Martes 12 de julio de 2011 | Publicado en edición impresa
El de la ciudad de Buenos Aires es un distrito rebelde. Hoy esa ciudad orgullosa vota de nuevo contra lo que el país dice que va a votar. En 2007, Macri sacó casi tanto como ayer, y Cristina, pocos meses después, sacó tanto como -dicen- va a sacar en octubre. Con todas las desventajas que padece la oposición -por errores propios, pero también por obra de los azares de la macroeconomía y de la medicina- hay un rubro que le juega a favor: el calendario. Contando la primera vuelta porteña, las elecciones de Córdoba y Santa Fe y la segunda vuelta en la ciudad, es concebible que las primarias de agosto lleguen luego de derrotas oficialistas en las cuatro elecciones no nacionales más importantes del año.
¿Sirve eso de algo? ¿Qué importa si algún candidato opositor saca algunos puntos más en agosto, si casi seguro será Cristina quien ocupe el primer lugar? Más aún: ¿no será la de agosto, en lugar de una primaria abierta simultánea y obligatoria, una encuesta abierta simultánea y obligatoria, ya que todas las agrupaciones políticas presentarán candidato único? ¿No es, por lo tanto, irrelevante?
De ningún modo. Las primarias de agosto son en realidad como el torneo español cuando juega el Barcelona de Messi, o como Roland Garros cuando juega Nadal: una competencia a ver quién sale segundo. Pero el premio es mucho más que una medalla de plata. El premio para el segundo, si saca alguna diferencia relevante sobre el tercero, y si no es una figura con un alto porcentaje de rechazos (más Binner o Alfonsín que Duhalde o Carrió, digamos) es que se consagra como candidato polarizador. Dos meses antes de las elecciones, esa encuesta abierta simultánea y obligatoria va a decirle al electorado a quién tendrá que votar en octubre si quiere que haya un ballottage con el kirchnerismo. La elección presidencial podría ser, en ese caso, más divertida de lo que se cree.
© La Nacion
El de la ciudad de Buenos Aires es un distrito rebelde. Hoy esa ciudad orgullosa vota de nuevo contra lo que el país dice que va a votar. En 2007, Macri sacó casi tanto como ayer, y Cristina, pocos meses después, sacó tanto como -dicen- va a sacar en octubre. Con todas las desventajas que padece la oposición -por errores propios, pero también por obra de los azares de la macroeconomía y de la medicina- hay un rubro que le juega a favor: el calendario. Contando la primera vuelta porteña, las elecciones de Córdoba y Santa Fe y la segunda vuelta en la ciudad, es concebible que las primarias de agosto lleguen luego de derrotas oficialistas en las cuatro elecciones no nacionales más importantes del año.
¿Sirve eso de algo? ¿Qué importa si algún candidato opositor saca algunos puntos más en agosto, si casi seguro será Cristina quien ocupe el primer lugar? Más aún: ¿no será la de agosto, en lugar de una primaria abierta simultánea y obligatoria, una encuesta abierta simultánea y obligatoria, ya que todas las agrupaciones políticas presentarán candidato único? ¿No es, por lo tanto, irrelevante?
De ningún modo. Las primarias de agosto son en realidad como el torneo español cuando juega el Barcelona de Messi, o como Roland Garros cuando juega Nadal: una competencia a ver quién sale segundo. Pero el premio es mucho más que una medalla de plata. El premio para el segundo, si saca alguna diferencia relevante sobre el tercero, y si no es una figura con un alto porcentaje de rechazos (más Binner o Alfonsín que Duhalde o Carrió, digamos) es que se consagra como candidato polarizador. Dos meses antes de las elecciones, esa encuesta abierta simultánea y obligatoria va a decirle al electorado a quién tendrá que votar en octubre si quiere que haya un ballottage con el kirchnerismo. La elección presidencial podría ser, en ese caso, más divertida de lo que se cree.
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