Jueves 19 de mayo de 2011 | Publicado en edición impresa
¿Cristina Fernández se quiere llevar puesto el pasado que construyó el propio Néstor Kirchner? La embestida de la Presidenta contra Hugo Moyano no parece ser sólo retórica. La decisión de controlar la «trazabilidad» de cada medicamento pega directo en el bolsillo de la caja sindical. A partir de ahora, las obras sociales que compren remedios en droguerías amigas o creadas para hacer negocio con el gremio tendrán tantos controles que harán la operación inviable. Es decir: deberán hacerlo entre las que están registradas en el Ministerio de Salud. Y el gesto de quitar del medio a Pablo Moyano de la gestión del Ferrocarril Belgrano Cargas marcha en la misma dirección: hacerle entender al padre que «la sociedad» que mantenían se acabó.
¿Puede la jefa del Estado, casi de un día para el otro, atacar como si fuera su peor enemigo a alguien que hasta hace un rato era su socio principal? Si se analiza lo que hizo su esposo desde 2003 hasta el día en que murió, no sería nada raro. El ataque y demonización de Eduardo Duhalde, el hombre que bendijo a Kirchner como su candidato, es un buen antecedente. La guerra total contra el Grupo Clarín después de que lo habían elegido como su principal interlocutor es otra prueba de que no tienen ningún problema en cambiar de «aliados tácticos» de acuerdo con las circunstancias. Los peronistas que no la conocen bien suponen que con Moyano va a ser distinto porque el líder de la CGT maneja, todavía, mucho poder. Se trata de un análisis demasiado optimista: ella tiene los votos y el camionero está jaqueado por las causas abiertas, a tiro de la decisión de los jueces Norberto Oyarbide y Claudio Bonadio.
Los que alientan las últimas jugadas de la Presidenta ya empezaron a diseñar una explicación en caso de que se produzca el ataque final. Dirán que Moyano no sólo la extorsionó con sus amenazas de parar el país. También argumentarán que antes había traicionado al propio Néstor Kirchner cuando se aprovechó de su debilidad, después del conflicto con el campo y la derrota electoral de 2009, para obtener beneficios económicos y hasta personales. Desde el usufructo que le sacaría a la Administración del Puerto hasta el manejo del dinero de las obras sociales a través de los hombres que Moyano ponía al frente de la Administración de Planes Especiales (APE) en la Superintendencia de Salud. «A este ritmo, se lo carga antes de octubre», me dijo alguien cercano a la Presidenta que ayudó a diseñar el nuevo plan de trazabilidad de los medicamentos.
¿Hasta dónde llegará la larga mano de Cristina Fernández? La nueva demonización de su todavía socio ¿es sólo un intento de acumular más poder o se trata de una postura ideológica? ¿Quiere la Jefa del Estado cargarse sólo a Moyano o va contra todo el peronismo? Y si no es sólo pura ambición, sino también ideología, ¿cuánto tardarán en caer los peronistas Julio De Vido y Aníbal Fernández, por citar dos ejemplos, a quienes Néstor Kirchner les encomendó acciones que hoy Cristina reprobaría?
La Presidenta, ahora mismo, está sentada en una imagen positiva y una intención de voto que le permite moverse con comodidad. Más allá del juego del misterio, todo parece indicar que será la candidata, por varias razones. Una es la enorme presión explícita o implícita de un ejército de dirigentes que dependen de ella. Otra es la falta de tiempo real para elegir otra opción, por más razones personales que pueda tener para bajarse de la postulación. Y la tercera es que el ejercicio del poder forma parte de su ADN, aun cuando el tremendo golpe que le provocó la muerte de su compañero pueda hacerla dudar, en el medio del duelo. En este contexto político, el enfrentamiento con Moyano le podría aportar los votos que necesita para ganar en primera vuelta y consolidar un proyecto propio, distinto al que integraba cuando su marido vivía. La gran pregunta es a cuántos está dispuesta a sacrificar en semejante empresa.
Todo el mundo tiene derecho a cambiar de opinión, de amigos, de socios y hasta de ideas. Una buena parte de la sociedad tiene la memoria corta, y eso jugaría a su favor. Igual que juega a su favor la buena marcha de la economía, el nivel de consumo y la empatía general por su condición de viuda. Sin embargo, nunca faltará alguien que le recuerde a Ricardo Jaime, Claudio Uberti, Lázaro Báez y Rudy Ulloa, por citar algunos nombres emblemáticos. O las recientes alianzas del Frente para la Victoria con Carlos Menem, en La Rioja; Ramón Saadi, en Catamarca, y hasta con Aldo Rico, en San Miguel. O su silencio frente a la manipulación de la Constitución que hizo José Luis Gioja para ser reelecto por tercera vez en la provincia de San Juan. O su veto a la ley de glaciares, mientras que la Barrick Gold sigue operando sin dificultad. O el cierre abrupto de la causa por enriquecimiento ilícito que involucraba al ex presidente y a ella misma. O su vínculo casi indestructible con Moyano y los sindicatos aliados.
Porque Kirchner puede ser homenajeado y reconocido por todas las cosas buenas que hizo, pero sería difícil hacer desaparecer de la historia reciente todo lo demás, por más medios oficiales y periodistas militantes que utilicen para lograrlo. Eso también es parte de la mezcla con la que se amasó y se sigue amasando «el proyecto». Que los dirigentes de la oposición no lo recuerden porque tienen miedo de perder votos no significa que los hechos se hayan evaporado. El kirchnerismo es también Kirchner y su historia. ¿Se puede tomar sólo la parte buena de la herencia sin reconocer las deudas que dejó el líder de la organización? El tiempo, tarde o temprano, suele poner las cosas en su lugar.
© La Nacion
¿Cristina Fernández se quiere llevar puesto el pasado que construyó el propio Néstor Kirchner? La embestida de la Presidenta contra Hugo Moyano no parece ser sólo retórica. La decisión de controlar la «trazabilidad» de cada medicamento pega directo en el bolsillo de la caja sindical. A partir de ahora, las obras sociales que compren remedios en droguerías amigas o creadas para hacer negocio con el gremio tendrán tantos controles que harán la operación inviable. Es decir: deberán hacerlo entre las que están registradas en el Ministerio de Salud. Y el gesto de quitar del medio a Pablo Moyano de la gestión del Ferrocarril Belgrano Cargas marcha en la misma dirección: hacerle entender al padre que «la sociedad» que mantenían se acabó.
¿Puede la jefa del Estado, casi de un día para el otro, atacar como si fuera su peor enemigo a alguien que hasta hace un rato era su socio principal? Si se analiza lo que hizo su esposo desde 2003 hasta el día en que murió, no sería nada raro. El ataque y demonización de Eduardo Duhalde, el hombre que bendijo a Kirchner como su candidato, es un buen antecedente. La guerra total contra el Grupo Clarín después de que lo habían elegido como su principal interlocutor es otra prueba de que no tienen ningún problema en cambiar de «aliados tácticos» de acuerdo con las circunstancias. Los peronistas que no la conocen bien suponen que con Moyano va a ser distinto porque el líder de la CGT maneja, todavía, mucho poder. Se trata de un análisis demasiado optimista: ella tiene los votos y el camionero está jaqueado por las causas abiertas, a tiro de la decisión de los jueces Norberto Oyarbide y Claudio Bonadio.
Los que alientan las últimas jugadas de la Presidenta ya empezaron a diseñar una explicación en caso de que se produzca el ataque final. Dirán que Moyano no sólo la extorsionó con sus amenazas de parar el país. También argumentarán que antes había traicionado al propio Néstor Kirchner cuando se aprovechó de su debilidad, después del conflicto con el campo y la derrota electoral de 2009, para obtener beneficios económicos y hasta personales. Desde el usufructo que le sacaría a la Administración del Puerto hasta el manejo del dinero de las obras sociales a través de los hombres que Moyano ponía al frente de la Administración de Planes Especiales (APE) en la Superintendencia de Salud. «A este ritmo, se lo carga antes de octubre», me dijo alguien cercano a la Presidenta que ayudó a diseñar el nuevo plan de trazabilidad de los medicamentos.
¿Hasta dónde llegará la larga mano de Cristina Fernández? La nueva demonización de su todavía socio ¿es sólo un intento de acumular más poder o se trata de una postura ideológica? ¿Quiere la Jefa del Estado cargarse sólo a Moyano o va contra todo el peronismo? Y si no es sólo pura ambición, sino también ideología, ¿cuánto tardarán en caer los peronistas Julio De Vido y Aníbal Fernández, por citar dos ejemplos, a quienes Néstor Kirchner les encomendó acciones que hoy Cristina reprobaría?
La Presidenta, ahora mismo, está sentada en una imagen positiva y una intención de voto que le permite moverse con comodidad. Más allá del juego del misterio, todo parece indicar que será la candidata, por varias razones. Una es la enorme presión explícita o implícita de un ejército de dirigentes que dependen de ella. Otra es la falta de tiempo real para elegir otra opción, por más razones personales que pueda tener para bajarse de la postulación. Y la tercera es que el ejercicio del poder forma parte de su ADN, aun cuando el tremendo golpe que le provocó la muerte de su compañero pueda hacerla dudar, en el medio del duelo. En este contexto político, el enfrentamiento con Moyano le podría aportar los votos que necesita para ganar en primera vuelta y consolidar un proyecto propio, distinto al que integraba cuando su marido vivía. La gran pregunta es a cuántos está dispuesta a sacrificar en semejante empresa.
Todo el mundo tiene derecho a cambiar de opinión, de amigos, de socios y hasta de ideas. Una buena parte de la sociedad tiene la memoria corta, y eso jugaría a su favor. Igual que juega a su favor la buena marcha de la economía, el nivel de consumo y la empatía general por su condición de viuda. Sin embargo, nunca faltará alguien que le recuerde a Ricardo Jaime, Claudio Uberti, Lázaro Báez y Rudy Ulloa, por citar algunos nombres emblemáticos. O las recientes alianzas del Frente para la Victoria con Carlos Menem, en La Rioja; Ramón Saadi, en Catamarca, y hasta con Aldo Rico, en San Miguel. O su silencio frente a la manipulación de la Constitución que hizo José Luis Gioja para ser reelecto por tercera vez en la provincia de San Juan. O su veto a la ley de glaciares, mientras que la Barrick Gold sigue operando sin dificultad. O el cierre abrupto de la causa por enriquecimiento ilícito que involucraba al ex presidente y a ella misma. O su vínculo casi indestructible con Moyano y los sindicatos aliados.
Porque Kirchner puede ser homenajeado y reconocido por todas las cosas buenas que hizo, pero sería difícil hacer desaparecer de la historia reciente todo lo demás, por más medios oficiales y periodistas militantes que utilicen para lograrlo. Eso también es parte de la mezcla con la que se amasó y se sigue amasando «el proyecto». Que los dirigentes de la oposición no lo recuerden porque tienen miedo de perder votos no significa que los hechos se hayan evaporado. El kirchnerismo es también Kirchner y su historia. ¿Se puede tomar sólo la parte buena de la herencia sin reconocer las deudas que dejó el líder de la organización? El tiempo, tarde o temprano, suele poner las cosas en su lugar.
© La Nacion