18/08/2011 BAE – Nota – Argentina – Pag. 8
Política y facturas: la dieta del fracaso
El análisis de Gabriel Puricelli* Cuando termina la desordenada rutina de las campañas, que obliga a excesos alimenticios involuntarios y a llenar el cuerpo de hidratos de carbono más allá de lo recomendable, tal vez los líderes políticos deberían pensar en un ayuno o una dieta reequilibrante.
En nuestro país al menos, sin embargo, se da el curioso hecho de que a la campaña sobreviene una dieta de facturas, particularmente después de las derrotas. Normalmente, se las sirve de desayuno y las consumen con fruición los periodistas radiales de la primera mañana.
Como estos no llegan a consumirlas todas, quedan suficientes para el engorde de los que los suceden más tarde y para el de los teleperiodistas que imparten títulos sin bajada, pero con zócalo, en los noticieros de la noche y en los programas de cable que entretienen a la blogósfera, a la tuitósfera y a nuestro selecto ambiente de políticos profesionales con aspiraciones de élite.
Una dieta a base de facturas resulta inevitablemente en problemas de irrigación cerebral que dificultan el ejercicio de reflexión que uno supone sobrevendría a una derrota.
Así, las facturas no sólo tienen por efecto una profusión de políticos hablando con la boca llena, perjudicando nuestras posibilidades de entender lo que dicen, sino que les impiden a ellos mismos pensar con la claridad de que serían capaces si optaran por la dieta que recomiendan los mejores cardiólogos.
En los casos más extremos, la pérdida de capacidad reflexiva no sólo afecta la posibilidad de reconsiderar las acciones pasadas, sino que resulta nociva para pensar las mejores alternativas hacia el futuro. Cuando ello sucede, se producen espirales descendentes que pueden transformar en definitiva esa derrota que tal vez tenía destino de transitoria o que podía haber sido procesada como lección.
Es bien conocido asimismo el carácter adictivo de las facturas.
Y no es fácil hacer frente a las adicciones. Uno de los requisitos para superarlas es poder verse a uno mismo como lo ven los otros.
Los casos de más virulenta adicción a las facturas vienen asociados a una autopercepción distorsionada del adicto, que le impide darse cuenta del estrago que va haciendo en él la adicción y que atribuye a una distorsión en la mirada de los otros toda indicación que lo prevenga de que las facturas le están haciendo mal.
Como viene de terminar una campaña, la aparición súbita de esta patología no debería sorprendernos. Por el contrario, debería encontrarnos en guardia.
La decisión de no empacharse debe ser colectiva, abarcando tanto a los líderes que inundan las mesas con sus facturas, como a los militantes y a los periodistas que se lanzan a devorarlas, dejando de lado la alimentación sana de pensamientos e ideas que es la única que puede nutrir a una democracia que sea robusta, pero no obesa.
Nadie debería escudarse en un «empezó él». Por el contrario, cada uno tiene la responsabilidad indelegable de que las facturas dejen de pasar de mano en mano. Por la salud propia y por la de los propios, porque hablamos de política, y en política no puede dejar de haber compañeros y adversarios.
Por ello, hacer circular las facturas entre los propios, a la corta, más que a la larga, beneficia a los ajenos. Y cuando se pierde ese instinto de autopreservación sobreviene no ya la derrota, sino el fracaso.
Licenciado en Sociología (UBA) y analista políticoVer multimedia de la nota >>
Diseñada, producida y administrada por la Subsecretaría de Relaciones Institucionales y Comunicación de la Universidad de Buenos Aires
Política y facturas: la dieta del fracaso
El análisis de Gabriel Puricelli* Cuando termina la desordenada rutina de las campañas, que obliga a excesos alimenticios involuntarios y a llenar el cuerpo de hidratos de carbono más allá de lo recomendable, tal vez los líderes políticos deberían pensar en un ayuno o una dieta reequilibrante.
En nuestro país al menos, sin embargo, se da el curioso hecho de que a la campaña sobreviene una dieta de facturas, particularmente después de las derrotas. Normalmente, se las sirve de desayuno y las consumen con fruición los periodistas radiales de la primera mañana.
Como estos no llegan a consumirlas todas, quedan suficientes para el engorde de los que los suceden más tarde y para el de los teleperiodistas que imparten títulos sin bajada, pero con zócalo, en los noticieros de la noche y en los programas de cable que entretienen a la blogósfera, a la tuitósfera y a nuestro selecto ambiente de políticos profesionales con aspiraciones de élite.
Una dieta a base de facturas resulta inevitablemente en problemas de irrigación cerebral que dificultan el ejercicio de reflexión que uno supone sobrevendría a una derrota.
Así, las facturas no sólo tienen por efecto una profusión de políticos hablando con la boca llena, perjudicando nuestras posibilidades de entender lo que dicen, sino que les impiden a ellos mismos pensar con la claridad de que serían capaces si optaran por la dieta que recomiendan los mejores cardiólogos.
En los casos más extremos, la pérdida de capacidad reflexiva no sólo afecta la posibilidad de reconsiderar las acciones pasadas, sino que resulta nociva para pensar las mejores alternativas hacia el futuro. Cuando ello sucede, se producen espirales descendentes que pueden transformar en definitiva esa derrota que tal vez tenía destino de transitoria o que podía haber sido procesada como lección.
Es bien conocido asimismo el carácter adictivo de las facturas.
Y no es fácil hacer frente a las adicciones. Uno de los requisitos para superarlas es poder verse a uno mismo como lo ven los otros.
Los casos de más virulenta adicción a las facturas vienen asociados a una autopercepción distorsionada del adicto, que le impide darse cuenta del estrago que va haciendo en él la adicción y que atribuye a una distorsión en la mirada de los otros toda indicación que lo prevenga de que las facturas le están haciendo mal.
Como viene de terminar una campaña, la aparición súbita de esta patología no debería sorprendernos. Por el contrario, debería encontrarnos en guardia.
La decisión de no empacharse debe ser colectiva, abarcando tanto a los líderes que inundan las mesas con sus facturas, como a los militantes y a los periodistas que se lanzan a devorarlas, dejando de lado la alimentación sana de pensamientos e ideas que es la única que puede nutrir a una democracia que sea robusta, pero no obesa.
Nadie debería escudarse en un «empezó él». Por el contrario, cada uno tiene la responsabilidad indelegable de que las facturas dejen de pasar de mano en mano. Por la salud propia y por la de los propios, porque hablamos de política, y en política no puede dejar de haber compañeros y adversarios.
Por ello, hacer circular las facturas entre los propios, a la corta, más que a la larga, beneficia a los ajenos. Y cuando se pierde ese instinto de autopreservación sobreviene no ya la derrota, sino el fracaso.
Licenciado en Sociología (UBA) y analista políticoVer multimedia de la nota >>
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