El teorema de Perón volvió a cumplirse: su fuerza, que desde 2003 tiene como sólido inquilino al kirchnerismo, ganó de manera tajante por mucho que los grandes medios se obsesionaran en describir con precisión o exageradamente sus oscuridades y haber sido bastante mezquinos con sus objetivas fortalezas.
Así le ocurrió al fundador de la principal fuerza política de la Argentina en 1946 y 1973, y a Carlos Menem en 1989 y en su reelección en 1995. Ya lo decía el General: «En 1945, todos los medios masivos de comunicación estaban contra nosotros y ganamos las elecciones. En 1955, todos estaban a favor nuestro, porque eran nuestros la mayor parte, y nos echaron, y en 1972 estaban todos en contra de nosotros y les ganamos por el 60%. De manera que todo es relativo en esta vida».
Por arte de magia, los «medios hegemónicos» que habían sido, según los más altos funcionarios y referentes de la cultura K, artífices del categórico triunfo de Mauricio Macri porque, supuestamente, lo habían «blindado», ahora resultaron completamente inocuos para impedir, pese a sus reiteradas advertencias agoreras y la publicación de graves denuncias contra referentes K, que Cristina Kirchner se alzara con tan rotunda victoria.
A diferencia de Menem, que en 1995 accedió a su reelección con un porcentaje casi calcado al que anteayer obtuvo Cristina Kirchner en las primarias y salió al balcón de la Casa Rosada a decir que les había ganado a los medios, la Presidenta, si pensó igual, hizo bien en no explicitarlo en la noche de la victoria ni en la conferencia de prensa de ayer a mediodía.
La «teoría de la aguja hipodérmica», desarrollada a fines de los años 20 del siglo pasado por el norteamericano Harold Lasswell, podía resultar muy moderna y revolucionaria para aquella época, al explicar que la propaganda sistemática es capaz de conseguir el favor de la ciudadanía casi para cualquier causa al reemplazar la violencia física por una sutil manipulación psicológica esparcida por la comunicación masiva. Era un tiempo sombrío, repleto de acechanzas, entre las dos guerras mundiales, donde todo sonaba a conspiración, y esa teoría prendió por mucho tiempo.
Pero bastó que pasaran unos pocos años desde que los fragores bélicos se disiparon para que el austríaco Paul Lazarsfeld relativizase aquella alarmista teoría, al plantear que había una suerte de «doble flujo» que limitaba la influencia de los medios en la medida en que cada individuo pertenece a un grupo primario (familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo) donde lo que les llega se reprocesa de manera selectiva o se recibe con mero escepticismo, lo que disminuye sensiblemente aquel primer efecto supuestamente hipnótico que convertiría nuestras cabezas en meros recipientes vacíos a llenar. Precisamente, Lazarsfeld sostiene que los pequeños grupos de liderazgo allegados a cada persona tienen mayor ascendencia sobre sus opiniones y se impregnan entre sí. Y, por cierto, las propias impresiones y sensaciones en el mundo cotidiano predominan con más fuerza aún que las que provienen del mundo de las teorías abstractas.
Luego, sucede algo más interesante todavía: la relativa impermeabilidad que todos, en mayor o menor medida, desarrollamos hacia las ideas y personajes en los que no confiamos; de manera racional o por puro instinto, nos mantiene no sólo inmunizados hacia la prédica proveniente de filas ajenas a las nuestras sino que logra efectos contraproducentes. La antipatía o el rechazo que nos producen nos hace todavía más firmes en nuestras convicciones originales.
No hay ninguna revelación en las líneas anteriores; lo sabe cualquier estudiante inicial de las carreras de comunicación desde hace décadas. ¿Es posible que los periodistas más cercanos al Gobierno se hayan desayunado al respecto recién ahora? Anteanoche, la tal vez más lúcida panelista de 678 , Nora Veiras, lo planteó con todas las letras. «Los medios influyen -dijo-, pero no son determinantes, por lo menos en esta elección.» Su compañero de redacción en Página 12 y ex titular de la agencia oficial de noticias Télam Martín Granovsky disparó en la misma dirección ayer al escribir que «quedó probado que los grandes medios de comunicación influyen igual o más que un partido político o un grupo económico tradicional, pero no determinan un resultado. Ya había ocurrido lo mismo en las elecciones de Brasil, Perú, Bolivia y Uruguay».
¿Esto supone que la pelea contra los medios ha terminado? De ninguna manera: el combustible que hace funcionar al peronismo de cualquier época, sea de derecha, de izquierda o neoliberal, es el conflicto, la «guerra santa» contra alguien o un sector.
Los «medios hegemónicos», como «cucos» y fuente de todos los males, funcionan de maravillas en las redes sociales y entre los públicos más jóvenes en una época donde la horizontalidad virtual predispone a la rebelión entusiasta e insolente contra cualquier poder formal. Para el Gobierno es un eje que rinde y no se abandonará porque, además, no hay más que escucharla, representa una inquietud permanente de la plebiscitada primera mandataria.
Ciertas obsesiones apocalípticas de notables columnistas, algunas maneras aviesas de titular o de demorar o esconder determinadas informaciones favorables al Gobierno, la tensión constante por intereses contrapuestos y las serias causas judiciales pendientes no permiten vislumbrar paz por ese lado.
Pero también hay una muy mala noticia para los medios, comunicadores y artistas de la «Corpo» oficialista, porque a ellos también les caben las mismas limitaciones mencionadas anteriormente, aunque con un agravante: su escasa circulación y sus mucho más evidentes encolumnamientos. Podrían ahora fascinarse con un frágil espejismo si creen que un gran porcentaje de la población votó por la Presidenta sólo gracias a su accionar y no porque percibe mejoras concretas en su propia vida y/o porque le seduce el discurso y la imagen que la mandataria despliega en sus frecuentes presentaciones públicas.
Querer convertirse en lo que se combate es una debilidad muy humana.
© La Nacion.
Así le ocurrió al fundador de la principal fuerza política de la Argentina en 1946 y 1973, y a Carlos Menem en 1989 y en su reelección en 1995. Ya lo decía el General: «En 1945, todos los medios masivos de comunicación estaban contra nosotros y ganamos las elecciones. En 1955, todos estaban a favor nuestro, porque eran nuestros la mayor parte, y nos echaron, y en 1972 estaban todos en contra de nosotros y les ganamos por el 60%. De manera que todo es relativo en esta vida».
Por arte de magia, los «medios hegemónicos» que habían sido, según los más altos funcionarios y referentes de la cultura K, artífices del categórico triunfo de Mauricio Macri porque, supuestamente, lo habían «blindado», ahora resultaron completamente inocuos para impedir, pese a sus reiteradas advertencias agoreras y la publicación de graves denuncias contra referentes K, que Cristina Kirchner se alzara con tan rotunda victoria.
A diferencia de Menem, que en 1995 accedió a su reelección con un porcentaje casi calcado al que anteayer obtuvo Cristina Kirchner en las primarias y salió al balcón de la Casa Rosada a decir que les había ganado a los medios, la Presidenta, si pensó igual, hizo bien en no explicitarlo en la noche de la victoria ni en la conferencia de prensa de ayer a mediodía.
La «teoría de la aguja hipodérmica», desarrollada a fines de los años 20 del siglo pasado por el norteamericano Harold Lasswell, podía resultar muy moderna y revolucionaria para aquella época, al explicar que la propaganda sistemática es capaz de conseguir el favor de la ciudadanía casi para cualquier causa al reemplazar la violencia física por una sutil manipulación psicológica esparcida por la comunicación masiva. Era un tiempo sombrío, repleto de acechanzas, entre las dos guerras mundiales, donde todo sonaba a conspiración, y esa teoría prendió por mucho tiempo.
Pero bastó que pasaran unos pocos años desde que los fragores bélicos se disiparon para que el austríaco Paul Lazarsfeld relativizase aquella alarmista teoría, al plantear que había una suerte de «doble flujo» que limitaba la influencia de los medios en la medida en que cada individuo pertenece a un grupo primario (familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo) donde lo que les llega se reprocesa de manera selectiva o se recibe con mero escepticismo, lo que disminuye sensiblemente aquel primer efecto supuestamente hipnótico que convertiría nuestras cabezas en meros recipientes vacíos a llenar. Precisamente, Lazarsfeld sostiene que los pequeños grupos de liderazgo allegados a cada persona tienen mayor ascendencia sobre sus opiniones y se impregnan entre sí. Y, por cierto, las propias impresiones y sensaciones en el mundo cotidiano predominan con más fuerza aún que las que provienen del mundo de las teorías abstractas.
Luego, sucede algo más interesante todavía: la relativa impermeabilidad que todos, en mayor o menor medida, desarrollamos hacia las ideas y personajes en los que no confiamos; de manera racional o por puro instinto, nos mantiene no sólo inmunizados hacia la prédica proveniente de filas ajenas a las nuestras sino que logra efectos contraproducentes. La antipatía o el rechazo que nos producen nos hace todavía más firmes en nuestras convicciones originales.
No hay ninguna revelación en las líneas anteriores; lo sabe cualquier estudiante inicial de las carreras de comunicación desde hace décadas. ¿Es posible que los periodistas más cercanos al Gobierno se hayan desayunado al respecto recién ahora? Anteanoche, la tal vez más lúcida panelista de 678 , Nora Veiras, lo planteó con todas las letras. «Los medios influyen -dijo-, pero no son determinantes, por lo menos en esta elección.» Su compañero de redacción en Página 12 y ex titular de la agencia oficial de noticias Télam Martín Granovsky disparó en la misma dirección ayer al escribir que «quedó probado que los grandes medios de comunicación influyen igual o más que un partido político o un grupo económico tradicional, pero no determinan un resultado. Ya había ocurrido lo mismo en las elecciones de Brasil, Perú, Bolivia y Uruguay».
¿Esto supone que la pelea contra los medios ha terminado? De ninguna manera: el combustible que hace funcionar al peronismo de cualquier época, sea de derecha, de izquierda o neoliberal, es el conflicto, la «guerra santa» contra alguien o un sector.
Los «medios hegemónicos», como «cucos» y fuente de todos los males, funcionan de maravillas en las redes sociales y entre los públicos más jóvenes en una época donde la horizontalidad virtual predispone a la rebelión entusiasta e insolente contra cualquier poder formal. Para el Gobierno es un eje que rinde y no se abandonará porque, además, no hay más que escucharla, representa una inquietud permanente de la plebiscitada primera mandataria.
Ciertas obsesiones apocalípticas de notables columnistas, algunas maneras aviesas de titular o de demorar o esconder determinadas informaciones favorables al Gobierno, la tensión constante por intereses contrapuestos y las serias causas judiciales pendientes no permiten vislumbrar paz por ese lado.
Pero también hay una muy mala noticia para los medios, comunicadores y artistas de la «Corpo» oficialista, porque a ellos también les caben las mismas limitaciones mencionadas anteriormente, aunque con un agravante: su escasa circulación y sus mucho más evidentes encolumnamientos. Podrían ahora fascinarse con un frágil espejismo si creen que un gran porcentaje de la población votó por la Presidenta sólo gracias a su accionar y no porque percibe mejoras concretas en su propia vida y/o porque le seduce el discurso y la imagen que la mandataria despliega en sus frecuentes presentaciones públicas.
Querer convertirse en lo que se combate es una debilidad muy humana.
© La Nacion.
es o se hace?
está haciendo la gran sarlo: «está demostrado hace cuarenta años que los medios no influyen». le falta nada más que la falsa cita de autoridad bibliográfica que la señora de las letras argentinas tiró en 678 y que nunca pudo señalar.
claro que influyen. ¿cómo se explica que un 12% de la gente vote a duahlde si no es por el arremeter constante de los massmierda de comunicación?
la guerra santa de la que habla sirven en la de ellos mismos: autodenominados defensores de la moral y el republicanismo al que, en realidad, detestan.
lindo momento para los directores de medios de comunicación: ¿cómo ser archiopositor y vender diarios al mismo tiempo cuando el 50% de la gente vota por el enemigo del pasquín?
Tapones de Punta, voté a Duhalde no por Clarín, sino porque pienso que manejó muy bien la crisis del fin de la convertibilidad y la transición al nuevo modelo de tipo de cambio competitivo, con superávit fiscal, comercial, y retenciones a las exportaciones, modelo cuyas bases los gobiernos del kirchnerismo viene erosionando desde el 2007.
No olvides que Kirchner necesitó del apoyo de Duhalde para llegar al 22%, que heredó de Duhalde a muchos de sus funcionarios, algunos todavía están con Cristina. Y que por ejemplo, la certeza de que el ministro de economía de Duhalde, Lavagna, iba a continuar como ministro de economía de Kirchner, fue vital para que Néstor llegara a la presidencia.
Voté, y voy a votar a Duhalde de vuelta, porque para mi el mejor kirchnerismo fue el del 2004 y 2005, el kirchnerismo más duhaldista, cuando se crecía al a tasas chinas sin inflación y bajaba la pobreza sin subsidios, de hecho, cada vez había menos planes jefes y jefas de hogar porque sus beneficiarios iban encontrando trabajo.
El antiduhaldismo de los kirchneristas me resulta incompresible, si le deben todo. Los kirchner ni siquiera querían abandonar la convertibilidad.
no le pinchés el globo, lo necesita de enemigo.
otro duhaldista. ¿todos escriben en AP?
Tapones: nunca votaría a Duhalde, pero lo que dice Lurker es cierto, te guste o no.
si lo que dice lurker es cierto, ¿porqué no me contestaste a lo que puse más abajo?
copio y pego:
«ahora parece que los logros de kirchner son de duhalde. qué bien.
la pregunta es porqué no se presentó y lo hizo él mismo en el 2003.
a esta altura estaríamos en un mundo feliz y no en un país carcomido por el odio y a punto de estallar como afirma tu candidato del 12%».
88% de la gente no lo quiere a Duhalde. Say no more.
ahora parece que los logros de kirchner son de duhalde. qué bien.
la pregunta es porqué no se presentó y lo hizo él mismo en el 2003.
a esta altura estaríamos en un mundo feliz y no en un país carcomido por el odio y a punto de estallar como afirma tu candidato del 12%.
Duahalde tiene que reservarse para cuando se manifieste la crisis económico-social, ahí lo vamos a necesitar, no creo que con la Harley Davison y la guitarra alcance para combatirla.-
Julio, ya está, ganaron, tienen más de la mitad de los votos y no lo niego. Eso les otorga la legitimidad para gobernar cuatro años más, pero no significa nada más que eso.
Hace 2 años la oposición ni siquiera necesito ir unida para derrotar a Néstor en la provincia de Buenos Aires, y los Kirchner perdieron hasta en Santa Cruz, si las elecciones en Chile coincidieran con el rescate a los mineros Piñera quien hoy tiene una popularidad de menos del 30% ganaría con más del 60%.
Una victoria en una elección, por más masiva que sea, no cierra ningún argumento. Nada de say no more.
Es verdad que la mayoría de la sociedad no lo quiere a Duhalde, pero eso no significa que el 88% lo aborrezca. De hecho, los que más aborrecen a Duhalde son los antiperonistas históricos, se decía que Duhalde no le podría ganar el ballotage a Cristina porque los votantes históricos de Carrió (que solían ser más del 10%) nunca iban a votar por un peronista como Duhalde, y porque los socialistas preferirían votar a Cristina antes que a Duhalde. Para ellos votar a Duhalde es como votar a un intendente del conurbano.