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De la Sota pide al Gobierno que no se enoje con el PJ
Scioli: «No creo que hagan cosas en mi contra»
Alfonsín cierra con una entrevista
Cada vez que desde el domingo pasado habló en público, José Manuel de la Sota se refirió al justicialismo y al kirchnerismo como entidades separadas. Esa clasificación hacía prever que el PJ cordobés iba a competir en las elecciones de este domingo con una lista de diputados nacionales distinta de la de Cristina Kirchner.
En la encrucijada electoral santafecina, Carlos Reutemann abandonó el silencio sólo para comunicar una definición: «Nunca fui kirchnerista».
Daniel Scioli aspira a representar al desdeñado peronismo de su provincia; sólo su pusilanimidad limita esa pretensión. Aun así, intenta modular una voz propia: se identificó con Miguel Del Sel, alentó a De la Sota. Mucho antes, Juan Manuel Urtubey caracterizó las elecciones de Salta como un triunfo del peronismo, no del Gobierno. Y el pampeano Carlos Verna renunció a la candidatura a gobernador por el atropello de la Casa Rosada contra el PJ de su provincia.
Estos movimientos tienen un punto de fuga: a mediados del año próximo vence el mandato de las actuales autoridades del justicialismo. La que se abrió en estos días es una guerra por esa conducción. La disputa es importante porque, entre otros motivos, prefigura la competencia por la candidatura presidencial de esa fuerza. Nada nuevo bajo el sol. Así fue en 1988, con un duelo entre Antonio Cafiero y Carlos Menem. Y en 1999, cuando Menem y Eduardo Duhalde se trenzaron en una enmarañada querella de investiduras que se extravió en la justicia electoral.
La presidencia del PJ tiene hoy dos aspirantes nítidos pero tácitos: Scioli, quien cubre esa posición desde el fallecimiento de Néstor Kirchner, y De la Sota, que no ocupa cargo alguno en el partido. Córdoba está representada por ultrakirchneristas como Eduardo Accastello y Alberto Cantero (el apoderado Carlos Zannini es, a pesar de su cuna, santacruceño).
No debe sorprender que De la Sota, igual que Juan Schiaretti y Carlos Reutemann, no participe de un directorio partidario que Kirchner diagramó siguiendo los dictados de su memorable fobia al pluralismo. Sólo Roberto Lavagna, en su candorosa autoestima, no advirtió que la invitación que el santacruceño le formuló, en febrero de 2008, para «rescatar al PJ sobre la base de la diversidad», era una broma pesada.
El PJ que dejó Kirchner es una combinación de talibanes -Corpacci, Díaz Bancalari, Pérsico, Kunkel, Cabandié, De Vido, Dante Gullo- con dirigentes provinciales alineados -Capitanich, Rojkes de Alperovich, Urribarri, Balestrini, Urtubey, Gioja, Jaque, Walter Barrionuevo, Pichetto-. El sindicalismo aparece con los mismos apellidos que figuran en la lista actual de diputados bonaerenses: Moyano -Hugo, no Facundo- y Caló.
La incógnita principal es cómo abordará Cristina Kirchner la interna por el control del PJ. Una anécdota ayuda a pensar este problema. El 24 de mayo de 2006, Kirchner inundó por primera vez la Plaza de Mayo con multitudes provenientes del conurbano y de las filas sindicales. Dos días después, durante un asado en Olivos, la esposa le formuló este planteo: «Te diste el gusto, tuviste tu plaza, pero ¿cómo seguimos? ¿Nos asociaremos al aparato que te ayudó a llenarla o mantendremos el plan de cambiar esa corporación?». Kirchner respondió a la pregunta con un repliegue sobre el peronismo clásico que duró hasta su muerte. Sin embargo, su viuda retomó la idea sugerida en aquel almuerzo: puso de nuevo distancia con gobernadores, intendentes y sindicalistas del partido, y promovió a figuras exóticas, casi siempre juveniles, en una imprecisa maniobra reformista que se puso de manifiesto en el armado de las listas electorales.
Es imposible saber si ese avasallamiento evolucionará después de octubre. Depende, como casi todo, del resultado de las elecciones. Si la señora de Kirchner pierde, el interrogante carece de sentido. Si gana por un margen ajustado, quedará muy frágil para dominar una disputa interna que se precipitará. De la Sota y Scioli apuestan al segundo escenario. Más: trabajan para él. El cordobés ha retaceado a la Presidenta su estructura provincial para el próximo domingo; y Scioli abrió tratativas con el macrismo y el duhaldismo para que el corte de boletas bonaerense le permita superar en votos a su jefa. De la Sota y Scioli pretenden abrir un proceso de reconciliación interna que unifique al partido. Un mal escenario para Mauricio Macri, cuya carrera se benefició con la división del peronismo.
En el Gobierno existe un debate sordo respecto de qué lugar debe ocupar el justicialismo en el esquema de poder. Esa discusión está ligada a la puja por espacios administrativos en un eventual segundo mandato. Si prevalece el criterio adoptado para armar las listas, la señora de Kirchner querrá aumentar su autonomía en relación con el PJ, insistiendo en el «trasvasamiento generacional» de sesgo izquierdista. Sin embargo, los resultados de la Capital, Santa Fe y Córdoba insinúan que en el país predomina un clima moderado, más favorable a quienes aconsejan un acercamiento al partido. ¿Se postularía Cristina Kirchner, entonces, a la jefatura peronista? Es lo que hizo su esposo en 2008, después de perder a esa clase media urbana para la que había inventado la «transversalidad» y la «concertación plural».
Julio De Vido es el principal abogado de que el kirchnerismo se asuma como peronismo. De Vido cree que sólo así se mantendrá la alianza de la Casa Rosada con Hugo Moyano y el sector más agresivo del sindicalismo. Moyano, convencido de que la señora de Kirchner ha alentado varias maquinaciones en su contra, tomó distancia del Gobierno -pidió la reapertura de paritarias en plena campaña, por ejemplo-. El camionero imputa sus problemas a Máximo, el hijo presidencial, de quien se burla en privado llamándolo «Mínimo». Moyano está expuesto. Su mandato en la CGT vence también el año próximo y para renovarlo requiere apoyo oficial.
Después del viaje de su jefa a Roma, De Vido recuperó la voz en el Gobierno. A tal punto que muchos creen que, si hay reelección, será el ministro de Economía. Así cobrarían sentido las especulaciones sobre un alejamiento de Guillermo Moreno, que está en la lista negra de De Vido. Del mismo movimiento se desprendería la creación de un Ministerio de Energía.
La reconciliación con el PJ fortalecería también a Florencio Randazzo en su duelo con Juan Manuel Abal Medina por la Jefatura de Gabinete. Y haría avanzar a Julián Domínguez a la presidencia de la Cámara de Diputados. La «descamporización», festejan ellos, acotaría a Zannini, rostro visible del menosprecio por el partido. Pero al secretario legal y técnico esas lucubraciones lo tienen sin cuidado. Su poder no emana del curso de la política, sino de sus aptitudes cortesanas: saber cuándo hay que hablar y cuándo hay que callar, cuándo hay que estar y cuándo ausentarse, a quién elogiar y a quién criticar en el momento oportuno. En definitiva, saber administrar los misteriosos estados de ánimo de la Presidenta..
De la Sota pide al Gobierno que no se enoje con el PJ
Scioli: «No creo que hagan cosas en mi contra»
Alfonsín cierra con una entrevista
Cada vez que desde el domingo pasado habló en público, José Manuel de la Sota se refirió al justicialismo y al kirchnerismo como entidades separadas. Esa clasificación hacía prever que el PJ cordobés iba a competir en las elecciones de este domingo con una lista de diputados nacionales distinta de la de Cristina Kirchner.
En la encrucijada electoral santafecina, Carlos Reutemann abandonó el silencio sólo para comunicar una definición: «Nunca fui kirchnerista».
Daniel Scioli aspira a representar al desdeñado peronismo de su provincia; sólo su pusilanimidad limita esa pretensión. Aun así, intenta modular una voz propia: se identificó con Miguel Del Sel, alentó a De la Sota. Mucho antes, Juan Manuel Urtubey caracterizó las elecciones de Salta como un triunfo del peronismo, no del Gobierno. Y el pampeano Carlos Verna renunció a la candidatura a gobernador por el atropello de la Casa Rosada contra el PJ de su provincia.
Estos movimientos tienen un punto de fuga: a mediados del año próximo vence el mandato de las actuales autoridades del justicialismo. La que se abrió en estos días es una guerra por esa conducción. La disputa es importante porque, entre otros motivos, prefigura la competencia por la candidatura presidencial de esa fuerza. Nada nuevo bajo el sol. Así fue en 1988, con un duelo entre Antonio Cafiero y Carlos Menem. Y en 1999, cuando Menem y Eduardo Duhalde se trenzaron en una enmarañada querella de investiduras que se extravió en la justicia electoral.
La presidencia del PJ tiene hoy dos aspirantes nítidos pero tácitos: Scioli, quien cubre esa posición desde el fallecimiento de Néstor Kirchner, y De la Sota, que no ocupa cargo alguno en el partido. Córdoba está representada por ultrakirchneristas como Eduardo Accastello y Alberto Cantero (el apoderado Carlos Zannini es, a pesar de su cuna, santacruceño).
No debe sorprender que De la Sota, igual que Juan Schiaretti y Carlos Reutemann, no participe de un directorio partidario que Kirchner diagramó siguiendo los dictados de su memorable fobia al pluralismo. Sólo Roberto Lavagna, en su candorosa autoestima, no advirtió que la invitación que el santacruceño le formuló, en febrero de 2008, para «rescatar al PJ sobre la base de la diversidad», era una broma pesada.
El PJ que dejó Kirchner es una combinación de talibanes -Corpacci, Díaz Bancalari, Pérsico, Kunkel, Cabandié, De Vido, Dante Gullo- con dirigentes provinciales alineados -Capitanich, Rojkes de Alperovich, Urribarri, Balestrini, Urtubey, Gioja, Jaque, Walter Barrionuevo, Pichetto-. El sindicalismo aparece con los mismos apellidos que figuran en la lista actual de diputados bonaerenses: Moyano -Hugo, no Facundo- y Caló.
La incógnita principal es cómo abordará Cristina Kirchner la interna por el control del PJ. Una anécdota ayuda a pensar este problema. El 24 de mayo de 2006, Kirchner inundó por primera vez la Plaza de Mayo con multitudes provenientes del conurbano y de las filas sindicales. Dos días después, durante un asado en Olivos, la esposa le formuló este planteo: «Te diste el gusto, tuviste tu plaza, pero ¿cómo seguimos? ¿Nos asociaremos al aparato que te ayudó a llenarla o mantendremos el plan de cambiar esa corporación?». Kirchner respondió a la pregunta con un repliegue sobre el peronismo clásico que duró hasta su muerte. Sin embargo, su viuda retomó la idea sugerida en aquel almuerzo: puso de nuevo distancia con gobernadores, intendentes y sindicalistas del partido, y promovió a figuras exóticas, casi siempre juveniles, en una imprecisa maniobra reformista que se puso de manifiesto en el armado de las listas electorales.
Es imposible saber si ese avasallamiento evolucionará después de octubre. Depende, como casi todo, del resultado de las elecciones. Si la señora de Kirchner pierde, el interrogante carece de sentido. Si gana por un margen ajustado, quedará muy frágil para dominar una disputa interna que se precipitará. De la Sota y Scioli apuestan al segundo escenario. Más: trabajan para él. El cordobés ha retaceado a la Presidenta su estructura provincial para el próximo domingo; y Scioli abrió tratativas con el macrismo y el duhaldismo para que el corte de boletas bonaerense le permita superar en votos a su jefa. De la Sota y Scioli pretenden abrir un proceso de reconciliación interna que unifique al partido. Un mal escenario para Mauricio Macri, cuya carrera se benefició con la división del peronismo.
En el Gobierno existe un debate sordo respecto de qué lugar debe ocupar el justicialismo en el esquema de poder. Esa discusión está ligada a la puja por espacios administrativos en un eventual segundo mandato. Si prevalece el criterio adoptado para armar las listas, la señora de Kirchner querrá aumentar su autonomía en relación con el PJ, insistiendo en el «trasvasamiento generacional» de sesgo izquierdista. Sin embargo, los resultados de la Capital, Santa Fe y Córdoba insinúan que en el país predomina un clima moderado, más favorable a quienes aconsejan un acercamiento al partido. ¿Se postularía Cristina Kirchner, entonces, a la jefatura peronista? Es lo que hizo su esposo en 2008, después de perder a esa clase media urbana para la que había inventado la «transversalidad» y la «concertación plural».
Julio De Vido es el principal abogado de que el kirchnerismo se asuma como peronismo. De Vido cree que sólo así se mantendrá la alianza de la Casa Rosada con Hugo Moyano y el sector más agresivo del sindicalismo. Moyano, convencido de que la señora de Kirchner ha alentado varias maquinaciones en su contra, tomó distancia del Gobierno -pidió la reapertura de paritarias en plena campaña, por ejemplo-. El camionero imputa sus problemas a Máximo, el hijo presidencial, de quien se burla en privado llamándolo «Mínimo». Moyano está expuesto. Su mandato en la CGT vence también el año próximo y para renovarlo requiere apoyo oficial.
Después del viaje de su jefa a Roma, De Vido recuperó la voz en el Gobierno. A tal punto que muchos creen que, si hay reelección, será el ministro de Economía. Así cobrarían sentido las especulaciones sobre un alejamiento de Guillermo Moreno, que está en la lista negra de De Vido. Del mismo movimiento se desprendería la creación de un Ministerio de Energía.
La reconciliación con el PJ fortalecería también a Florencio Randazzo en su duelo con Juan Manuel Abal Medina por la Jefatura de Gabinete. Y haría avanzar a Julián Domínguez a la presidencia de la Cámara de Diputados. La «descamporización», festejan ellos, acotaría a Zannini, rostro visible del menosprecio por el partido. Pero al secretario legal y técnico esas lucubraciones lo tienen sin cuidado. Su poder no emana del curso de la política, sino de sus aptitudes cortesanas: saber cuándo hay que hablar y cuándo hay que callar, cuándo hay que estar y cuándo ausentarse, a quién elogiar y a quién criticar en el momento oportuno. En definitiva, saber administrar los misteriosos estados de ánimo de la Presidenta..
» sólo su pusilanimidad limita esa pretensión»
tranquilo Pagni acordate que sos un periodista, no da insultar a los politicos porque no cumplen tus pretensiones.