El análisis
Martes 26 de julio de 2011 | Publicado en edición impresa
Si los candidatos presidenciales de la oposición se embriagan con el festejo de los estrepitosos fracasos kirchneristas en la Capital, Santa Fe y Córdoba, es muy probable que dentro de apenas 20 días se despierten con la resaca implacable de una derrota propia.
Rechazada en los grandes centros urbanos y en las ciudades agropecuarias, Cristina Kirchner apuesta todo a definir su destino, nuevamente, en la provincia de Buenos Aires. Allí se encomendó a la campaña -silenciosa, descafeinada, pero casi siempre eficaz- que encabeza el gobernador Daniel Scioli. Y tiene a los principales operadores políticos de la Casa Rosada recorriendo el territorio, municipio por municipio (sobre todo en el conurbano), para garantizar la fidelidad del maltratado aparato peronista en las elecciones primarias del 14 de agosto. En las últimas semanas la Presidenta apenas se mostró en el distrito más grande del país, pero recibe día a día mediciones de cómo podría salir en esa contienda. Hay exageraciones de esas en las que ya nadie se anima a creer, pero en el kirchnerismo no las necesitan para ilusionarse.
Un cálculo conservador les permite aún imaginar un resultado en agosto que reviva con argumentos válidos el eslogan «Cristina ya ganó», instalado por la propaganda oficialista, y transforme en un paseo la carrera hacia las presidenciales de octubre. A la Presidenta le bastaría con sacar un 40 por ciento en la provincia de Buenos Aires para encaminar un triunfo amplio a nivel nacional. Es una cifra seis puntos por debajo de la que obtuvo hace cuatro años y siete por encima de la que sacó Néstor Kirchner en 2009, en el peor momento del Gobierno.
Con una base sólida en Buenos Aires, incluso una repetición de los flacos números de la Capital y Santa Fe aportaría algo a la suma global. Imaginemos que sólo sacara en la ciudad el casi 28% que tuvo Daniel Filmus; en Santa Fe, los 22 puntos de Agustín Rossi, y un porcentaje pésimo en Córdoba (digamos, el 15%). Sumados a aquellos hipotéticos 40 puntos de Buenos Aires, tendría garantizado en ese bloque del centro del país más de 20 puntos nacionales.
El resto del trabajo lo harían las provincias del Norte. El gobernador K de Misiones, Maurice Closs, sacó en su distrito un número de sufragios tan grande como el de Rossi (en un padrón tres veces más chico). Catamarca, Chaco, Formosa, Jujuy, La Rioja, Santiago del Estero y, sobre todo, Tucumán prenuncian resultados igual de contundentes para el oficialismo (y desastrosos para los opositores, que no han conseguido presentar allí candidatos locales competitivos). En el NEA y el NOA una elección de acuerdo con los antecedentes recientes le aportará a la Presidenta hasta 17 puntos nacionales. En Cuyo (le va mal en Mendoza y San Luis, y muy bien en San Juan) recolectaría 2 o 3 puntos para el total país. Y en la Patagonia, con escaso caudal de electores, sería razonable (según lo que ya se vio en Chubut, Tierra del Fuego y Neuquén) que captara la mitad de los votos en juego. Obtendría, entonces, lo que falta para acercarse al 45 por ciento nacional que consiguió en 2007 (cifra que en la elección general asegura el triunfo sin ballottage).
Estas matemáticas consuelan al kirchnerismo en estas horas críticas. Incluso hay quienes se preguntan si la cadena de derrotas -que seguirá en el ballottage porteño de este domingo y en las elecciones de Córdoba, el siguiente- no es estratégicamente útil para la Casa Rosada. Según esa lógica, se perfila un gran ganador del julio electoral, Mauricio Macri, que se presenta como un espectador de la pelea mayor. Y, mientras tanto, Ricardo Alfonsín, Eduardo Duhalde, Hermes Binner, Elisa Carrió y Alberto Rodríguez Saá apenas encontrarán atención pública para pedir votos cuando falten poquitas horas para las elecciones primarias.
¿Será tan fuerte entre los votantes el efecto psicológico de la ola de derrotas para arrastrar a la Presidenta por debajo de los 40 puntos en Buenos Aires? ¿O será necesario un esfuerzo más grande de los candidatos opositores en ese territorio clave, como creen algunos dirigentes de peso que empiezan a reclamar un cambio en la agenda de campaña? ¿Queda tiempo para que alguno de los opositores consiga cifras expectantes en agosto o están todos condenados a integrar un pelotón rezagado y cansado de tanto celebrar en fiestas ajenas?
Martes 26 de julio de 2011 | Publicado en edición impresa
Si los candidatos presidenciales de la oposición se embriagan con el festejo de los estrepitosos fracasos kirchneristas en la Capital, Santa Fe y Córdoba, es muy probable que dentro de apenas 20 días se despierten con la resaca implacable de una derrota propia.
Rechazada en los grandes centros urbanos y en las ciudades agropecuarias, Cristina Kirchner apuesta todo a definir su destino, nuevamente, en la provincia de Buenos Aires. Allí se encomendó a la campaña -silenciosa, descafeinada, pero casi siempre eficaz- que encabeza el gobernador Daniel Scioli. Y tiene a los principales operadores políticos de la Casa Rosada recorriendo el territorio, municipio por municipio (sobre todo en el conurbano), para garantizar la fidelidad del maltratado aparato peronista en las elecciones primarias del 14 de agosto. En las últimas semanas la Presidenta apenas se mostró en el distrito más grande del país, pero recibe día a día mediciones de cómo podría salir en esa contienda. Hay exageraciones de esas en las que ya nadie se anima a creer, pero en el kirchnerismo no las necesitan para ilusionarse.
Un cálculo conservador les permite aún imaginar un resultado en agosto que reviva con argumentos válidos el eslogan «Cristina ya ganó», instalado por la propaganda oficialista, y transforme en un paseo la carrera hacia las presidenciales de octubre. A la Presidenta le bastaría con sacar un 40 por ciento en la provincia de Buenos Aires para encaminar un triunfo amplio a nivel nacional. Es una cifra seis puntos por debajo de la que obtuvo hace cuatro años y siete por encima de la que sacó Néstor Kirchner en 2009, en el peor momento del Gobierno.
Con una base sólida en Buenos Aires, incluso una repetición de los flacos números de la Capital y Santa Fe aportaría algo a la suma global. Imaginemos que sólo sacara en la ciudad el casi 28% que tuvo Daniel Filmus; en Santa Fe, los 22 puntos de Agustín Rossi, y un porcentaje pésimo en Córdoba (digamos, el 15%). Sumados a aquellos hipotéticos 40 puntos de Buenos Aires, tendría garantizado en ese bloque del centro del país más de 20 puntos nacionales.
El resto del trabajo lo harían las provincias del Norte. El gobernador K de Misiones, Maurice Closs, sacó en su distrito un número de sufragios tan grande como el de Rossi (en un padrón tres veces más chico). Catamarca, Chaco, Formosa, Jujuy, La Rioja, Santiago del Estero y, sobre todo, Tucumán prenuncian resultados igual de contundentes para el oficialismo (y desastrosos para los opositores, que no han conseguido presentar allí candidatos locales competitivos). En el NEA y el NOA una elección de acuerdo con los antecedentes recientes le aportará a la Presidenta hasta 17 puntos nacionales. En Cuyo (le va mal en Mendoza y San Luis, y muy bien en San Juan) recolectaría 2 o 3 puntos para el total país. Y en la Patagonia, con escaso caudal de electores, sería razonable (según lo que ya se vio en Chubut, Tierra del Fuego y Neuquén) que captara la mitad de los votos en juego. Obtendría, entonces, lo que falta para acercarse al 45 por ciento nacional que consiguió en 2007 (cifra que en la elección general asegura el triunfo sin ballottage).
Estas matemáticas consuelan al kirchnerismo en estas horas críticas. Incluso hay quienes se preguntan si la cadena de derrotas -que seguirá en el ballottage porteño de este domingo y en las elecciones de Córdoba, el siguiente- no es estratégicamente útil para la Casa Rosada. Según esa lógica, se perfila un gran ganador del julio electoral, Mauricio Macri, que se presenta como un espectador de la pelea mayor. Y, mientras tanto, Ricardo Alfonsín, Eduardo Duhalde, Hermes Binner, Elisa Carrió y Alberto Rodríguez Saá apenas encontrarán atención pública para pedir votos cuando falten poquitas horas para las elecciones primarias.
¿Será tan fuerte entre los votantes el efecto psicológico de la ola de derrotas para arrastrar a la Presidenta por debajo de los 40 puntos en Buenos Aires? ¿O será necesario un esfuerzo más grande de los candidatos opositores en ese territorio clave, como creen algunos dirigentes de peso que empiezan a reclamar un cambio en la agenda de campaña? ¿Queda tiempo para que alguno de los opositores consiga cifras expectantes en agosto o están todos condenados a integrar un pelotón rezagado y cansado de tanto celebrar en fiestas ajenas?