Las encuestas electorales mutaron de funciones. Inicialmente -al menos en el plano imaginario- constituían una herramienta para adquirir conocimientos y entender la realidad social. Casi al mismo tiempo, fueron definidas como una herramienta estratégica. Ambas cosas sucedieron desde que el método adquirió carta de ciudadanía científica, hacia la década de 1930. Pero, con los años, el uso estratégico de las encuestas se difundió mucho, invadiendo la política y la actividad de las empresas. Posteriormente apareció la función mediática, bastante estrechamente asociada a la capacidad predictiva de las encuestas, ¿acaso hay algo que interese más al público general que la idea de anticipar el futuro? En esa función predictiva la difusión de encuestas adquirió fuertes tintes publicitarios; se fue instalando la idea (poco fundada) de que la publicación de tendencias y pronósticos electorales ayuda a ganar elecciones, influye en las decisiones de los votantes.
Ese conjunto de funciones de las encuestas define en nuestros días las distintas perspectivas desde las cuales es posible analizarlas y juzgarlas. Todos temas de debates y controversias. No siempre están claros, para quienes toman parte en esos debates, los principios lógicos y metodológicos de cada una de esas distintas operaciones relacionadas con la práctica de las encuestas de opinión.
Las encuestas, como herramientas de investigación, eventualmente son objeto de discusión por parte de intelectuales y académicos que no se sienten cómodos con la lógica de la inferencia estadística (o que no la entienden). Ésa es una discusión epistemológica; sólo interesa en los ámbitos académicos. Lo cierto es que gran parte de la investigación social en los últimos sesenta años está basada en el método de la encuesta por muestreo y que ese método funciona aceptablemente desde que se establecieron sus dos pilares científicos: la teoría estadística del muestreo de poblaciones y la teoría de la medición de actitudes (actitudes: esas cosas intangibles que suponemos residen establemente en la mente de los comunes mortales y orientan sus pensamientos, sus preferencias y sus decisiones).
El uso estratégico de las encuestas da lugar a debates que trascienden las fronteras académicas. La mayoría de quienes necesitan servirse de ellas lo hacen sin preguntarse demasiado por los fundamentos. Quienes discuten, generalmente, provienen del paradigma de las posturas críticas en la ciencia social, ven operaciones y manipulación en todas partes y proclaman que el mundo sería mejor sin estrategias para intervenir planificadamente en los procesos de la opinión pública. El principio que torna a la investigación por encuestas estratégicamente útil es simple: si uno quiere que ocurra algo que no se espera que ocurriera sin alguna intervención, es preciso planificar la intervención; las encuestas ayudan mucho, más que otros recursos, al propósito de elaborar intervenciones comunicacionales, campañas. Si uno quiere que un candidato obtenga más votos de los que presumiblemente obtendría si no se hiciera nada, entonces hay que hacer algo para que capte votos que están en otro lugar; las encuestas ayudan a identificar esos votos que hay que conquistar y ayuda a establecer qué mensaje es conducente a ese propósito. Está claro, entonces, que para que una encuesta sea útil estratégicamente no es necesario que diga lo que va a ocurrir sino lo que hay que hacer para que algo que no ocurriría termine ocurriendo.
DIFUSIÓN Y PRONÓSTICOS
El uso público de las encuestas, y especialmente el uso predictivo, se basan en principios diametralmente distintos, opuestos a los anteriores. Se trata de anticipar lo que va a suceder, no de que suceda algo que no sucedería sin una intervención comunicacional. En un sentido, la estrategia es una lucha contra el pronóstico, y el pronóstico una lucha contra la estrategia.
¿Cuál es el fundamento de un juicio predictivo basado en encuestas? Mi propia respuesta a esta pregunta es muy escéptica. La encuesta está concebida para decir algo acerca de lo que está pasando; la encuesta estratégica, para decir algo acerca de lo que está pasando en la mente de los votantes, algo que podría ser susceptible a la influencia de mensajes con capacidad de modificar en alguna medida eso que está pasando en la mente. No hay método concebido para dar un salto desde la descripción y explicación de lo que está pasando al pronóstico de lo que va a pasar.
Cuando a un ciudadano se le pregunta por quién va a votar, no se le toma una fotografía premonitoria de lo que realmente va a hacer sino de lo que piensa en ese momento. Eso es obvio: por algo los mismos votantes que un cierto día dijeron una cosa otro día posterior dicen otra; de hecho, las intenciones de voto cambian, entre otras cosas por efecto de las campañas electorales, también por otros factores. ¿Por qué preguntando a la gente lo que haría hoy hay que concluir que se puede llegar a saber lo que ocurrirá mañana? Algunas ciencias más matematizadas trabajan con modelos capaces de establecer complejas relaciones entre un número grande de variables; así se generan, por ejemplo, los pronósticos meteorológicos, o los pronósticos de inflación de los bancos centrales. ¿Funcionan? Está claro que no funcionan muy bien -por cierto, no mejor que las encuestas electorales-. Si seguimos consumiéndolos es porque aunque no funcionen demasiado bien son mejores que nada, son las herramientas que agregan mayor valor a las decisiones que uno debe tomar para descontar el futuro.
Lo mismo sucede con las encuestas. Pero no hay nada de ciencia exacta en sus pronósticos. La compleja mezcla de tendencias, análisis estadísticos de diversas variables, sus interrelaciones y las segmentaciones que el analista puede tomar en cuenta, y el olfato clínico del profesional experimentado, permite formular pronósticos que son mejores aproximaciones al futuro que cualquier otra cosa conocida, pero no por eso infalibles ni mucho menos.
FRACASO DE PRONÓSTICOS
Cuando un pronóstico electoral basado en una encuesta fracasa, indudablemente hay un problema. La encuesta es denostada como inservible, o mentirosa. Esas alegaciones pueden ser muy injustas. El problema involucra varios equívocos; confieso que, a mi modo de ver, los profesionales de estas cosas tenemos parte de la culpa, no por errar ocasionalmente algún pronóstico sino por no aclarar debidamente, siempre, cuáles son los límites del método que usamos -claro, si los límites son demasiado estrechos, el producto pierde interés y puede salirse del mercado-. Cuando una encuesta fracasa en anticipar lo que ocurrirá, generalmente, los profesionales damos explicaciones con posterioridad, remitiendo a esos límites; creo que deberíamos darlas por anticipado, aunque eso desvalorice un poco nuestro producto.
El problema ciertamente se potencia cuando fallan muchas encuestas al mismo tiempo. Eso sucedió en México hace algún tiempo y en Colombia, en la reciente elección presidencial. Ocurrió muchas otras veces. En España después del atentado de Atocha, en Inglaterra en la reciente elección nacional, también en Inglaterra hace varios años, a veces -al menos parcialmente- en Estados Unidos. Los casos de México y el muy reciente de Colombia han tenido una enorme repercusión. Una falla de uno puede atribuirse a mala práctica, descuido o simplemente error; una falla de muchos es más difícil de catalogar. ¿Es el método el que fracasa?
Cada uno pensará lo que quiera al respecto. Los usuarios de encuestas no han dejado de servirse de ellas: se ve que su valor agregado sigue siendo mayor que el de los oráculos, los adivinos, los intuitivos y los practitioners de la política. Muchos periodistas encuentran una veta interesante en alimentar la duda. Pueden hacerlo, es su métier, no influyen mayormente en nada, porque sus públicos masivos influyen poco en todo esto. Lo más relevante es lo que podemos decir los profesionales. En Buenos Aires, la ciudad donde vivo, ayer se derrumbó un edificio que albergaba un gimnasio y un centro comercial, con pérdida de vidas y heridos. La causa fue la excavación del pozo para la construcción de un edificio lindero. No es la primera vez que sucede en esta ciudad. ¿Está en jaque la industria de la construcción por este accidente? No parece. Más bien se busca culpables individuales: los ingenieros, los calculistas, los técnicos que trabajaban en esa obra, los inspectores gubernamentales que aprobaron la obra Mi opinión es que los ingenieros y arquitectos son quienes deberían dar información al público; pero, como es de esperar, quienes están involucrados en este episodio están más ocupados en defenderse, y las asociaciones profesionales y académicas tienden a guardar prudente silencio por lealtad corporativa. De modo que el público sigue sin saber por qué, eventualmente, esto sucede y por qué tendríamos que seguir viviendo tranquilos aunque en el predio vecino a nuestra casa se vaya a levantar un edificio.
CAUSAS DEL MAL AJUSTE
Los factores que pueden explicar el fracaso de las encuestas en Colombia y en México – y en Inglaterra, que fue un caso similar- son diversos. Ésta es mi lista:
-Los votantes cambian de decisión, a veces más rápidamente que otras. Hay volatilidad de la intención de voto. Esto es obvio, si así no fuera no tendría sentido plantearse campañas electorales. Menos obvio es que la tasa de volatilidad, por ponerle un nombre, no es siempre la misma. Aún más, tal vez está aumentando sistemáticamente en los nuevos contextos comunicacionales y políticos de las sociedades de nuestro tiempo. Ahora bien, las encuestas deberían poder introducir esa variable en sus análisis. El hábito, casi mecánico, de informar el margen de error estadístico (un bendito concepto mal bautizado, porque de error no tiene nada, y mal entendido por muchos políticos y periodistas) oculta otra variabilidad que no es de naturaleza estadística sino de naturaleza volitiva. Creo que las encuestas deberían esforzarse por decir algo acerca de la volatilidad, esto es, la probabilidad de que los comportamientos de los votantes cambien fluidamente. ¿Fue más volátil el voto en Colombia de lo que lo fue en Chile o en Uruguay, para tomar dos elecciones recientes? No lo sé. Mi amigo y colega Napoleón Franco, uno de los profesionales más experimentados en estos estudios, dice que sí, que nunca había visto que un candidato creciera tanto en una semana como lo hizo Juan Manuel Santos. Parece no haber duda de que eso pasó en Inglaterra, con el voto a Nicolas Clegg, pulverizado en una semana en una medida tampoco antes vista.
En resumen, parece que los votantes están ahora tomándose más tiempo para decidir su voto y se permiten más idas y vueltas, porque están menos atados a lealtades firmes y sienten que nada los obliga a decidir de una vez con mucha anticipación. Las encuestas tendrán que registrar y exponer estas cosas como aspectos centrales de los procesos electorales; no alcanza con decir quién gana y por cuánto, ni con informar el margen de error estadístico.
-La dificultad, o la prohibición, de medir durante los últimos días. En Colombia, este tema fue notoriamente decisivo. Es posible alegar que las encuestas pueden hacerse aun cuando no serán difundidas ni publicadas. También es posible alegar que la diferencia entre un resultado pronosticado y el resultado real no es esperable que varíe tanto en una semana. Todo esto de los plazos y las fechas en que se mide es un tema, sin duda, y -de nuevo- debería ser comunicado más fehacientemente. Y siempre será posible abstenerse de hacer pronósticos en los últimos días, pero, ¡qué poco interesante sería eso!
-Último, pero no menos importante: el método de recolección de datos. Pienso que hay un problema con el método telefónico y el problema se torna cada vez más agudo por la conjunción de dos factores: la cobertura telefónica (en muchos países mucha gente no tiene teléfono) y los cambios en la cultura de uso del teléfono (pasaje al celular, proliferación del número de teléfonos por usuario, hábitos en el uso del teléfono y en las formas de responder las llamadas). Quienes no tienen teléfono son distintos a quienes tienen teléfono, aun cuando se parezcan en muchos atributos; quienes no tienen teléfono de línea y ahora tienen celular son distintos a quienes no tienen ni tenían teléfono; quienes tienen más de un teléfono son distintos a quienes siguen teniendo uno solo. No estoy convencido de que estemos tomando debidamente en cuenta estos aspectos.
La conjunción de estos tres frentes de tormenta puede producir lo que vimos. También se han visto en este mundo otras cosas tanto o más sorprendentes: elecciones en las que algunas encuestas fracasan en los pronósticos mientras otra es exitosa, y cuando las encuestas son auditadas metodológicamente se constata que la que acertó es de menos calidad técnica o de menor rigurosidad en los controles de campo y demás. En la Argentina ocurrió eso.
CONCLUSIÓN
Me parece que la conclusión es compleja, pero importante para el futuro del método de la encuesta. Primero, la realidad es dinámica, está menos estructurada de lo que las teorías y presunciones sociológicas más conocidas tendían a suponer. Esta herramienta llamada encuesta debe servirnos para comprender ese dinamismo en todas sus manifestaciones.
Segundo, el pronóstico es un accesorio que no venía en el producto de fábrica llamado encuesta por muestreo, debemos alertar mejor a los usuarios acerca de los límites del accesorio.
Tercero, estos acontecimientos, por desa- gradables que resulten, son oportunidades para profundizar en los límites del método y en sus potencialidades -que, creo, todavía no fueron explotadas enteramente- y para llevarnos a tratar de entender mejor la realidad que estudiamos y sus cambios. Son oportunidades para el crecimiento teórico y metodológico.
Cuarto, cuando los profesionales expertos en encuestas -y los primos hermanos consultores políticos y asesores en comunicación, que a veces somos los mismos- nos lanzamos con entusiasmo a la pista del baile mediático, sepamos, no olvidemos, que el baile es duro y todos nos están mirando. El alto perfil mediático tiene sus costos.
Ese conjunto de funciones de las encuestas define en nuestros días las distintas perspectivas desde las cuales es posible analizarlas y juzgarlas. Todos temas de debates y controversias. No siempre están claros, para quienes toman parte en esos debates, los principios lógicos y metodológicos de cada una de esas distintas operaciones relacionadas con la práctica de las encuestas de opinión.
Las encuestas, como herramientas de investigación, eventualmente son objeto de discusión por parte de intelectuales y académicos que no se sienten cómodos con la lógica de la inferencia estadística (o que no la entienden). Ésa es una discusión epistemológica; sólo interesa en los ámbitos académicos. Lo cierto es que gran parte de la investigación social en los últimos sesenta años está basada en el método de la encuesta por muestreo y que ese método funciona aceptablemente desde que se establecieron sus dos pilares científicos: la teoría estadística del muestreo de poblaciones y la teoría de la medición de actitudes (actitudes: esas cosas intangibles que suponemos residen establemente en la mente de los comunes mortales y orientan sus pensamientos, sus preferencias y sus decisiones).
El uso estratégico de las encuestas da lugar a debates que trascienden las fronteras académicas. La mayoría de quienes necesitan servirse de ellas lo hacen sin preguntarse demasiado por los fundamentos. Quienes discuten, generalmente, provienen del paradigma de las posturas críticas en la ciencia social, ven operaciones y manipulación en todas partes y proclaman que el mundo sería mejor sin estrategias para intervenir planificadamente en los procesos de la opinión pública. El principio que torna a la investigación por encuestas estratégicamente útil es simple: si uno quiere que ocurra algo que no se espera que ocurriera sin alguna intervención, es preciso planificar la intervención; las encuestas ayudan mucho, más que otros recursos, al propósito de elaborar intervenciones comunicacionales, campañas. Si uno quiere que un candidato obtenga más votos de los que presumiblemente obtendría si no se hiciera nada, entonces hay que hacer algo para que capte votos que están en otro lugar; las encuestas ayudan a identificar esos votos que hay que conquistar y ayuda a establecer qué mensaje es conducente a ese propósito. Está claro, entonces, que para que una encuesta sea útil estratégicamente no es necesario que diga lo que va a ocurrir sino lo que hay que hacer para que algo que no ocurriría termine ocurriendo.
DIFUSIÓN Y PRONÓSTICOS
El uso público de las encuestas, y especialmente el uso predictivo, se basan en principios diametralmente distintos, opuestos a los anteriores. Se trata de anticipar lo que va a suceder, no de que suceda algo que no sucedería sin una intervención comunicacional. En un sentido, la estrategia es una lucha contra el pronóstico, y el pronóstico una lucha contra la estrategia.
¿Cuál es el fundamento de un juicio predictivo basado en encuestas? Mi propia respuesta a esta pregunta es muy escéptica. La encuesta está concebida para decir algo acerca de lo que está pasando; la encuesta estratégica, para decir algo acerca de lo que está pasando en la mente de los votantes, algo que podría ser susceptible a la influencia de mensajes con capacidad de modificar en alguna medida eso que está pasando en la mente. No hay método concebido para dar un salto desde la descripción y explicación de lo que está pasando al pronóstico de lo que va a pasar.
Cuando a un ciudadano se le pregunta por quién va a votar, no se le toma una fotografía premonitoria de lo que realmente va a hacer sino de lo que piensa en ese momento. Eso es obvio: por algo los mismos votantes que un cierto día dijeron una cosa otro día posterior dicen otra; de hecho, las intenciones de voto cambian, entre otras cosas por efecto de las campañas electorales, también por otros factores. ¿Por qué preguntando a la gente lo que haría hoy hay que concluir que se puede llegar a saber lo que ocurrirá mañana? Algunas ciencias más matematizadas trabajan con modelos capaces de establecer complejas relaciones entre un número grande de variables; así se generan, por ejemplo, los pronósticos meteorológicos, o los pronósticos de inflación de los bancos centrales. ¿Funcionan? Está claro que no funcionan muy bien -por cierto, no mejor que las encuestas electorales-. Si seguimos consumiéndolos es porque aunque no funcionen demasiado bien son mejores que nada, son las herramientas que agregan mayor valor a las decisiones que uno debe tomar para descontar el futuro.
Lo mismo sucede con las encuestas. Pero no hay nada de ciencia exacta en sus pronósticos. La compleja mezcla de tendencias, análisis estadísticos de diversas variables, sus interrelaciones y las segmentaciones que el analista puede tomar en cuenta, y el olfato clínico del profesional experimentado, permite formular pronósticos que son mejores aproximaciones al futuro que cualquier otra cosa conocida, pero no por eso infalibles ni mucho menos.
FRACASO DE PRONÓSTICOS
Cuando un pronóstico electoral basado en una encuesta fracasa, indudablemente hay un problema. La encuesta es denostada como inservible, o mentirosa. Esas alegaciones pueden ser muy injustas. El problema involucra varios equívocos; confieso que, a mi modo de ver, los profesionales de estas cosas tenemos parte de la culpa, no por errar ocasionalmente algún pronóstico sino por no aclarar debidamente, siempre, cuáles son los límites del método que usamos -claro, si los límites son demasiado estrechos, el producto pierde interés y puede salirse del mercado-. Cuando una encuesta fracasa en anticipar lo que ocurrirá, generalmente, los profesionales damos explicaciones con posterioridad, remitiendo a esos límites; creo que deberíamos darlas por anticipado, aunque eso desvalorice un poco nuestro producto.
El problema ciertamente se potencia cuando fallan muchas encuestas al mismo tiempo. Eso sucedió en México hace algún tiempo y en Colombia, en la reciente elección presidencial. Ocurrió muchas otras veces. En España después del atentado de Atocha, en Inglaterra en la reciente elección nacional, también en Inglaterra hace varios años, a veces -al menos parcialmente- en Estados Unidos. Los casos de México y el muy reciente de Colombia han tenido una enorme repercusión. Una falla de uno puede atribuirse a mala práctica, descuido o simplemente error; una falla de muchos es más difícil de catalogar. ¿Es el método el que fracasa?
Cada uno pensará lo que quiera al respecto. Los usuarios de encuestas no han dejado de servirse de ellas: se ve que su valor agregado sigue siendo mayor que el de los oráculos, los adivinos, los intuitivos y los practitioners de la política. Muchos periodistas encuentran una veta interesante en alimentar la duda. Pueden hacerlo, es su métier, no influyen mayormente en nada, porque sus públicos masivos influyen poco en todo esto. Lo más relevante es lo que podemos decir los profesionales. En Buenos Aires, la ciudad donde vivo, ayer se derrumbó un edificio que albergaba un gimnasio y un centro comercial, con pérdida de vidas y heridos. La causa fue la excavación del pozo para la construcción de un edificio lindero. No es la primera vez que sucede en esta ciudad. ¿Está en jaque la industria de la construcción por este accidente? No parece. Más bien se busca culpables individuales: los ingenieros, los calculistas, los técnicos que trabajaban en esa obra, los inspectores gubernamentales que aprobaron la obra Mi opinión es que los ingenieros y arquitectos son quienes deberían dar información al público; pero, como es de esperar, quienes están involucrados en este episodio están más ocupados en defenderse, y las asociaciones profesionales y académicas tienden a guardar prudente silencio por lealtad corporativa. De modo que el público sigue sin saber por qué, eventualmente, esto sucede y por qué tendríamos que seguir viviendo tranquilos aunque en el predio vecino a nuestra casa se vaya a levantar un edificio.
CAUSAS DEL MAL AJUSTE
Los factores que pueden explicar el fracaso de las encuestas en Colombia y en México – y en Inglaterra, que fue un caso similar- son diversos. Ésta es mi lista:
-Los votantes cambian de decisión, a veces más rápidamente que otras. Hay volatilidad de la intención de voto. Esto es obvio, si así no fuera no tendría sentido plantearse campañas electorales. Menos obvio es que la tasa de volatilidad, por ponerle un nombre, no es siempre la misma. Aún más, tal vez está aumentando sistemáticamente en los nuevos contextos comunicacionales y políticos de las sociedades de nuestro tiempo. Ahora bien, las encuestas deberían poder introducir esa variable en sus análisis. El hábito, casi mecánico, de informar el margen de error estadístico (un bendito concepto mal bautizado, porque de error no tiene nada, y mal entendido por muchos políticos y periodistas) oculta otra variabilidad que no es de naturaleza estadística sino de naturaleza volitiva. Creo que las encuestas deberían esforzarse por decir algo acerca de la volatilidad, esto es, la probabilidad de que los comportamientos de los votantes cambien fluidamente. ¿Fue más volátil el voto en Colombia de lo que lo fue en Chile o en Uruguay, para tomar dos elecciones recientes? No lo sé. Mi amigo y colega Napoleón Franco, uno de los profesionales más experimentados en estos estudios, dice que sí, que nunca había visto que un candidato creciera tanto en una semana como lo hizo Juan Manuel Santos. Parece no haber duda de que eso pasó en Inglaterra, con el voto a Nicolas Clegg, pulverizado en una semana en una medida tampoco antes vista.
En resumen, parece que los votantes están ahora tomándose más tiempo para decidir su voto y se permiten más idas y vueltas, porque están menos atados a lealtades firmes y sienten que nada los obliga a decidir de una vez con mucha anticipación. Las encuestas tendrán que registrar y exponer estas cosas como aspectos centrales de los procesos electorales; no alcanza con decir quién gana y por cuánto, ni con informar el margen de error estadístico.
-La dificultad, o la prohibición, de medir durante los últimos días. En Colombia, este tema fue notoriamente decisivo. Es posible alegar que las encuestas pueden hacerse aun cuando no serán difundidas ni publicadas. También es posible alegar que la diferencia entre un resultado pronosticado y el resultado real no es esperable que varíe tanto en una semana. Todo esto de los plazos y las fechas en que se mide es un tema, sin duda, y -de nuevo- debería ser comunicado más fehacientemente. Y siempre será posible abstenerse de hacer pronósticos en los últimos días, pero, ¡qué poco interesante sería eso!
-Último, pero no menos importante: el método de recolección de datos. Pienso que hay un problema con el método telefónico y el problema se torna cada vez más agudo por la conjunción de dos factores: la cobertura telefónica (en muchos países mucha gente no tiene teléfono) y los cambios en la cultura de uso del teléfono (pasaje al celular, proliferación del número de teléfonos por usuario, hábitos en el uso del teléfono y en las formas de responder las llamadas). Quienes no tienen teléfono son distintos a quienes tienen teléfono, aun cuando se parezcan en muchos atributos; quienes no tienen teléfono de línea y ahora tienen celular son distintos a quienes no tienen ni tenían teléfono; quienes tienen más de un teléfono son distintos a quienes siguen teniendo uno solo. No estoy convencido de que estemos tomando debidamente en cuenta estos aspectos.
La conjunción de estos tres frentes de tormenta puede producir lo que vimos. También se han visto en este mundo otras cosas tanto o más sorprendentes: elecciones en las que algunas encuestas fracasan en los pronósticos mientras otra es exitosa, y cuando las encuestas son auditadas metodológicamente se constata que la que acertó es de menos calidad técnica o de menor rigurosidad en los controles de campo y demás. En la Argentina ocurrió eso.
CONCLUSIÓN
Me parece que la conclusión es compleja, pero importante para el futuro del método de la encuesta. Primero, la realidad es dinámica, está menos estructurada de lo que las teorías y presunciones sociológicas más conocidas tendían a suponer. Esta herramienta llamada encuesta debe servirnos para comprender ese dinamismo en todas sus manifestaciones.
Segundo, el pronóstico es un accesorio que no venía en el producto de fábrica llamado encuesta por muestreo, debemos alertar mejor a los usuarios acerca de los límites del accesorio.
Tercero, estos acontecimientos, por desa- gradables que resulten, son oportunidades para profundizar en los límites del método y en sus potencialidades -que, creo, todavía no fueron explotadas enteramente- y para llevarnos a tratar de entender mejor la realidad que estudiamos y sus cambios. Son oportunidades para el crecimiento teórico y metodológico.
Cuarto, cuando los profesionales expertos en encuestas -y los primos hermanos consultores políticos y asesores en comunicación, que a veces somos los mismos- nos lanzamos con entusiasmo a la pista del baile mediático, sepamos, no olvidemos, que el baile es duro y todos nos están mirando. El alto perfil mediático tiene sus costos.