Opinión
Lunes 11 de julio de 2011 | Publicado en edición impresa
La fragmentación de las fuerzas de la oposición impide que un candidato presidencial competitivo pueda capitalizar el triunfo de Pro. Por eso, el triunfo de Macri es menos una buena noticia para el antikirchnerismo (algunos de sus votantes podrían eventualmente apoyar a Cristina Kirchner el 23 de octubre próximo) que una mala nueva para la Presidenta.
En efecto, el primer dilema que debe resolver es si participará de manera más activa y visible en la campaña de su candidato en la segunda vuelta. Hasta ahora se cuidó mucho de poner en juego su prestigio e imagen. Envió a funcionarios de su gobierno a entrometerse en los asuntos de la ciudad, pero lo hizo de forma tardía, improvisada y con resultados muy magros. El ejemplo más evidente fue la «nueva» política de seguridad anunciada por la ministra Nilda Garré, incluyendo el traslado de la cárcel de Devoto y el envío de tropas de la Gendarmería y la Prefectura a la zona sur de la ciudad. ¿Se comprometerá la Presidenta en el desarrollo de la campaña o dada la abultada diferencia que separa al actual jefe de gobierno del senador Daniel Filmus hará un clásico «control de daño» y lo dejará librado a su suerte?
Como se mire, el escenario de segunda vuelta es desalentador para el kirchnerismo. La amplia diferencia obtenida por Macri obliga a Filmus a convencer a casi cuatro de cada cinco porteños que votaron por otras fuerzas de decidirse por su candidatura y no por la Macri. La tarea es prácticamente imposible.
Otra pregunta importante es si el resultado de ayer tendrá influencia en las elecciones de Santa Fe (24 de julio) y Córdoba (7 de agosto). Un rasgo de la crisis política argentina es que los distritos clave que compiten en julio y agosto tienen culturas políticas, configuraciones y actores muy peculiares. Pro es fuerte en Buenos Aires, una fuerza emergente en Santa Fe y casi inexistente en Córdoba. El Frente para la Victoria tuvo un tercio del voto en esta ciudad, pelea por el segundo lugar en Santa Fe y no tiene candidato a gobernador en Córdoba. Y el socialismo santafecino tiene una asociación competitiva con Luis Juez en Córdoba, pero las idas y venidas con Pino Solanas debilitaron aún más sus chances. Finalmente, la UCR aún tiene peso en Córdoba, donde José Manuel de la Sota (que no sucumbió a las presiones de la Casa Rosada) aparece como el candidato a vencer. Pero los tres distritos tienen algo en común: el kirchnerismo se encamina a tener resultados de modestos a malos. Por eso, tal vez el impacto de estas elecciones se advierta el 14 de agosto, en las elecciones primarias.
Muchos se preguntan cómo jugará ahora Macri a nivel nacional. ¿Se definirá a favor de alguno de los candidatos presidenciales o será prescindente tanto en agosto como en octubre próximo? Tampoco Macri tiene decisiones sencillas en ese plano: apoyar candidatos por ahora débiles y con chances acotadas le generaría algún costo político (algo de eso ocurrió en 2007 con su respaldo a Ricardo López Murphy). Pero prescindir de tomar partido y correr el riesgo de ser visto como un líder indeciso y no comprometido con la elección nacional puede afectar su reputación, justo ahora que su conversión en potencial candidato presidencial lo obligará a involucrarse en debates de jerarquía nacional.
En efecto, estas elecciones marcan el comienzo del fin tanto de Pro como de Macri como un partido y un dirigente de alcance local. Ahora se requieren otra construcción y otro estilo de conducción. A la sazón, también resurgirán las tensiones por la sucesión de Macri en la ciudad.
Los principales candidatos presidenciales de la oposición tienen bastante que aprender de estas elecciones, sobre todo en relación con la dinámica y las características de la campaña. Es cierto que Macri es el jefe de gobierno y que en todas las elecciones hasta ahora los oficialismos provinciales ganaron siempre, con la excepción de Catamarca. Pero la combinación de un obsesivo trabajo de base con un barrido de las demandas de los vecinos y una publicidad relajada y con mensajes abiertos, convocantes y no confrontativos resultó particularmente exitosa en esta elección porteña. La estética, la estructura y los recursos disponibles para organizar campañas competitivas también serán factores de peso en el aún largo y sinuoso camino que separa esta realidad de hoy de las elecciones presidenciales de octubre.
Lunes 11 de julio de 2011 | Publicado en edición impresa
La fragmentación de las fuerzas de la oposición impide que un candidato presidencial competitivo pueda capitalizar el triunfo de Pro. Por eso, el triunfo de Macri es menos una buena noticia para el antikirchnerismo (algunos de sus votantes podrían eventualmente apoyar a Cristina Kirchner el 23 de octubre próximo) que una mala nueva para la Presidenta.
En efecto, el primer dilema que debe resolver es si participará de manera más activa y visible en la campaña de su candidato en la segunda vuelta. Hasta ahora se cuidó mucho de poner en juego su prestigio e imagen. Envió a funcionarios de su gobierno a entrometerse en los asuntos de la ciudad, pero lo hizo de forma tardía, improvisada y con resultados muy magros. El ejemplo más evidente fue la «nueva» política de seguridad anunciada por la ministra Nilda Garré, incluyendo el traslado de la cárcel de Devoto y el envío de tropas de la Gendarmería y la Prefectura a la zona sur de la ciudad. ¿Se comprometerá la Presidenta en el desarrollo de la campaña o dada la abultada diferencia que separa al actual jefe de gobierno del senador Daniel Filmus hará un clásico «control de daño» y lo dejará librado a su suerte?
Como se mire, el escenario de segunda vuelta es desalentador para el kirchnerismo. La amplia diferencia obtenida por Macri obliga a Filmus a convencer a casi cuatro de cada cinco porteños que votaron por otras fuerzas de decidirse por su candidatura y no por la Macri. La tarea es prácticamente imposible.
Otra pregunta importante es si el resultado de ayer tendrá influencia en las elecciones de Santa Fe (24 de julio) y Córdoba (7 de agosto). Un rasgo de la crisis política argentina es que los distritos clave que compiten en julio y agosto tienen culturas políticas, configuraciones y actores muy peculiares. Pro es fuerte en Buenos Aires, una fuerza emergente en Santa Fe y casi inexistente en Córdoba. El Frente para la Victoria tuvo un tercio del voto en esta ciudad, pelea por el segundo lugar en Santa Fe y no tiene candidato a gobernador en Córdoba. Y el socialismo santafecino tiene una asociación competitiva con Luis Juez en Córdoba, pero las idas y venidas con Pino Solanas debilitaron aún más sus chances. Finalmente, la UCR aún tiene peso en Córdoba, donde José Manuel de la Sota (que no sucumbió a las presiones de la Casa Rosada) aparece como el candidato a vencer. Pero los tres distritos tienen algo en común: el kirchnerismo se encamina a tener resultados de modestos a malos. Por eso, tal vez el impacto de estas elecciones se advierta el 14 de agosto, en las elecciones primarias.
Muchos se preguntan cómo jugará ahora Macri a nivel nacional. ¿Se definirá a favor de alguno de los candidatos presidenciales o será prescindente tanto en agosto como en octubre próximo? Tampoco Macri tiene decisiones sencillas en ese plano: apoyar candidatos por ahora débiles y con chances acotadas le generaría algún costo político (algo de eso ocurrió en 2007 con su respaldo a Ricardo López Murphy). Pero prescindir de tomar partido y correr el riesgo de ser visto como un líder indeciso y no comprometido con la elección nacional puede afectar su reputación, justo ahora que su conversión en potencial candidato presidencial lo obligará a involucrarse en debates de jerarquía nacional.
En efecto, estas elecciones marcan el comienzo del fin tanto de Pro como de Macri como un partido y un dirigente de alcance local. Ahora se requieren otra construcción y otro estilo de conducción. A la sazón, también resurgirán las tensiones por la sucesión de Macri en la ciudad.
Los principales candidatos presidenciales de la oposición tienen bastante que aprender de estas elecciones, sobre todo en relación con la dinámica y las características de la campaña. Es cierto que Macri es el jefe de gobierno y que en todas las elecciones hasta ahora los oficialismos provinciales ganaron siempre, con la excepción de Catamarca. Pero la combinación de un obsesivo trabajo de base con un barrido de las demandas de los vecinos y una publicidad relajada y con mensajes abiertos, convocantes y no confrontativos resultó particularmente exitosa en esta elección porteña. La estética, la estructura y los recursos disponibles para organizar campañas competitivas también serán factores de peso en el aún largo y sinuoso camino que separa esta realidad de hoy de las elecciones presidenciales de octubre.