Excluidos por propia voluntad

Martes 24 de mayo de 2011 | Publicado en edición impresa
Las crónicas de los diarios nos relatan permanentemente la numerosa cantidad de pobres excluidos que viven en la Argentina, en América latina, en el Tercer Mundo de nuestro planeta. Aquellos que no acceden a los bienes básicos de vivienda, comida, educación y salud y que sobreviven por fuera del sistema arañando sus bordes para poder ingresar y contar con una vida más o menos digna.
Pero de lo que no hablan los medios es de que no sólo están los pobres. También están los ricos excluidos del sistema. ¿A qué me refiero? A esa numerosa población de adultos de entre 30 y 50 años que optan (optamos) por una vida demasiado privatizada. Vivimos en barrios cerrados con seguridad privada, mandamos a nuestros hijos a colegios y universidades privados, contamos con salud privada y nos trasladamos cada vez menos en transporte público y más en autos y camionetas polarizadas. Privados.
Con la excusa de que la inseguridad amenaza en cada esquina, los ricos (sin intención de utilizar el término de manera peyorativa) nos encerramos en trincheras ficticias llenas de muros y garitas de vigilancia que no hacen más que aumentar el flagelo que rechazamos: al vaciar las calles y plazas públicas, sin quererlo, colaboramos generando más inseguridad.
No es nuestra intención ser egocéntricos. Pero sin buscarlo, con este estilo de vida privado, aislado de la realidad de tantos otros argentinos, vamos perdiendo contacto y sensibilidad con la calle, con el vecino, con ese otro. Con las necesidades del país como un todo. Nos rodeamos de pares con alto poder adquisitivo, con vecinos homogéneos, y las conversaciones terminan girando en torno a intereses o temas legítimos pero demasiado particulares: nuestros empleos, el colegio de nuestros hijos, sus deportes de fin de semana, los viajes y programas familiares.
Y no es que sea reprochable hablar de lo nuestro o de los nuestros. Lo lamentable y a veces escandaloso es lo que dejamos de decir o hacer por estar demasiado centrados en nosotros. Al dedicar tanta energía, tiempo y dinero a lo privado, descuidamos lo público de varias maneras. No nos involucramos en política «porque los políticos nos han defraudado desde hace años» y nuestro esfuerzo no sumaría; no participamos en organizaciones de la sociedad civil porque nos gana el escepticismo sobre el real impacto que puedan tener. Por falta de tiempo o desgano, tampoco participamos a veces de lo más cercano: las reuniones de consorcio de nuestro barrio o las de nuestro club. Y rechazamos toda forma de gobierno por más pequeña que sea: cuando se nos pide ser delegados de clase del colegio de nuestros hijos o asumir un rol directivo en nuestro club.
Sin darnos cuenta nos alejamos de lo común, de la «cosa pública». Lo sabemos: sólo con una ciudadanía atenta, sensible y activa saldremos adelante como nación. Quizás este año electoral sea un buen momento para reflexionar sobre lo que podemos sumar en la arena de lo público. Por más pequeño que sea. No nos anestesiemos y encerremos en nuestras minúsculas vidas privadas. No nos convirtamos en esos ricos excluidos.
© La Nacion

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

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