Ya después de su triunfo en 2007, Mauricio Macri se había convertido en la referencia central de la oposición en Argentina. El frenesí de los engranajes comunicativos ha logrado el casi plenario borramiento actual de la escena de aquellos días: los triunfos de Binner en Santa Fe y el bochornoso triunfo de Schiaretti en Córdoba (muy parecido al del candidato chubutense de Das Neves de este año) habían dado lugar entonces a un módico operativo clamor en demanda de que el recién electo alcalde porteño volviera a presentarse como candidato a presidente. ¿Por qué no hablan hoy los grandes medios de aquel episodio? Acaso porque temen que el final de la presente saga se parezca al de aquélla, que terminó con un amplísimo triunfo de Cristina Kirchner en las presidenciales.
Nadie puede restar importancia a la Jefatura de Gobierno porteño, el tercer presupuesto de la Argentina después del gobierno nacional y la provincia de Buenos Aires, y centro de atención político-cultural del país. Sin embargo, la escala del alboroto mediático de estos días permite intuir que la cuestión gira más bien en torno de las implicancias nacionales de la elección porteña. La extraordinaria sincronización de la campaña de la cadena de medios dominantes no deja mucha duda respecto de su sentido estratégico. En primer lugar se proponen poner en duda el predominio actual de la candidatura de la Presidenta, ayudados por el fiasco que buena parte de los pronósticos de los encuestadores sufrió en las elecciones del domingo. Es cierto que la empresa que se equivocó menos en el pronóstico también afirma una clara distancia a favor de Cristina para octubre; pero no estamos hablando de argumentos ni datos empíricos sino de manipulación política pura y dura.
El segundo filo de la argumentación se apoya en el hecho de que la fisonomía del voto porteño revela la existencia de una coalición de hecho a favor de la reelección de Macri. Es decir, no de una coalición formal acordada por los liderazgos políticos que intercambian concesiones para sostener una fórmula común, sino un acuerdo práctico establecido sin coordinación previa entre los potenciales votantes de varios partidos, que terminó con el borramiento de la presencia electoral de algunos y un fuerte deterioro de otros. Hoy que toda la sociología de almacén se concentra en la búsqueda de explicaciones a la amplitud del triunfo del oficialismo porteño (que, dicho sea de paso, fue menor a la de 2007) no hemos leído ninguna interpretación de la casi desaparición de la Coalición Cívica, la ratificación de la inexistencia del radicalismo, la no aparición del duhaldismo y la fuerte caída de Proyecto Sur respecto de su desempeño en las legislativas de 2009.
La centroderecha macrista es la fuerza hegemónica de la coalición antikirchnerista porteña. De ahí que la estrategia granmediática retome después del domingo su viejo anhelo, el de la unidad de la oposición. Como la ley electoral vigente impide la construcción de nuevas alianzas, después de la presentación de candidaturas, se auspicia una nueva coalición de hecho para octubre, una vez que las primarias abiertas revelen quién se constituye en primus inter pares en el abanico opositor.
No había terminado el recuento oficial de los votos cuando Ricardo Alfonsín ya había demostrado que en su campamento se había hecho esa lectura coalicional del resultado porteño. Claro que la traducción tuvo más el sello de una picardía adolescente que de un gesto de alta política, cuando declaró que si fuera porteño votaría a Macri en el ballottage. La casi simultánea respuesta de Moreau, quien sostiene diferencias con ese pragmatismo derechoso, es un síntoma del enervamiento de la interna radical. Por su parte, Duhalde lanzó, y luego retiró, una insólita propuesta que podría definirse como el colmo del ninguneo a los partidos políticos: propuso que Alfonsín y él se comprometieran a unirse en torno del más votado en las internas, bajando sus propias candidaturas. La rápida autorrectificación del ex presidente indica el revuelo que debe haber causado en sus propias filas una propuesta que, de haberse concretado, habría significado la aniquilación de las listas de candidatos de la alianza electoral que lo respalda. Los dos episodios señalan el craso reemplazo de la lógica de la acción política partidaria por la disputa a como dé lugar de la publicidad política en los medios.
Al deseo convertido en argumento de la unidad de hecho de la oposición le falta liderazgo y le falta clima. La esperanza en que las solas aritméticas de las primarias dé a luz un eje carismático ganador alternativo a Cristina Kirchner no parece tener mucho soporte real. No hay que olvidar el pequeño y descuidado detalle de que la suma de todas las fuerzas que en Buenos Aires expresaron a los candidatos nacionales para octubre no llegó al 20 por ciento del electorado y que el mejor representado, Hermes Binner, lo fue en apoyo de un candidato, Pino Solanas, cuya fuerza no participa en el frente que auspicia su candidatura. Queda entonces la esperanza de que Macri se convierta en el gran elector de la oposición en octubre. Esperanza muy problemática: después de la Presidenta, el político argentino más interesado en el triunfo oficialista por amplio margen de votos no es otro que Mauricio Macri. El hombre sabe que su tiempo es 2015. Y sabe también que una actuación descollante (por no hablar de una eventual victoria) de cualquiera de los actuales challengers de Cristina significaría para quien lo logre la cabecera en todas las mesas opositoras, de diciembre de este año en adelante. ¿Cuál es el compromiso ideológico, la lealtad partidaria, la convicción política que produciría semejante prodigio de generosidad y grandeza política? De Macri puede esperarse, en el mejor de los casos, un silencioso y casi inadvertido guiño hacia alguno de los candidatos. Quien dude de este pronóstico puede preguntarle a López Murphy qué es lo que hizo el jefe de Gobierno en su ayuda después de ganar por primera vez la alcaldía de la ciudad.
También, decíamos, a la esperanza de la unidad opositora le falta clima. Eso quiere decir que si no se logra crear un malestar público muy importante pasible de ser intensamente dramatizado por la oposición, no habrá corrimientos espectaculares de la sociedad respecto de sus actuales preferencias. El voto potencial del kirchnerismo tiene un núcleo activo y movilizado a partir del entusiasmo que producen en un sector de la población las premisas político-discursivas que lo sostienen: podríamos llamarlo el voto del proyecto nacional-popular. A eso le suma un muy importante yacimiento de votos de identidad que provee la territorialidad justicialista. Y hay un agregado, hasta aquí bastante sólido, de apoyos que provienen de la satisfacción de amplios sectores sociales con la situación económica y social actual. No son compartimientos estancos y, por lo tanto, medir el peso relativo de cada componente es un ejercicio irrelevante. Lo que está un poco más claro es que los dos primeros componentes el entusiasmo político-ideológico y la identidad peronista son mucho más estables que la conformidad con la situación. De manera que, en principio, parecería que la línea más adecuada de la oposición mediático-política para cambiar el cuadro de situación fuera el de lesionar a este segmento de votantes.
Ese objetivo no es de sencillo alcance. Por ahora la estrategia de los grandes medios se concentra en trabajar en el interior de las contradicciones reales o supuestas que circulan en el interior de las militancias y las estructuras. La Cámpora se queda con todo, peronismo maltratado, humillación de gobernadores, sublevación peronista en las internas son algunos de los principales sonsonetes sistemáticamente alimentados por redactores y animadores de los multimedios. La máxima interpelación ideológica de estos días fue el brote de corrección política surgido en contraposición con unos dichos pasionales y dolidos de Fito Páez, que se suma al desdichado episodio de Schoklender y al que se irá adicionando en estas horas el caso del ADN de los hijos adoptivos de Herrera de Noble, convenientemente tergiversado por los editorialistas.
La heterogeneidad de la actual coalición de gobierno es la principal fuente de problemas para su triunfo en octubre. Su peligro principal es que la sensación anticipada de triunfo en octubre adelante el calendario de las inevitables disputas internas posteriores. El resultado del domingo pasado podría ser, en ese sentido, una señal aprovechable en la dirección de no discutir sobre el modo de cocinar una liebre que todavía no se ha cazado. No hay un muro entre el clima interno de la fuerza de gobierno y el humor social más general. El resultado electoral dependerá finalmente del clima en el que se vote.
Nadie puede restar importancia a la Jefatura de Gobierno porteño, el tercer presupuesto de la Argentina después del gobierno nacional y la provincia de Buenos Aires, y centro de atención político-cultural del país. Sin embargo, la escala del alboroto mediático de estos días permite intuir que la cuestión gira más bien en torno de las implicancias nacionales de la elección porteña. La extraordinaria sincronización de la campaña de la cadena de medios dominantes no deja mucha duda respecto de su sentido estratégico. En primer lugar se proponen poner en duda el predominio actual de la candidatura de la Presidenta, ayudados por el fiasco que buena parte de los pronósticos de los encuestadores sufrió en las elecciones del domingo. Es cierto que la empresa que se equivocó menos en el pronóstico también afirma una clara distancia a favor de Cristina para octubre; pero no estamos hablando de argumentos ni datos empíricos sino de manipulación política pura y dura.
El segundo filo de la argumentación se apoya en el hecho de que la fisonomía del voto porteño revela la existencia de una coalición de hecho a favor de la reelección de Macri. Es decir, no de una coalición formal acordada por los liderazgos políticos que intercambian concesiones para sostener una fórmula común, sino un acuerdo práctico establecido sin coordinación previa entre los potenciales votantes de varios partidos, que terminó con el borramiento de la presencia electoral de algunos y un fuerte deterioro de otros. Hoy que toda la sociología de almacén se concentra en la búsqueda de explicaciones a la amplitud del triunfo del oficialismo porteño (que, dicho sea de paso, fue menor a la de 2007) no hemos leído ninguna interpretación de la casi desaparición de la Coalición Cívica, la ratificación de la inexistencia del radicalismo, la no aparición del duhaldismo y la fuerte caída de Proyecto Sur respecto de su desempeño en las legislativas de 2009.
La centroderecha macrista es la fuerza hegemónica de la coalición antikirchnerista porteña. De ahí que la estrategia granmediática retome después del domingo su viejo anhelo, el de la unidad de la oposición. Como la ley electoral vigente impide la construcción de nuevas alianzas, después de la presentación de candidaturas, se auspicia una nueva coalición de hecho para octubre, una vez que las primarias abiertas revelen quién se constituye en primus inter pares en el abanico opositor.
No había terminado el recuento oficial de los votos cuando Ricardo Alfonsín ya había demostrado que en su campamento se había hecho esa lectura coalicional del resultado porteño. Claro que la traducción tuvo más el sello de una picardía adolescente que de un gesto de alta política, cuando declaró que si fuera porteño votaría a Macri en el ballottage. La casi simultánea respuesta de Moreau, quien sostiene diferencias con ese pragmatismo derechoso, es un síntoma del enervamiento de la interna radical. Por su parte, Duhalde lanzó, y luego retiró, una insólita propuesta que podría definirse como el colmo del ninguneo a los partidos políticos: propuso que Alfonsín y él se comprometieran a unirse en torno del más votado en las internas, bajando sus propias candidaturas. La rápida autorrectificación del ex presidente indica el revuelo que debe haber causado en sus propias filas una propuesta que, de haberse concretado, habría significado la aniquilación de las listas de candidatos de la alianza electoral que lo respalda. Los dos episodios señalan el craso reemplazo de la lógica de la acción política partidaria por la disputa a como dé lugar de la publicidad política en los medios.
Al deseo convertido en argumento de la unidad de hecho de la oposición le falta liderazgo y le falta clima. La esperanza en que las solas aritméticas de las primarias dé a luz un eje carismático ganador alternativo a Cristina Kirchner no parece tener mucho soporte real. No hay que olvidar el pequeño y descuidado detalle de que la suma de todas las fuerzas que en Buenos Aires expresaron a los candidatos nacionales para octubre no llegó al 20 por ciento del electorado y que el mejor representado, Hermes Binner, lo fue en apoyo de un candidato, Pino Solanas, cuya fuerza no participa en el frente que auspicia su candidatura. Queda entonces la esperanza de que Macri se convierta en el gran elector de la oposición en octubre. Esperanza muy problemática: después de la Presidenta, el político argentino más interesado en el triunfo oficialista por amplio margen de votos no es otro que Mauricio Macri. El hombre sabe que su tiempo es 2015. Y sabe también que una actuación descollante (por no hablar de una eventual victoria) de cualquiera de los actuales challengers de Cristina significaría para quien lo logre la cabecera en todas las mesas opositoras, de diciembre de este año en adelante. ¿Cuál es el compromiso ideológico, la lealtad partidaria, la convicción política que produciría semejante prodigio de generosidad y grandeza política? De Macri puede esperarse, en el mejor de los casos, un silencioso y casi inadvertido guiño hacia alguno de los candidatos. Quien dude de este pronóstico puede preguntarle a López Murphy qué es lo que hizo el jefe de Gobierno en su ayuda después de ganar por primera vez la alcaldía de la ciudad.
También, decíamos, a la esperanza de la unidad opositora le falta clima. Eso quiere decir que si no se logra crear un malestar público muy importante pasible de ser intensamente dramatizado por la oposición, no habrá corrimientos espectaculares de la sociedad respecto de sus actuales preferencias. El voto potencial del kirchnerismo tiene un núcleo activo y movilizado a partir del entusiasmo que producen en un sector de la población las premisas político-discursivas que lo sostienen: podríamos llamarlo el voto del proyecto nacional-popular. A eso le suma un muy importante yacimiento de votos de identidad que provee la territorialidad justicialista. Y hay un agregado, hasta aquí bastante sólido, de apoyos que provienen de la satisfacción de amplios sectores sociales con la situación económica y social actual. No son compartimientos estancos y, por lo tanto, medir el peso relativo de cada componente es un ejercicio irrelevante. Lo que está un poco más claro es que los dos primeros componentes el entusiasmo político-ideológico y la identidad peronista son mucho más estables que la conformidad con la situación. De manera que, en principio, parecería que la línea más adecuada de la oposición mediático-política para cambiar el cuadro de situación fuera el de lesionar a este segmento de votantes.
Ese objetivo no es de sencillo alcance. Por ahora la estrategia de los grandes medios se concentra en trabajar en el interior de las contradicciones reales o supuestas que circulan en el interior de las militancias y las estructuras. La Cámpora se queda con todo, peronismo maltratado, humillación de gobernadores, sublevación peronista en las internas son algunos de los principales sonsonetes sistemáticamente alimentados por redactores y animadores de los multimedios. La máxima interpelación ideológica de estos días fue el brote de corrección política surgido en contraposición con unos dichos pasionales y dolidos de Fito Páez, que se suma al desdichado episodio de Schoklender y al que se irá adicionando en estas horas el caso del ADN de los hijos adoptivos de Herrera de Noble, convenientemente tergiversado por los editorialistas.
La heterogeneidad de la actual coalición de gobierno es la principal fuente de problemas para su triunfo en octubre. Su peligro principal es que la sensación anticipada de triunfo en octubre adelante el calendario de las inevitables disputas internas posteriores. El resultado del domingo pasado podría ser, en ese sentido, una señal aprovechable en la dirección de no discutir sobre el modo de cocinar una liebre que todavía no se ha cazado. No hay un muro entre el clima interno de la fuerza de gobierno y el humor social más general. El resultado electoral dependerá finalmente del clima en el que se vote.