¿Cómo explicar el alud de votos para la Presidenta, más formidable que lo que muchos esperábamos? Se ha dicho bastante: la fuerza de la juventud, la influencia de medios amigos, la conmoción popular por la viudez, las pequeñas reyertas de la pequeña oposición. Todo eso puede haber contribuido, pero también es cierto que el factor central, el que por sí solo y en cualquier contexto alcanzaría para dar cuenta de un muy buen desempeño electoral, es una economía que crece mucho, que está cerca del pleno empleo y que, aunque no reparte su cosecha de manera equitativa, otorga a casi todos un piso de consumo -mayor a cualquiera del pasado reciente- por la vía de las transferencias fiscales.
La pregunta de las causas no es igual a la pregunta de los méritos. De todo aquello que contribuyó a esta victoria contundente del Gobierno en la gran encuesta nacional del 14 de agosto, ¿cuánto ha sido mérito del propio gobierno, y no tanto fruto de circunstancias favorables o de errores ajenos?
Primero digamos cuál no es un mérito de Cristina: la economía no lo es. Todo el continente crece, poco más o menos, y en América latina han buscado y conseguido la reelección, en los últimos años, todos los presidentes que estaban en condiciones legales de hacerlo. Desde luego, la Argentina tiene algunas particularidades: el margen para crecer tras la última crisis y las políticas expansivas se combinaron para que la tasa de crecimiento fuera un par de puntos más alta que en algunos vecinos, aunque también han contribuido a la inflación, una molestia con algún impacto electoral. Claro que es comprensible que el votante atribuya los humores de la economía a los gobernantes; a veces, influyen sobre ellos, y es imposible distinguir en un momento de abundancia cuánto hay de mérito y cuánto de suerte. Pero que sea comprensible no quiere decir que sea correcto. Tachemos a esta economía burbujeante como mérito posible del Gobierno.
Repasemos las principales decisiones de Gobierno con algún posible efecto electoral desde la derrota de Kirchner en 2009 hasta acá: Asignación Universal por Hijo, pago de la deuda pública con reservas, fútbol televisado gratis. En los tres casos se trata de decisiones del Gobierno que benefician, directa o indirectamente, a la mayoría. En los tres casos es posible imaginar alguna alternativa todavía mejor, pero eso ocurre con cualquier acción de gobierno. En un nivel de menor impacto político, pueden mencionarse también el matrimonio igualitario, las notebooks para los escolares, el eficiente sistema de DNI y -ahora que ocurrió podemos decirlo- la puesta en marcha de un sistema electoral para la definición de candidatos más competitivo y democrático que el anterior.
¿Ha sido el de Cristina, entonces, un buen gobierno? No lo creo. Por no hablar de la inflación y las infantiles medidas para combatirla: éste ha sido el gobierno de candidatos que ya sabían que no iban a asumir; el Gobierno que provocó un conflicto muy innecesario y costoso con el campo. El que ha mentido en sus estadísticas de una manera tan sistemática como sólo ha ocurrido en el mundo bajo regímenes totalitarios y ha puesto multas a quienes miden con otros métodos -a todas luces menos inexactos- la inflación. Es el que ha usado un canal público y varios medios supuestamente privados para una grosera campaña política. El Gobierno a cuyo secretario de Transporte, íntimo del vértice del poder, le regalaron aviones empresarios favorecidos. El mismo gobierno que para aumentar el gasto público forzó mucho más de lo necesario la seguridad jurídica, llevando el riesgo país (que en 2007 era igual al de Brasil) a niveles del año 2000 o 2001. Y, sobre todo: no ha habido grandes iniciativas reformistas en sectores que las piden a gritos (la salud, la educación, el transporte o la vivienda) y que tienen un impacto directo sobre el bienestar.
En el gobierno de Cristina se han mezclado, como en casi todos, errores y aciertos. Pero una característica es que ha ido mejorando. Todos o casi todos los defectos que mencioné, muchos de los cuales subsisten, ya estaban allí en las elecciones anteriores, en 2009. Todos o casi todos los méritos que señalé son posteriores a la derrota de Kirchner.
En todo caso: mucho más que lo que hizo, el gran mérito de la Cristina post-2009 fue lo que dejó de hacer.
Néstor Kirchner era un político cuya popularidad y productividad electorales eran bajas, dadas las circunstancias favorables que enfrentó. El conflicto con el campo debería ser un caso de estudio sobre qué puede hacer un político para perder popularidad de manera rápida y gratuita.
En los meses viudos de Cristina es más difícil encontrar una vocación tan aguda por el conflicto. A Cristina Fernández, ya no «de Kirchner», la viudez la favoreció políticamente más que por el impacto emocional por la ausencia de un factor de conflicto. Cristina ha tenido el mérito de la omisión: mucho más que su marido, ha dejado hacer, ha dejado pasar. Con una economía que empuja con fuerza, el dulce hacer poco no ha sido una mala receta política para navegar la bonanza.
¿Es eso suficiente mérito? El pueblo ha dicho que sí, que con intensos vientos a favor hacer poco alcanza y sobra para ganar. Lamentablemente, la dinámica de la economía (los nubarrones de una segunda crisis internacional y, sobre todo, la convivencia insostenible de inflación sin devaluación) hará que el manejo indolente y despreocupado de las cosas deje de ser una opción, o por lo menos una con tanto éxito electoral..
La pregunta de las causas no es igual a la pregunta de los méritos. De todo aquello que contribuyó a esta victoria contundente del Gobierno en la gran encuesta nacional del 14 de agosto, ¿cuánto ha sido mérito del propio gobierno, y no tanto fruto de circunstancias favorables o de errores ajenos?
Primero digamos cuál no es un mérito de Cristina: la economía no lo es. Todo el continente crece, poco más o menos, y en América latina han buscado y conseguido la reelección, en los últimos años, todos los presidentes que estaban en condiciones legales de hacerlo. Desde luego, la Argentina tiene algunas particularidades: el margen para crecer tras la última crisis y las políticas expansivas se combinaron para que la tasa de crecimiento fuera un par de puntos más alta que en algunos vecinos, aunque también han contribuido a la inflación, una molestia con algún impacto electoral. Claro que es comprensible que el votante atribuya los humores de la economía a los gobernantes; a veces, influyen sobre ellos, y es imposible distinguir en un momento de abundancia cuánto hay de mérito y cuánto de suerte. Pero que sea comprensible no quiere decir que sea correcto. Tachemos a esta economía burbujeante como mérito posible del Gobierno.
Repasemos las principales decisiones de Gobierno con algún posible efecto electoral desde la derrota de Kirchner en 2009 hasta acá: Asignación Universal por Hijo, pago de la deuda pública con reservas, fútbol televisado gratis. En los tres casos se trata de decisiones del Gobierno que benefician, directa o indirectamente, a la mayoría. En los tres casos es posible imaginar alguna alternativa todavía mejor, pero eso ocurre con cualquier acción de gobierno. En un nivel de menor impacto político, pueden mencionarse también el matrimonio igualitario, las notebooks para los escolares, el eficiente sistema de DNI y -ahora que ocurrió podemos decirlo- la puesta en marcha de un sistema electoral para la definición de candidatos más competitivo y democrático que el anterior.
¿Ha sido el de Cristina, entonces, un buen gobierno? No lo creo. Por no hablar de la inflación y las infantiles medidas para combatirla: éste ha sido el gobierno de candidatos que ya sabían que no iban a asumir; el Gobierno que provocó un conflicto muy innecesario y costoso con el campo. El que ha mentido en sus estadísticas de una manera tan sistemática como sólo ha ocurrido en el mundo bajo regímenes totalitarios y ha puesto multas a quienes miden con otros métodos -a todas luces menos inexactos- la inflación. Es el que ha usado un canal público y varios medios supuestamente privados para una grosera campaña política. El Gobierno a cuyo secretario de Transporte, íntimo del vértice del poder, le regalaron aviones empresarios favorecidos. El mismo gobierno que para aumentar el gasto público forzó mucho más de lo necesario la seguridad jurídica, llevando el riesgo país (que en 2007 era igual al de Brasil) a niveles del año 2000 o 2001. Y, sobre todo: no ha habido grandes iniciativas reformistas en sectores que las piden a gritos (la salud, la educación, el transporte o la vivienda) y que tienen un impacto directo sobre el bienestar.
En el gobierno de Cristina se han mezclado, como en casi todos, errores y aciertos. Pero una característica es que ha ido mejorando. Todos o casi todos los defectos que mencioné, muchos de los cuales subsisten, ya estaban allí en las elecciones anteriores, en 2009. Todos o casi todos los méritos que señalé son posteriores a la derrota de Kirchner.
En todo caso: mucho más que lo que hizo, el gran mérito de la Cristina post-2009 fue lo que dejó de hacer.
Néstor Kirchner era un político cuya popularidad y productividad electorales eran bajas, dadas las circunstancias favorables que enfrentó. El conflicto con el campo debería ser un caso de estudio sobre qué puede hacer un político para perder popularidad de manera rápida y gratuita.
En los meses viudos de Cristina es más difícil encontrar una vocación tan aguda por el conflicto. A Cristina Fernández, ya no «de Kirchner», la viudez la favoreció políticamente más que por el impacto emocional por la ausencia de un factor de conflicto. Cristina ha tenido el mérito de la omisión: mucho más que su marido, ha dejado hacer, ha dejado pasar. Con una economía que empuja con fuerza, el dulce hacer poco no ha sido una mala receta política para navegar la bonanza.
¿Es eso suficiente mérito? El pueblo ha dicho que sí, que con intensos vientos a favor hacer poco alcanza y sobra para ganar. Lamentablemente, la dinámica de la economía (los nubarrones de una segunda crisis internacional y, sobre todo, la convivencia insostenible de inflación sin devaluación) hará que el manejo indolente y despreocupado de las cosas deje de ser una opción, o por lo menos una con tanto éxito electoral..