Hay dolores inevitables y también de los otros

En los años 80 un caso dividió a la opinión pública, a los trabajadores de la comunicación y a los mismos integrantes de organismos de derechos humanos. La familia F. sostenía que la niña adoptada por una pareja de periodistas era la hija de su hija y su yerno desaparecidos. Los padres adoptivos de J., la niña supuestamente apropiada, eran personas con un pasado progresista, solidario, insospechable. Habían tenido un hijo biológico, muerto muy pronto a causa de una enfermedad congénita (“malformado” se escribió en uno de aquellos medios que hoy libran una cruzada similar). J. no era la primera criatura que la pareja de periodistas había recibido en adopción. Antes, la ex Casa Cuna le había entregado otra nena, abandonada por su abuela, según les contaron, que sólo podía hacerse cargo de sus dos hermanitos mayores. C., la adoptante, se sintió incapaz de separar a los tres chicos y por cielo y tierra buscó a la abuela para ofrecerle ayuda. Cuando por fin dio con ella, la abuela le dijo: “A usted me la manda Dios. Esta mañana estuve en la iglesia pidiéndole que me la devolviera”. La pequeña era hija de desaparecidos. C., la adoptante, acompañó entonces a la abuela a buscar a la chiquita y juntas encararon al juez que había falsificado la historia de la menor. Eran tiempos de dictadura. Nadie de buena fe podía decir que C., la adoptante, no era una mujer honrada. “Luego adopté a J. De ella no tengo pistas, no sé dónde buscar”, contó la adoptante a sus amigos del exilio en Madrid mientras J. jugaba y saltaba alrededor de ella.
De regreso a Buenos Aires supieron que la familia F. creía haber descubierto que J. era la nieta que buscaba. Un juez federal entregó la niña a los F.; una parte de la prensa construyó un relato perverso en torno a los padres adoptivos, los puso en la picota, los escarneció, invocó diferencias sociales: los adoptantes, se dijo, eran gente de clase media acomodada, los F., en cambio, eran humildes y la pequeña no quería convivir con ellos porque tenían menos comodidades para ofrecerle. Hasta allí se llegó. Tiempo después, los estudios mostrarían que J. no era la nieta que los F. buscaban . Las muestras de sangre de J. permanecieron en el banco de datos y ella fue devuelta a su familia adoptiva, a su familia. Los F. terminaron su calvario recién 20 años más tarde. La criatura por la que habían batallado no era una niña sino un varón nacido en cautiverio y apropiado por el ex comandante de Gendarmería Víctor Rei. C. la madre adoptiva de J. nunca pudo olvidar la carnicería a que fueron sometidas su biografía, su vida privada, sus relaciones afectivas. Es probable que J. tampoco haya podido borrar de su memoria aquellos tironeos feroces . El caso no invalidó la lucha por la restitución de los niños apropiados pero parecía haber enseñado que no se pueden infligir sufrimientos gratuitos a unos para paliar los sufrimientos de otros , que no es aceptable ni justo que la felicidad de media humanidad se construya sobre la desgracia de la otra media, que, en estas dificilísimas situaciones, hay dolores inevitables –los que produce la verdad– y de los otros –los de los procedimientos brutales–; que el error es una posibilidad siempre presente en estas luchas pero la perseverancia no es encarnizamiento y la persuasión no es acoso.
Lo sucedido con Marcela y Felipe Noble Herrera replanteó algunos de esos viejos dilemas en una versión aún más injusta. J. fue víctima de una equivocación inducida por el amor y la desesperación; en el caso de los Noble Herrera, el amor de los abuelos que los creían sus nietos fue utilizado como ariete por las exigencias políticas de un gobierno que, antes de conocer los resultados de las pericias, ya había adelantado su fallo . La Presidente, garante de los derechos de los ciudadanos, sin dudarlo, se refirió a la madre adoptiva como “la apropiadora”.; lo mismo hizo Estela de Carlotto, quien en diálogo con Jorge Fontevecchia sostuvo “son chicos apropiados”.
No se trataba de una presunción sino de una “convicción” , explicó y agregó que en ese vínculo “yo no creo que haya amor, creo que hay propiedad privada”. Carlotto, vaya uno a saber por qué, había abandonado su habitual delicadeza. El martes, en rueda de prensa fue más allá: “Ojalá alguno de ellos sea” (un chico apropiado), manifestó. Con buena parte de los exámenes concluidos, las Abuelas quieren saber hoy por qué Marcela y Felipe Noble Herrera aceptaron someterse a ellos. ¿Qué cambiaría la respuesta a ese interrogante? ¿Alteraría, acaso, los resultados de los cotejos de ADN? Tanto desde Abuelas como desde medios oficiales se escuchan voces que advierten que nada está terminado porque, aunque no sean hijos de desaparecidos, todavía queda por dilucidar cuál fue el proceso que culminó en su adopción. Por eso, este largo y sinuoso episodio deja la impresión de que alguien mueve los hilos y juega al juego de la buena pipa. Un eterno recomenzar porque el objetivo no es conocer la historia que relata el cuento –un cuento que tal vez no exista– sino mantener viva, abierta, amenazante, la pregunta enloquecedora: ¿querés que te cuente el cuento de la buena pipa? De todas formas, hay que reconocer que el Gobierno es democrático en ese aspecto y no manipula sólo las tragedias ajenas. También manipula, a ratos con tristeza y a ratos con alegría –pero siempre con un fin superior–, sus propias vicisitudes. A partir del 27 de octubre pasado, la Presidente puso su duelo por delante y no hizo esfuerzos por ocultar que el prolongado luto por la muerte de Néstor Kirchner iba a constituirse en una marca de su gestión . Las redes sociales le valieron para comunicar, en cambio, la felicidad por la llegada de nuevos miembros a la familia. El anuncio la devolvió al mundo de los twitteros, un universo abandonado, precisamente, el día en que la vida la convirtió en viuda. Se asegura en su entorno que ni su hijo mayor, Máximo, ni su sobrina aprobaron la difusión que dio estado público a cuestiones que hacen a la privacidad, a las historias clínicas, a las decisiones íntimas de las parejas y ellos hubieran querido manejar a su modo. Es que al kirchnerismo le calza como un guante la frase que define a la política como “el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Se trata de una de las cumbres del pensamiento de Marx. Groucho Marx.

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