Cristina de Kirchner en foco, pero en medio de una campaña difusa sin relato único ni estrategia unificada.
-¡Basta! ¡Basta de hacer actos para nosotros mismos!
Como indica el protocolo de supervivencia K, los equipos de campaña acataron sin chistar la orden presidencial: veloz, volteó un acto con 500 militantes que se había organizado para el último miércoles y corrigió tono y formato del show de mañana en el estadio de Obras.
Ordenó, además, que en la cumbre no haya banderas partidarias ni desfile de dirigentes. Amado Boudou, de hecho, será el único orador. En crudo, un giro hacia el marketing del hombre común. Simple: en su mandato, Cristina de Kirchner dispuso la macrización de la campaña porteña.
Con cautela, Boudou deberá inducir a desperonizar la campaña. Puede, incluso, que se silencie la «marcha peronista». El domingo de la primera vuelta, Daniel Filmus fue reprendido por los K por callar a los neocamporistas que entonaron ese himno partidario.
Cuando apuesta su suerte, Cristina de Kirchner emula a Filmus. Es más: en aquel episodio, Aníbal Ibarra y Gabriela Cerruti se quejaron por el tono peronista que reinó en el búnker esa noche, por considerarlo una pésima táctica para el balotaje. A ambos se les negó subir al escenario.
La Presidente le indicó a Juan Cabandié que se disculpe con Ibarra y Cerruti por el destrato. Cabandié cumplió. Y Boudou, leal y eficaz en esa lealtad, diseñó una campaña «de cercanías» que ayer debutó en Villa Urquiza (ver pág. 13), según las reglas del marketing del hombre común.
La tardía intervención de Cristina, tercerizada y genérica, fue la primera indicación de campaña que bajó hacia la dirigencia K. El episodio reavivó las añoranzas de Néstor Kirchner, que, además de jefe político, operaba como jefe de campaña.
En Casa Rosada ensayan una explicación. En 2009, con un escenario electoral riesgoso, el perfil de campaña -que no sirvió para ganar el 28-J- tenía mayor relevancia. Sabedor de ese peligro, Kirchner engendró, por ejemplo, las candidaturas testimoniales.
Ahora, sostienen, los buenos indicadores de Cristina relativizan el impacto de la campaña.
Algo más. Un operador K detalló que la «verdadera campaña» se desplegará para la general. De hecho, la Presidente se interesó recién sobre la hora por los spots de TV: revisó y reconfiguró los bosquejos que arrimó Fernando Braga Menéndez, padre del eslogan «Fuerza Cristina».
La realización final fue de Luis «Pucho» Mentasti, sobre la base del libreto de Braga Menéndez, pero con un retoque sustancial: menos tomas de la Presidente y más de «la gente». Perduró, con el aval de Cristina de Kirchner, un eslogan que remite más a la esposa viuda que a la presidente que busca la reelección. «Fuerza Cristina» fue la consigna pública en los días de los funerales del expresidente.
Desde Olivos martillan con un concepto. «Los votos de Cristina -que ubican por encima del 45%- son de Cristina». El supuesto se invoca en la campaña como se usó durante el cierre de las listas K, procedimiento donde el PJ, los piqueteros y los gremios extrañaron a Kirchner.
Más allá del protagonismo ejecutivo que en esa carnicería tuvo Carlos Zannini, ese ordenador político es, todavía, invisible. Como candidato a vice, con Cristina de Kirchner decidida a reducir viajes y exposición fuera de Casa Rosada, Boudou asoma como potencial y relativo jefe de campaña.
La dualidad ministro-candidato es compleja. Esta tarde, la Presidente irá a Chacabuco. Para la noche, el ministro convocó una cena con los caciques de la zona, cita que depende de la puntualidad de los aviones: anoche viajó con Rafael Follonier a Perú para la cumbre de ministros de Economía de la Unasur.
Con Cristina de Kirchner inaccesible, el ministro se convirtió en la usina que los dirigentes presumen más cercana a Olivos. En las últimas semanas, recorrió ciudades bonaerenses junto con Daniel Scioli. La última escala fue Arrecifes, con los candidatos de la Segunda, territorio que se parcela en tres tribus: la de José María Díaz Bancalari, el randazzismo que encarna Eduardo «Lalo» Di Rocco y la que convoca Sergio Berni, que opera en tándem con Gabriel Mariotto, compañero de fórmula de Scioli.
Es una expresión de las mil capas y subcapas de la interna K que multiplica, diversifica y caotiza el relato oficial. «Cada uno hace la campaña que puede y que se le ocurre. No hay ninguna indicación. Y ya no hay tiempo para compaginar nada», confió anoche un candidato.
Así y todo, el martes -a 48 horas de la veda y a cinco días de las primarias- el gobernador reunirá en La Plata a todos los candidatos del FpV.
La ausencia de Kirchner, nunca suplantado en el fundamental oficio de contener, conquistar y castigar dirigentes, adquirió visibilidad en la campaña. El mecanismo de jugar de memoria o por mera intuición -en lo que Aníbal Fernández obtuvo un doctorado- al que recurren funcionarios y operadores se demostró falible: lo comprobó Boudou con las correcciones que le hizo Cristina de Kirchner.
Un error que a Filmus le costó empeorar la captura de votos respecto del balotaje de 2007 y que a Agustín Rossi lo arrastró a un insufrible 23% en Santa Fe. En Gobierno insisten en que se trató de fenómenos aislados. Cristina, por las dudas, hace otro cálculo: sin despreciar lo que aporta el universo de fans y leales K, entendió que la elección se gana con los votos que habitan fuera de ese microclima.
Ésos que no son, en sus palabras, «nosotros mismos».
-¡Basta! ¡Basta de hacer actos para nosotros mismos!
Como indica el protocolo de supervivencia K, los equipos de campaña acataron sin chistar la orden presidencial: veloz, volteó un acto con 500 militantes que se había organizado para el último miércoles y corrigió tono y formato del show de mañana en el estadio de Obras.
Ordenó, además, que en la cumbre no haya banderas partidarias ni desfile de dirigentes. Amado Boudou, de hecho, será el único orador. En crudo, un giro hacia el marketing del hombre común. Simple: en su mandato, Cristina de Kirchner dispuso la macrización de la campaña porteña.
Con cautela, Boudou deberá inducir a desperonizar la campaña. Puede, incluso, que se silencie la «marcha peronista». El domingo de la primera vuelta, Daniel Filmus fue reprendido por los K por callar a los neocamporistas que entonaron ese himno partidario.
Cuando apuesta su suerte, Cristina de Kirchner emula a Filmus. Es más: en aquel episodio, Aníbal Ibarra y Gabriela Cerruti se quejaron por el tono peronista que reinó en el búnker esa noche, por considerarlo una pésima táctica para el balotaje. A ambos se les negó subir al escenario.
La Presidente le indicó a Juan Cabandié que se disculpe con Ibarra y Cerruti por el destrato. Cabandié cumplió. Y Boudou, leal y eficaz en esa lealtad, diseñó una campaña «de cercanías» que ayer debutó en Villa Urquiza (ver pág. 13), según las reglas del marketing del hombre común.
La tardía intervención de Cristina, tercerizada y genérica, fue la primera indicación de campaña que bajó hacia la dirigencia K. El episodio reavivó las añoranzas de Néstor Kirchner, que, además de jefe político, operaba como jefe de campaña.
En Casa Rosada ensayan una explicación. En 2009, con un escenario electoral riesgoso, el perfil de campaña -que no sirvió para ganar el 28-J- tenía mayor relevancia. Sabedor de ese peligro, Kirchner engendró, por ejemplo, las candidaturas testimoniales.
Ahora, sostienen, los buenos indicadores de Cristina relativizan el impacto de la campaña.
Algo más. Un operador K detalló que la «verdadera campaña» se desplegará para la general. De hecho, la Presidente se interesó recién sobre la hora por los spots de TV: revisó y reconfiguró los bosquejos que arrimó Fernando Braga Menéndez, padre del eslogan «Fuerza Cristina».
La realización final fue de Luis «Pucho» Mentasti, sobre la base del libreto de Braga Menéndez, pero con un retoque sustancial: menos tomas de la Presidente y más de «la gente». Perduró, con el aval de Cristina de Kirchner, un eslogan que remite más a la esposa viuda que a la presidente que busca la reelección. «Fuerza Cristina» fue la consigna pública en los días de los funerales del expresidente.
Desde Olivos martillan con un concepto. «Los votos de Cristina -que ubican por encima del 45%- son de Cristina». El supuesto se invoca en la campaña como se usó durante el cierre de las listas K, procedimiento donde el PJ, los piqueteros y los gremios extrañaron a Kirchner.
Más allá del protagonismo ejecutivo que en esa carnicería tuvo Carlos Zannini, ese ordenador político es, todavía, invisible. Como candidato a vice, con Cristina de Kirchner decidida a reducir viajes y exposición fuera de Casa Rosada, Boudou asoma como potencial y relativo jefe de campaña.
La dualidad ministro-candidato es compleja. Esta tarde, la Presidente irá a Chacabuco. Para la noche, el ministro convocó una cena con los caciques de la zona, cita que depende de la puntualidad de los aviones: anoche viajó con Rafael Follonier a Perú para la cumbre de ministros de Economía de la Unasur.
Con Cristina de Kirchner inaccesible, el ministro se convirtió en la usina que los dirigentes presumen más cercana a Olivos. En las últimas semanas, recorrió ciudades bonaerenses junto con Daniel Scioli. La última escala fue Arrecifes, con los candidatos de la Segunda, territorio que se parcela en tres tribus: la de José María Díaz Bancalari, el randazzismo que encarna Eduardo «Lalo» Di Rocco y la que convoca Sergio Berni, que opera en tándem con Gabriel Mariotto, compañero de fórmula de Scioli.
Es una expresión de las mil capas y subcapas de la interna K que multiplica, diversifica y caotiza el relato oficial. «Cada uno hace la campaña que puede y que se le ocurre. No hay ninguna indicación. Y ya no hay tiempo para compaginar nada», confió anoche un candidato.
Así y todo, el martes -a 48 horas de la veda y a cinco días de las primarias- el gobernador reunirá en La Plata a todos los candidatos del FpV.
La ausencia de Kirchner, nunca suplantado en el fundamental oficio de contener, conquistar y castigar dirigentes, adquirió visibilidad en la campaña. El mecanismo de jugar de memoria o por mera intuición -en lo que Aníbal Fernández obtuvo un doctorado- al que recurren funcionarios y operadores se demostró falible: lo comprobó Boudou con las correcciones que le hizo Cristina de Kirchner.
Un error que a Filmus le costó empeorar la captura de votos respecto del balotaje de 2007 y que a Agustín Rossi lo arrastró a un insufrible 23% en Santa Fe. En Gobierno insisten en que se trató de fenómenos aislados. Cristina, por las dudas, hace otro cálculo: sin despreciar lo que aporta el universo de fans y leales K, entendió que la elección se gana con los votos que habitan fuera de ese microclima.
Ésos que no son, en sus palabras, «nosotros mismos».
ya sabemos donde se ubica Ambito Financiero.En cuanto a lo que comenta,creo que es natural que todo candidato se»abra»para ampliar la posibilidad de recepcionar votos.
Era hora
Bueno, ahora que murió María Elena, vemos que ha aparecido un escritor que sigue escribiendo cuentos para niños. Suerte para los niños. Lástima que no votan.-