Finalmente, el misterio fue develado: es Amado Boudou.
Lealtad, capacidad de trabajo, modernidad, juventud. Esos son los cuatro signos para interpretar la elección que hizo Cristina Fernández de Kirchner de su vicepresidente.
Después de la desafortunada experiencia Cobos, era obvio que el vicepresidente debía ser una persona de extrema confianza, que le permitiera a Cristina descansar políticamente en los próximos cuatro años. Hace unos meses, Tiempo Argentino interpretó que el nuevo concepto que iba a marcar las elecciones de los hombres y mujeres iba a ser justamente la lealtad, no sólo personal sino también política. Boudou fue leal en el Ministerio de Economía, pero también lo fue cuando la conducción le sugirió jugar políticamente en la provincia de Buenos Aires –fue sólo un globo de ensayo pequeño– o en la Capital Federal.
Los cuatro años próximos van a ser de una movilidad política inusitada. Y teniendo en cuenta la importancia que la presidenta le otorga a la política internacional es de suponer que Boudou va a tener un protagonismo central en la política argentina. Fogueo, experiencia, energía vital son algunas de los elementos que aporta el ministro de Economía a la fórmula.
Boudou es una puerta a la modernidad. Por su perfil juvenil no está anclado a viejas dicotomías del pasado, no tiene anclaje en los sectores del viejo justicialismo y, al mismo tiempo, posee apoyos importantes: desde las Madres de Plaza de Mayo hasta el Movimiento Obrero Organizado lo acompañaron en su precandidatura a jefe de gobierno de la Ciudad. Y nadie, dentro del kirchnerismo, puede cuestionar la elección, a riesgo de caer en una grave contradicción. Se lo critica mucho a Boudou por su supuesto pasado en la UCeDé –cosa que él negó enfáticamente en la entrevista pública 2.0 que le realicé en Michelángelo hace un par de meses– y porque estudió en el CEMA hace 20 años. Pero si la presidenta lo eligió a él como su vice no se puede cuestionar a Boudou sin hacerlo por propiedad transitiva a la presidenta. Pero hay otra pregunta que desnuda aun más esa contradicción: ¿puede el modelo nacional y popular tener un ministro de Economía –un lugar central– que sea de derecha? ¿Es neoliberal el hombre que participó de la nacionalización de las AFJP, por ejemplo?
(Digresión: Boudou ¿se recibió de “político” el día que dejó en “orsay” al senador de la UCR Gerardo Morales en el debate en el Congreso por el 82% móvil para los jubilados?)
El cuarto eje es el de la juventud del candidato. Si bien no tiene un perfil identificado con lo que comúnmente se conoce en el peronismo como “la juventud” política –de izquierda, progresista, nostálgica de la épica de los ’70–, Boudou está emparentado con los nuevos desafíos que deberá afrontar el Movimiento Nacional y Popular en los próximos años.
En su discurso del martes pasado, la presidenta se refirió al tendido de un puente entre generaciones que semeja o alude, obviamente, al célebre trasvasamiento generacional que preocupaba a Juan Domingo Perón en los años setenta. Por errores propios del viejo general o, en realidad, por la brutal dinámica política de aquellos años, ese trabajo no pudo realizarse. En realidad, la formación de cuadros y militantes jóvenes fue siempre un “deseo imaginario” del peronismo, imposibilitado porque el movimiento nacional y popular no podía regenerarse a sí mismo desde el poder. Pensado a sí mismo como un elemento constructor de orden desde arriba, le fue imposible asegurar continuidades desde la proscripción, las dictaduras y la instauración democrática. Si a esto se le suma el hecho de que el menemismo quebró la lógica de continuidad “peronística” –fue una anomalía ideológica y cultural dentro del movimiento–, se entiende por qué el MNP no pudo reproducirse a sí mismo.
La situación cambió con la estrategia hegemónica del kirchnerismo en 2003. Pensado a sí mismo como proceso a largo plazo y con su pretensión de transformación de las pautas culturales, políticas y económicas, la necesidad de un trasvasamiento generacional no puede sorprender a nadie. Pero ese puente debe sortear varios desafíos: a) debe construir su propio relato de continuidad histórica en estos 200 años y su misión al porvenir; b) debe hegemonizar su relato con una seducción hacia las grandes mayorías que asegure la unidad nacional y que trascienda la facción; c) constituir un núcleo duro de liderazgos políticos –territoriales, corporativos, sindicales, empresariales, juveniles–; d) una burocracia técnica con contenido ideológico; e) una intelectualidad orgánica que permita reflexionar sobre los límites y la convocatoria y contención tanto dentro y fuera del justicialismo; f) un armado de cuadros que contengan, convoquen y conduzcan a la militancia actual y a las futuras; g) una política de seducción constante hacia las generaciones que se acerquen a la política en sus próximos años.
Sin embargo, el principal desafío es puertas adentro. El MNP se debe a sí mismo un profundo debate orgánico sobre su pasado, su presente y su futuro, pero también sobre su identidad, su vocación transformadora y, sobre todo, en la forma en que se modernizará en los próximos años, cuando la Argentina salga definitivamente de su pasado crítico: diseño institucional, forma de gobierno, sistema político, modelo de producción, herramientas de redistribución de la riqueza, integración en el mundo, formas de hegemonización continental, pero, también, un decálogo doctrinario puertas adentro del propio movimiento. ¿Por qué? Sencillo. ¿Qué significa, por ejemplo, una política sanitaria nacanpop en la intendencia de Tartagal? O ¿cómo se interpreta el MNP en la política educativa de Mendoza? ¿Por qué uno es o no es un integrante del MNP?
Obviamente, el peronismo realiza este debate de forma silvestre y enrevesada pero para los tiempos que se vienen es necesario dar a ese debate una orgánica que fortalezca al movimiento.
El nombramiento de Boudou como vicepresidente lo coloca ahora en el centro, también, de esta discusión. Como lo están Juan Manuel Abal Medina, el más lúcido de la generación que orilla los 40 años, Gabriel Mariotto, Agustín Rossi, Martín Sabbatella, Andrés Larroque, José Ottavis, Eduardo de Pedro, Mariano Recalde, Juan Cabandié, entre otros. Ellos son los que se vienen. Los que deberán articular al sector político, al Movimiento Obrero Organizado, a la intelectualidad orgánica, a la juventud, a los líderes territoriales. ¿Por qué? Porque el peronismo kirchnerista necesita una herramienta política propia que articule a todos los sectores y que sirva para profundizar, consolidar, institucionalizar y defender el modelo nacional y popular. <
Lealtad, capacidad de trabajo, modernidad, juventud. Esos son los cuatro signos para interpretar la elección que hizo Cristina Fernández de Kirchner de su vicepresidente.
Después de la desafortunada experiencia Cobos, era obvio que el vicepresidente debía ser una persona de extrema confianza, que le permitiera a Cristina descansar políticamente en los próximos cuatro años. Hace unos meses, Tiempo Argentino interpretó que el nuevo concepto que iba a marcar las elecciones de los hombres y mujeres iba a ser justamente la lealtad, no sólo personal sino también política. Boudou fue leal en el Ministerio de Economía, pero también lo fue cuando la conducción le sugirió jugar políticamente en la provincia de Buenos Aires –fue sólo un globo de ensayo pequeño– o en la Capital Federal.
Los cuatro años próximos van a ser de una movilidad política inusitada. Y teniendo en cuenta la importancia que la presidenta le otorga a la política internacional es de suponer que Boudou va a tener un protagonismo central en la política argentina. Fogueo, experiencia, energía vital son algunas de los elementos que aporta el ministro de Economía a la fórmula.
Boudou es una puerta a la modernidad. Por su perfil juvenil no está anclado a viejas dicotomías del pasado, no tiene anclaje en los sectores del viejo justicialismo y, al mismo tiempo, posee apoyos importantes: desde las Madres de Plaza de Mayo hasta el Movimiento Obrero Organizado lo acompañaron en su precandidatura a jefe de gobierno de la Ciudad. Y nadie, dentro del kirchnerismo, puede cuestionar la elección, a riesgo de caer en una grave contradicción. Se lo critica mucho a Boudou por su supuesto pasado en la UCeDé –cosa que él negó enfáticamente en la entrevista pública 2.0 que le realicé en Michelángelo hace un par de meses– y porque estudió en el CEMA hace 20 años. Pero si la presidenta lo eligió a él como su vice no se puede cuestionar a Boudou sin hacerlo por propiedad transitiva a la presidenta. Pero hay otra pregunta que desnuda aun más esa contradicción: ¿puede el modelo nacional y popular tener un ministro de Economía –un lugar central– que sea de derecha? ¿Es neoliberal el hombre que participó de la nacionalización de las AFJP, por ejemplo?
(Digresión: Boudou ¿se recibió de “político” el día que dejó en “orsay” al senador de la UCR Gerardo Morales en el debate en el Congreso por el 82% móvil para los jubilados?)
El cuarto eje es el de la juventud del candidato. Si bien no tiene un perfil identificado con lo que comúnmente se conoce en el peronismo como “la juventud” política –de izquierda, progresista, nostálgica de la épica de los ’70–, Boudou está emparentado con los nuevos desafíos que deberá afrontar el Movimiento Nacional y Popular en los próximos años.
En su discurso del martes pasado, la presidenta se refirió al tendido de un puente entre generaciones que semeja o alude, obviamente, al célebre trasvasamiento generacional que preocupaba a Juan Domingo Perón en los años setenta. Por errores propios del viejo general o, en realidad, por la brutal dinámica política de aquellos años, ese trabajo no pudo realizarse. En realidad, la formación de cuadros y militantes jóvenes fue siempre un “deseo imaginario” del peronismo, imposibilitado porque el movimiento nacional y popular no podía regenerarse a sí mismo desde el poder. Pensado a sí mismo como un elemento constructor de orden desde arriba, le fue imposible asegurar continuidades desde la proscripción, las dictaduras y la instauración democrática. Si a esto se le suma el hecho de que el menemismo quebró la lógica de continuidad “peronística” –fue una anomalía ideológica y cultural dentro del movimiento–, se entiende por qué el MNP no pudo reproducirse a sí mismo.
La situación cambió con la estrategia hegemónica del kirchnerismo en 2003. Pensado a sí mismo como proceso a largo plazo y con su pretensión de transformación de las pautas culturales, políticas y económicas, la necesidad de un trasvasamiento generacional no puede sorprender a nadie. Pero ese puente debe sortear varios desafíos: a) debe construir su propio relato de continuidad histórica en estos 200 años y su misión al porvenir; b) debe hegemonizar su relato con una seducción hacia las grandes mayorías que asegure la unidad nacional y que trascienda la facción; c) constituir un núcleo duro de liderazgos políticos –territoriales, corporativos, sindicales, empresariales, juveniles–; d) una burocracia técnica con contenido ideológico; e) una intelectualidad orgánica que permita reflexionar sobre los límites y la convocatoria y contención tanto dentro y fuera del justicialismo; f) un armado de cuadros que contengan, convoquen y conduzcan a la militancia actual y a las futuras; g) una política de seducción constante hacia las generaciones que se acerquen a la política en sus próximos años.
Sin embargo, el principal desafío es puertas adentro. El MNP se debe a sí mismo un profundo debate orgánico sobre su pasado, su presente y su futuro, pero también sobre su identidad, su vocación transformadora y, sobre todo, en la forma en que se modernizará en los próximos años, cuando la Argentina salga definitivamente de su pasado crítico: diseño institucional, forma de gobierno, sistema político, modelo de producción, herramientas de redistribución de la riqueza, integración en el mundo, formas de hegemonización continental, pero, también, un decálogo doctrinario puertas adentro del propio movimiento. ¿Por qué? Sencillo. ¿Qué significa, por ejemplo, una política sanitaria nacanpop en la intendencia de Tartagal? O ¿cómo se interpreta el MNP en la política educativa de Mendoza? ¿Por qué uno es o no es un integrante del MNP?
Obviamente, el peronismo realiza este debate de forma silvestre y enrevesada pero para los tiempos que se vienen es necesario dar a ese debate una orgánica que fortalezca al movimiento.
El nombramiento de Boudou como vicepresidente lo coloca ahora en el centro, también, de esta discusión. Como lo están Juan Manuel Abal Medina, el más lúcido de la generación que orilla los 40 años, Gabriel Mariotto, Agustín Rossi, Martín Sabbatella, Andrés Larroque, José Ottavis, Eduardo de Pedro, Mariano Recalde, Juan Cabandié, entre otros. Ellos son los que se vienen. Los que deberán articular al sector político, al Movimiento Obrero Organizado, a la intelectualidad orgánica, a la juventud, a los líderes territoriales. ¿Por qué? Porque el peronismo kirchnerista necesita una herramienta política propia que articule a todos los sectores y que sirva para profundizar, consolidar, institucionalizar y defender el modelo nacional y popular. <
No me gusta Boudou de vice. No voy a volver a repetirlo, pero no me gusta.
Boudou es el triunfo politico-cultural del menemismo . Boudou demuestra que «militancia» y «la vuelta de la politica» son declamaciones vacias de cualquier contenido. No importa si participaste activamente del desguace del Estado, quien no tiene un pasado? Ahi esta el Carlo en las listas del kirchnerismo tambien. Con Boudou vuelven los 90’s, el look de cheto viejo a lo Don Johnson tambien, pero tambien la esperanza de que, segun Brienza, todavia sos un joven a los 50.
entonces vas a votar a critina, no?!!!!!
tapones: con vos me siento Boquita…me seguis a todas partes. No, no voto menemistas, hoy llamados kirchneristas, que remataron las empresas del Estado ni regalaron YPF.