El análisis
Martes 07 de junio de 2011 | Publicado en edición impresa
El camionero Gustavo González murió mientras deambulaba por el Gran Buenos Aires, estropeado por un accidente cerebrovascular sin que la obra social de su gremio le brindara la asistencia médica adecuada. La familia de González cree ser víctima de una desgracia que no debería haber ocurrido.
Ese es el problema que ayer tuvo paralizado el tránsito de la Capital Federal. Sin embargo, otro camionero, Hugo Moyano, quiso reemplazar el drama de los González por su propio drama. Durante una conferencia de prensa se declaró víctima de una maquinación de actores a los que no pudo identificar, pero entre los que -esto sí lo aseguró- están los medios de comunicación.
La actitud de Moyano es injustificable, pero comprensible. También a él le pasaron ayer cosas que no debían pasarle . Sólo que, a diferencia de su desafortunado colega González, las podría haber evitado.
Por empezar, Moyano no está en condiciones de afrontar la muerte de un afiliado. La obra social de camioneros está bajo sospecha, en parte por la tenacidad de Graciela Ocaña, desde hace mucho más de un año. La Justicia la presume destinataria de fondos oficiales que se consumieron sin rendición de cuentas. También sospecha que, para ocultar esa irregularidad, se adulteraron troqueles de medicamentos. El juez Claudio Bonadio indagará mañana a Marcos Hendler, titular de Droguería Urbana, proveedora de esa documentación. Hendler está muy vinculado a los Moyano, sobre todo en el club Independiente.
El escándalo de la obra social de los camioneros está agravado porque su administración fue tercerizada en la empresa Iarai SA, que preside Valeria Salerno, la hija de Liliana Zulet, esposa de Moyano. Así, el dinero que la obra social recibe de la Administración de Programas Especiales (APE) es derivado a una sociedad de la familia Moyano que contrata a los prestadores a cambio de una comisión. Un circuito parecido al que se montó entre la Fundación Madres de Plaza de Mayo y la constructora Meldorek, de Sergio Schoklender. No hay derecho a avanzar con la comparación: Moyano no posee ni la inmunidad social ni -hay que seguir creyendo- la moralidad de Hebe de Bonafini.
La defensa
Moyano defendió ayer su obra social. Adujo que es de las mejores porque, entre otras cosas, él y su mujer atienden el teléfono ante cualquier deficiencia. Agregó: «Una desgracia la tiene cualquiera». Parecía estar citando al bancario Juan José Zanola, que sigue preso junto con su esposa por la muerte de unos afiliados.
A estas alturas, sólo Cristina Kirchner puede evitar que cualquier «desgracia» de los Moyano derive en una crisis política o penal: ya sería hora de ordenar al ministro de Salud, Juan Mansur, que intervenga esa obra social. ¿Se animará? Un detalle: en la Superintendencia de Salud iniciaron ayer, de oficio, un sumario sobre la muerte de González.
A Moyano tampoco debió ocurrirle la sublevación de los recolectores porteños. El cree ver una mano negra detrás de esa rebeldía. Es posible: le sobran enemigos poderosos, sobre todo en el sindicalismo, en el peronismo y en el Gobierno.
Sin embargo, aun sin esos rivales, igual Moyano debería esperar algún motín. Es raro que no haya ocurrido antes. Los que se indignaron por la muerte de González no son camioneros de cualquier especialidad ni de cualquier empresa. Recolectores de Cliba, están saturados de detalles sobre el vínculo de los Moyano con Covelia SA. Sencillo: por presión del sindicato, Cliba le ha debido ceder a Covelia más de un mercado. No hacen falta, entonces, Cavalieri, Duhalde o Zannini para soliviantar a algunos camioneros. Basta con los Moyano.
El jefe de la CGT es también en otro sentido el autor intelectual de la rebelión de ayer: los choferes aprendieron de él ese lenguaje. El les enseñó a cruzar los camiones ante el más mínimo conflicto. «Gustavo cortaba para Moyano desde los 14 años», recordó la hermana de González. ¿Y acaso los recolectores no fueron convocados a la Plaza de Mayo cuando llegó el exhorto suizo sobre Covelia?
Moyano se encontró ayer con su imagen y semejanza. Aun así, hubo algo extraordinario en lo que le sucedió. Por primera vez vio peligrar su activo más valioso: la posibilidad, hasta ahora indudable, de mantener el orden en sus filas. El poder con que la dirigencia argentina, con la Presidenta a la cabeza, ha investido a Moyano deriva de esa capacidad disciplinaria. Es decir, de la habilidad para ofrecer eso que el extraño dialecto institucional de la Argentina denomina «gobernabilidad».
Martes 07 de junio de 2011 | Publicado en edición impresa
El camionero Gustavo González murió mientras deambulaba por el Gran Buenos Aires, estropeado por un accidente cerebrovascular sin que la obra social de su gremio le brindara la asistencia médica adecuada. La familia de González cree ser víctima de una desgracia que no debería haber ocurrido.
Ese es el problema que ayer tuvo paralizado el tránsito de la Capital Federal. Sin embargo, otro camionero, Hugo Moyano, quiso reemplazar el drama de los González por su propio drama. Durante una conferencia de prensa se declaró víctima de una maquinación de actores a los que no pudo identificar, pero entre los que -esto sí lo aseguró- están los medios de comunicación.
La actitud de Moyano es injustificable, pero comprensible. También a él le pasaron ayer cosas que no debían pasarle . Sólo que, a diferencia de su desafortunado colega González, las podría haber evitado.
Por empezar, Moyano no está en condiciones de afrontar la muerte de un afiliado. La obra social de camioneros está bajo sospecha, en parte por la tenacidad de Graciela Ocaña, desde hace mucho más de un año. La Justicia la presume destinataria de fondos oficiales que se consumieron sin rendición de cuentas. También sospecha que, para ocultar esa irregularidad, se adulteraron troqueles de medicamentos. El juez Claudio Bonadio indagará mañana a Marcos Hendler, titular de Droguería Urbana, proveedora de esa documentación. Hendler está muy vinculado a los Moyano, sobre todo en el club Independiente.
El escándalo de la obra social de los camioneros está agravado porque su administración fue tercerizada en la empresa Iarai SA, que preside Valeria Salerno, la hija de Liliana Zulet, esposa de Moyano. Así, el dinero que la obra social recibe de la Administración de Programas Especiales (APE) es derivado a una sociedad de la familia Moyano que contrata a los prestadores a cambio de una comisión. Un circuito parecido al que se montó entre la Fundación Madres de Plaza de Mayo y la constructora Meldorek, de Sergio Schoklender. No hay derecho a avanzar con la comparación: Moyano no posee ni la inmunidad social ni -hay que seguir creyendo- la moralidad de Hebe de Bonafini.
La defensa
Moyano defendió ayer su obra social. Adujo que es de las mejores porque, entre otras cosas, él y su mujer atienden el teléfono ante cualquier deficiencia. Agregó: «Una desgracia la tiene cualquiera». Parecía estar citando al bancario Juan José Zanola, que sigue preso junto con su esposa por la muerte de unos afiliados.
A estas alturas, sólo Cristina Kirchner puede evitar que cualquier «desgracia» de los Moyano derive en una crisis política o penal: ya sería hora de ordenar al ministro de Salud, Juan Mansur, que intervenga esa obra social. ¿Se animará? Un detalle: en la Superintendencia de Salud iniciaron ayer, de oficio, un sumario sobre la muerte de González.
A Moyano tampoco debió ocurrirle la sublevación de los recolectores porteños. El cree ver una mano negra detrás de esa rebeldía. Es posible: le sobran enemigos poderosos, sobre todo en el sindicalismo, en el peronismo y en el Gobierno.
Sin embargo, aun sin esos rivales, igual Moyano debería esperar algún motín. Es raro que no haya ocurrido antes. Los que se indignaron por la muerte de González no son camioneros de cualquier especialidad ni de cualquier empresa. Recolectores de Cliba, están saturados de detalles sobre el vínculo de los Moyano con Covelia SA. Sencillo: por presión del sindicato, Cliba le ha debido ceder a Covelia más de un mercado. No hacen falta, entonces, Cavalieri, Duhalde o Zannini para soliviantar a algunos camioneros. Basta con los Moyano.
El jefe de la CGT es también en otro sentido el autor intelectual de la rebelión de ayer: los choferes aprendieron de él ese lenguaje. El les enseñó a cruzar los camiones ante el más mínimo conflicto. «Gustavo cortaba para Moyano desde los 14 años», recordó la hermana de González. ¿Y acaso los recolectores no fueron convocados a la Plaza de Mayo cuando llegó el exhorto suizo sobre Covelia?
Moyano se encontró ayer con su imagen y semejanza. Aun así, hubo algo extraordinario en lo que le sucedió. Por primera vez vio peligrar su activo más valioso: la posibilidad, hasta ahora indudable, de mantener el orden en sus filas. El poder con que la dirigencia argentina, con la Presidenta a la cabeza, ha investido a Moyano deriva de esa capacidad disciplinaria. Es decir, de la habilidad para ofrecer eso que el extraño dialecto institucional de la Argentina denomina «gobernabilidad».