“En esta guerra no hay balas perdidas”, sentencia un antiguo militante de “ La Coordinadora”. Se refiere a los heridos que comienzan a dejar las luchas internas del kirchnerismo y acota: “es un mal síntoma. Siempre pasa cuando las jefaturas se debilitan”. Tres imágenes podrían ilustrar la última, turbulenta, quincena: la cara desencajada de Hugo Moyano frente a la sublevación de su tropa, la respuesta a la filtración que derivó en el escándalo de la Fundación Madres de Plaza de Mayo; la mirada cargada de odio que Sergio Schoklender clavó en los periodistas que lo aguardaban a las puertas de los tribunales federales de Comodoro Py y – el orden es arbitrario- el rostro crispado de Hebe de Bonafini el jueves 2, en su primera ronda de junio, en su primera aparición en la Plaza tras el tornado que amenaza con destrozar los Sueños Compartidos.
Aquella tarde Hebe de Bonafini no pudo esconder su intenso malestar . Tanto desasosiego se comprendía: ella, la gran interpeladora, la mujer cuyos actos se explicaban por sí mismos se encontraba ahora a la defensiva, adeudando una aclaración que, por primera vez, tampoco podía dar.
Rodeada de funcionarios hilvanó un discurso banal, con apenas una alusión al conflicto público e íntimo que vive. “Una pelotudez”, así lo definió.
La estrategia oficial exigía guardar silencio , dejar que la vida calmara la conmoción, limitar a Schoklender los estragos y las responsabilidades . Pero el escándalo es voraz y difícil de saciar. La ola creció, siempre trayendo una propiedad nueva, nuevos autos, nuevos yates y una multitud de nuevas, terribles sospechas. ¿Se trata sólo de un desfalco o hay algo más oscuro aún detrás de tanto billete dilapidado, de tantos contadores ambiciosos, de tanto mesadinerista caprichoso y próspero? La Fundación que había recibido con los brazos abiertos a Felisa Miceli, la ex ministra renunciada por olvidar en el baño de su despacho una bolsa con dinero extendía su generosidad a Alejandro Abraham Gotkin, el contador socio de Schoklender, el directivo de la contratista de Sueños Compartidos. Gotkin, un bon vivant, un maratonista devoto de los coches importados con franquicia diplomática , esa debilidad que lo tiene imputado por la justicia y que, en abril, lo obligó a prestar declaración indagatoria. Los financistas que cambiaban los cheques de Meldorek-Sueños Compartidos eran Fernando “Pocho” Caparrós y Jorge Fidalgo, ambos mencionados en el expediente del triple crimen porque habrían cumplido igual servicio para Sebastián Forza, uno de los tres jóvenes empresarios traficantes de efedrina. En las cuentas de Forza, presumen, se “blanqueaba” dinero procedente de negocios complejos.
Estela de Carlotto y el piquetero Luis D’Elía, se alejaron del lodazal y se separaron del Gobierno al sostener que “ella (Hebe de Bonafini) no podía ignorar” lo que se desarrollaba ante sus ojos. Julio de Vido, en cambio, aseguró que se anima a poner “las manos en el fuego” por la líder de la Asociación y, en esa línea, la tribuna periodística oficial corea un estribillo maradoniano: “las madres no se manchan” . Lo primero es de un atrevimiento singular; lo segundo, una equivocación. Todo puede mancharse. Ese es el drama de Hebe de Bonafini y la tragedia de quienes la acompañaron en los años en que los derechos humanos no reportaban dividendos.
La profundidad del daño se lee en los sondeos recientes: el tema está muy presente en la opinión pública y seis de cada diez consultados creen que ni Bonafini ignoraba lo que ocurría ni el gobierno está al margen de las trapisondas de Schoklender .
Nunca antes una denuncia de corrupción había logrado perforar la coraza con que la bonanza económica ha blindado a Cristina Fernández. El affaire de la Misión Sueños Compartidos está ligado a los sentimientos, la memoria y los motivos de orgullo de una nación que había sido avergonzada por los crímenes cometidos en su nombre. De ahí su potencia, la enorme vitalidad que puede hacer de él el “caso Cabezas” del kichnerismo.
El asunto Schoklender -y sobre todo la certeza de que todavía no habría llegado lo peor – constituyen la principal fuente de desvelos del Poder Ejecutivo, pero no son su única preocupación.
La trifulca que mantuvieron Claudio Morgado y María Rachid en el INADI colocó en la picota a quienes, no sin cierta injusticia, fueron vistos como los principales adalides de la lucha por el matrimonio igualitario. A las pocas horas, un fiscal solicitaba investigar el mecanismo de compra de Radio del Plata por parte Electroingeniería, el grupo cordobés introducido en los negocios de Santa Cruz por Carlos Zannini y consustanciado con la obra pública kirchnerista. El fiscal Carlos Rívolo quiere averiguar si la adquisición se hizo sin desembolsar un peso , mediante una cuantiosa pauta de publicidad estatal, mecanismo que signó el nacimiento de todos los medios privados que orbitan alrededor del modelo “K”.
La espectacularidad de los acontecimientos hizo pasar casi inadvertido un hecho de enorme significación: la carta de Mario Cámpora, diplomático de carrera, sobrino del ex presidente cuyo apellido utilizan las brigadas juveniles del gobierno. El texto de Mario Cámpora, sencillo y franco, recordó otra juventud, nacida “fuera del poder, sin recursos, sin cargos públicos” y la comparó con quienes hoy “ocupan cargos en la administración pública, administran empresas del Estado, logran lugares en las listas electorales, manejan enormes recursos estatales y tienen, se dice, un líder en el corazón del poder: Máximo Kirchner”. La Cámpora, la niña de los ojos de la Presidente, era puesta en su lugar por un sobreviviente de “la generación maravillosa” .
En dos semanas, la fuerza de las cosas había hecho soplar vientos de discordia en las filas del kirchnerismo y crujir los cimientos que soportan el peso de su aparato ideológico: las madres, los representantes de las minorías, los medios “K” y La Cámpora.
Demasiadas desgracias juntas para ser sólo una casualidad . Cristina Fernández, que no cree en ellas, debería tomar nota porque el edificio se agrieta y los cascotes repiquetean sobre el techo de su casa.
Sin embargo, la Presidenta sigue sin definir su futuro, que es el de todos, y sin hablar de lo que importa: obliga a escrutar sus conductas y a interpretar sus gestos. El peligro es que la ciudadanía se hastíe de tantas adivinanzas, deje de querer saber qué es lo que la Presidenta piensa y, con el pragmatismo que caracteriza a las masas, comience a hacerse una sola pregunta: ¿gobierna la Presidenta?
Aquella tarde Hebe de Bonafini no pudo esconder su intenso malestar . Tanto desasosiego se comprendía: ella, la gran interpeladora, la mujer cuyos actos se explicaban por sí mismos se encontraba ahora a la defensiva, adeudando una aclaración que, por primera vez, tampoco podía dar.
Rodeada de funcionarios hilvanó un discurso banal, con apenas una alusión al conflicto público e íntimo que vive. “Una pelotudez”, así lo definió.
La estrategia oficial exigía guardar silencio , dejar que la vida calmara la conmoción, limitar a Schoklender los estragos y las responsabilidades . Pero el escándalo es voraz y difícil de saciar. La ola creció, siempre trayendo una propiedad nueva, nuevos autos, nuevos yates y una multitud de nuevas, terribles sospechas. ¿Se trata sólo de un desfalco o hay algo más oscuro aún detrás de tanto billete dilapidado, de tantos contadores ambiciosos, de tanto mesadinerista caprichoso y próspero? La Fundación que había recibido con los brazos abiertos a Felisa Miceli, la ex ministra renunciada por olvidar en el baño de su despacho una bolsa con dinero extendía su generosidad a Alejandro Abraham Gotkin, el contador socio de Schoklender, el directivo de la contratista de Sueños Compartidos. Gotkin, un bon vivant, un maratonista devoto de los coches importados con franquicia diplomática , esa debilidad que lo tiene imputado por la justicia y que, en abril, lo obligó a prestar declaración indagatoria. Los financistas que cambiaban los cheques de Meldorek-Sueños Compartidos eran Fernando “Pocho” Caparrós y Jorge Fidalgo, ambos mencionados en el expediente del triple crimen porque habrían cumplido igual servicio para Sebastián Forza, uno de los tres jóvenes empresarios traficantes de efedrina. En las cuentas de Forza, presumen, se “blanqueaba” dinero procedente de negocios complejos.
Estela de Carlotto y el piquetero Luis D’Elía, se alejaron del lodazal y se separaron del Gobierno al sostener que “ella (Hebe de Bonafini) no podía ignorar” lo que se desarrollaba ante sus ojos. Julio de Vido, en cambio, aseguró que se anima a poner “las manos en el fuego” por la líder de la Asociación y, en esa línea, la tribuna periodística oficial corea un estribillo maradoniano: “las madres no se manchan” . Lo primero es de un atrevimiento singular; lo segundo, una equivocación. Todo puede mancharse. Ese es el drama de Hebe de Bonafini y la tragedia de quienes la acompañaron en los años en que los derechos humanos no reportaban dividendos.
La profundidad del daño se lee en los sondeos recientes: el tema está muy presente en la opinión pública y seis de cada diez consultados creen que ni Bonafini ignoraba lo que ocurría ni el gobierno está al margen de las trapisondas de Schoklender .
Nunca antes una denuncia de corrupción había logrado perforar la coraza con que la bonanza económica ha blindado a Cristina Fernández. El affaire de la Misión Sueños Compartidos está ligado a los sentimientos, la memoria y los motivos de orgullo de una nación que había sido avergonzada por los crímenes cometidos en su nombre. De ahí su potencia, la enorme vitalidad que puede hacer de él el “caso Cabezas” del kichnerismo.
El asunto Schoklender -y sobre todo la certeza de que todavía no habría llegado lo peor – constituyen la principal fuente de desvelos del Poder Ejecutivo, pero no son su única preocupación.
La trifulca que mantuvieron Claudio Morgado y María Rachid en el INADI colocó en la picota a quienes, no sin cierta injusticia, fueron vistos como los principales adalides de la lucha por el matrimonio igualitario. A las pocas horas, un fiscal solicitaba investigar el mecanismo de compra de Radio del Plata por parte Electroingeniería, el grupo cordobés introducido en los negocios de Santa Cruz por Carlos Zannini y consustanciado con la obra pública kirchnerista. El fiscal Carlos Rívolo quiere averiguar si la adquisición se hizo sin desembolsar un peso , mediante una cuantiosa pauta de publicidad estatal, mecanismo que signó el nacimiento de todos los medios privados que orbitan alrededor del modelo “K”.
La espectacularidad de los acontecimientos hizo pasar casi inadvertido un hecho de enorme significación: la carta de Mario Cámpora, diplomático de carrera, sobrino del ex presidente cuyo apellido utilizan las brigadas juveniles del gobierno. El texto de Mario Cámpora, sencillo y franco, recordó otra juventud, nacida “fuera del poder, sin recursos, sin cargos públicos” y la comparó con quienes hoy “ocupan cargos en la administración pública, administran empresas del Estado, logran lugares en las listas electorales, manejan enormes recursos estatales y tienen, se dice, un líder en el corazón del poder: Máximo Kirchner”. La Cámpora, la niña de los ojos de la Presidente, era puesta en su lugar por un sobreviviente de “la generación maravillosa” .
En dos semanas, la fuerza de las cosas había hecho soplar vientos de discordia en las filas del kirchnerismo y crujir los cimientos que soportan el peso de su aparato ideológico: las madres, los representantes de las minorías, los medios “K” y La Cámpora.
Demasiadas desgracias juntas para ser sólo una casualidad . Cristina Fernández, que no cree en ellas, debería tomar nota porque el edificio se agrieta y los cascotes repiquetean sobre el techo de su casa.
Sin embargo, la Presidenta sigue sin definir su futuro, que es el de todos, y sin hablar de lo que importa: obliga a escrutar sus conductas y a interpretar sus gestos. El peligro es que la ciudadanía se hastíe de tantas adivinanzas, deje de querer saber qué es lo que la Presidenta piensa y, con el pragmatismo que caracteriza a las masas, comience a hacerse una sola pregunta: ¿gobierna la Presidenta?
Esta vieja Perra alguna vez tuvo devaneos revolucionarios. Cuesta entender que gente como eela odie más al peronismo que a los enemios del pueblo.
Juan: El que comenzó la saga de volteretas y tortazos fue el maestro de sus sucesivos alumnos: el Galimba. De captor a paje de B&B.
Parece que hizo escuela: Lo suguieron este escracho, la Piba Luro Pueyrredón, el Pepitillo Eliaschev y el Caparra, entre otros.
Cierra la promoción, pero ya no como sacerdotes sino como monaguillos aprendices, La Nata, Tenembaum y Zloto. En estos casos, el tortazo fue de una modestia franciscana, ya que jamás arriesgaron ni siquiera su puestito (o puestucho).
(PD: Para el que tunea el WP de AP: Che, en «Lecturas»la ventana para escribir tiene un ancho de 10 caracteres, y cuando se publica, el texto publicado queda enchastrado y superpuesto al texto del fondo)