Cómo agigantar una derrota

El escenario
Martes 12 de julio de 2011 | Publicado en edición impresa
Desde el instante en que sus encuestadores confesaron los verdaderos números de las elecciones porteñas, el Frente para la Victoria empezó a trabajar minuciosamente en agigantar la derrota.
La sucesión fue implacable: Daniel Filmus se esforzó por transmitir que su caída del domingo era un triunfo de mañana, pero confesó luego que Cristina Kirchner ni lo había llamado para comentar el resultado. El jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, despreció a los porteños, a los que debería pedirles el voto para el ballottage, cuando sugirió que habían optado condicionados por los medios de comunicación. Los candidatos de las tres listas de legisladores que acompañaron a Filmus se trenzaron a acusarse de miserias y picardías surtidas. Los «indignados» del reparto de cargos kirchnerista, como el gremialista Julio Piumato, celebraron con ácida ironía el fracaso porteño. En la Casa Rosada se murmuraba que debería evitarse la segunda vuelta y abandonar del todo al candidato de la ciudad.
El kirchnerismo mostró el desconcierto de quien nunca imaginó este presente, pese a que era un escenario muy probable si se miraban los antecedentes en el distrito y las pocas encuestas serias que se conocían. Hubo momentos hilarantes, como cuando el legislador Juan Cabandié intentó animar a la militancia en la noche electoral con una frase que tentó de risa a más de un peronista de los que recelan de los jóvenes de La Cámpora: «Se dio lo que estábamos anunciando. La gente votó entre dos modelos de gestión, dos modelos de país».
Ricardo Alfonsín, Elisa Carrió y Eduardo Duhalde no le hubieran pedido tanto. Estos tres candidatos opositores a la presidencia procesaron de manera inversa lo que pasó en Buenos Aires. En las urnas sufrieron un cachetazo feroz: Alfonsín apoyó a Silvana Giudici, que sacó 2 puntos; Carrió puso la cara por María Eugenia Estenssoro. Sacó 3. Y Duhalde había pegado su nombre a Jorge Todesca, amo y señor de un… 0,29%. Pero afinaron sus reflejos y, con matices, se pegaron a Macri como si meses atrás no lo hubieran calificado de «límite» para las alianzas victoriosas que suponían estar construyendo. Duhalde y Alfonsín ya se pelean como chicos por conseguir el guiño que Macri tal vez ya nunca les dé. Para él, el futuro se llama 2015, no octubre.
Es curioso lo distinto que reaccionaron el Gobierno y sus rivales ante un escenario casi idéntico en 2007, cuando Macri le ganó a Filmus por una ventaja aún mayor. En esa ocasión, Néstor Kirchner le dio un moderado apoyo a su candidato de cara a la segunda vuelta, hizo control de daños y minimizó el efecto porteño, para que no se transformara en un lastre para el plan de sucesión matrimonial que estaba por anunciar y que terminaría en un rotundo éxito electoral. Los candidatos opositores también habían sido derrotados en la ciudad, pero entonces ni siquiera amagaron con llamar a Macri.
Tal vez haya que buscar la explicación en el cambio de las reglas electorales que pensó Kirchner en 2009 como un escudo y que hoy aparece como un obstáculo incómodo en el camino en apariencia sencillo de la Presidenta hacia su reelección. Las primarias obligatorias del 14 de agosto les ofrecen a los aspirantes opositores a la Casa Rosada la ilusión del milagro. Creen que si Cristina Kirchner no supera en esa contienda el 40%, se derrumbará el mito de que ya ganó. Además, se ilusionan con que los votantes antikirchneristas identificarán allí al rival más fuerte para enfrentar a la Presidenta. Si el que salga segundo en agosto aventaja por un número considerable al tercero, concentrará en octubre el apoyo antigobierno para empujar a Cristina Kirchner a un ballottage, creen.
El fastidio que se transmitía desde Olivos responde a la ansiedad por el calendario de comicios que viene: en Santa Fe, el domingo 24, el kirchnerista Agustín Rossi marcha lejos del socialista Antonio Bonfatti (delfín de Hermes Binner). Algunos encuestadores creen que podría quedar detrás del cómico Miguel del Sel si el envión de Macri lo terminara de aupar. La semana siguiente al Gobierno lo espera el ballottage de final cantado en la Capital. Y el 7 de agosto figura la escala cordobesa, donde la Casa Rosada se quedó sin candidato cuando José de la Sota se negó a poner su nombre encima de la lista que le faxeaban desde Buenos Aires.
La preocupación no es sólo por la carambola de fechas. En el Gobierno admiten temores de una venganza pejotista, sobre todo en el conurbano. Los caudillos que fueron desplazados de las listas por la nueva ola cristinista podrían mostrar su capacidad de daño con una elección «de brazos caídos» en las primarias. Sería un ahorro de esfuerzo y dinero en un domingo en el no habrá en juego cargos, sino sensaciones.
¿Hay un voto antikirchnerista que optará sobre la hora entre esa media docena de candidatos que hoy despiertan pasiones tan módicas? ¿Serán las encuestas que pronostican una victoria de Cristina en primera vuelta igual de confiables que las que colocaban a Filmus a seis puntos (y no 19) de Macri? ¿O habrá sido simplemente que los porteños decidieron con una dosis de ombliguismo por un caudillo local sin mayor proyección cruzando la General Paz?
Lo que ocurrió anteanoche entrega pocas respuestas terminantes. A juzgar por la guerra de nervios en el kirchnerismo, una segura es que los votos porteños sembraron de dudas la versión de la realidad que se escribe a diario en la quinta de Olivos.

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

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