El republicanismo institucionalista en PRO

Se ha escrito mucho –y muy bueno y aprovechable, por cierto- al respecto de los por qué del triunfo –rotundo- de Maurizio Macri en el primer turno de las elecciones porteñas, que fue tan abrumador como para decir que ya está dicho que será reelecto. Y es que hay múltiples –y muy diversas entre ellas- causas para explicar una diferencia de tal magnitud, al cabo de cuatro años de (a mi criterio, muy pobre) gestión de un tipo cuyo proyecto político, considerado por fuera de las fronteras en las que tiene despliegue amplio, la CABA, natural, que le cabe por ser oficialismo allí; es bastante minúsculo –dato no menor a la hora de considerar el pretendido eslabonamiento que a nivel nacional pueda tener el comicio porteño-.

Quiero decir, con todo, que existen, de entre todas las mencionadas, dos causas que, a mi criterio, muy poco tuvieron que ver con la poca pelea que se le presentó a Macri: el discurso republicano y de respeto a las instituciones y la forma de selección de los candidatos del FPV por parte de CFK.

El 47,09% de porteños que optaron irreprochablemente hace quince días por el líder de PRO, lo hicieron por un tipo que, por ejemplo, ha batido récords en cuanto a vetos de leyes –mayoritariamente de temática social, muchas de ellas que incluso habían sido acompañadas por su propio bloque en la Legislatura-. Y lo hicieron en detrimento del candidato de la fuerza que, a nivel nacional, está comandada por una presidenta que el 10 de diciembre finalizará su (esperemos que primer) período de gobierno, con el mérito de ser el/la jefe/a de Estado que a menor cantidad de vetos (y DNU) ha acudido desde el retorno de la democracia en 1983.

Asimismo, la que resultó ser electa vicejefa de Gobierno en 2007, renunció a su cargo en 2009 –dos años antes de lo previsto- para disputar la diputación nacional en representación del distrito, con el agregado de que durante su corto período como segunda al mando de la Ciudad incumplió sistemáticamente su obligación –constitucional- de presidir las sesiones de la Legislatura local. Más aún, lo hizo afirmando que, según su interpretación, el sentido del voto que los había depositado a Macri y a ella en sus cargos había tenido que ver con una supuesta autorización popular para faltar a las sesiones legislativas “porque me votaron para que me involucre con la gestión y no con lo legislativo”. De hecho, participaba en las reuniones de Gabinete y reconoció tener áreas “de gestión” –ministerios, secretarías- a su cargo, aún cuando no existe, en los términos de la Constitución de la Ciudad Autónoma, autorización para ello.

Y ya que estoy con Michetti, y en pos de abordar aquello de “el dedazo de Cristina para elegir al candidato en la Ciudad”, hay que hacer notar que, en los días posteriores a la primera vuelta, este planteo se ha refinado –se ve que por lo obvio de que la acusación, siendo que todos los candidatos, incluido el vencedor, fueron consagrados por la misma vía, se tornaba ridícula-. El profeta esclarecido -y ahora ponderado- Alberto Fernández ha dicho que el problema no es que Cristina haya decidido el candidato a dedo, sino que lo hizo luego de una campaña que parecía destinada a una elección interna entre Filmus, Tomada y Boudou.

No olvide, ninguno de los que sostengan esta hipótesis, que cuando aún se trabaja en PRO con la idea de Macri como candidato a presidente, se realizó, también, una compulsa similar a la del FPV entre los que eran los precandidatos hipotéticos a suceder, en Capital, al jefe, que se iba a jugar en las grandes ligas: Gabriela y Horacio (Michetti y Rodríguez Larreta). Ambos se presentaron ante un “grupo de notables” de PRO a “rendir examen”, en especial en aquellos puntos en los que “daban flojo»: ella, en gestión dura; él, en lo emocional, puesto que se lo tiene –hombre de empresa, al cabo- por frío, rígido y en extremo estructurado. Y esto podría, incluso, decirse que fue peor a lo del kirchnerismo, puesto que acabó en la nada cuando Macri cambió su nuevo capricho nacional por el viejo capricho local.

Macri se hizo candidato sobre la base de lo que no deja de repetir Durán Barba: “Cristina ya ganó”. Y que, entonces, presentarse para empezar a andar un camino nacional con una derrota ante la Presidenta, siendo que el ecuatoriano dice que en política perder es durísimo siempre, en realidad lo colocaba en una perspectiva peligrosa en la cual, o bien perdía, además de la nacional, el único territorio que gobernaba (porque ni Gaby ni Horacio garantizaban la victoria que él si fue capaz de conseguir –Michetti, cierto que en una legislativa, que es otra cosa, obtuvo como candidata en 2009 quince puntos menos que Macri en 2007-); o bien le surgía una disputa de liderazgo al interior del espacio si alguno de sus hipotéticos sucesores triunfaba y se hacía de la jefatura de Gobierno. Es decir, decidió, básicamente, en función de su propio interés personal.

No seré yo quien critique nada de lo acá expuesto, simplemente estoy haciendo una enumeración, breve, a los fines de demostrar que es el propio relato de la derecha –que se dice republicana y liberal- que ensalza a Macri el que se muerde la cola a sí mismo. No son cuestiones que nos preocupen a los que tenemos otra idea de lo que es el republicanismo institucional y el funcionamiento articulado del Estado y la política, por cierto.

La victoria de Macri fue amplísima, rotunda, incontestable. Yo me he puesto terminantemente en contra de los que repugnaron públicamente de la decisión popular. Y he dicho, además, que el fenómeno de ‘voto cruzado, Macri/CFK’, obliga a pensar más y mejor. Pero no creo que haya que buscar por el lado del institucionalismo hueco, que, a la vista está, no es algo que le preocupe a PRO a la hora de diseñar sus hojas de ruta. Y sin buen diagnóstico, m’ijo…

Acerca de Pablo D

Abogado laboralista. Apasionado por la historia y la economía, en especial, desde luego, la de la República Argentina.

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