulta basta que una tesis gane, sin importar que tenga mayoría, el gobierno no tendría argumentos para hacer aprobar sino una sola de las preguntas planteadas.
De no ser por esa Constitución, redactada por algunos arrepentidos y conversos de último momento, el gobierno no tendría cómo viabilizar su proyecto para controlar la justicia y, mucho peor, para establecer un consejo de regulación para los medios de comunicación.
Aun así y con la disposición legal vigente, que permite que se gane sin mayoría, el camino para el gobierno no será fácil. Su propuesta llega debilitada y con la sensación de todos de que no hay una evidente mayoría a favor de las tesis de Correa, aunque haya ganado el sí.
Hay otras formas de leer el resultado. Por ejemplo, para quienes habían apostado a este proceso como un mecanismo para ratificar al gobierno luego de la supuesta intentona golpista del 30 de septiembre, el revés debe de ser particularmente doloroso.
También deben haberse lastimado los oficialistas que compararon los resultados con aquellos de los procesos anteriores. Cuando se votó sobre la realización de la Asamblea Constituyente, 81,7% votó afirmativamente, y cuando la Constitución de Montecristi se sometió al escrutinio popular, el resultado fue de 64%.
Y si se hace la lectura, sin duda correcta, de que lo que estaba en juego era el gobierno de Correa y no las preguntas largas y complicadas que la mayoría no tomaba en cuenta, el dolor debe de haber sido aún mayor.
Lunes 09 de mayo de 2011 | Publicado en edición impresa
QUITO.- Hubo que suspender la fiesta. Continuarla hubiera sido prolongar el ridículo, y el bullicio con el que se había llenado la avenida Shyris de Quito terminó traduciéndose en un profundo silencio adornado con caras largas y sinsabores.
La verdad es que la fiesta fue demasiado prematura. Los datos de la encuesta de Santiago Pérez que el gobierno había contratado para hacerlos públicos en los canales incautados daban la idea de un triunfo holgado. Esa imagen permitía lanzar con energía el ya repetido discurso sobre una nueva batalla ganada a la oligarquía, a los medios de comunicación y a todos los no creen en la verdad suprema. La bravuconería de Rafael Correa antes de las 21 terminó convirtiéndose en una lamentable exposición al ridículo.
Los resultados del conteo rápido del Consejo Nacional Electoral llegaron justo cuando más prometía la fiesta de la avenida Shyris, cuando el gobierno sacaba las copas de champagne.
Las cifras oficiales daban cuenta de una victoria que, en honor la verdad, es una derrota. Derrota porque el margen entre el sí y el no no se acerca ni por lejos a lo prometido, y vergonzosa por lo desafiante que fue el arrogante discurso de los ganadores prematuros.
De no ser porque en la más reciente Constitución se establece que en una consulta basta que una tesis gane, sin importar que tenga mayoría, el gobierno no tendría argumentos para hacer aprobar sino una sola de las preguntas planteadas.
De no ser por esa Constitución, redactada por algunos arrepentidos y conversos de último momento, el gobierno no tendría cómo viabilizar su proyecto para controlar la justicia y, mucho peor, para establecer un consejo de regulación para los medios de comunicación.
Aun así y con la disposición legal vigente, que permite que se gane sin mayoría, el camino para el gobierno no será fácil. Su propuesta llega debilitada y con la sensación de todos de que no hay una evidente mayoría a favor de las tesis de Correa, aunque haya ganado el sí.
Hay otras formas de leer el resultado. Por ejemplo, para quienes habían apostado a este proceso como un mecanismo para ratificar al gobierno luego de la supuesta intentona golpista del 30 de septiembre, el revés debe de ser particularmente doloroso.
También deben haberse lastimado los oficialistas que compararon los resultados con aquellos de los procesos anteriores. Cuando se votó sobre la realización de la Asamblea Constituyente, 81,7% votó afirmativamente, y cuando la Constitución de Montecristi se sometió al escrutinio popular, el resultado fue de 64%.
Y si se hace la lectura, sin duda correcta, de que lo que estaba en juego era el gobierno de Correa y no las preguntas largas y complicadas que la mayoría no tomaba en cuenta, el dolor debe de haber sido aún mayor.