Fondos soberanos latinos

Los fondos soberanos están más que nunca de moda. En apenas una década, entre 2000 y 2010, se crearon casi el 60% de los algo más de 50 que existen hoy día. Otros 15 países más se plantean actualmente dotarse de un fondo soberano. Desde Argelia hasta India, pasando por Sudáfrica, Indonesia, Japón o Israel, proliferan los candidatos para constituir un fondo de este tipo. Algunos países como Malasia, Rusia, China o Emiratos ya tienen varios creados, siguiendo aquí los pasos de veteranos como Singapur. Otros como Nigeria, ante fracasos anteriores, están volviendo a rediseñar el suyo.
Muchos países de América Latina se enfrentan al reto de gestionar la bonanza de las materias primas
Estos fondos no existen solo en Asia u Oriente Próximo. En África varios países ya tienen los suyos, empezando por Botsuana y más recientemente Ghana y Angola. América Latina tampoco se quedó atrás. Algunos países como Chile, Trinidad y Tobago o Venezuela ya tienen los suyos. Brasil, en 2010, con más de 250.000 millones de dólares de reservas, se sumó a estos y, a finales del año pasado, Perú, Colombia, Panamá y Bolivia iniciaron debates para crear uno.
En España acaban de irrumpir con inversiones importantes en particular en el Banco Santander y en la eléctrica Iberdrola de la mano de Qatar Holdings, el fondo soberano de Catar. En ambos casos las inversiones sumaron 2.000 millones de euros para cada operación, algo inédito hasta la fecha. El interés por América Latina también estuvo detrás de estas inversiones; los fondos árabes en particular, buscando aumentar sus apuestas por esta región emergente y consiguiéndole aquí vía empresas que supieron en las décadas pasadas apostar por ese continente con el cual coquetean ahora todos los inversores.
Paradojas de la abundancia, muchos países de América Latina tienen ahora reservas importantes y se enfrentan -en particular los andinos- al reto de gestionar esta bonanza de materias primas. Sus inversiones y exportaciones siguen muy concentradas en estos rubros de baja intensidad en valor añadido y empleo. De ahí que se planteen cómo aprovechar mejor esta abundancia para dar un salto productivo y diversificar sus economías, una asignatura pendiente. Los fondos soberanos pueden ser vehículos estratégicos para ello, siempre que se cuide la institución, se les dote de profesionales y procesos de primer nivel.
Eso es algo que llevó a cabo, de manera magistral, un país como Chile. A mediados de la década pasada se dotó de dos fondos soberanos con reglas rigurosas, capital humano e institucional de primera categoría. Todo ello ha convertido al país latino en un referente mundial, comparable a Noruega, en materia de fondos soberanos. En el caso de Chile, los fondos están enmarcados en una ley de responsabilidad fiscal estricta, adoptada en 2006, que obliga a volcar el 0,5% del PIB del superávit del año anterior al Fondo de Reserva de Pensiones; el siguiente 0,5% del PIB del superávit, para capitalizar el banco central, y lo que se genere de superávit por encima de ese monto, al segundo fondo soberano, el Fondo de Estabilización Económica y Social.
De esta experiencia exitosa se derivan varias lecciones. La primera es que este tipo de instrumento es indisociable de una política fiscal rigurosa, algo que los chilenos llevaron a cabo en el marco de un corsé hoy día ejemplar no solo en la región, sino en el mundo (y motivo de que el país no encontrara ninguna dificultad en entrar en el selecto club de la OCDE en 2010). La segunda, derivada de la anterior, es que las normas y reglas, por muy rigurosas que sean, no son nada sin marcos institucionales. Los chilenos se dotaron así de marcos regulatorios e institucionales muy rigurosos, en particular cuando estamos hablando de países emergentes. Por último, es igual de imprescindible dotar la institución con el capital humano adecuado. En el caso de Chile, sea el Gobierno anterior o el actual, estamos hablando de profesionales y economistas de gran valor, empezando por los dos ministros de Finanzas que supervisaron (Andrés Velasco) y supervisan (Felipe Larraín) los fondos, ambos doctores en Economía, con largas y prestigiosas trayectorias académicas, en particular en Estados Unidos.
Los fondos chilenos no son, sin embargo, fondos estratégicos, es decir, con vocación de impulsar desarrollo y diversificación empresarial. Se quedaron en esa tipología de los fondos de estabilización y fondos de gestión de recursos relativamente conservadores. Quizá por el pasado mismo de la región, en la cual la política industrial ha sido un fracaso, no se dio un paso en esa dirección, a pesar de que, como lo señala la economista de la Universidad de Chicago Adair Morse en un trabajo publicado en 2011, son muchos los fondos soberanos que persiguen no solo objetivos financieros y objetivos industriales.
En el caso de Chile, como en el de Noruega o Australia, solo existe el primero. Dentro de los emergentes, algunos países como los Emiratos, Singapur o Malasia se dotaron de fondos estratégicos con un objetivo claro de también contribuir al desarrollo empresarial y la diversificación productiva. Uno podría imaginar que Chile se dotase de un (tercer) fondo soberano con esta vocación. La belleza del esquema chileno es que ofrece potencialmente la estructura de incentivos adecuada para ello: uno podría imaginar que a las tres capas sucesivas actuales para destinar los superávits fiscales se diseñe una cuarta para un fondo estratégico. Este solo se activaría si los tres primeros destinos están cumplidos. Solo se activaría, por tanto, a partir de un nivel de superávit fiscal importante. El fondo estratégico podría luego operar como un fondo de fondos, acelerando diversificación productiva hacia sectores tecnológicos o incluso proveedores industriales de la industria minera, por ejemplo.
Es, de hecho, llamativo que, a pesar de ser el primer productor y exportador de cobre del mundo, Chile no tiene ninguna multinacional de escala global como proveedor de vehículos, excavadoras o explosivos para este sector. Todas son extranjeras: Caterpillar y Joy Global cotizan en Nueva York; Komatsu, en Tokio; Atlas Copco y Sandvik, en Estocolmo; Boart Longyear, Leighton y Orica son australianas; Weir Group, escocesa; Hatch, canadiense; Orica, sudafricana. Todas ellas generan empleo a gran escala y de fuerte valor añadido. La chilena Codelco, el primer productor de cobre del mundo, emplea algo menos de 20.000 personas, mucho menos que las multinacionales suecas Sandvik (44.000 empleados) y Atlas Copco (30.000). Sus ingresos son siete veces inferiores a los de Caterpillar, la cual emplea también casi cinco veces más personas.
Los fondos estratégicos de Emiratos (Mubadala, por ejemplo) tienen políticas de inversiones muy diferentes de los de Malasia (Khazanah) o Singapur (Temasek). El primero toma participaciones en multinacionales extranjeras para luego impulsar implantaciones industriales en su base nacional; los dos asiáticos optaron por apoyar directamente el auge de los campeones nacionales (y lo lograron). Todos ellos, en todo caso, ofrecen un abanico de opciones que podrían también inspirar algunos países de América latina, a aquellos con mayor capacidad institucional como Colombia.
Estos ejemplos árabes y asiáticos ilustran cómo los fondos soberanos pueden ser actores estratégicos de la diversificación y el desarrollo de una economía. En el caso de América Latina, Brasil, mediante el banco de desarrollo BNDES, ha operado de facto con un instrumento de este tipo, produciendo gigantes del tamaño de Vale o Petrobras en sectores de materias primas, pero también en otros punteros, como Embraer en el aeronáutico. Hoy día, países como Perú y Colombia, fuertemente dependientes de materias primas, se asoman al debate de dotarse o no de fondos soberanos. Podrían mirar hacia Chile para diseñar estrategias, pero también ir más allá, hacia Emiratos, Singapur o Malasia, y pensar en un esquema que permita también dotarse de un fondo estratégico, algo que también podría considerar el propio Chile.
Javier Santiso es profesor de economía en Esade Business School.
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