Opinión
Miércoles 25 de mayo de 2011 | Publicado en edición impresa
Como acaso nunca había sucedido en la historia reciente de la Argentina, el inicio del ciclo Kirchner ocurrió en la bifurcación de la desgracia y la felicidad. Una crisis de aspecto terminal y una recuperación extraordinaria caracterizaron la época. Así como el abismo pareció tragárselo todo entre 2001 y 2002, lo que siguió tuvo el signo contrario. La política recobró los parámetros para sobrevivir y la economía empezó a batir marcas de superávit, producción y consumo.
Con el estilo argentino, estimulado por ventajas comparativas seculares, se disimularon los traumas para dar lugar a una actividad frenética y a la obtención de rápidas ventajas sectoriales. Así, Néstor Kirchner se propuso conformar a todos, entendiendo que era lo indicado para superar la debilidad de origen. El salto del 22% de votos al 80% de popularidad le dio la razón. Un rápido bienestar se derramó sobre los argentinos.
No se entenderá el período de los Kirchner sin asumir que si bien fue el primer gobierno en muchos años que encontró un contexto económico ventajoso, a eso le sumó una audacia política poco vista. Atribuir todo a la suerte es miopía intelectual. Kirchner amplió el foco y supo dar a cada uno lo que su fantasía o su carencia demandaba: una nueva y mejor Corte Suprema, planes sociales, subsidios, nacionalismo y derechos humanos. La recuperación del empleo y el consumo que impulsó completó el cuadro. Fue la época en que Lavagna y Kirchner compartieron lucidez y desprejuicio. La favorable renegociación de la deuda demostró esas virtudes.
¿Qué provoca en un líder político argentino el canto de las sirenas? Nunca, por cierto, la severidad que se impuso Ulises. Al contrario: nuestros grandes demagogos -que no fueron solo peronistas- imaginaron la perpetuación ante cada circunstancia propicia, despreciando el riesgo de naufragar. Un mecanismo sucesorio endogámico, aunque formalmente irreprochable, fue el dispositivo urdido por Kirchner para cumplir su proyecto. La transmisión sucesiva del mando con su esposa aseguraría por muchos años el dominio político. Sólo el límite impuesto por la biología, que la omnipotencia imaginaba lejano, podía acabar con el sueño.
El gobierno de Cristina Kirchner se inauguró con promesas, dudas y encubrimientos. Si bien la economía continuaba a buen ritmo, la inflación ya no podía disimularse -aun adulterando las estadísticas- y la crisis mundial ensombrecía el futuro. No obstante, la Presidenta llegaba para aportar la institucionalidad y el diálogo ausentes en el gobierno de su marido. Pero entonces sucedió lo insospechado. Podría decirse que todo el gobierno de Cristina Kirchner transcurrió bajo el signo de conductas políticas y económicas inéditas. La volatilidad se hizo presente, descolocando a muchos analistas que juzgaron la actualidad y el futuro según las lecciones que habían aprendido.
Cristina mordió el polvo y se recobró de manera pasmosa. Esa fue la primera refutación del pasado cercano. Nunca ocurrió, en 25 años de democracia, que un presidente cayera abruptamente en las encuestas, perdiera las elecciones de medio término y luego enfrentara su reelección con indicadores favorables de apariencia decisiva. Un solo dato asombra: apenas el 6% de la población prefería hace un año que el próximo presidente fuera Cristina; hoy manifiestan ese deseo el 42%.
¿Qué sucedió? La respuesta excede los límites de esta nota. Pero es inocultable que irrumpieron la audacia y el azar. La audacia fue anticipada por Kirchner la aciaga noche de la derrota electoral: perdimos porque no profundizamos el modelo. El azar también tuvo que ver con él. Su súbita muerte le legó a su esposa un tesoro colmado de carisma y abnegación.
Otra vez se erraría si se quisiera explicar la lozanía de Cristina sólo por la muerte de su esposo. El fin de Kirchner sucedió cuando el Gobierno se reponía, en consonancia con una recuperación económica inusual. El shock carismático empalmó con esa tendencia y contribuyó a reforzarla, agregando nuevos ingredientes al liderazgo presidencial.
¿Qué hará Cristina con el canto de las sirenas? Tal vez ella acaricie y prepare su sueño de perpetuación. Sería fiel a la historia de los líderes argentinos. Pero hay evidencia para suponer una intención aún más osada: doblegar al sindicalismo y a los barones territoriales que, en rigor, fueron los depositarios del peronismo desde la muerte de su fundador.
Suena improbable y puede llevar al naufragio. A la disputa por el poder hay que sumarle la inconsistencia económica y el abuso de ideología. Sin embargo, en estos tiempos de soja y carisma el Gobierno demostró que dispone de muchas herramientas. Pronto sabremos si esta criatura, que hoy cumple ocho años, tendrá preparada alguna más.
Director de Poliarquía Consultores
Miércoles 25 de mayo de 2011 | Publicado en edición impresa
Como acaso nunca había sucedido en la historia reciente de la Argentina, el inicio del ciclo Kirchner ocurrió en la bifurcación de la desgracia y la felicidad. Una crisis de aspecto terminal y una recuperación extraordinaria caracterizaron la época. Así como el abismo pareció tragárselo todo entre 2001 y 2002, lo que siguió tuvo el signo contrario. La política recobró los parámetros para sobrevivir y la economía empezó a batir marcas de superávit, producción y consumo.
Con el estilo argentino, estimulado por ventajas comparativas seculares, se disimularon los traumas para dar lugar a una actividad frenética y a la obtención de rápidas ventajas sectoriales. Así, Néstor Kirchner se propuso conformar a todos, entendiendo que era lo indicado para superar la debilidad de origen. El salto del 22% de votos al 80% de popularidad le dio la razón. Un rápido bienestar se derramó sobre los argentinos.
No se entenderá el período de los Kirchner sin asumir que si bien fue el primer gobierno en muchos años que encontró un contexto económico ventajoso, a eso le sumó una audacia política poco vista. Atribuir todo a la suerte es miopía intelectual. Kirchner amplió el foco y supo dar a cada uno lo que su fantasía o su carencia demandaba: una nueva y mejor Corte Suprema, planes sociales, subsidios, nacionalismo y derechos humanos. La recuperación del empleo y el consumo que impulsó completó el cuadro. Fue la época en que Lavagna y Kirchner compartieron lucidez y desprejuicio. La favorable renegociación de la deuda demostró esas virtudes.
¿Qué provoca en un líder político argentino el canto de las sirenas? Nunca, por cierto, la severidad que se impuso Ulises. Al contrario: nuestros grandes demagogos -que no fueron solo peronistas- imaginaron la perpetuación ante cada circunstancia propicia, despreciando el riesgo de naufragar. Un mecanismo sucesorio endogámico, aunque formalmente irreprochable, fue el dispositivo urdido por Kirchner para cumplir su proyecto. La transmisión sucesiva del mando con su esposa aseguraría por muchos años el dominio político. Sólo el límite impuesto por la biología, que la omnipotencia imaginaba lejano, podía acabar con el sueño.
El gobierno de Cristina Kirchner se inauguró con promesas, dudas y encubrimientos. Si bien la economía continuaba a buen ritmo, la inflación ya no podía disimularse -aun adulterando las estadísticas- y la crisis mundial ensombrecía el futuro. No obstante, la Presidenta llegaba para aportar la institucionalidad y el diálogo ausentes en el gobierno de su marido. Pero entonces sucedió lo insospechado. Podría decirse que todo el gobierno de Cristina Kirchner transcurrió bajo el signo de conductas políticas y económicas inéditas. La volatilidad se hizo presente, descolocando a muchos analistas que juzgaron la actualidad y el futuro según las lecciones que habían aprendido.
Cristina mordió el polvo y se recobró de manera pasmosa. Esa fue la primera refutación del pasado cercano. Nunca ocurrió, en 25 años de democracia, que un presidente cayera abruptamente en las encuestas, perdiera las elecciones de medio término y luego enfrentara su reelección con indicadores favorables de apariencia decisiva. Un solo dato asombra: apenas el 6% de la población prefería hace un año que el próximo presidente fuera Cristina; hoy manifiestan ese deseo el 42%.
¿Qué sucedió? La respuesta excede los límites de esta nota. Pero es inocultable que irrumpieron la audacia y el azar. La audacia fue anticipada por Kirchner la aciaga noche de la derrota electoral: perdimos porque no profundizamos el modelo. El azar también tuvo que ver con él. Su súbita muerte le legó a su esposa un tesoro colmado de carisma y abnegación.
Otra vez se erraría si se quisiera explicar la lozanía de Cristina sólo por la muerte de su esposo. El fin de Kirchner sucedió cuando el Gobierno se reponía, en consonancia con una recuperación económica inusual. El shock carismático empalmó con esa tendencia y contribuyó a reforzarla, agregando nuevos ingredientes al liderazgo presidencial.
¿Qué hará Cristina con el canto de las sirenas? Tal vez ella acaricie y prepare su sueño de perpetuación. Sería fiel a la historia de los líderes argentinos. Pero hay evidencia para suponer una intención aún más osada: doblegar al sindicalismo y a los barones territoriales que, en rigor, fueron los depositarios del peronismo desde la muerte de su fundador.
Suena improbable y puede llevar al naufragio. A la disputa por el poder hay que sumarle la inconsistencia económica y el abuso de ideología. Sin embargo, en estos tiempos de soja y carisma el Gobierno demostró que dispone de muchas herramientas. Pronto sabremos si esta criatura, que hoy cumple ocho años, tendrá preparada alguna más.
Director de Poliarquía Consultores