La lealtad ha sido siempre un valor exacerbado por la liturgia peronista, en especial la de sus orígenes, a mediados del siglo pasado. Ese valor le concedió al partido, sin embargo, una enorme cohesión. Aunque también, en nombre de esa cohesión, el propio peronismo resultó cómplice de numerosas tropelías políticas que sufrió la Argentina.
La Cámpora es una organización de jóvenes –y no tanto– que surgió fogoneada por Néstor Kirchner, cuya cabeza más visible es su hijo, Máximo. Se suele adjudicar, en las palabras, un afán reformista y épico tendiente a reivindicar la figura del Héctor Cámpora. El ex presidente de 49 días fue en toda su vida un hombre conservador como lo fue, también, su compañero de fórmula, Vicente Solano Lima. Sólo la imaginación política de este tiempo kirchnerista logró adulterar esas cosas. Sería injusto no reconocerle algo a Cámpora: su decencia personal y la inquebrantable lealtad con Juan Perón.
Echando la mirada bien hacia atrás de nuestra historia, es como Cristina Fernández parece proponerse remozar la política a futuro si, en efecto, alcanza en octubre la reelección. Podría afirmarse que, más allá de miradas revisionistas controvertidas, existe una línea argumental que amalgamaría todo: la obediencia y la disciplina como vertebradores de la construcción política . Cristina reivindicó esos valores para justificar la nominación de Amado Boudou como compañero de fórmula. La Cámpora contiene, como esencia, esa misma miga. Fue el legado político más sobresaliente que, sin dudas, dejó Cámpora.
Se trata, auscultándolo sin pasión, de una verdadera paradoja.
La Presidenta propone arrancar la segunda década del siglo XXI atendiendo a cuestiones y circunstancias de la mitad del siglo anterior.
Habría un desfase temporal, sinceramente, difícil de explicar. ¿Puede seguir siendo a esta altura la lealtad el único motor de la política? Lo ha sido en este ciclo de dos turnos que lleva al kirchnerismo. Esa continuidad desnuda también en qué estado de parálisis y mutismo se encuentra el peronismo. Los Kirchner han confundido la lealtad con la obediencia irrestricta.
Bajo ese paraguas protector desarrolló también su carrera política Daniel Scioli. Acompañó a Carlos Menem, su creador. Fue solidario con Eduardo Duhalde en el año y medio del gobierno de emergencia. Le dio en el 2003 a Kirchner un plus de popularidad que el ex presidente requería para la instalación de su candidatura. Su lealtad con los Kirchner llegó hasta límites difíciles de explicar.
¿Por que razón, entonces, la designación de Gabriel Mariotto como su compañero de fórmula en Buenos Aires? ¿Por qué el hombre que el gobernador más resistía en privado? Porque también la muerte de Kirchner desprotegió un poco, en términos políticos, al mandatario bonaerense. Scioli tuvo con el ex presidente una relación de confianza que nunca logró prolongar con Cristina.
La Presidenta siempre le dispensó recelos. Se ofuscó más de una vez con su labilidad política. También con una vida social ligada en demasía, según su paladar, a la estética menemista. Para ella la estética, está visto, no resulta una cuestión menor. Se puede estar cerca del menemismo, tal vez, con mayor decoro: así se cerró, desde el 2009, el pacto K con Menem que le posibilitará al senador riojano intentar renovar este año su banca y sus fueros.
Hay otros motivos de la desconfianza contra Scioli. Son sus acrobacias para evitar, hasta ahora, una de las batallas neurales de Cristina: la que libra contra los medios de comunicación que no le son adictos.
No parece una casualidad que su futuro compañero de campaña haya sido el hacedor de la ley de medios y sea un cruzado en aquella pelea.
Hay una tarea que Mariotto encarará de inmediato, si es que ya no comenzó a encararla: revisar el destino de la pauta de publicidad del gobierno de Buenos Aires. Precisar el grado de generosidad que Scioli pudiera haber tenido estos años con amigos y enemigos del kirchnerismo. Una buena parte de la base política del gobernador está en su imagen, todavía incombustible, y en su estrategia mediática.
La cercanía de Mariotto y el modo como le fue impuesta esa compañía podría empezar a dañar aquel capital del gobernador bonaerense. No sólo un daño hacia el interior del PJ, que ha observado cómo habría defeccionado en su condición de jefe territorial. También hacia el ciudadano bonaerense que detectaría una intervención política directa del gobierno central en los quehaceres provinciales. Las presencias de Mariotto y de Boudou en la arena electoral podrían poseer dos similitudes y una diferencia . Ambos son soldados indiscutidos de Cristina. Ninguno despertaría, a priori, expectativas electorales. Mariotto podría conspirar, sin embargo, contra las chances de Scioli. El ministro de Economía, en cambio, sería neutral en los registros de votos que las encuestas le adjudican a Cristina.
La Presidenta incorporó también a casi una veintena de jóvenes de La Cámpora en las listas de legisladores de los principales distritos.
En varios casos dirigentes de escasísima revelancia y sin militancia conocida.
Agustín Rossi, jefe del bloque de diputados K, tuvo que hacer malabarismos en Santa Fe para rescatar el nombre de Marco Cleri. La Cámpora es apenas un sello en aquella provincia.
Con Boudou y Mariotto como los emblemas de la obediencia y el lote de jóvenes camporistas, Cristina aspiraría a reemplazar a históricos peronistas y gremialistas. Sólo una cuestión de voluntad, porque su estilo y los fundamentos destilarían el mismo olor a viejo.
La Cámpora es una organización de jóvenes –y no tanto– que surgió fogoneada por Néstor Kirchner, cuya cabeza más visible es su hijo, Máximo. Se suele adjudicar, en las palabras, un afán reformista y épico tendiente a reivindicar la figura del Héctor Cámpora. El ex presidente de 49 días fue en toda su vida un hombre conservador como lo fue, también, su compañero de fórmula, Vicente Solano Lima. Sólo la imaginación política de este tiempo kirchnerista logró adulterar esas cosas. Sería injusto no reconocerle algo a Cámpora: su decencia personal y la inquebrantable lealtad con Juan Perón.
Echando la mirada bien hacia atrás de nuestra historia, es como Cristina Fernández parece proponerse remozar la política a futuro si, en efecto, alcanza en octubre la reelección. Podría afirmarse que, más allá de miradas revisionistas controvertidas, existe una línea argumental que amalgamaría todo: la obediencia y la disciplina como vertebradores de la construcción política . Cristina reivindicó esos valores para justificar la nominación de Amado Boudou como compañero de fórmula. La Cámpora contiene, como esencia, esa misma miga. Fue el legado político más sobresaliente que, sin dudas, dejó Cámpora.
Se trata, auscultándolo sin pasión, de una verdadera paradoja.
La Presidenta propone arrancar la segunda década del siglo XXI atendiendo a cuestiones y circunstancias de la mitad del siglo anterior.
Habría un desfase temporal, sinceramente, difícil de explicar. ¿Puede seguir siendo a esta altura la lealtad el único motor de la política? Lo ha sido en este ciclo de dos turnos que lleva al kirchnerismo. Esa continuidad desnuda también en qué estado de parálisis y mutismo se encuentra el peronismo. Los Kirchner han confundido la lealtad con la obediencia irrestricta.
Bajo ese paraguas protector desarrolló también su carrera política Daniel Scioli. Acompañó a Carlos Menem, su creador. Fue solidario con Eduardo Duhalde en el año y medio del gobierno de emergencia. Le dio en el 2003 a Kirchner un plus de popularidad que el ex presidente requería para la instalación de su candidatura. Su lealtad con los Kirchner llegó hasta límites difíciles de explicar.
¿Por que razón, entonces, la designación de Gabriel Mariotto como su compañero de fórmula en Buenos Aires? ¿Por qué el hombre que el gobernador más resistía en privado? Porque también la muerte de Kirchner desprotegió un poco, en términos políticos, al mandatario bonaerense. Scioli tuvo con el ex presidente una relación de confianza que nunca logró prolongar con Cristina.
La Presidenta siempre le dispensó recelos. Se ofuscó más de una vez con su labilidad política. También con una vida social ligada en demasía, según su paladar, a la estética menemista. Para ella la estética, está visto, no resulta una cuestión menor. Se puede estar cerca del menemismo, tal vez, con mayor decoro: así se cerró, desde el 2009, el pacto K con Menem que le posibilitará al senador riojano intentar renovar este año su banca y sus fueros.
Hay otros motivos de la desconfianza contra Scioli. Son sus acrobacias para evitar, hasta ahora, una de las batallas neurales de Cristina: la que libra contra los medios de comunicación que no le son adictos.
No parece una casualidad que su futuro compañero de campaña haya sido el hacedor de la ley de medios y sea un cruzado en aquella pelea.
Hay una tarea que Mariotto encarará de inmediato, si es que ya no comenzó a encararla: revisar el destino de la pauta de publicidad del gobierno de Buenos Aires. Precisar el grado de generosidad que Scioli pudiera haber tenido estos años con amigos y enemigos del kirchnerismo. Una buena parte de la base política del gobernador está en su imagen, todavía incombustible, y en su estrategia mediática.
La cercanía de Mariotto y el modo como le fue impuesta esa compañía podría empezar a dañar aquel capital del gobernador bonaerense. No sólo un daño hacia el interior del PJ, que ha observado cómo habría defeccionado en su condición de jefe territorial. También hacia el ciudadano bonaerense que detectaría una intervención política directa del gobierno central en los quehaceres provinciales. Las presencias de Mariotto y de Boudou en la arena electoral podrían poseer dos similitudes y una diferencia . Ambos son soldados indiscutidos de Cristina. Ninguno despertaría, a priori, expectativas electorales. Mariotto podría conspirar, sin embargo, contra las chances de Scioli. El ministro de Economía, en cambio, sería neutral en los registros de votos que las encuestas le adjudican a Cristina.
La Presidenta incorporó también a casi una veintena de jóvenes de La Cámpora en las listas de legisladores de los principales distritos.
En varios casos dirigentes de escasísima revelancia y sin militancia conocida.
Agustín Rossi, jefe del bloque de diputados K, tuvo que hacer malabarismos en Santa Fe para rescatar el nombre de Marco Cleri. La Cámpora es apenas un sello en aquella provincia.
Con Boudou y Mariotto como los emblemas de la obediencia y el lote de jóvenes camporistas, Cristina aspiraría a reemplazar a históricos peronistas y gremialistas. Sólo una cuestión de voluntad, porque su estilo y los fundamentos destilarían el mismo olor a viejo.
una reflexion apurada sobre la lealtad y Van Deer Koy creee que le va a poder comer la cabeza a Scioli?
Parece que el holandés reptante ahora es «rebelde buey» y pretende mofarse de «los obedientes». Andá a cagar, sorete.