Salvo un imprevisto político serio de última hora, Hermes Binner será el candidato para octubre de un espacio imaginariamente ubicado en la centroizquierda, que compartirá, entre otros, con Pino Solanas, Margarita Stolbizer, Luis Juez y el sindicalista de la CTA, Víctor De Gennaro.
El gobernador de Santa Fe, que días pasados cumplió 68 años, cerró su decisión luego de dos comprobaciones fehacientes. La primera: su relación con la UCR de la provincia sufrió algunas convulsiones por la pelea con Ricardo Alfonsín. Pero esos síntomas no presagian una enfermedad que pueda poner en peligro la cohesión del Frente Progresista que el socialismo comparte con los radicales y que presentará como candidato a gobernador, el 24 de julio, al médico y ministro provincial Antonio Bonfatti.
La segunda prueba que se ocupó de recoger Binner tuvo de laboratorio a la arena electoral. El socialismo es adicto a las encuestas, como lo son la mayoría de los partidos en la Argentina. Esas encuestas, más allá de guarismos todavía prematuros , revelan una tendencia que se había insinuado en las internas del 22 de mayo: el kirchnerismo que representa Agustín Rossi no logra despegar porque compite en la misma franja electoral que Miguel Del Sel. Y el cómico de Midachi y candidato del PRO no sólo no perdió votos de la interna: sigue en una camino ascendente . Eso significaría, a un mes y medio de la votación, una ventaja objetiva para que el Frente Socialista pueda retener la gobernación.
También hubo otras incidencias laterales en la decisión de Binner. Entre ellas, la presión de su partido que le demandó correspondencia por un gesto anterior. La imposición de Bonfatti como candidato a gobernador, de muy bajo perfil entonces y con peso relativo en las estructuras socialistas.
El radicalismo de Santa Fe le ha colocado abundantes bolsas de hielo al conflicto que desató la pelea entre Alfonsín y Binner. Ese radicalismo forma parte del poder en la provincia –posee el 90% de las intendencia del Frente Progresista– y no está dispuesto a rifarlo . Pero tiene claro, con la candidatura presidencial de Binner, que en octubre repetirá la experiencia del 2007. En aquella ocasión se pronunció por la fórmula de Roberto Lavagna y Gerardo Morales. Los socialistas siguieron a Elisa Carrió. Otros tiempos.
Binner tuvo señales simbólicas, también, de que ese equilibrio era posible. Recibió, por ejemplo, una carta conceptuosa de Federico Storani. El histórico radical bonaerense pataleó por el acuerdo de Alfonsín con Francisco De Narváez. Aunque su pertenencia partidaria es indeclinable.
Binner y su espacio de centroizquierda tendrá varios problemas por resolver. Uno de ellos es el contenido electoral que daría al conglomerado que encabezará. La zona de la oposición que ocupa Binner y, en buena medida, Alfonsín parece ahora ensimismada en una discusión ideológica intestina, como si la verdadera batalla fuera entre ellos y no contra el gobierno de Cristina Fernández.
Los socialistas y sus nuevos socios nacionales llevan, en ese aspecto, la delantera. Machacan con un supuesto giro a la derecha de Alfonsín (por su alianza con De Narvaez y Javier González Fraga) como si esa fuerza representara el renacer de una izquierda nueva y pura. No hace falta recordar que, en su comportamiento político y económico, el Frente Progresista es una expresión entre moderada y conservadora. Es bueno señalar, en cambio, que el socialismo tuvo en estos años serpenteos en su andar. Binner suscribió en el 2010 un acuerdo de base programática con Eduardo Duhalde, Mauricio Macri, Alfonsín, Ernesto Sanz y Felipe Solá, entre varios. El socialismo se ausentó cuando la mayoría opositora firmó el documento “Cuidar la democracia”, con motivo de repetidos y gestos autoritarios kirchneristas, como el bloqueo a los diarios Clarín y La Nación .
Ese reflejo del nuevo espacio de centroizquierda movería a una reflexión: ¿Buscará Binner perforar la clientela progresista de Cristina o aspiraría a crecer mellando sólo las posibilidades de Alfonsín? Depende de cuál termine siendo la estrategia, la oposición se diluiría repartiendo la porción electoral que ya tiene o crecería con chances de amenazar a Cristina.
La simple redistribución de votos propios alejaría a los candidatos de la oposición de la alternativa de una segunda vuelta. Si se parte de la premisa de que el Gobierno posee un tercio firme del electorado y que podría crecer, los hasta ahora cuatro aspirantes grandes de la oposición se repartirían alrededor del 65% restante. En una división matemática, algo así como un 16% para cada uno. Salvo que alguno de ellos, por efecto del acierto en la campaña o de un grueso error kirchnerista, provocara una polarización. Quizás ese efecto pueda generarse como consecuencia de los resultados que se produzcan en las internas de agosto.
Antes que la distribución de los votos está la política y está la campaña. Tanto a Elisa Carrió como a Duhalde parecen resultarles más sencillo la práctica de un discurso de confrontación con el Gobierno. De hecho los dos –también Macri– han levantado la voz por el escándalo que rodea a Sergio Schoklender, que incomoda a las Madres de Hebe de Bonafini y que empieza a salpicar al Gobierno .
El espacio progresista, que se disputan entre Alfonsín y Binner, tendría más inconvenientes para abordar aquel escándalo con sentido crítico. Tal vez, porque golpearía a la sociedad entre Cristina y Hebe. Tal vez, porque descubriría alguna distorsión en la política de derechos humanos de estos años. Sobre eso, entonces, mejor el silencio.
El gobernador de Santa Fe, que días pasados cumplió 68 años, cerró su decisión luego de dos comprobaciones fehacientes. La primera: su relación con la UCR de la provincia sufrió algunas convulsiones por la pelea con Ricardo Alfonsín. Pero esos síntomas no presagian una enfermedad que pueda poner en peligro la cohesión del Frente Progresista que el socialismo comparte con los radicales y que presentará como candidato a gobernador, el 24 de julio, al médico y ministro provincial Antonio Bonfatti.
La segunda prueba que se ocupó de recoger Binner tuvo de laboratorio a la arena electoral. El socialismo es adicto a las encuestas, como lo son la mayoría de los partidos en la Argentina. Esas encuestas, más allá de guarismos todavía prematuros , revelan una tendencia que se había insinuado en las internas del 22 de mayo: el kirchnerismo que representa Agustín Rossi no logra despegar porque compite en la misma franja electoral que Miguel Del Sel. Y el cómico de Midachi y candidato del PRO no sólo no perdió votos de la interna: sigue en una camino ascendente . Eso significaría, a un mes y medio de la votación, una ventaja objetiva para que el Frente Socialista pueda retener la gobernación.
También hubo otras incidencias laterales en la decisión de Binner. Entre ellas, la presión de su partido que le demandó correspondencia por un gesto anterior. La imposición de Bonfatti como candidato a gobernador, de muy bajo perfil entonces y con peso relativo en las estructuras socialistas.
El radicalismo de Santa Fe le ha colocado abundantes bolsas de hielo al conflicto que desató la pelea entre Alfonsín y Binner. Ese radicalismo forma parte del poder en la provincia –posee el 90% de las intendencia del Frente Progresista– y no está dispuesto a rifarlo . Pero tiene claro, con la candidatura presidencial de Binner, que en octubre repetirá la experiencia del 2007. En aquella ocasión se pronunció por la fórmula de Roberto Lavagna y Gerardo Morales. Los socialistas siguieron a Elisa Carrió. Otros tiempos.
Binner tuvo señales simbólicas, también, de que ese equilibrio era posible. Recibió, por ejemplo, una carta conceptuosa de Federico Storani. El histórico radical bonaerense pataleó por el acuerdo de Alfonsín con Francisco De Narváez. Aunque su pertenencia partidaria es indeclinable.
Binner y su espacio de centroizquierda tendrá varios problemas por resolver. Uno de ellos es el contenido electoral que daría al conglomerado que encabezará. La zona de la oposición que ocupa Binner y, en buena medida, Alfonsín parece ahora ensimismada en una discusión ideológica intestina, como si la verdadera batalla fuera entre ellos y no contra el gobierno de Cristina Fernández.
Los socialistas y sus nuevos socios nacionales llevan, en ese aspecto, la delantera. Machacan con un supuesto giro a la derecha de Alfonsín (por su alianza con De Narvaez y Javier González Fraga) como si esa fuerza representara el renacer de una izquierda nueva y pura. No hace falta recordar que, en su comportamiento político y económico, el Frente Progresista es una expresión entre moderada y conservadora. Es bueno señalar, en cambio, que el socialismo tuvo en estos años serpenteos en su andar. Binner suscribió en el 2010 un acuerdo de base programática con Eduardo Duhalde, Mauricio Macri, Alfonsín, Ernesto Sanz y Felipe Solá, entre varios. El socialismo se ausentó cuando la mayoría opositora firmó el documento “Cuidar la democracia”, con motivo de repetidos y gestos autoritarios kirchneristas, como el bloqueo a los diarios Clarín y La Nación .
Ese reflejo del nuevo espacio de centroizquierda movería a una reflexión: ¿Buscará Binner perforar la clientela progresista de Cristina o aspiraría a crecer mellando sólo las posibilidades de Alfonsín? Depende de cuál termine siendo la estrategia, la oposición se diluiría repartiendo la porción electoral que ya tiene o crecería con chances de amenazar a Cristina.
La simple redistribución de votos propios alejaría a los candidatos de la oposición de la alternativa de una segunda vuelta. Si se parte de la premisa de que el Gobierno posee un tercio firme del electorado y que podría crecer, los hasta ahora cuatro aspirantes grandes de la oposición se repartirían alrededor del 65% restante. En una división matemática, algo así como un 16% para cada uno. Salvo que alguno de ellos, por efecto del acierto en la campaña o de un grueso error kirchnerista, provocara una polarización. Quizás ese efecto pueda generarse como consecuencia de los resultados que se produzcan en las internas de agosto.
Antes que la distribución de los votos está la política y está la campaña. Tanto a Elisa Carrió como a Duhalde parecen resultarles más sencillo la práctica de un discurso de confrontación con el Gobierno. De hecho los dos –también Macri– han levantado la voz por el escándalo que rodea a Sergio Schoklender, que incomoda a las Madres de Hebe de Bonafini y que empieza a salpicar al Gobierno .
El espacio progresista, que se disputan entre Alfonsín y Binner, tendría más inconvenientes para abordar aquel escándalo con sentido crítico. Tal vez, porque golpearía a la sociedad entre Cristina y Hebe. Tal vez, porque descubriría alguna distorsión en la política de derechos humanos de estos años. Sobre eso, entonces, mejor el silencio.