El análisis
Jueves 26 de mayo de 2011 | Publicado en edición impresa
Imaginemos a un extranjero que por primera vez visita la Argentina, que sabe poco y nada del país y que asiste por TV, desde su cuarto de hotel, a la celebración del 25 de Mayo realizada ayer en Resistencia. Si se guía por el discurso de la Presidenta, ese forastero volverá a su casa y les contará a sus hijos que el 25 de Mayo los argentinos conmemoran la llegada de Néstor Kirchner al poder y el venturoso proceso de transformaciones que se inició en ese momento. ¿1810? Ni una sola referencia. Borrado de la historia.
El 25 de Mayo quedó reducido ayer, en el Chaco, a ser una efeméride de facción. El cumpleaños de la patria pasó a ser el cumpleaños del kirchnerismo en el poder. Cristina Kirchner aprovechó el calendario oficial para rendir un homenaje emocionado a su esposo muerto. Esa apropiación supone que la memoria de Néstor Kirchner está rodeada de un consenso unánime. Nada que sorprenda: desde hace siete meses el Gobierno viene nacionalizando el luto del oficialismo. Como si el duelo por «él» fuera el duelo de todos. Hay que reconocerle al peronismo una saludable evolución hacia el pluralismo. Hace casi 60 años, otro viudo estatizaba su dolor uniformando a los demás con una corbata negra. Se ha avanzado mucho.
La propensión del kirchnerismo al unicato no merecería comentarios. Lleva ya ocho años en exhibición. Sin embargo, el discurso presidencial de ayer tiene un gran valor coyuntural, ya que revela la estrategia central de la Casa Rosada para ganar las elecciones de octubre.
La narración de la Presidenta es sencilla. El 25 de mayo de 2003, Kirchner llegó desde el Sur para «comprometer su vida» en la realización del sueño de miles de argentinos que, 30 años antes, es decir, con la asunción de Héctor Cámpora, «se habían convocado para cambiar la historia». Cuando asistió a ese momento inaugural, ella confesó ayer cómo se sintió: «Tuve la íntima convicción de que nos iba a costar mucho. Tal vez no imaginé cuánto. Pero estoy segura de que, desde el lugar donde esté, él está conforme con la vida que tuvo, porque tuvo la suerte de ver realizados sus sueños. Estos años de transformaciones ubican hoy a la Argentina en un lugar inimaginable».
La muerte de Kirchner queda, de este modo, politizada. Fue la muerte de un militante, de alguien que dio la vida por una causa. El resultado de ese sacrificio es su éxito post mórtem. «El sueño que tenías ese 25 de Mayo, cuando juraste como presidente, se hizo realidad», le dijo la Presidenta a su esposo ayer, y agregó: «No sé si lo habrás visto el día que te fuiste?».
Esta disposición de los hechos constituye el corazón de una mitología electoral con modulaciones mesiánicas. El grano de trigo, al morir, dio fruto. Como suele decir el mejor de los voceros, «el fallecimiento de Kirchner despertó a la sociedad argentina como el chasquido que despabila a un hipnotizado».
Gracias a «él», el discurso de ayer fue la marcha triunfal de un movimiento mayoritario, avasallante. Casi no se necesitan elecciones. Las acaban de ganar. En rigor, las ganó Kirchner.
Ficción y realidad
Se trata, por supuesto, de una construcción imaginaria. El último resultado electoral del kirchnerismo, con su jefe a la cabeza, fue una derrota que todavía hace falta corregir. Las encuestas consignan una recuperación de la popularidad oficial, pero en Santa Fe se acaban de celebrar unas primarias en las que el PJ perdió un par de puntos respecto de 2009. Si esa provincia fuera una muestra expresiva del electorado nacional, nada autorizaría a descartar un ballottage.
Sobre la idea de que Kirchner ya ganó las elecciones, se sostiene la premisa de que el único sujeto de la saga de este año es su viuda, en carácter de «compañera» y legataria.
El resto, es decir, aquellos que, con Daniel Scioli a la cabeza, fueron hace dos años obligados a remar como candidatos testimoniales en las listas del PJ, hoy deben someterse al rigoreo de las colectoras. Prescindibles, temen seguir los pasos de Eduardo Duhalde, a quien la Presidenta ayer se olvidó de homenajear en su condición de precursor. ¿O la nueva fecha patria instaurada en Resistencia habría sido posible si Duhalde hubiera respetado las internas del PJ y no hubiera puesto los recursos del Estado a favor de Néstor Kirchner? Por suerte los Kirchner ya revirtieron su caída, ya ganaron. De lo contrario, el coro de gobernadores, intendentes, sindicalistas y ministros menoscabados tal vez haría oír su rebeldía.
La retórica de la Presidenta es prodigiosa. Al mismo tiempo que ponía el 25 de Mayo de hace ocho años en el lugar del de 1810, hizo un llamado a la unidad, habló en contra del pensamiento único y acusó a la división de los argentinos de ser la causa de las frustraciones del país. Todo a través de la cadena nacional de radio y televisión.
El modelo de inclusión social produjo así una formidable exclusión simbólica y política. La de aquellos que no creen que la historia haya comenzado en 2003. La de los que ayer se quedaron sin 25 de Mayo.
Jueves 26 de mayo de 2011 | Publicado en edición impresa
Imaginemos a un extranjero que por primera vez visita la Argentina, que sabe poco y nada del país y que asiste por TV, desde su cuarto de hotel, a la celebración del 25 de Mayo realizada ayer en Resistencia. Si se guía por el discurso de la Presidenta, ese forastero volverá a su casa y les contará a sus hijos que el 25 de Mayo los argentinos conmemoran la llegada de Néstor Kirchner al poder y el venturoso proceso de transformaciones que se inició en ese momento. ¿1810? Ni una sola referencia. Borrado de la historia.
El 25 de Mayo quedó reducido ayer, en el Chaco, a ser una efeméride de facción. El cumpleaños de la patria pasó a ser el cumpleaños del kirchnerismo en el poder. Cristina Kirchner aprovechó el calendario oficial para rendir un homenaje emocionado a su esposo muerto. Esa apropiación supone que la memoria de Néstor Kirchner está rodeada de un consenso unánime. Nada que sorprenda: desde hace siete meses el Gobierno viene nacionalizando el luto del oficialismo. Como si el duelo por «él» fuera el duelo de todos. Hay que reconocerle al peronismo una saludable evolución hacia el pluralismo. Hace casi 60 años, otro viudo estatizaba su dolor uniformando a los demás con una corbata negra. Se ha avanzado mucho.
La propensión del kirchnerismo al unicato no merecería comentarios. Lleva ya ocho años en exhibición. Sin embargo, el discurso presidencial de ayer tiene un gran valor coyuntural, ya que revela la estrategia central de la Casa Rosada para ganar las elecciones de octubre.
La narración de la Presidenta es sencilla. El 25 de mayo de 2003, Kirchner llegó desde el Sur para «comprometer su vida» en la realización del sueño de miles de argentinos que, 30 años antes, es decir, con la asunción de Héctor Cámpora, «se habían convocado para cambiar la historia». Cuando asistió a ese momento inaugural, ella confesó ayer cómo se sintió: «Tuve la íntima convicción de que nos iba a costar mucho. Tal vez no imaginé cuánto. Pero estoy segura de que, desde el lugar donde esté, él está conforme con la vida que tuvo, porque tuvo la suerte de ver realizados sus sueños. Estos años de transformaciones ubican hoy a la Argentina en un lugar inimaginable».
La muerte de Kirchner queda, de este modo, politizada. Fue la muerte de un militante, de alguien que dio la vida por una causa. El resultado de ese sacrificio es su éxito post mórtem. «El sueño que tenías ese 25 de Mayo, cuando juraste como presidente, se hizo realidad», le dijo la Presidenta a su esposo ayer, y agregó: «No sé si lo habrás visto el día que te fuiste?».
Esta disposición de los hechos constituye el corazón de una mitología electoral con modulaciones mesiánicas. El grano de trigo, al morir, dio fruto. Como suele decir el mejor de los voceros, «el fallecimiento de Kirchner despertó a la sociedad argentina como el chasquido que despabila a un hipnotizado».
Gracias a «él», el discurso de ayer fue la marcha triunfal de un movimiento mayoritario, avasallante. Casi no se necesitan elecciones. Las acaban de ganar. En rigor, las ganó Kirchner.
Ficción y realidad
Se trata, por supuesto, de una construcción imaginaria. El último resultado electoral del kirchnerismo, con su jefe a la cabeza, fue una derrota que todavía hace falta corregir. Las encuestas consignan una recuperación de la popularidad oficial, pero en Santa Fe se acaban de celebrar unas primarias en las que el PJ perdió un par de puntos respecto de 2009. Si esa provincia fuera una muestra expresiva del electorado nacional, nada autorizaría a descartar un ballottage.
Sobre la idea de que Kirchner ya ganó las elecciones, se sostiene la premisa de que el único sujeto de la saga de este año es su viuda, en carácter de «compañera» y legataria.
El resto, es decir, aquellos que, con Daniel Scioli a la cabeza, fueron hace dos años obligados a remar como candidatos testimoniales en las listas del PJ, hoy deben someterse al rigoreo de las colectoras. Prescindibles, temen seguir los pasos de Eduardo Duhalde, a quien la Presidenta ayer se olvidó de homenajear en su condición de precursor. ¿O la nueva fecha patria instaurada en Resistencia habría sido posible si Duhalde hubiera respetado las internas del PJ y no hubiera puesto los recursos del Estado a favor de Néstor Kirchner? Por suerte los Kirchner ya revirtieron su caída, ya ganaron. De lo contrario, el coro de gobernadores, intendentes, sindicalistas y ministros menoscabados tal vez haría oír su rebeldía.
La retórica de la Presidenta es prodigiosa. Al mismo tiempo que ponía el 25 de Mayo de hace ocho años en el lugar del de 1810, hizo un llamado a la unidad, habló en contra del pensamiento único y acusó a la división de los argentinos de ser la causa de las frustraciones del país. Todo a través de la cadena nacional de radio y televisión.
El modelo de inclusión social produjo así una formidable exclusión simbólica y política. La de aquellos que no creen que la historia haya comenzado en 2003. La de los que ayer se quedaron sin 25 de Mayo.